sábado, 29 de abril de 2023

HACIA EL INFINITO. Domingo IV Pascua

30/04/2023

Hacia el infinito.

Domingo IV Pascua.

Hech 2, 14a. 36-41

Sal 22, 1-5

1 P 2, 20-25

Jn 10, 1-10

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Vivimos inmersos en un gran barullo que nos aísla. Existen multitud de voces ensordecedoras que nos van llevando de un sitio a otro: compra…, no soportes eso…, preocúpate de ti…, compra…, por la patria…, lo necesitas…, yo te lo apaño…, compra…, vótame…, aguanta…., esto es así…, compra…, mejor ellos que tú…, gánate la salvación…, para ser feliz…, compra… Cuando nada parece tener sentido, surge en medio del caos una certeza que nos hace recordar: “a quien vosotros crucificasteis…” Este follón en el que vivo no tiene sentido; sin embargo, veo ahora que aquél a quien no escuché aportaba claridad a este desbarajuste. Es más, fue esa claridad la que resultó ofensiva a todas estas voces y por eso fue llevado al leño. Sin embargo, él no cometió pecado alguno, no engañó, no insultó, no amenazó, no se dejó llevar por ninguna corriente.

Pedro aparece hoy como portavoz que nos invita a reconsiderar la historia de Jesús y nos invita a la conversión, a abandonar “esta generación perversa” que sólo promete goces a cambio del sacrificio de los demás. En algunos idiomas orientales el presente y el pasado se expresan como si estuviesen delante del hablante, como aquello que ya es conocido y no se deja caer en el olvido mientras que el futuro permanece oculto, a su espalda. Pedro nos invita a la conversión que, etimológicamente, es la acción de girar, de darse la vuelta junto con algo o alguien. Jesús abandonó todo lo que en su presente contradecía al Espíritu que clamaba en su ser y haciendo vida la tradición liberadora del Padre se giró para abrazar un futuro completamente nuevo. Esta generación, como la de Jesús, es perversa porque convierte el pasado en futuro; porque se empeña en vivir como si Jesús y tantos otros no hubiesen vivido, como si Dios no hubiese hablado nunca, como si todo dependiese de ella y fuese ella la que, pese a sus fracasos, tuviese que organizarlo todo.

Sin embargo, Jesús recoge la herencia que nos expresa hoy el salmista y nos invita a hacerla vida como él la hizo: “El Señor es mi pastor”. Él mismo se coloca en la puerta del aprisco y nos va llamando una a una por nuestro nombre. Él mismo se hace puerta porque nos muestra el espacio por donde salir. En medio de este caos, él aporta sentido. Actuando como actúan todos, respondiendo como responden todos, viviendo como viven todos, no conseguimos más que lo que ya conocemos; nos hacemos colaboradores de un orden injusto; convertimos nuestro abrazo en eslabón y nos sumamos al engranaje que ciegamente va izando un peso cada vez más insoportable. En ocasiones es necesario que todo se fracture para hacernos caer en la cuenta de este absurdo, pero Jesús nos invita a no llegar hasta ese límite. Él, por el contrario nos quiere vivos. Nos ha traído vida, y vida abundante. Nuestra vida no es eterna, pero es infinita. Empezó en su momento (cualquiera que fuese ese momento) y comenzó entonces un periplo que no se detendrá jamás. Llegará otro momento en que pasemos a experimentarla de modo diferente; una pascua personal que nos desvelará muchas cosas… pero en este marco que nos es ahora conocido, estamos llamados ya a la plenitud. A saborear la felicidad y el sentido de nuestra propia vida colaborando en que todos lo encuentren también. Nos llama a todas y personalmente, pero a todas juntas.  


Monumento al infinito. César Manrique (1985) La Palma


sábado, 22 de abril de 2023

UNA NUEVA PRESENCIA. Domingo III Pascua.

 23/04/2023

Una nueva presencia.

Domingo III Pascua.

Hech 2, 14. 22-33

Sal 15, 1-2. 5. 7-11

1 P 1, 17-21

Lc 24, 13-35

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La resurrección de Jesús pilló por sorpresa a todos. Nadie podría discutir que había muerto. Estaba tan muerto como David, que había hablado en primera persona de su vuelta a la vida, pero seguía muerto y su sepulcro era conocido por todos. Sin embargo, Pedro ve ahora claro que David no habló de él mismo, sino del Mesías que, según las profecías, había de padecer para ser luego levantado, restaurado por Dios mismo. Sus amigos ven ahora confirmada la identidad mesiánica de Jesús por la desaparición del cadáver, que no podía indicar otra cosa que su resurrección. Pero no todos lo tienen tan claro. Cleofás y su compañero, o compañera, se dirigen a Emaús. Tal vez vuelven a casa o tal vez ponen distancia de por medio. En todo caso, desesperanzados, tienen que admitir que esperaban otra cosa. Y tan grande es la distancia entre sus expectativas y la realidad, que son incapaces de dar el paso que Pedro y algunas mujeres han dado ya. Les falta aún una conmoción mucho más personal.

