sábado, 13 de abril de 2024

TESTIGOS. Domingo III Pascua

14/04/2024

Testigos.

Domingo III Pascua.

Hch 3, 13-15. 17-19

Sal 4, 2. 4. 7. 9

1 Jn 2, 1-5a

Lc 24, 35-48

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Los discípulos no creían en la resurrección. En su tradición cultural, ésta era una fe muy reciente. Apenas 200 años antes se había empezado a hablar en serio de esta realidad pero no era una expectativa común en Judea. Quienes creían en ella la asociaban frecuentemente a la perspectiva griega que hablaba de su supervivencia del alma, pero olvidaba el cuerpo. Cuando los evangelios cuentan episodios de resurrecciones se refieren a revivificaciones. Lázaro volvió a la vida, pero moriría definitivamente más tarde. La mayoría de los judíos de la época mantenían la creencia en el Sheol, un lugar impreciso por el que los difuntos erraban o hablaban del seno de Abraham como de un espacio impreciso donde reunirse con sus antepasados. No estaba claro. Ver apariciones de algún fallecido era motivo de espanto. También lo es hoy si las despojamos de cualquier esperanza religiosa. En eso se basan tantas películas de terror. Es, pues, normal que aquellos hombres sencillos reaccionaran con miedo ante la presencia de Jesús entre ellos.

Jesús se muestra ante ellos vivo. Ni errante ni espectral. Es el mismo Jesús que ha compartido vida con ellos y al que ellos vieron morir. Así lo atestiguan sus heridas. Come con ellos como comen los vivos y, para postre, les hace comprender las Escrituras. El contacto directo con la realidad tiene este efecto. Se ven las cosas como son. Jesús les pide que sean testigos y lo son ante todo el pueblo. El temor ha desaparecido y Lucas nos cuenta como Pedro habla libremente para todos, sin ahorrar reproches pero reconociendo la ignorancia que les llevó a obrar así. Jesús ha puesto ya fin a la ignorancia pero es necesaria nuestra buena disposición. Llega el momento, dice Pedro, de convertirse; de volver los ojos hacia Dios y poner en él su esperanza tal como lo expresa el salmista. El autor de la primera carta de Juan sabe que no es sencillo y presenta a Jesús como abogado, intercesor, e insiste en la forma práctica de comprobar la veracidad de esa transformación: guardar la palabra y cumplir lo que él nos dijo; caminar como Jesús caminó, dice el versículo 6 que la liturgia hoy nos ahorra.

Así pues, tenemos que en este mundo nuestro Jesús se nos presenta como aquel que ha superado cualquier forma de mal; ha vencido a la muerte y nos revela que la vida es mucho más de lo que conocemos. Él vive verdaderamente sin dejar de ser quien sus amigos conocieron. Caminar con él y como él es situarse en la misma perspectiva que él tuvo en vida; en la perspectiva de Dios. El mundo debería construirse desde este punto de vista. Unos llegaron antes a este descubrimiento y fueron testigos de aquello que habían visto. Nos piden a nosotros que lo seamos también. Que testimoniemos aquello que descubrimos y que anima nuestra propia vida, porque todos están buscándole un sentido a esta realidad que puede ser tan desconcertante y peligrosa. Es en medio del caos donde Jesús se presenta como viviente; como el que está vivo. Esta revelación que anima nuestras vidas no es un privilegio privado, sino que está destinada a extenderse por todas partes y alcanzar a todos los seres humanos sin dejar fuera a nadie. La forma práctica puede ser muy variada pero lo fundamental es que todos se sientan aceptados, respetados, valorados y motivados: amados. No es la perfección lo que se requiere sino lo que se busca y en camino a ella estamos todos.

 

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