sábado, 9 de julio de 2022

EL PRÓXIMO. Domingo XV Ordinario

 10/07/2022

El próximo.

Domingo XV T. O.

Dt 30, 10-14

Sal 68, 14. 17. 30-31. 33-34. 36ab. 37

Col 1, 15-20

Lc 10, 25-37

Si quieres ver las lecturas, pincha aquí.

En su testamento, Moisés insiste a Israel sobre la conveniencia de observar la ley de Dios. Pero lo decisivo no parece ser tanto la observancia en sí como el retorno al Señor. La Ley es, en realidad, sencilla. Está cerca del corazón y la boca del pueblo. Dios no quiere ponérselo difícil. Quiere que escuchen con atención y que vayan siendo eso que ya son. La Ley, por extraño o complicado que esto nos parezca hoy, tiene una finalidad humanizadora. Ofrece a aquellos que cruzan el desierto la seguridad de que Dios les va a escuchar y va a estar de su parte. Una vez asentado en Canaán, el pueblo de Israel siguió relacionándose con Dios mediante esa Ley y otras instituciones. Ya no anhelaba tanto seguridad como concreciones sobre la ética que debían seguir. Poseían la tierra y cierta identidad política y social. En su proceso humanizador necesitaban ahora entenderse unos y otros. Por eso resumían toda aquella compleja Ley en amar a Dios y al prójimo y vivían con la actitud confiada del salmista. Jesús pone su granito de arena en este proceso aclarando quién es el prójimo.

Y resulta que el prójimo es, simplemente, el que está cerca, próximo a nosotros. Nada hay en este mundo más importante que echar una mano a quien a nuestro lado lo necesite. En esta actitud resulta ser un maestro el buen samaritano de la parábola. Ya sabemos que los samaritanos eran odiados por los judíos, los habitantes de Judea,  por considerarlos de sangre impura, producto de mezclas y cruces con todos los que pasaban por allí, como los galileos. Pero estos samaritanos eran también muy independientes en cuestiones religiosas: tenían su propio templo en Garizim y no respetaban la autoridad de los sacerdotes de Jerusalén. Dos formas de entender a Dios, al mismo Dios, dos formas enfrentadas de vivir, pese a la historia y la cultura que los unía. Y lo central, dice Jesús, no es cómo alabar a Dios, que en eso cada uno puede hacer lo que mejor vea, por lo menos hasta que Juan describa el encuentro de Jesús con la samaritana. Lo decisivo, decimos, es cómo tratar al prójimo y ser capaz de detectar las realidades que nos alejan de ese trato que debemos darle y que sacralizamos, convirtiéndolas  así en la coartada perfecta para excusar nuestra implicación.

Para nosotros, esta aportación de Jesús es fundamental, pues creemos que él es el Ungido por el Señor para reconciliar toda la creación. Él, que está por encima de todo lo demás, inaugura un tiempo nuevo precisamente implicándose en ayudar a quienes les fueron prójimos. La cuestión es que estos prójimos fueron, mayoritariamente, elegidos por él. Porque fue él quien eligió dirigirse a las ovejas perdidas. Como en el caso de Jesús, nuestros próximos definen nuestra opción vital. Si, por lo que fuere, alguna vez dudásemos, y dudar es muy sano, nos bastará con mirar a nuestro alrededor para saber, precisamente, dónde estamos; desde dónde estamos viviendo. Jesús vivió desde esa posición incómoda que le puso siempre en el punto de mira, pero desde la que pudo estar a disposición de todos, de quienes vivían allí, en los márgenes, y de quienes se atreviesen a llegarse hasta allí. Esta es, también, nuestra oferta al mundo: podemos pensar lo que queramos y creer en lo que nos hayan transmitido, pero, si queremos devolver la paz al mundo, hemos de amar con la concreción de quien amorosamente sirve al vecino o a quien llama a la puerta.


El próximo


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