Reconocer a Jesús al partir el pan es percibir en aquel compañero de camino la misma actitud vital que les había seducido en su maestro. Partir el pan era la costumbre que Jesús tenía al sentarse a comer con los amigos que él se elegía y que aceptaban sentarse con él. Y había sido también la imagen que él empleo para simbolizar su propio cuerpo; es la materialidad de su entrega personal. Jesús compartió con todos compartiéndose a sí mismo. Sólo él podía realizar ese gesto y despertar en ellos tal familiaridad. Ahora sí estaban en casa y no estaban solos. Eran capaces, por fin, de ver con ojos nuevos. Para ellos toda la realidad se ve alterada por ese acontecimiento hasta el punto de verse impelidos a correr los 60 estadios (entre 10 y 11 kilómetros y medio) que les distanciaban de Jerusalén cuando ya anochecía. Se sumergieron en la oscuridad de un mundo en decadencia llevando en sí mismos la luz que les guiaba. Las experiencias que tanto Pedro, como Lucas o el salmista plasmaron en sus escritos son las que se acumulaban en sus corazones en una sola certeza: ¡Vive!

El encuentro en Emaús sienta las bases de los posteriores encuentros de la comunidad: Palabra, compartir y salida hacia los demás. En esa salida se testimonia que Jesús ya no es simplemente el amigo retornado, sino que es el Señor; aquel que ha vencido al mal, a la muerte, no enfrentándose a ella, sino atravesándola con inocencia; sin sucumbir a su seducción. Eucaristía (agradecer) es el término griego que traduce al hebreo bendecir (barakah). Bendecir es agradecer al Padre todo aquello que nos da y colocarlo a disposición de quien ha de compartirlo. Esta acción de gracias es reconocimiento de nuestra propia realidad a la luz del amor divino manifestado en Jesús que nos hace recapitular y entender la ley y los profetas y es impulso para vivir encontrándonos unos a otros y salir al mundo para prender hitos que alumbren el camino a los demás. Es una comprensión nueva, pero también una presencia nueva a imagen de la presencia de Jesús. Es el testimonio del testigo que conoce a su Señor y convierte su acción de gracias en una solicitud de bendición para quienes otros van dejando de lado. Es una presencia nueva que no se conforma con permanecer allí donde el descubrimiento fue posible, sino que retorna al lugar de la exclusión para manifestar en el ágora la nueva lucidez y sembrar la denuncia que alumbrará ese otro mundo posible. 


Siger Köder (1925-2015) Emmaus

 

sábado, 15 de abril de 2023

EXPERIMENTAR. Domingo II Pascua

16/04/2023

Experimentar.

Domingo II Pascua.

Hch 2, 42-47

Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24

1 P 1, 3-9

Jn 20, 19-31

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Todo tiene su proceso. También la experiencia pascual. En primer lugar, se percibe la presencia del Resucitado que produce paz, es decir; aquieta y elimina tensiones. Esa paz es el caldo de cultivo en el que es perceptible la vocación, el envío al mundo; este será el segundo momento. Y en esa misma paz, finalmente, nos llega también el Espíritu Santo, el aliento vivificador que impulsa y crea carisma. Este carisma no nos arroja al vacío, sino que se asienta en la confianza que se edifica sobre esa piedra angular anteriormente desechada por la lógica del mundo. Este dinamismo “organiza” la vida del creyente en un ecosistema comunitario. Se discute todavía si la descripción que Lucas hace de ese ambiente fraternal es el relato de una experiencia histórica o si, por el contrario, expresa una aspiración que no tuvo, en realidad, un asiento firme en la experiencia primigenia más allá de la buena voluntad que deja traslucir. Lo cierto es que podemos dejar atrás este debate si entendemos que la forma de vida que se describe es aquella que los primeros cristianos consideraban buena para todos; por eso quieren hacerla suya con la intención final de ofrecerla a todos los hombres y mujeres. No es una simple cuestión interna, sino una invitación universal, a pesar de las limitaciones concretas que ellos mismos pudieran sufrir.

