sábado, 25 de septiembre de 2021

LA BUENA TRADICIÓN. Domingo XXVI Ordinario.

 26/09/2021

La buena tradición.

Domingo XXVI T.O.

Nm 11, 25-29

Sal 18, 8.010. 12-14

Sant 5, 1-6

Mc 9, 38-43. 45. 47-48

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¿Recordáis aquella canción infantil que con gran simplicidad afirmaba que el amor del señor “es tan grande que se sale por arriba; y es tan bajo que se sale por abajo y es tan ancho que se sale por los lados…”? No es posible decir que esté aquí y no allí. Así lo afirma Jesús cuando le preguntan por aquél que expulsa demonios en su nombre y deja claro que no deben impedírselo aunque no esté dentro del grupo. No es el grupo lo importante, sino el bien del ser humano. Traducido a nuestras categorías actuales tendríamos que decir que no es la Iglesia lo importante sino la extensión del Reino de Dios.

No existe una vinculación exclusiva entre la acción del Espíritu y la actividad de la Iglesia. Esto ya lo había dicho Moisés, según vemos, pues el Espíritu puede ser infundido por Dios en cualquier sitio donde él quiera. Lo mismo es que el receptor esté en la tienda o en el campamento. Lo importante es que el ser humano sea sanado; poco importa quién sea el sanador. Esta es la lucha común de la Iglesia y del conjunto de agrupaciones y sociedades que se empeñan en la construcción de un nuevo modelo de relaciones en el que se impongan la justicia y el amor. Y sin embargo, también en nuestra Iglesia, en nuestros grupos, partidos, y asociaciones crecen en ocasiones la conciencia elitista que separa del resto del mundo, se potencia la ambición, se transige con la comodidad y la búsqueda de prestigio y, lo peor, se olvidados a muchos. Estas actitudes constituyen un verdadero motivo de escándalo para los pequeños: para los perjudicados y para quienes, por opción, comparten su suerte. Los exégetas nos aclaran que escándalo quiere decir, llanamente, trampa en el camino. Así, estas actitudes son verdaderas emboscadas, pero no sólo para las víctimas, también para quienes las secundan y para quienes pasivamente las toleran sin hacer nada por desarmarlas: para la Iglesia entera y para cualquier otra agrupación en la que militemos. Cuando nuestras manos han dejado de hacer lo posible por reconducir una situación evangélicamente inaceptable, cada vez que nuestros pies nos han llevado por caminos intransitables para cualquier ser humano cabal y esas ocasiones en las que nuestros ojos se han centrado en cualquier nimiedad en vez de estar atentos a la crueldad que se esconde detrás de ciertas formas de entender la vida y nuestro papel en ella, hemos sido ocasión de escándalo para el pueblo sencillo y para los atrapados en una maquinaria que no detenemos.

Dentro y fuera de este grupo nuestro, el espíritu hace comprender a quienes aún quieren escucharle que los jornales retenidos son un clamor que va ascendiendo hasta Dios junto a los gritos de los segadores. Los inocentes han sido aplastados y ya no ofrecen resistencia, pero queda aún un paráclito que abogue por ellos y que inspira todavía a muchos para pedir y luchar por no ser dominados por la arrogancia y quedar libres del gran pecado de aplastar a los pobres en beneficio propio; para cambiar esas actitudes y descansar el alma decidiéndose a embarcarse con muchos otros en una misma lucha por un único mundo construido sobre la policromía de una gran paleta de sensibilidades. Todo esto, aunque olvidado, estaba ya dicho desde Moisés y Jesús nos lo confirmó. Ésta es una buena tradición que merece la pena actualizar.


La buena tradición.


sábado, 18 de septiembre de 2021

CUÑA A CUÑA. Domingo XXV Ordinario.

 19/09/2021

Cuña a cuña

Domingo XXV T.O.

Sab 2, 12.17-20

Sal 53, 3-6.8

Sant 3, 16 – 4, 3

Mc 9, 30-37

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Pese a estar dicho de los impíos, la primera lectura transmite bien la opinión de los judíos del siglo I sobre las víctimas del sufrimiento. La desgracia era una maldición merecida. Dios abandonaba a su suerte a quienes no merecían su aprobación. Era un signo inconfundible de su equivocación y advertencia para que nadie más cayera en su mismo error. Por eso los discípulos son incapaces de entender las palabras de Jesús sobre su muerte y resurrección. Para ellos era inconcebible que Jesús, el maestro en quien han puesto su confianza y que alimenta sus esperanzas, pudiera sufrir la suerte que él mismo describe. Quedaba tan fija en su cabeza la negativa a la muerte que les impedía llegar a asimilar la parte referida a la resurrección. En sus almas pesaba más la concepción tradicional que auguraba la protección divina para el justo y estaban convencidos de que esa sería la suerte final de Jesús, por muy mal que se pusiesen las cosas, Dios no lo abandonaría. También los salmos insisten en esta convicción de auxilio, oponiéndose al desastre. En medio de su prueba, el justo conservaría siempre la entereza suficiente para no rendirse a la desesperación. Desde esta perspectiva era comprensible la pugna por el poder entre aquellos discípulos; por muy mal que se pusiesen las cosas, Dios haría brillar finalmente su rostro sobre Jesús y tras la victoria comenzaría una nueva era en la que también habría unos personajes más importantes que otros. Pero algo había cambiado ya en ellos cuando no se atrevieron a responder a la pregunta de Jesús; la semilla iba germinando en el silencio.

