sábado, 11 de mayo de 2024

PRESENCIAS. Ascensión de Jesús.

12/05/2024

Presencias.

Ascensión de Jesús.

Hch 1, 1-11

Sal 46, 2-3. 6-9

Ef 1, 17-23

Mc 16, 15-20

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A veces afirmamos que los apóstoles y discípulos de Jesús no entendieron casi nada de lo que él les decía hasta la Resurrección; así, en forma genérica. Sin embargo, hoy podemos ver que ni siquiera fue así. Nos cuenta Lucas que durante 40 días Jesús les ha hablado del Reino de Dios y ellos, en cambio, le preguntan por el reino de Israel. Que resucitó lo tienen claro; ha comido y bebido con ellos y les ha hablado, pero eso de lo que ha hablado no termina de entrarles. Así es; así somos. Pese a presenciar el milagro más grande o a pesar de creer en él tanto ellos como nosotros seguimos pensando en que Dios debe fabricarnos un mundo a nuestra medida. A fin de cuentas, tenemos razón ¿no?

Nos falta la ayuda del Espíritu, dice Jesús. Llegará pronto pero, mientras tanto, “permaneced en Jerusalén”. Jerusalén es lo conocido, es la realidad que ha alimentado la sed de Dios durante generaciones, pero es también el testimonio de que “el reino de Israel” se ha quedado pequeño; no es lo definitivo. Cuando llegue el espíritu de sabiduría, aclara el autor de Filipenses, todo será distinto. Gracias a él podremos comprender lo hondo de nuestra vocación, que es también comprendernos a nosotros mismos y ponernos en situación; es reconocernos llamados a mucho más. Marcos nos ve ya en esa tesitura y nos envía decididamente al mundo explicando signos portentosos que nos acompañarán. Los signos que Jesús realizó eran, sobre todo, actualizaciones del Reino de Dios; su inauguración entre nosotros, eso es lo decisivo y lo que Dios mismo anhela. Pero funcionaron también como pruebas para los indecisos. Lo mismo viene a decirnos Marcos ahora. Según Lucas el Espíritu es quien desciende para guiarnos en nuestra misión, según Marcos el Señor coopera con nosotros desde el cielo en el que Dios lo ha coronado por encima de todo lo conocido, según el testimonio entregado a los filipenses, apropiándose así de la celebración del salmista. Seguramente ambos tendrán razón desde diferentes puntos de vista. Encarnación, Resurrección, Ascensión y Pentecostés son parte del mismo dinamismo divino que nosotros captamos de forma separada pero entrelazada. Comenzamos ahora un breve periodo en el que Jesús no está, pero tampoco ha llegado aún el Espíritu. A la explosión definitiva de la Pascua en Pentecostés le precede el recogimiento en lo conocido hasta que la presencia se haga plenamente manifiesta. Estamos ya seguros de que lo que hay es insuficiente, pero nos falta captar el empuje definitivo de la fuerza de la Ruah, que está siempre llegando y sopla donde quiere. Creemos que Jesús, uno de los nuestros, confirmará cuanto hagamos pero es posible que nos falte confianza pues no vemos signos por ninguna parte y tendremos que preguntarnos: ¿Cuántas serpientes he cogido? ¿Cuántas lenguas he aprendido? ¿Me pongo en situación de curar o exorcizar? Eso conocido no es refugio; es testimonio de lo que otros hicieron y de cómo lo hicieron, pero el mundo sigue a la espera de que confiados en el Señor e impulsados por el Espíritu que está llegando creemos realidades nuevas. No hay que esconderse, sino aprender para poder salir y que el mundo sienta su presencia en nuestra novedad. No tenemos un regalo exclusivo sino que se nos ha entregado una responsabilidad colectiva: ser para otros la presencia que nosotros mismos esperamos. 

 

Presencias        









 

sábado, 4 de mayo de 2024

CÓMO SER PAN. Domingo VI de Pascua.

05/05/2024

Cómo ser pan.

Domingo VI Pascua.

Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48

Sal 97, 1-4

1 Jn 4, 7-10

Jn 15, 9-17

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Llegamos en este tiempo de Pascua a lo fundamental: Dios es amor. ¿Qué más podremos decir? Todo es consecuencia de esta realidad. Con esta afirmación deberíamos tener bastante. No es que Dios nos ame incluso por encima de nuestro rechazo, ni que perdone cualquier barbaridad que hagamos por ese amor que nos tiene. Es que Dios es amor. Su ser es amar. Y amar es darse a los demás buscando su felicidad. Aunque Pedro aún piensa que es preciso practicar la justicia y temerle, admite que Dios se da sin hacer acepción de personas. El espíritu es Dios amando que desciende sobre todos, sin distingos. El salmista celebra esta realidad: desde la casa de Israel al mundo entero.