Puede haber quien no considere necesario este cambio de orientación en la cuestión social: ¿Para qué compartirlo todo según la necesidad de cada uno? ¿A fin de qué seguir reuniéndose en el Templo? ¿Qué se consigue esforzándose en vivir la sencillez con alegría? Al menos inicialmente, Tomás parece ser de estos. Le hizo falta meter los dedos en la herida transfigurada; fue necesario que experimentase en directo la superación de la desigualdad, la injusticia, la muerte que el sistema anterior era capaz de producir. Hasta que no vio que el modelo propuesto por Jesús era una alternativa viable y capaz de reparar el daño producido, no creyó en la necesidad del cambio. Eso mismo nos pasa a nosotros muchas veces. Hasta que no somos testigos del desastre no nos avergonzamos de nuestro ritmo de vida ni nos planteamos solucionar nada; hasta que no vemos que otro mundo es posible, no creemos. Por eso, Jesús llama bienaventurados a los que han creído sin ver; a quienes se han fiado del Espíritu y han echado sus redes según su criterio.

La comprensión propia del siglo I llamaba a este descubrimiento “Salvación”. Por eso se señala que “el Señor iba agregando a la comunidad a los que habían de salvarse” o que se consideraban “protegidos para una salvación que se revelará en el momento final”.  Se descubrían, así, “regenerados para una esperanza activa”. Intentaban vivir en fidelidad a ese don que les hacía capaces de percibir lo inadvertido hasta el momento. Pese a todos los fallos reales, ese intento y esa apertura a la humanidad les proporcionaban un sentido que pacificaba y orientaba su propia vida, que les permitía oír la llamada a cada uno y vivir juntos a partir de su sencillez. Salvarse es más que colocar el alma a resguardo para toda la eternidad. Es vivir una vida plena según la esperanza fundada en la resurrección de Jesús ya desde este momento; esa vida, pese a cualquier deficiencia o adversidad está dotada de sentido y está llamada a prolongarse tras el trámite que es la muerte. No hay que esperar a vivir la gloria después de muerto, sino que se empieza a gustar ya aquí; indiscutiblemente, se saboreará en plenitud allí, pero podemos estrenarla ya aquí; podemos vivirla “así en la tierra como en el cielo”.


Experimentar


sábado, 8 de abril de 2023

LO INDELEBLE. Domingo de Pascua

09/04/2023

Lo indeleble.

Domingo de Pascua.

Hch 10,34a. 37-43

Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23

Col 3, 1-4

Secuencia

Jn 20, 1-9

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¡Reventó la primavera! La vida se desborda por doquier. La vida lo es todo. La vida es Dios. Dios es la Vida y lo contrario es la muerte. Estamos hoy celebrando la vida. La victoria de Dios sobre la Parca, que gustó siendo humano, pero sobre la que ha salido triunfante. Este es el día en el que la acción del Señor, la creación, alcanza su plenitud. Hoy, “muerto el que es la vida, triunfante se levanta”. En el relato evangélico se nos presenta el proceso que lleva a este descubrimiento. En primer lugar, Magdalena evidencia que algo ha sucedido y lo interpreta de forma lógica: “se lo han llevado”. Pedro entra en el sepulcro y, viendo el panorama, queda absorto y Juan, finalmente, entra tras él pero con una novedad: ve y cree. Magdalena ve, Pedro constata y Juan cree. Así, podremos decir que, en primer lugar, viene el descubrimiento; algo ha cambiado, no es como pensábamos que era. Después, comprobamos que ese cambio se ha producido, pero no somos capaces de explicarlo. Por fin, se da el paso decisivo de ver, cambiar la perspectiva, comprender todo aquello que había sido anunciado o intuido; y con ese ver llega el creer. Ni es posible la demostración ni tampoco es necesaria. La evidencia da paso a la convicción y a partir de aquí todo es nuevo.

Jesús ha resucitado. La Vida se ha manifestado plenamente en él. Hasta este momento sólo lo había hecho de forma esporádica en milagros o curaciones. Había sido como un destello que se colaba por los resquicios. Jesús fue un ser humano real, de carne y hueso, pero en su intimidad había acogido plenamente al Dios que había decidido encarnarse en él. Fue la humanidad de Jesús la que posibilitó esta acogida hasta llegar a despertar por completo y reconocerse como Hijo de Dios, como Dios mismo andando por los caminos y pasando por las aldeas de aquella tierra, como Lucas nos recuerda, “haciendo el bien”. Pasó dejando que la vida se le escapase por los poros y llegase a todos. Así, Jesús alcanzó la Vida plena antes de morir y su muerte fue el acceso definitivo a su plenitud personal en cuanto que no dependía ya de esta realidad que nos es conocida a todos. 