Jesús afirma sin rodeos que la relevancia definitiva está en ponerse al servicio de los demás, ser el último según el orden tradicional. Así eran los niños eran en aquella sociedad: es posible que a los herederos de grandes fortunas o imperios se les reconociese algún papel en virtud de la esperanza que representaban pero los niños de las clases populares tan sólo tenían valor en la medida en que eran capaces de realizar algún trabajo de provecho, de lo contrario eran peor que parásitos. Sin embargo, acogerlos a ellos era como acoger al mismo Jesús y a quien lo enviaba. Posiblemente porque aquellos niños eran, como dice Santiago, capaces de sobreponerse a la codicia y a la envidia y ni buscaban la satisfacción de sus propios intereses ni pedían imposibles. No deberíamos identificar a los niños directamente con la inocencia pues tendemos a confundirla con la ingenuidad y tampoco podemos atribuirles un comportamiento “angelical”. El valor del modelo infantil está en su capacidad de trabajar y ayudarse sobreponiéndose a sus malas condiciones; en su genialidad para entablar relaciones de apoyo que se enfrenten a la realidad de un modo alternativo que le busque la vuelta al modo grave y adulto de comprenderla. Pese a que el mal pueda dañarlos para siempre les es posible encontrar un resquicio para la esperanza, aunque ni siquiera sean muy conscientes de ello. Y esa grieta en la estructura es suficiente para introducir una cuña que la debilite en espera del momento decisivo. Cuña a cuña finalmente el sistema caerá. Acoger a Jesús y a quien le envía de manera infantil no es hacerlo con candorosa credulidad, sino sobreponerse al mal con una fe lúdica y comunitaria que ponga en juego dimensiones alternativas de la existencia para descubrir alegremente la sencillez de acoger un mundo que pide a gritos ser transfigurado.


Cuña a cuña



sábado, 11 de septiembre de 2021

CRUCES DE PIEDRA. Domngo XXIV Ordinario.

 12/09/2021

Cruces de piedra.

Domingo XXIV T.O.

Is 50, 5-9a

Sal 114, 1-6. 8-9

Sant 2, 14-18

Mc 8, 27-35

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Isaías afirma que el Señor le abrió el oído; pudo así escucharle verdaderamente. A partir de ese momento no cosechó más que ultrajes. Frente a ellos no pudo menos que endurecer el rostro como pedernal mientras en su interior crecía la seguridad de que no quedaría defraudado. Una imagen reconfortante para quien vive la persecución que se ve reforzada por la intervención del salmista. Con todo esto se afirma también que no hay percance ni adversidad que pueda interpretarse como maldición divina. Por el contrario, Dios está siempre acompañando a los suyos. Jesús, consciente también de esta cercanía, no se libró de su propia crisis. Él, que se ha descubierto especialmente identificado con el Padre y se ha lanzado a hablarles a todos de un amor único que no quiere dejar a nadie fuera ve que la gente tan sólo le sigue por los grandes signos que realiza apoyado en esa fe única. Todo va mal.

 La gente le identifica con algún profeta milagrosamente vuelto a la vida. No reparan en que es el enviado definitivo, el ungido, Dios mismo caminando entre ellos. Pedro le identifica como mesías, pero uno hecho a su propia imagen, según su idea de Dios. Jesús declara que es justo al revés. También Dios le ha abierto el oído y le ha dado a conocer sus preferencias. Él no hace nada al estilo de los hombres que, queriendo vencer a toda costa, endurecen el corazón y no el rostro. Cuidan de que todo les vaya bien incluso a costa de los demás. Blindan su corazón, sus proyectos, su intimidad… y lo construyen todo según esos planos propios cuidándose de cuanto puede herirles, afinando mucho la piel para hacerla sensible y usarla como detector que delate la mínima lesión, ofensa o aflicción. Cuanto hace daño es rechazado por ese corazón endurecido, por esa fe autoedificada.

