viernes, 2 de abril de 2021

NO HAY POCIONES. Viernes Santo.

02/04/2021

No hay pociones.

Viernes Santo.

Is 52, 13 – 53, 12

Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25

Heb 4, 14-16; 5, 7-9

Jn 18, 1 – 19, 42

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Siempre impresiona volver al relato de la Pasión. Quedamos, como Isaías, impactados ante la contemplación del inocente ultrajado. El profeta sólo puede expresar su desconcierto pues es incapaz de encontrarle otra lógica que no sea confiar en que todo esto es cumplimiento de la voluntad de Dios. Es un pensamiento muy propio del Antiguo Testamento: Todo ocurre porque él lo quiere y de todo puede él sacar bien. Este siervo anónimo aceptó sufrir por los pecados de todo el pueblo pero el texto afirma también que asombrará a muchos, que se saciará de conocimiento y justificará a aquellos con cuyos crímenes cargó. Por todo ello tendrá su parte entre los grandes.

El autor de la carta a los hebreos utiliza el mismo lenguaje para hablar de la muerte de Jesús, Hijo de Dios, pero lo presenta como el sumo sacerdote capaz de compadecerse de todos nosotros. Aceptó la pretensión del Padre pero por el amor y la identificación con nosotros que surgió en Cristo a partir de su encarnación. Así, la antigua sensibilidad se ha transformado notablemente. Las cosas ya no ocurren por la simple voluntad del Padre, sino que el Hijo acepta realizarlas por amor al ser humano. Pero el amor no está en acceder a morir como si la sangre fuese el componente mágico que realiza el hechizo.  Quien ama aspira a que el amado dé lo mejor de sí y le indica el modo que, piensa, es mejor para lograrlo. Por amor Jesús nos muestra, primero, que Dios no abandona nunca a nadie, mucho menos en los momentos realmente malos. Nos cuesta reconocer su presencia porque descubrimos entonces que no es el Dios milagrero de última hora que nos gustaría sino ese abrazo que, pese a todo, sostiene. Y muestra, en segundo lugar, que en verdad es posible resistirse al mal. Jesús enseña como quien no hace nada; tal como los padres hacemos sin darnos cuenta. Lo que los hijos aprenden es lo que nos ven ser. Del mismo modo Jesús enseña, sin proponérselo, aquello que él es: recepción consciente de un amor que le llama a la existencia para ser donación a todos y a todo.

Toda la pasión puede ser leída a la luz de esa victoria sobre el mal. Pero no es una victoria triunfante. El éxito verdadero está en no colocarse del lado de los culpables. Eso implica estar en el de los perdedores. Esta cosa tan sencilla ha venido a llamarse en nuestros días “solidaridad”: hacerse una sólida realidad con los otros de forma que sus circunstancias y las nuestras cambien. Es compartir un mismo destino que no será ya el de los olvidados ni el de los indolentes por separado. Jesús puso su vida en sintonía con los últimos y no declinó la suerte que ellos corren sino que la aceptó como propia aunque, muy comprensiblemente, pidiese al Padre que sus temores no se hicieran realidad. La sangre no es ninguna poción mágica, decíamos antes, pero sí es el clamor que Dios escucha ascender desde la tierra. En respuesta,  suscita enviados dispuestos a acogerse a él y hacerse cargo de la lucha por el ser humano, que lo acompañen y sostengan y acepten, como Jesús, correr su misma suerte. Pero tampoco aquí se dará ninguna salvación milagrera. Todo terminará con un amén confiado al que seguirá un silencio expectante. 

 

No hay pociones

 

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