sábado, 10 de abril de 2021

LA PAZ Y EL ESPÍRITU. Domingo II Pascua

11/04/2021

La Paz y el Espíritu.

Domingo II Pascua.

Hch 4, 32-35

Sal 117, 2-4. 16ab-18. 22-24

1 Jn 5, 1-6

Jn 20, 19-31

Si quieres ver las lecturas pincha aquí. 

Al pobre Tomás le hemos colgado el sambenito de incrédulo cuando al resto de discípulos Jesús les había mostrado ya las manos y el costado. Ellos creyeron al ver y le exigieron a Tomás que lo hiciera sin prueba alguna. Todos ellos fueron testigos de la resurrección, pero la resurrección no es un hecho tangible. Tampoco es una experiencia íntima incomunicable. El convencimiento de que la piedra desechada es ahora piedra angular tiene repercusiones en la vida de todo discípulo. Así lo deja claro el autor de la primera carta de Juan. Creer que Jesús es el Hijo de Dios nos lleva a vencer al mundo. Esa victoria es el testimonio de la resurrección. La fe no es una zona reservada, sino que se extiende a toda la creación. Toda ella está llamada también a la resurrección, a la victoria sobre la decadencia y la muerte. El mundo, en su acepción más negativa, no se impone sobre los hijos de Dios.

¿Cómo podremos autentificar esa victoria sobre lo mundano? Observando si en nuestra vida se cumple la predicción que Lucas expone en los Hechos. Es ya sabido que éste y los otros dos sumarios, resúmenes de la vida de la comunidad primera, que Lucas presenta no son reflejo de la realidad histórica, mucho más convulsa según otros pasajes de la misma obra. Ofrecen, por el contrario, la meta a la que aspiraban aquellos hombres; eran más destino que punto de partida. Este mundo tiene su propia lógica y se mueve según mecanismos muy concretos que poco o nada tienen que ver con abolir la propiedad y remediar la necesidad mediante el reparto del producto de la venta de lo creemos nuestro. Sólo dos rasgos se señalan en el texto de hoy: terminar con la desigualdad y predicar la resurrección. La nueva realidad social es reflejo del triunfo sobre la muerte. Y coincide con la carta de Juan: Quien cree en Jesús resucitado no puede dejar morir a los hijos de Dios.

Jesús resucitado nos envía al mundo tal como él mismo era enviado del Padre y para eso nos da la Paz y exhala sobre nosotros el Espíritu. Nada de lo dicho es posible sin el Espíritu. Él nos hace morar en la Paz verdadera. Y la donación es total y real, pues las relaciones que sanemos aquí estarán definitivamente sanadas; las que no, tendrán que esperar otra ocasión. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de construir un mundo verdaderamente nuevo, ajeno a la degradación que lo aparta del amor originario de Dios. Es necesaria mucha confianza en uno mismo, en los demás y en Dios para dejarse guiar por el Espíritu de forma que ese mundo inédito vaya siendo cada vez más real y se acerque a la Paz que originalmente reside en nosotros. Desear la Paz no es un simple saludo protocolario; es asegurarle al otro que seguirás la guía del Espíritu para que entre tú y él se dé ese nuevo ecosistema. Es un deseo sincero o no será nada. "Shalom aleijem", saludan los judíos; "As salam u alaikum", los musulmanes y "Paz y bien" era el saludo de Francisco de Asís. Nos tenemos en nuestras manos. Y, mientras tanto, Jesús llama bienaventurados a quienes, sin ver todavía la plenitud comunitaria, creen ya que ese es el camino verdadero y transitan por él allanando con los otros cualquier obstáculo que impida confiar a los unos en los otros más allá de cualquier apego mundano: posición, género, raza, nacionalidad, religión… todo eso ya fue superado por Jesús, que venció a la muerte al romper la cadena de violencia y resurgió para ser el cimiento definitivo.   

 

La Paz y el Espíritu

 

 

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