domingo, 31 de marzo de 2024

AMAR, SER, RESUCITAR. Domingo de Pascua

31/03/2024

Amar, Ser, Resucitar.

Domingo de Resurrección.

Hch 10, 34a.37-43

Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23

Col 3, 1-4

Secuencia

Juan 20, 1-9

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Somos amando, decíamos hace unos días y nuestra firme convicción es que mientras amemos iremos resucitando como todos aquellos y aquellas que nos precedieron. Como Jesús, que hoy ha reinventado la primavera. Sin embargo, no todos lo captan del mismo modo. Lucas nos da la pista fundamental: es necesario haber comido y bebido con él. ¿Quién puede recordar a un difunto más que aquellos que vivieron con él y lo amaron, que fueron amados por él? Ocurre aquí lo mismo ¿Quién puede percibir la resurrección de Jesús más que aquellos que han comido y bebido con él; que han compartido su vida y muerte? Solo quienes han descubierto el sinsentido que sería la idea de muerte como fin que el mundo pregona comprenden la realidad de la resurrección. La vida definitiva comienza con el ingreso en ese espacio que llamamos muerte. Más allá, ciertamente, todo nos es desconocido, pero su relación con esta realidad que conocemos se da en el amor que compartimos con quienes partieron. Ese amor es el vínculo indeleble entre ambas dimensiones.

Ese mismo vínculo es el que permitió a los amigos y amigas de Jesús experimentar con certeza su resurrección. Por eso se apropiaron del mensaje lanzado siglos antes por el salmista y en esta experiencia basaron su esperanza de vida eterna. Por eso se empeñaron en dar a conocer las hazañas de la piedra angular que había sido desechada. Por fin, tras tantos días, un mensaje de renovación. Más aún, comprendieron, tal como les fue anunciado a los colosenses, que su vida anterior, en comparación a la nueva vida que se escondía en Dios, valía lo mismo que esa muerte desconocida y aterradora a la que el mundo teme: nada. Esa muerte ha mostrado su impotencia para contener a Jesús. Ni los lienzos ni el sudario fueron ataduras eficaces. La tumba amaneció vacía. Lo que podría interpretarse como un robo o como un complot truculento pasó a contemplarse como la llegada de Jesús a la vida definitiva. El amor que a todos manifestó en vida y que era el amor que recibía del Padre, produjo el doble efecto de volver a ponerlo en pie y, en segundo lugar, comunicar a todos aquellos que por él fueron amados que su lugar no estaba ya en el sepulcro.

Un tercer efecto que no ocurrió ya en él, sino en todos los demás: puesto que sigue vivo, el mismo amor que de él recibo nos comunica con los demás. El amor es incontenible; no es un patrimonio privado, sino que tiende a difundirse y a ampliar su radio de acción. La resurrección de Jesús reestrena no solo la primavera, sino el mundo entero. Inaugura un nuevo modo de relacionarse y anticipa una forma nueva de existencia. No existimos para la extinción sino para la comunión con el Dios Padre y Madre, que es fuente de todo y se manifiesta en toda la realidad. En la Pascua redescubrimos que fuimos creados en comunidad; que nadie se basta a sí mismo y que el cuidado de Dios por cada uno no es privilegio sino invitación a compartirlo con los demás; a hacer conscientes a todos de que en lo bueno de su vida Dios celebra con ellos y en lo malo, les sostiene en pie sin dejarles caer en el olvido. Así, mientras amemos, seremos verdaderamente y conforme vayamos siendo iremos resucitando: escapando a esa muerte capaz de encerrarnos en bellos panteones.


Gustavo Doré (1832-1883). La Resurrección







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