La carta de Juan pone en claro este proceso. Dios ama primero y se nos da en su Hijo. No somos nosotros quienes nos ganamos su atención sino él quien derrama su ser sobre nosotros. Del mismo modo, Jesús dice a sus discípulos que ha sido él quien los ha elegido. Y les hace un único encargo: que se amen unos a otros como él los ha amado. El amor es dar la vida por los demás. Y la vida, según Jesús, se da en los actos concretos como el lavatorio de los pies que recordamos solemnemente el Jueves Santo y que Jesús ha realizado ya antes de encomendar a los suyos este amor mutuo. Primero se lo ha mostrado y después se lo ha  confiado con la misma severidad con la que se entrega un mandamiento. También Dios, por medio de Moisés, libero primero a su pueblo y después les entregó el decálogo y, en no pocas ocasiones, tuvo que recordar a aquellas gentes de dura cerviz sus acciones en favor suyo. Es pedagogía divina: mostrar antes de hablar, salvar antes de exigir obrar, amar antes de hablar del amor. El único mandamiento que Jesús nos deja nos coloca a la altura de sus amigos. Nos hace uno de ellos revelándonos como acabar con el mal; como extinguir el pecado.

Aún podemos decir que si Dios se entrega gratuitamente a todos sin importar su gentilidad tendremos que decir que no solo se nos da a nosotros. Se da universalmente y dado que la naturaleza divina nos es inabarcable, también encontraremos inaprensible toda la variedad de sus manifestaciones. Dios es amor, donde se dé el amor está Dios. Poco importarán otras cuestiones culturales, sociales o religiosas. Tendremos que admitir que más allá de cada una de las plasmaciones concretas que vemos en las diferentes tradiciones religiosas Dios está presente en ellas animando a las personas a ser pan para los demás. El Padre anima mediante el Espíritu a ser pan como el Hijo hizo y dijo en y con  Jesús. Así, el Dios único se hace prójimo a todos y se manifiesta en la multiplicidad de tradiciones que buscan alimentar el bien del ser humano. En su forma más acabada este bien se cifra en alcanzar la perfección; esto es, en ser como Dios que se da de forma natural. La naturaleza del ser humano no es preservarse a sí mismo por encima de los demás, sino darse humanamente a los próximos para construir una realidad colectiva, pues surgimos en comunidad. Ese impulso constructivo se da en todas las coordenadas. Ante la pregunta universal por el sinsentido pueden surgir distintas respuestas, pero la que viene de Dios tiene que ver con ese volverse hacia los demás que no les deja caer en el abandono. Allí donde se da, mujeres y hombres se hacen pan para los demás y Dios se hace presente. 

 

Cómo ser pan


 


 

sábado, 27 de abril de 2024

TODOS JUNTOS. Domingo V Pascua

28/04/2024

Todos juntos.

Domingo V Pascua.

Hch 9, 26-31

Sal 21, 26b-28. 30-32

1 Jn 3, 18-24

Jn 15, 1-8

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Según el testimonio de Lucas la Iglesia se iba construyendo poco a poco, progresando en la fidelidad del Señor y animada por el Espíritu. Seguramente será otra imagen idílica pues en pocas líneas la controversia y el conflicto han precedido a esta afirmación. Los exégetas dudan de que este viaje a Jerusalén fuese real y lo ven como una legitimación de Pablo que ha pasado a ser considerado apóstol pues, aunque aquí no lo diga, ha visto al Señor y predica su Palabra. Que la Iglesia se expandió es evidente, pero no fue un camino sencillo. El ánimo del Espíritu no se recibió en un ambiente sosegado, sino que fue precisamente ese impulso el que, pese a todo lo demás, posibilitó el crecimiento de la asamblea. Pablo es inicialmente rechazado y solo la apuesta personal de Bartolomé parece vencer las resistencias; discute con judíos griegos y, finalmente, tiene que huir.  El salmista, por su parte, expresa la confianza de cada creyente y resalta los frutos de ese amor: los hambrientos se sacian y los que lo buscan vivirán por siempre. Y así en todo el orbe y por todas las generaciones.

De dificultades habla también Juan en su carta. El seno de la comunidad está agitado y las posturas se polarizan. En esta situación la única solución que se percibe es el amor verdadero, el que se ve en las obras. Solo este amor nos garantiza permanecer en la verdad; solo quien así ama puede percibirla. Y esto por encima de los escrúpulos de conciencia. Tú ama, viene a decirnos Juan, Dios conoce hasta tu intimidad más oculta, incluso aquello que ni tú conoces. La tuya y la de todos. Ama y no te preocupes de más. Imitar a Jesús, cumplir sus mandamientos, que nos amemos. No hay más. En este nuevo ecosistema todo cuanto pidamos nos será concedido, porque, desde la autenticidad, pediremos lo mismo que pedía Jesús: que todos seamos uno.

