viernes, 15 de abril de 2022

CONOCER A DIOS. Viernes Santo.

 15/04/2022

Conocer a Dios.

Viernes Santo.

Is 52, 13 – 53, 12

Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25

Hb 4, 14-16; 5, 7-9

Jn 18, 1 – 19, 42

Si quieres ver las lecturas, pincha aquí.

Hay que haber muerto uno mismo antes de poder morir por otros. Insistimos en el morir, que no en la muerte. Precisamente este morir es todo lo contrario a la muerte. Es un proceso consciente que cada uno va viviendo; un camino que se recorre. Jesús es capaz de afrontar lúcidamente la muerte porque toda su vida ha ido muriendo poco a poco mientras, progresivamente, ha ido viviendo para los demás y saciándose de conocimiento. El conocimiento bíblico no es una realidad intelectual, sino experiencial; tiene mucho más que ver con el sabor que con el saber. El siervo sufriente del que nos habla Isaías se sació finalmente de conocimiento. También Jesús murió conociendo al Padre, en cuyas manos puso su espíritu, tanto como la experiencia humana que había vivido se lo mostró. Llegar a ver la luz, como dice Isaías, es el final de ese camino que se emprende al percibir tan sólo un resquicio y que, día a día, va despejando un poco de la neblina en la que vivimos inmersos. Conocer a Dios, nos sigue diciendo el profeta, implica ser tenido por leproso, por el maldito sobre el que se colocan los pecados de todos para no tener por qué reconocerlos y poder expiarlos en cabeza ajena conservando la propia dignidad. Pero ni ese Dios que maldice y tritura es el verdadero ni esa dignidad es la real.

En su morir Jesús fue probado en todo como nosotros y por eso, afirma el autor de la carta a los hebreos, nos conoce. En la vida de Jesús Dios experimentó la experiencia humana y comprendió a su creatura. En Jesús Dios y hombre se conocen y unen ya sin separación posible. En su vida, mientras conocía a Dios, a sí mismo y a los demás Jesús presintió la tragedia y fue escuchado en su sufrimiento. Escuchado, sostenido y alentado como el mismo salmista que no deja de confiar pese a que no quede ya esperanza alguna. Este Jesús que muere desnudo en la cruz es imagen de la humanidad que se acoge a Dios pese a que ya nadie más la acoge a ella. Es la humanidad que en los peores momentos y en los contextos más deshumanizadores ni cierra el corazón ni desespera

Jesús condensa esa experiencia fundamental de confianza y expresa plenamente el sentido redentor que tiene. Somos la Jerusalén que le acogió el domingo pasado y la que lo juzga hoy. En él acogemos y juzgamos a todos los desnudos y desnudas ya procedan de más lejos o de más cerca. Y para este juicio tenemos muchos modelos en el evangelio de hoy. Podemos ser cualquier personaje, conocido o anónimo. Ante el morir de Jesús todos los presentes se sitúan de una forma u otra ante el sufrimiento humano. Ante las situaciones de inhumanidad que siguen existiendo hoy podemos culpar a Dios o maldecir a los malos o buscar los rasgos de humanidad que en todas afloran sin renunciar a la esperanza y ponemos manos a la obra. También en nuestra propia vida podemos afrontar un esperanzado morir cotidiano en favor de los demás, en primer lugar, pero también, en segundo, como camino de crecimiento personal y de progreso en el conocimiento de Dios, de la realidad, de los demás y de nosotros mismos. La vida nos va colocando frente a este camino que nosotros aceptamos o rechazamos. Y en nuestra opción va implícito ir construyendo eso nuevo que esperamos o dejarlo todo como está, consintiendo en que la amenaza de ruina se haga real.   


Conocer a Dios. Cristo crucificado. Diego de Velázquez (ca. 1632)


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