sábado, 26 de septiembre de 2020

EL PRESENTE. Domingo XXVI Ordinario.

27/09/2020

El presente

Domingo XXVI T.O.

Ez 18, 25-28

Sal 24, 4-9

Flp 2, 1-11

Mt 21, 28-32

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Nos presenta Ezequiel la posibilidad de escoger. Así, sencillamente. Cada uno puede elegir hacer una cosa, otra o la de más allá. Para nosotros esto no reviste hoy y aquí ninguna novedad pues todos nos vemos capacitados de elegir libremente. Sin embargo, los oyentes de su anuncio debieron quedarse de piedra porque estaban convencidos todavía de que los hijos debían pagar por los pecados de los padres. Eso quedó ya olvidado. Cada uno se salva o se condena por sus obras; por muy justo que sea… Justo era quien caminaba con Dios, quien practicaba la misericordia y se mantenía fiel a la alianza. La alianza era una relación específica con Dios que podía quebrantarse si caías en la maldad, por muy justo que fueras o parecieras; nadie estaba libre de extraviarse. Pero incluso entonces era posible volver a retomar la alianza y hacer borrón y cuenta nueva. Dios que es justo, que se ciñe a su alianza, acoge siempre a quien se plantea sinceramente volver a ella. No pone el peso en el pasado, sino en el presente.

También para el padre de la parábola cuenta más el presente que cualquier otra cosa. Tu puedes decir que no o que sí, pero eso pertenece ya al pasado; lo que cuenta es lo que haces, el presente, la materialización de tus palabras. A los ojos de Dios nadie vive preso del pasado. Todo es un presente en el que la acción de cada uno le permite a él hacerse carne y llegar hasta los demás. Lo importante es permitir a Dios acercarse a la gente. Juan acogió a todos los que quisieron bautizarse, fueran quienes fueran y se dedicaran a lo que se dedicasen. Ninguno de ellos habría sido acogido en el Templo. Juan renunció a un dios que no veía más allá de sus propios mandamientos y aceptó a quienes, según esa mentalidad legalista, no merecían ya nada más pero volvieron a la alianza al sentirse aceptados para rezar de corazón: “enséñame tus caminos (…) acuérdate de mí con misericordia”. Este es también un acto de valentía, como el del propio Juan. Saber levantarse tras hacer caído, acogerse a sí mismos y a Dios en ellos y en los demás y estrenar la dignidad que les permite empezar de nuevo merece la prioridad en el reino de los cielos, sin que el pasado tenga ya peso alguno.

Así comenzamos a cimentar un mundo nuevo y distinto en el que se vivan unas nuevas relaciones que surjan de la apertura total a los demás y de la renuncia a cualquier interés personal o partidista. A imagen de Cristo, que renunció a todo a lo que tenía derecho por su condición, el cristiano renuncia a los favores que podría creer como merecidos y pospone cualquier dignidad para centrarse en ese presente que se despliega frente a él. Asume entonces una ética tan sencilla y a la vez complicada como la que presenta Pablo a los filipenses. Una guía verdaderamente universal, como toda ética cierta, que te lleva de regreso a la alianza. A partir de esta reentrada el retorno es tal que no es ya la misma alianza, sino que la hace nueva; es una renovación total de la relación con Dios donde lo importante es la implicación personal pero tamizada a través de los hermanos. Lo nuclear es ver a Dios en todos ellos y lo decisivo, acoger a quienes sólo Dios acoge. Porque el mismo Dios ama a todos sin distinciones pero tiene sus preferencias. Está atento a todo y a todos en ese presente continuo que es la eternidad. Por eso es padre eterno que confía en sus hijos para que acepten a todos en su nombre.

 

El Presente



 

Para Carmen

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