Nosotros, en cuanto humanidad, podemos también acoger plenamente a Dios. Lo cierto es que Dios mismo está ya presente en nosotros desde el principio de nuestras vidas. Según nos decía el Génesis, es su aliento vital el que nos constituye en seres vivientes. Por eso, en vez de hablar de acoger a Dios habría que hablar más bien de dejarle ser en nosotros; de llegar a ser lo que somos, de ser verdaderamente vivientes; seres que, conscientemente,  participan de la Vida. Jesús dejó que Dios fuese en él y así llegó a ser quien todos conocemos. También nosotros podemos dejar a Dios ser en nosotros. De hecho, con su resurrección, Jesús nos ha mostrado no sólo nuestro destino final, sino, sobre todo, nuestra naturaleza más profunda. Somos ya, cada uno en diferente medida, Vida plena que se va manifestando entre resquicios. Jesús resucitó, hizo del resquicio puerta abierta, ya antes de morir físicamente. Por eso su resurrección pudo ser palpable para todos. Por todo esto, el autor de la carta a los colosenses nos anima a aspirar a “los bienes de arriba”, a no conformarnos con la vida tal como aquí se entiende. Estamos llamados a ser mucho más. Somos mucho más. Frente a cualquier adversidad, lo indeleble en nosotros es, precisamente, ese aliento vital, esa Vida que nos llama a gritos a entrar en nosotros mismos, a ver y a creer. Somos vida que está llamada a salir del sepulcro llevando a otros muchos con nosotros, porque acercarse a eso indeleble propio de cada uno es acercarse al de todos los demás. Somos vida, Resurrección, llamada a vivir conscientemente el paso, la Pascua, el tránsito, que es la muerte, para acampar en la Vida como pueblo en marcha.   


Lo indeleble


 

DOS LLAMADAS. Sábado Santo

 08/04/2023

Dos llamadas

Sábado Santo

Hb 4, 1-13   Si quieres leer el texto pincha aquí

Descenso del Señor a los infiernos   Si quieres leer el texto pincha aquí

Como sabemos, la liturgia no propone hoy más celebración que el rezo de las horas. En el oficio de lecturas se encuentran estos dos textos que iluminan nuestro día. Todos hemos experimentado la ausencia de uno, o de varios, seres queridos. Toda despedida supone para nosotros un desgarro. Por un lado, permanece la esperanza en que no ha de ser definitiva, por el otro, se alzan el dolor y la tristeza que surgen de la separación. Si renunciamos a adelantar tramposamente la alegría pascual para vivir la experiencia de vacío de este día podremos conocer el sufrimiento de quienes viven desesperanzados, sin confianza alguna o sin saber cómo expresarla. Esto nos colocará más cerca de esa porción de humanidad que no hace sitio para Dios en su vida. Este mismo abatimiento fue el que se cernía sobre los amigos de Jesús en estas horas. Años más tarde alguien escribiría los textos que hoy se nos proponen y todos los demás textos que nos van acompañando a lo largo del año, pero hoy no había diferencia entre ellos y los demás.

Creer es una decisión personal, viene a decirnos el fragmento de la carta a los hebreos. Hay quien elige creer y quien no. Creer es penetrar en un modo nuevo de existir; es el descanso que Dios otorga a quienes le siguen. Y para el autor de la carta quedarse fuera de ese descanso era algo temible. Para el autor de la homilía del Sábado Santo,  Adán, figura de la humanidad, duerme; es decir: permanece a la espera de ser despertado. Pero esa permanencia no le proporciona descanso, pues Adán habita lejos de Dios, en el abismo. Jesús, ha entrado  voluntariamente en su propio sueño, en su propia muerte, y esa decisión le permite no mostrarse inactivo. Desciende en persona hasta ese abismo para traer consigo a todos los que allí están. La humanidad y Dios forman “una sola e indivisible persona”.