Así permaneceremos en Dios y él permanecerá en nosotros por el Espíritu que nos anima. Jesús permanece en el padre y nosotros, permaneciendo en Jesús, nos unimos al Padre, que es el objetivo final de todo porque en esa unidad esencial estamos todos implicados. Es la imagen de la vid y los sarmientos. El fruto que damos es la gloria de Dios y es la revelación definitiva. Es obra nuestra en colaboración con él y nada tiene que ver con glorificaciones rituales. Está, por el contrario, asentada en la vida, en el seno de la comunidad, el amor entre los hermanos es la gloria de Dios; es la realización de su plan inicial. Es el amor que vence dificultades y alcanza incluso a los que están fuera. No hay frontera que pueda parcelarlo, por eso pierde sentido cualquier división. Es la vida que surge cuando nos dejamos fecundar por el Espíritu que sopla donde quiere. Esto es lo que se nos concede: permanecer unidos en el amor que es Dios. Ser todos juntos. Ser uno como Jesús y el Padre unidos en el Espíritu. El Espíritu no es un ente abstracto que nos adhiere. Es la realidad de la relación que se da entre el Padre y el Hijo y entre Jesús y nosotros y nosotros y Dios; es el aliento de Dios que reposa en la comunidad y la lleva hacia la profundidad de cada uno. Es el vínculo que existe entre propios y ajenos. Es el cuidado por los pequeños y los olvidados. La renuncia a esta invitación solo puede aportar sequedad; pero no es una condena, es una elección personal. La invitación es universal, aceptarla depende de cada uno.

 

Todos juntos


 


 

sábado, 20 de abril de 2024

COMO UNA LUZ. Domingo IV Pascua

21/04/2024

Como una luz.

Domingo IV Pascua.

Hch 4, 8-12

Sal 117, 1. 8-9. 21-23. 26. 28-29

1 Jn 3, 1-2

Jn 10, 11-18

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Pedro insiste en el nombre de Jesús Nazareno. Como es sabido, el nombre indicaba a la totalidad de la persona. Es Jesús quien, a través de sus discípulos sigue obrando prodiios a través de sus discípulos. Él es el fundamento de todo; es la piedra que fue desechada, pero que se ha convertido en fundamental. Lo reconocen como único capaz de salvar; de aportar sentido a la vida del ser humano. El salmista atribuye al señor el mismo reconocimiento y la confianza de quien vive apoyado en él. Los cristianos identificaron a Jesús con esta piedra y usaron el salmo para sostener su argumentación e ilustrar la fe que les animaba. Parte importante de esa fe era su comprensión como hijos de Dios. Y nos da dos claves fundamentales. La primera de ellas es que esta realidad es desconocida para el mundo que se mueve en otras coordenadas. A las pequeñas piedras vidas que todos somos, nos ocurrirá lo mismo que a la fundamental. Seremos rechazados. La segunda clave es que somos hijos de Dios, pero aún no se ha revelado lo que seremos. Somos una realidad en evolución. No hemos llegado al final, sino que estamos siempre en proceso. Tenemos la tentación de pensarnos ya en el culmen de nuestro ser y, sin embargo, no hemos alcanzado aún nuestra plenitud.

Juan nos trae noticia de la parábola del Buen Pastor. Jesús vivió su vida en conflicto porque se enfrentó con la comprensión de Dios que tenían sus contemporáneos. Esta parábola, tantas veces dulcificada,  es ejemplo de ello. Jesús se presenta como el guía que conoce al pueblo y, a diferencia de otros, se preocupa verdaderamente por él. Está decidido a obtener su bien y sabe que, para eso, debe sacarlo del redil; de la angosta comprensión de Dios, de la religión y de la vida, que las autoridades de su tiempo imponían a la gente sencilla como pretexto para mantenerse ellos en la cumbre. Él conoce a los suyos y los suyos lo conocen a él tal como el Padre y él se conocen. Existe entre todos la misma relación; el mismo amor. Jesús se ofrece como puerta por la que abandonar dicha angostura para alcanzar la vida plena. Jesús es quien reúne a todos aquellos que han decidido abandonar el sistema que los mantiene acogotados. Esta es la vocación que ha recibido del Padre y la cumplirá hasta el extremo de dar la vida. Dar la vida es una acción. Quiero decir que no es una aceptación pasiva de los acontecimientos sino que Jesús se ha mostrado pro-existente: ha vivido para los demás y ha aceptado el desafío de colocarse al lado de las víctimas y de los explotados para sacarlos de esa situación desde ellos mismos; no como un gancho milagroso que anule su voluntad. Esa pro-existencia es la que no puede sucumbir ante la muerte. Jesús ha vivido su vida de forma desbordante, sin refrenar su empuje pensando en sí mismo, sino volcado siempre hacia los demás. Esa vida siempre pujante es la que no puede ser aniquilada por la muerte. Jesús tiene poder para recuperar su vida, porque su vida fue siempre ir más allá de sí mismo. No es que Dios le ame especialmente por eso, sino que Jesús ama como ama Dios y Dios le corresponde con ese mismo amor. Tal como ellos se aman, las ovejas aman al pastor. Tal como las ovejas se fiaban del pastor, Jesús se fió de Dios y se convirtió en luz para las mujeres y los hombres de su tiempo. También nosotros podremos ser luz para este tiempo nuestro si mantenemos la esperanza en la puerta que es Jesús y aceptamos su invitación a la pro-existencia. 

