21/02/2021
La perspectiva divina.
Domingo I Cuaresma.
Gn 9, 8-15
Sal 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9
1 Pe 3, 18-22
Mc 1, 12-15
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Noé comparte con Abraham la experiencia de haber conocido a un Dios diferente. El brazo de Abraham fue detenido por el ángel cuando iba a dar muerte a su hijo, convencido de que era la voluntad de Dios. Noé creía en un Dios ofendido dispuesto a arrasar la tierra pero encontró que tras el desastre Dios se comprometía a no provocar ninguna tragedia más. Hallamos aquí, sintetizada en breves narraciones, una evolución en la idea de Dios, que pasa de ser un ser despiadado capaz de exigir las pruebas más crueles a proponerse personalmente como valedor del ser humano. Y además, específicamente en el relato de Noé, ya nunca se le podrá imputar el origen de ninguna calamidad, sino que podrá verse su arco tras cualquiera de ellas, uniendo cielo y tierra. Es su promesa; es el pacto que él firma, sin contraparte, con todos los vivientes.
Nos recuerda el autor de la carta de Pedro que este diluvio se interpretó en la primera comunidad cristiana como un símbolo del bautismo; un resurgir de las aguas con una buena conciencia, con una nueva perspectiva de la vida, con una nueva existencia plenamente renovada a imagen de Jesús que resucitó y sanó todo cuanto anteriormente a él había sucumbido al pecado desde aquellos días de Noé. Jesús, guiado por el Espíritu, liberó el mundo de la tiniebla y aniquiló el poder de la muerte de una vez para siempre. El canto del salmista nos muestra esa oración por una buena conciencia. Estamos metidos de lleno en un proceso continuo. No hay transformación posible si paramos, si nos desentendemos del mundo, si pensamos que podemos encontrar esa óptica divina congelando la realidad. Cristo, se nos recuerda, murió una vez para siempre. Ya no hay motivo para la parálisis. Un nuevo dinamismo se ha puesto en marcha. El Espíritu nos lleva como llevó a Jesús.
Y él no se resistió a nada. Fue el primero en pedir y en aceptar la respuesta divina: se dejó llevar de un lado a otro. Lo mismo al lugar donde esperaban quienes sucumbieron al diluvio, como al desierto en el que encontró la clave del punto de vista del Padre. Fue después de su bautismo, de su propio diluvio, cuando el Espíritu lo llevó al desierto para que terminase allí conociendo la armonía con toda la creación, con las fieras del campo y con los ángeles. Él es el arco de Dios que lo hermana todo. Esa es la perspectiva divina. En la parquedad de Marcos leemos que allí fue también tentado por Satanás, sin más especificaciones. Todo esto ocurrió después de oír a Dios llamarle Hijo amado y antes de comenzar su ministerio independiente. Nadie puede dar aquello que no posee. Jesús había entrado ya en contacto con el criterio divino y desde él pide a todos que cambien, que se conviertan y crean en la Buena Noticia: que ya no es necesario vivir angustiado por el pecado, porque ha sido universalmente derrotado; que podemos conocer el mundo según Dios, más aún, que podemos transformar aquello que no se ajusta a su plan. Cuaresma es un período simbólico en el que se hace evidente la gracia de Dios. No debemos vivir sepultados por el peso de las culpas, sino agradecidos por la contagiosa noticia de que Dios nos ama, de que el bautizo arrasó con toda nuestra negatividad e inauguró un nuevo período que se desvelará definitivamente al final del tiempo pero que ya ha comenzado y se revela imparable.
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