01/01/2025 – Año Nuevo. María, Madre de Dios
Viviendo el cambio
Nm 6,22-27
Sal 66
Gál 4, 4-7
Lc 2, 16-21
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Ya sabemos todos que el ciclo litúrgico comienza con el Adviento. Habíamos, pues, inaugurado el año hace ya unos días. Sin embargo, aunque no seamos del mundo, vivimos inmersos en él y no podemos descolgarnos de sus ritmos. Al contrario, procuramos acompasar nuestras cadencias a las suyas en imitación del propio Dios que en todo se acomodó a nuestra humanidad. Por eso es bueno recordar el año pasado y recibir al que llega, pero no como periodos que pasan sino como momentos importantes en los que Dios se hizo presente y en los que volverá a mostrarse en nuestras vidas. El mundo es lo que nosotros construimos, pero Dios no está ausente. No es que se plante aquí para corregir o remendar. Tenemos que dejar ya de lado esa visión tan intervencionista. Viene para acompañar, para consolar, para preguntarnos dónde hemos dejado a tantas y tantos hermanas y hermanos y viene también para celebrar con nosotros, para reír, para amar.
Siempre hay un antes y un después. Pablo nos dice hoy que aquellos que estaban sujetos bajo la Ley han pasado a la libertad para no volver a dejarse apresar. Si pertenecías al pueblo la Ley que ya no te afectaba es la de Moisés; si no, es la ley del mundo, la de los muchos ídolos que encadenan a la nada, la que ya no ejerce poder sobre ti. A partir de este momento todos somos hijos pues recibimos el espíritu que nos hace decir Abba. Desde hoy, la oración del salmista es nuestra también: pedimos que el Señor ilumine su rostro sobre nosotros y todas las naciones lo conozcan. La antigua bendición que los Números guardaban para el pueblo escogido tiene ahora validez universal. El señor nos bendice y nos concede la paz, pero no para recluirla sino para derrocharla; para ser nosotros mismos paz.
Tendremos que comenzar por reconocer, aceptar y agradecer el bien que Dios nos procuró en este año pasado y el que continúa procurándonos. Frente a ese bien, no hay norma que nos retenga. Así lo vivió Jesús, que había nacido con nuestra misma sujeción, pero supo eludirla. Todos somos hijos. No nos vale aquí argumentar que él tenía ventaja; nació como todos, de mujer, según la carne. María, a quien la Iglesia recuerda hoy especialmente, es nuestra garantía de que Jesús era ciertamente humano. María alumbró, crió y educó al hombre que, saliendo de sí y poniéndose en todo a disposición de los demás, dejó en libertad a Dios desde la profundidad de su humanidad. No tuvo que resultarle fácil pero Lucas solo dice que todo lo guardaba, meditándolo en su corazón. Todo pasaba por ahí y ahí se confrontaba con sus propias creencias y esperanzas. La liberación de la humanidad cumplió el ritual de dejarse marcar en su piel la pertenencia al pueblo y recibió allí el nombre que le definiría: “Dios salva”, y al hacer efectivo ese nombre dio vida a una Nueva Alianza que invalidaba cualquier otra. También nosotros pasamos de estar sujetos a ratificar esa misma Alianza. Somos pastores que han descubierto nuevos prados a los que conducir a los demás. Somos Marías, madres, que vamos dejando atrás la ley antigua para educar a nuestros hijos desde esta nueva visión de la realidad. Estamos en un momento de cambio. Lo importante es darnos cuenta de lo que dejamos atrás y no acarrearlo de nuevo sobre nosotros; tenemos que abrirnos a nuevos horizontes que sean capaces de hacernos poner la vida en juego liberando a Dios en el mundo, que no llega para vigilarnos sino para vivirlo todo con todos.
Viviendo el cambio. Isabel Guerra, Confío en tu Palabra. |
MUY FELIZ AÑO NUEVO A TODOS.