sábado, 30 de marzo de 2024

TAMBIÉN PARA MÍ. Sábado Santo

30/03/2024

También para mí.

Sábado Santo.

Los discípulos y discípulas del nazareno vivieron las horas finales de su maestro en un desconcierto absoluto. No eran capaces de llegar a entender qué había pasado. Tampoco nosotros, pese a dos mil años de historia acabamos de comprender del todo esta vida nuestra que, en ocasiones, se nos vuelve muy oscura. Tanto si repasamos nuestra propia experiencia vital como si miramos hacia los demás, encontramos una sombra que es difícilmente comprensible. Desde nuestro punto de vista la cruz de Jesús está ahora vacía, pero es precisamente esa vacante la que posibilita que cualquiera pueda volver a ocuparla. La historia está repleta de víctimas inocentes. De entre todas las cruces la de Jesús tuvo la particularidad de haber sido acogida por él como resultado de su propia vida. No fue un trance deseado, pero en su coherencia vital Jesús no pudo huir de ella.  La Iglesia propone hoy en su oficio de lectura, única actividad litúrgica del día, la reflexión del profeta Jeremías, perseguido por su fidelidad a la palabra del Señor. Podemos leerla en Jer 20, 7-18 Frente a cualquier otra consideración él es un hombre seducido por el Señor. Pero termina maldiciendo el día que nació. Su vida se ha vaciado de cualquier sentido. Su lealtad ha sido pagada con la desventura más extrema. La experiencia de Jeremías puede ser la de muchos otros que no encuentran argumentos para dar razón de su vida pues mostrándose fieles a Dios y a sí mismos no han conseguido nada más que frustración y muchos, incluso, la muerte.

Visto desde un punto de vista humano esto es un desastre, como lo fue la vida misma de Jesús. Sin embargo, dando un paso más allá de la evidencia podemos situarnos en el punto de vista de Dios, pues el periplo de Jesús nos pone en situación de afirmar que cuando parece que nada ocurre, el reino va germinando en silencio; cuando parece que todo ha terminado, está comenzando una recapitulación que se inicia con el rescate, precisamente, de quien en vida ha negado la vida plena que Jesús le ofrecía. En el segundo texto del oficio de lectura de hoy, la Iglesia propone una antigua homilía titulada Descenso del Señor a los infiernos. En ella, simbólicamente, Jesús desciende al inframundo para rescatar a Adán y Eva; a la humanidad perdida. A aquellos a los que Jesús perdona mientras le clavan; a quienes le condenaron y siguen condenando hoy a muchos inocentes; a quienes no son capaces de ver más allá de sus propios intereses.

Esta convicción no solo nos habla de la misericordia de Dios. También nos pone en situación de comprender que desde ese foco divino del que venimos hablando estos días todo cambia de color; el mundo adquiere un nuevo significado. Estamos llamados a cultivar la esperanza más allá de cualquier adversidad que pueda sobrevenirnos. Hoy es el día de la espera, pero lo es también de la confianza porque no hay espera real que sea pasiva. La verdadera espera es esperanza; es cultivo de la disposición a perdonar y a aceptar que Jesús baja a los infiernos también para mí porque yo debo aún liberarme de mucho lastre que me imposibilita resucitar definitivamente. Todos somos Adán y Eva que, pese a nuestras imperfecciones, podemos transformarnos en Jesús y en María. Es la transformación del No al Sí. Posiblemente el primer paso sea aceptar que en el silencio del sepulcro se produce la silenciosa germinación de lo nuevo; reconocer que nada es solo lo que parece y que, pacientemente, Dios obra en nuestros corazones si le dejamos hacerlo, si no nos conformamos con vivir en la periferia, sino que buceamos en nuestro interior hasta descubrir nuestra dimensión divina; el aliento de vida que nos hace vivientes.


Jaume Serra. Descenso a los infiernos (1381-1382).


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