 

Como una luz

 

 


 

sábado, 13 de abril de 2024

TESTIGOS. Domingo III Pascua

14/04/2024

Testigos.

Domingo III Pascua.

Hch 3, 13-15. 17-19

Sal 4, 2. 4. 7. 9

1 Jn 2, 1-5a

Lc 24, 35-48

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Los discípulos no creían en la resurrección. En su tradición cultural, ésta era una fe muy reciente. Apenas 200 años antes se había empezado a hablar en serio de esta realidad pero no era una expectativa común en Judea. Quienes creían en ella la asociaban frecuentemente a la perspectiva griega que hablaba de su supervivencia del alma, pero olvidaba el cuerpo. Cuando los evangelios cuentan episodios de resurrecciones se refieren a revivificaciones. Lázaro volvió a la vida, pero moriría definitivamente más tarde. La mayoría de los judíos de la época mantenían la creencia en el Sheol, un lugar impreciso por el que los difuntos erraban o hablaban del seno de Abraham como de un espacio impreciso donde reunirse con sus antepasados. No estaba claro. Ver apariciones de algún fallecido era motivo de espanto. También lo es hoy si las despojamos de cualquier esperanza religiosa. En eso se basan tantas películas de terror. Es, pues, normal que aquellos hombres sencillos reaccionaran con miedo ante la presencia de Jesús entre ellos.

Jesús se muestra ante ellos vivo. Ni errante ni espectral. Es el mismo Jesús que ha compartido vida con ellos y al que ellos vieron morir. Así lo atestiguan sus heridas. Come con ellos como comen los vivos y, para postre, les hace comprender las Escrituras. El contacto directo con la realidad tiene este efecto. Se ven las cosas como son. Jesús les pide que sean testigos y lo son ante todo el pueblo. El temor ha desaparecido y Lucas nos cuenta como Pedro habla libremente para todos, sin ahorrar reproches pero reconociendo la ignorancia que les llevó a obrar así. Jesús ha puesto ya fin a la ignorancia pero es necesaria nuestra buena disposición. Llega el momento, dice Pedro, de convertirse; de volver los ojos hacia Dios y poner en él su esperanza tal como lo expresa el salmista. El autor de la primera carta de Juan sabe que no es sencillo y presenta a Jesús como abogado, intercesor, e insiste en la forma práctica de comprobar la veracidad de esa transformación: guardar la palabra y cumplir lo que él nos dijo; caminar como Jesús caminó, dice el versículo 6 que la liturgia hoy nos ahorra.

Así pues, tenemos que en este mundo nuestro Jesús se nos presenta como aquel que ha superado cualquier forma de mal; ha vencido a la muerte y nos revela que la vida es mucho más de lo que conocemos. Él vive verdaderamente sin dejar de ser quien sus amigos conocieron. Caminar con él y como él es situarse en la misma perspectiva que él tuvo en vida; en la perspectiva de Dios. El mundo debería construirse desde este punto de vista. Unos llegaron antes a este descubrimiento y fueron testigos de aquello que habían visto. Nos piden a nosotros que lo seamos también. Que testimoniemos aquello que descubrimos y que anima nuestra propia vida, porque todos están buscándole un sentido a esta realidad que puede ser tan desconcertante y peligrosa. Es en medio del caos donde Jesús se presenta como viviente; como el que está vivo. Esta revelación que anima nuestras vidas no es un privilegio privado, sino que está destinada a extenderse por todas partes y alcanzar a todos los seres humanos sin dejar fuera a nadie. La forma práctica puede ser muy variada pero lo fundamental es que todos se sientan aceptados, respetados, valorados y motivados: amados. No es la perfección lo que se requiere sino lo que se busca y en camino a ella estamos todos.

 

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