sábado, 3 de abril de 2021

DESPIERTA, TÚ QUE DUERMES

03/04/2021

Despierta tú que duermes.

Sábado Santo.

Hb 4, 1-13

Descenso del Señor a los infiernos

Hoy es Sábado Santo y la Iglesia no celebra ninguna liturgia, excepto el rezo de las horas. En el Oficio de Lectura reflexiona a partir de estos dos textos. El primero es un pasaje de la carta a los Hebreos, muy leída estos días, que puede resultar extraño pero que hay que entender como una explicación de cuestiones que para los destinatarios eran importantes y conocidas. Estos destinatarios eran judíos que se habían acercado al cristianismo y creían en Jesús como mesías definitivo. Fueron, en realidad, el primer germen de la Iglesia. Se entienden a sí mismos en contraposición a otros que han escuchado la misma buena noticia que ellos pero no han podido comprenderla al no estar unidos por la fe. La fe, como ya dijimos, es un acto de confianza en Dios y en los demás. Es la unidad de diferentes puntos de vista la que presenta una cara más completa de Dios. Puedes creer en tu propio dios, pero ni eso es fe ni ese es Dios. Dios es siempre más grande que la suma de todas las perspectivas que encontremos. Acoger la experiencia de otros nos ayuda a perfilar la nuestra y a no encerrarnos en nuestra propia idea. Pero hemos de tener la mente y el corazón abiertos. A lo que nosotros llamamos confianza se le da en este pasaje el nombre de descanso. Todo hombre quiere entrar en el descanso del Señor, en la tierra prometida que está abierta para todos y a disposición de quien escuche la Palabra, esa espada de dos filos que deja perfectamente claro los pensamientos y sentimientos del corazón. La Palabra debería ser interpeladora, retadora; si no es un desafío para mi es que ya no soy capaz de distinguir entre mis propios ídolos y el Dios que nos llama a su descanso.

El segundo texto es una antigua homilía de autor desconocido que habla genéricamente del descenso del Señor a los infiernos y que puede leerse en el enlace. Se conoce también con el título de “Despierta, tú que duermes”. Jesús desciende al infierno para buscar a Adán. Al hombre genérico, al ser humano en su totalidad que duerme en el infierno. En realidad, todos allí están dormidos. Jesús ha llegado para despertarles. Soñar es vivir una irrealidad; es alimentar una ilusión; es no percibir el desgarro de la espada de doble filo. Jesús quiere que todos despertemos y que le sigamos en la nueva singladura que tiene en ciernes. También nosotros dormimos en un infierno; en un estado alejado de ese Dios caleidoscópico que no puede contenerse en nuestras imágenes. Y no hablamos sólo de imágenes físicas, sino también de ideas o certezas alimentadas por consideraciones chauvinistas que nos alejan de la realidad universal, creadora y amorosa que hemos llamado Dios.

Todo el día de hoy es una llamada para despertar y salir fuera; para dejar atrás cualquier gruta o armario; para aprender a confiar en los demás y buscar a un Dios universal, ni tuyo ni mío, sino de todos; para comprender que en el espacio ayuno de liturgia puede caber cualquier celebración que sea significativa porque n todo está ya dicho ni inventado; para esperar que lo que surja sea diferente a lo que había; para disponerse a organizar un nuevo espacio sin diferencias ni privilegios de género o estado… Todo invita a salir y dejar atrás lo que nos adormece. Porque la intención de Dios Padre es constituir con nosotros una intimidad personal en el Hijo. Él mismo lo dice: “tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona”. Dios y yo no somos extraños, pero existe un velo ilusorio al que tenemos que renunciar; una tumba de la que hemos de dejarnos rescatar.

 

Despierta, tú que duermes

 

 

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