sábado, 24 de diciembre de 2022

NAVIDAD

 25/12/2022

Navidad

Is 52, 7-10

Sal 97, 1-6

Hb 1, 1-6

Jn 1, 1-18

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Pues ya está aquí. En estas pocas palabras se resume la esperanza de todo un pueblo. Ya ha llegado el esperado. Pero no es solo una esperanza pasada; es también actual. Muchos esperan todavía que llegue y quienes creemos que ya vino esperamos su regreso definitivo. Nuestra esperanza se alimenta de una fuerte experiencia de ausencia y, sin embargo, las lecturas de hoy nos hablan de plenitud; de cumplimento. Es imposible que Dios cumpla a medias, por lo tanto, si ya vino, no hay razón para pensar en que después marchó. Está aquí y el problema tendrá más que ver con nuestra incapacidad de percibirlo que con su ausencia real. De una vez por todas el Señor, recordando su santa alianza, ha dado a conocer su salvación; ha mostrado su diestra y su brazo y ha revelado su justicia; no ya solo a favor de la casa de Israel sino en atención a todo el universo que el Hijo sostiene con su palabra.

El Hijo es la Palabra de Dios concretada en la realidad física de este mundo. La Palabra es la acción de Dios. Dios actúa diciendo, llamando. Tal como Dios es, el mundo es. La naturaleza de Dios es darse, crear, engendrar constantemente; la del mundo es fructificar, dar a luz miles de formas de vida que son manifestación de ese Dios que es puro bullir y desbordarse. La Palabra se hace también carne, que no es simple materialidad, sino realidad sentiente y consciente… Y ya no abandona. Dios crea y vive su creación. Se hace creatura. Se hace ser humano para vivir la vida en plenitud. Ambas cosas, la creación y la decisión de vivirla son eternas, se dan simultáneamente, aunque en el orden histórico tengan una manifestación procesual y se concreten en momentos distintos.

Dios se hizo ser humano en Jesús pero este hecho fue fruto de la iniciativa de Dios y de la acogida de Jesús. Ni Dios bajó para dotar a Jesús de super poderes, ni Jesús trepó hasta alcanzar en exclusiva la divinidad. Toda la realidad está preñada de Dios. En todos los corazones puede nacer Dios. El niño que nace hoy lleva a Dios más dentro de sí mismo que lo más hondo de sí; Dios es más cercano a él que su propia yugular. Y él irá, con el paso del tiempo, descubriéndolo y dejándole obrar en su propio interior de tal modo que los frutos de ese interior afloren al exterior. A todos los que, como él, producen este fruto se les conoce como hijos de Dios, independientemente de su linaje o de su sangre, pues todos han nacido de Dios; todos han permitido a Dios nacer y crecer en su interior, pese a que no siempre los suyos los hayan aceptado e incluso, muchas veces, hayan sufrido su rechazo.

Navidad no es la conmemoración del nacimiento de un niño especial. Es la permanente posibilidad de permitir que Dios crezca en ti de forma que a través tuyo pueda amar y acoger a todos. Así lo hizo aquel niño. La Palabra se hizo carne para acoger a todos en carne y hueso. Conforme avanzamos en la vida aumentan las distancias y las ausencias pero ambas cosas son el ensanchamiento del portal en el que Dios nace para poder acoger a todos en nosotros. Llegada esta fecha es normal hablar de los mejores sentimientos: felicidad, paz, alegría o amor. Todos ellos son la concreción del reinado de Dios que dio inicio con Jesús pero que estamos llamados a expandir “en igualdad de condiciones”, no por simple imitación, sino realizando lo mismo que él: dejando a Dios nacer en nosotros y permitiéndole crecer para ofrecerlo a todos; para construir una única familia en la que todos podamos acogernos y reunirnos.


Navidad

Feliz Navidad.

Dejar nacer, hacerse niños, desaprender la adultez interesada, 

crecer en humanidad: en tierra que se moldea por el contacto de Dios en los otros. 


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