sábado, 10 de diciembre de 2022

ALEGRAOS. Domingo III Adviento

 11/12/2022

Alegraos.

Domingo III Adviento.

Is 35, 1-6a. 10

Sal 145, 7-10

Snt 5, 7-10

Mt 11, 2-11

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Juan Bautista es más grande que cualquier otra figura anterior, pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Él es quien señala que ya ha llegado el esperado. Es tan grande como todos los profetas anteriores que supieron, cuando Dios se lo pedía, decir que no a las actitudes que alejaban al pueblo de la Alianza y que él o sus dirigentes exhibían sin ningún comedimiento. Pero es más grande que ellos porque reconoce a quien venía a dar cumplimiento a las promesas, a pesar de que, a primera vista no se pareciese en nada a sus expectativas. Por otra parte, el reino de los cielos no es una abstracción etérea; es el modo que tiene Mateo de llamar lo que otros llaman reino de Dios. Es un lugar celestial no por su ubicación sino porque hace real y tangible aquí mismo un nuevo modo de relacionarse entre los seres humanos: el modo en el que Dios quiere que estos se relacionen. Los cristianos de la primerísima hora entendieron que cualquiera que tomase la opción sincera y decidida de vivir como Jesús estaba ya haciendo realidad una pequeña porción de ese reino celestial. Por muy pequeña que fuese esa porción siempre sería un paso más allá de esa antigua perspectiva que el Bautista nunca abandonó. Nadie le niega su grandeza, ni a él ni a la tradición en la que emerge que es, a la sazón, la misma en la que emerge Jesús. Pero el paso que da Jesús ni lo dio Juan ni lo dieron muchos otros en su época.

De hecho, Juan temió haberse equivocado con Jesús; por eso pregunta desde su prisión si realmente es él el esperado. Nada, o muy poco, parece haber en él que le confirme su intuición inicial. Jesús le ofrece los frutos de su acción. El futuro prometido por Isaías y tantos otros, como el salmista, se va haciendo, lentamente, realidad. Lo decisivo ya no parece ser la fidelidad a la Ley, sino que la conversión se orienta a procurar el bien de los últimos: cojos, ciegos, leprosos, muertos… la clave, pues, estaba en vivir el futuro en el presente y no en esperar a que la perfección del pueblo permitiese la instalación del Santo de los Santos entre ellos. Dios emerge desde el corazón de quien lo acoge como la explosión de amor que se desborda desde las más profundas entrañas de quien, desposeído y vaciado, lo libera en medio de la calle para que alcance a todos. Todavía hoy seguimos secuestrando a Dios en nuestras ideas y en nuestros templos, en nuestras esperanzas y en la vida que vamos acomodando a ellas. Dios, sin embargo, es incontenible: acaba con nuestra ceguera, con nuestra cojera, nos abre a la vida definitiva… esa en la que nosotros mismos liberamos a tantos otros.

Santiago pone a los profetas como modelos de paciencia porque ellos supieron escuchar la voz de Dios y ponerla a disposición del pueblo desoyendo cualquier acomodación, denunciando cualquier corrupción. Fue también el caso de Juan, para quien era urgente un cambio de vida de todo el pueblo, pues todos eran pecadores. Y fue también el de Jesús, pero para él ese cambio pasaba por colocar a todos esos pecadores en disposición de escuchar y descubrir a Dios en sí mismos pese a sus propias limitaciones. No hay que hacerse perfecto para que Dios habite en nosotros, sino que es la conciencia de esa habitación la que nos va perfeccionando en el encuentro con los demás… también habitados. No puede haber mayor motivo de alegría.


Alegraos


1 comentario:

  1. Gracias por la reflexión, como siempre muy enriquecedora para nuestra vida espiritual, y si el hecho de sabernos habitados por Dios que es Misericordia Infinita es causa de Alegría, cuando yo caí en la cuenta, me cambio la vida, la forma de ver y entender muchas cosas. Bendiciones desde Guatemala.

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