Santiago da testimonio de que finalmente el mensaje de Jesús logró entenderse, porque contrapone la fe y las obras. La fe puede, pese a todo, no ser más que palabras vacías; una idea utilizada para darle estructura a un corazón endurecido empeñado en transformar el mundo según la imagen que tiene de Dios. Las obras, en cambio, pueden probar la veracidad de la fe. Un rostro endurecido aguanta el golpe pero lo percibe real y verazmente y lo transmite al corazón receptivo que se conmueve y actúa en consecuencia. Quien decidida negarse la comodidad en favor de los demás asumirá la consecuencia de hacer aquello que le dicta el corazón en el que reverbera el amor de Dios por todos; cargará con la cruz. Pedernaliza el rostro no para insensibilizarse, sino para que la bofetada no le haga volver atrás. Un querido maestro afirma que en la actualidad se necesitan pieles duras y corazones sensibles porque el mundo hace, precisamente, todo lo contrario. Rechaza cualquier sufrimiento y al dolor irremediable lo califica de cruz al identificarlo con un destino que debe soportarse. Dios sabrá por qué. Así, convierten la cruz en losa. Pero no es así. Cruz es la consecuencia que las obras, movidas por la fe, nos reportan en un mundo corrompido. Cuando nuestro corazón se esponja para absorber la realidad y contemplarla a la luz de Dios, se niega a sí mismo; olvida su blindaje y se pone a disposición de todos y entonces la piel ni retrocede ante el dolor ni se arredra ante la amenaza.


Cruces de piedra.


sábado, 4 de septiembre de 2021

ÁBRETE. Domingo XXIII Ordinario.

 05/09/2021

Ábrete.

Domingo XXIII  T.O.

Is 35, 4-7a

Sal 145, 7-10

St 2, 1-5

Mc 7, 31-37

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Según el anuncio de Isaías, no habrá mal físico que soporte el advenimiento de la época mesiánica. Está por llegar, pero cuando lo haga la presencia del mesías será evidente. Así lo pensaban ellos pero llegó y nadie pareció darse cuenta, pese a que los signos estaban ahí. Jesús se les escapaba por todos los lados porque daba un nuevo sentido a lo esperado. Lo que se pensaba como maldición divina que, como resultado de algún pecado o por algún misterioso designio de Dios, incapacitaba para escuchar su palabra y expresar la gloria que le era debida por su gran favor para con el pueblo, tomó con Jesús un nuevo significado. Sordera y mudez tenían para los piadosos una dimensión especialmente onerosa. El ciego y el cojo podían oír la Ley y reverenciar las gestas históricas del Señor, podían alabar a Dios aunque fuese en  privado, pues su mal era testimonio contra ellos. Jesús se lleva a aquel sordo que apenas puede hablar a un ligar apartado de la multitud. A salvo de cualquier prejuicio, y allí se produce lo inesperado.

Allí el enfermo es sanado y puesto en disposición de escuchar no sólo la Palabra de Dios sino también lo que Dios escucha: el clamor de los últimos que sube hasta él. Porque la Palabra de Dios habla sobre ellos. Y se le suelta la lengua no sólo para dar gloria a Dios, sino para denunciar la situación de esos que claman hacia él. Porque así es la lengua de los profetas una vez tocada por Dios. El mismo Isaías podría dar fe de ello. Así, el gesto mesiánico se ha convertido en una nueva creación en la que Jesús, tal como ya hiciera Dios, lo hace todo bien. La comunidad primera resumió la vida de Jesús diciendo de él que “paso haciendo el bien”.  Y ese bien que hizo, nos atrevemos a añadir, lo hizo bien. Originando con él un mundo nuevo; una nueva creación en la que todo cuanto afirma el salmista es llevado a cabo no por Dios en un pasado legendario sino por aquellos que, en el presente, en cualquier presente, se abren a la intervención de Dios en sus vidas y oyen y hablan como él mismo.

Santiago nos presenta un caso realista de aquellos primeros tiempos, un reporte des-idealizado de aquella realidad que en ocasiones nos representamos tan engalanada y poéticamente y que, sin embargo, fue tan cercana y similar a la nuestra. Él nos recuerda hoy la pregunta que se hacían ellos entonces: “¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres según el mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?” Son los despreciados por el mundo quienes custodian la fe que ya no puede entenderse más que como una re-estructuración de este mundo que termine con las situaciones de injusticia y de opresión. En eso consiste el Reino del que tanto habló Jesús, pero que nunca explicó en detalle, puede que para que no lo estropeásemos. Hay que abrirse a la realidad tal como se nos manifiesta; no a lo ya esperado porque eso suele representar los intereses de alguien, sino a lo inesperado, a lo sorprendentemente capaz de darle la vuelta al mundo, porque con el orden actual se nos queda fuera la mayoría. Estamos llamados a abrirnos al mundo para escuchar la voz de esa mayoría que sigue en la cruz para transfigurar todo cuanto, desde la perspectiva de Dios, se descubre como insuficiente para que todos tengamos vida. Y la declaración expresa en favor de esos muchos es el primer paso en esa vocación.


Ábrete