viernes, 5 de abril de 2024

NO MI SALVACIÓN; LA DE TODOS. Domingo II Pascua - Divina Misericordia

07/04/2024

No mi salvación; la de todos.

Domingo II Pascua – Divina Misericordia.

Hch 4,32-35

Sal 117, 2-4. 16ab-18. 22-24

1 Jn 5, 1-6

Jn 20, 19-31

Si quieres ver las lecturas pincha aquí 

Lucas nos revela en qué consistía el testimonio de la primerísima comunidad acerca de la resurrección de Jesús: “ninguno pasaba necesidad entre ellos”. Del mismo modo, en otro lugar, dice la Escritura: “mirad como se aman”. Esto no quiere decir que no predicasen y diesen testimonio. Así lo afirma el Nuevo Testamento en muchos lugares, pero lo central es esta puesta en práctica de un nuevo orden que alcanza para todos. Cierto es que en breve se estropearán las cosas, como lo manifiestan también otras páginas neotestamentarias y cierto es también que hay, entre los exégetas, quienes apuntan que esta visión es demasiado idílica. No obstante, creo, siempre nos valdrá como destino, pues a eso debe tender la comunidad; también como camino, pues no hay otra forma de lograrlo que empezar a hacerlo y, finalmente, como reto pues no puede circunscribirse a la comunidad sino que debe alcanzar a la humanidad entera. El desafío está en comenzar y la motivación en la resurrección de la que, como el salmista, somos testigos: por la misericordia del Señor la piedra rechazada es ahora la piedra fundamental. Y la salvación que esperamos pasa poner en práctica ese nuevo modo de ser y estar en el mundo.

El autor de la primera carta de Juan nos dirá que esa nueva relación, que es el amor a los demás, es el fundamento de toda ley. Amamos a los hijos de Dios si les tratamos según los mandamientos de Dios. Son la constatación de la asunción del anhelo que movió siempre a Jesús. La comunidad afirma que Jesús es el Cristo. Creerlo y obrar en consecuencia es comenzar a vencer al mundo y esto aunque no seas judío. Es la primera expansión.

Aunque la crítica literaria lo pone en duda, la tradición atribuye la autoría de esta carta al mismo Juan que escribiera el cuarto evangelio. Lo sea o no, el pasaje evangélico de hoy nos habla de esa aparición a los discípulos en la que Jesús les hace agentes de paz. No estaba con ellos Tomás y cuando sus compañeros le contaron lo ocurrido, no daba crédito. Juan, ambos o el único, digámoslo así, nos da testimonio de la dificultad de algunos discípulos en creer. Parece ser que no veían posible que Dios, el ser omnipotente que muchos imaginaban y que muchos siguen imaginando aún hoy, sufriese y muriese. Por eso la carta habla de la sangre. Tomás, como otros hermanos, veían a Jesús como un ser divino; su muerte era imposible. Como no lo creían un farsante, opinaban que solo fue humano en apariencia, que su muerte fue una ilusión. Juan y la comunidad insisten en lo contrario. Solo al ver a Jesús vivo de nuevo, pero con las señales de la pasión Tomás comprende que todo fue real y que Dios, pese a tanta grandeza como se le quiera atribuir, puede morir. Palpar las heridas de Jesús es palpar el sufrimiento de Dios y las heridas de la humanidad sufriente. Dios no es ajeno a ellas. Todo aquel que reconoce la presencia de Dios en el sufrimiento del ser humano ha dado un paso más; ha llegado a la segunda expansión. Ha comprendido que cumplir la ley tiene que ser bueno para los demás, no para la salvación de la propia alma. Los testigos de este modo nuevo de ver el mundo y de relacionarse con Dios y con los demás supieron poner las palabras adecuadas para expresar esta realidad de forma que no fuese solo un sueño: “Un día, los hijos e hijas de Dios exultarán de alegría al contemplar unidos el rostro de Dios”.

 

No mi salvación; la de todos.

 Para Javi, que supo poner carne, letra y música a tantos sueños y retazos de vida.

 

 


 


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