Dos podríamos decir que son hoy las llamadas que en el vacío del día resuenan: en primer lugar, acercarnos a los desesperanzados; comprender su sufrimiento y, en la medida de lo posible, compartirlo ofreciéndoles nuestra propia esperanza como apoyo. Será necesario para ello, entre otras cosas, revisar el lenguaje y no partir de nuestra verdad, sino de su realidad. En segundo lugar, una llamada a despertar. Pese a toda nuestra fe también nosotros permanecemos dormidos en alguna medida. Dormir es entregarse a la inactividad, a un reposo que no sana sino que hunde en el precipicio. Pero dormir también es tener la posibilidad de despertar y de ponerse en camino. Despertar es dejar atrás imágenes de Dios y de mí mismo que atan e inmovilizan; es desechar ídolos y abrir los ojos para reconocer nuestra verdadera naturaleza en comunión con los demás y con Dios mismo; es comprender que Dios se ha hecho ser humano para poder acceder a todos nosotros en un lenguaje comprensible; es aceptar la invitación para ser portadores y constructores de esa misma encarnación. La espera de hoy frente al sepulcro no puede ser pasiva. Es momento de recordar a Jesús como a cualquier otro difunto; de agradecer su paso por nuestra vida; de valorar todo aquello que nos ha aportado; de discernir cuál será la mejor manera de retomar todo lo que con él hacíamos; de desvelarnos a nosotros mismos que las realidades que él quería transformar siguen estando cercanas; que lo que con él empezamos no puede caer en el olvido… Sólo esto hubiese sido ya para los amigos y amigas de Jesús motivo para ponerse en marcha y hacerle resucitar en su pueblo, pero además, en su caso, finalmente, terminó por reventar la primavera…


Dos llamadas


jueves, 6 de abril de 2023

VÍCTIMAS. Viernes Santo

 07/04/2023

Víctimas

Viernes Santo

Is 52, 13 – 53,12

Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25

Hb 4, 14-16; 5,7-9

Jn 18, 1 – 19, 42

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Isaías nos trae hoy la enigmática figura del siervo. Los exégetas discuten a quien se refiere; para algunos se trata de una persona concreta, desconocida, para otros, es la imagen del pueblo fiel. La literatura rabínica posterior vería en esta figura el anuncio de un Mesías sufriente capaz de sanar al pueblo de todos sus males. La tradición cristiana vio claramente una prefiguración de Jesús y así lo identificó en los textos de la pasión. Lo que está claro es que cualquier siervo de Dios, cualquier persona que se decida a mantenerse fiel, y no dé un paso atrás terminará tan mal como este siervo. El salmista nos presenta la confianza absoluta de esa persona. Es evidente que Jesús esgrimió esa confianza y se dejó llevar por ella.

Para Jesús fue tan difícil como se había escrito del siervo. Pero con él se inauguró una nueva realidad. Desde él, Dios mismo se nos aproxima; en él experimentó la debilidad y comprendió todas las nuestras. Hablar de antes o después refiriéndose a Dios es complicado porque le aplicamos condicionantes humanos, pero en Jesús Dios experimentó la humanidad; sus grandezas y sus miserias. La distancia se ha eliminado. Jesús, Hijo de Dios, conocido como el Cristo, no es ya una figura anónima, sino la encarnación de Dios que ha conocido a la humanidad de forma absoluta, hasta su último resquicio. Es el Sumo Sacerdote en el que se reúnen Dios y el ser humano. Por eso, el autor de la carta a los hebreos nos anima a acercarnos a él sin temor. Nada queda al margen de esa reunión. Es decir, se ha clausurado la cesura entre Dios y el ser humano, pero esta nueva condición no afecta sólo a Jesús, sino a toda la humanidad pues son sus naturalezas las que se encuentran en la profundidad.

Jesús fue, humanamente hablando, una víctima más en la historia. En él, Dios conoce a todas las víctimas. Su final se precipitó debido a su fidelidad y es en ella donde reside el valor de su vida. Jesús vive estrenando la unidad absoluta entre Dios y el ser humano que después quiere ofrecer a todos en bandeja. Y mantenerse firme en esa voluntad es lo que le cuesta la vida. En todo el relato de la Pasión que Juan nos ofrece, Jesús se presenta con la seguridad de saber quién es y lo que va a hacer. Él es, ciertamente, una víctima que elige serlo. Para nosotros es, por ello, una víctima especial, porque es “nuestra”. Han existido y existen millones de víctimas que no gozan, a nuestros ojos, de ese estatus. Dar la vida en el día a día es lo propio de Jesús y de muchos otros. Acabar victimizado pese a su inocencia fue el exponente máximo de su donación. También muchos otros terminaron entregando su vida. Y existen también quienes no tienen elección alguna. Todos ellos son los inocentes. Los unos por seguir el ejemplo de Jesús, los otros por sucumbir frente a la maquinaria que mantiene el orden del imperio. Reverenciamos a Jesús por su actuar y es una reverencia merecida, pero él se puso voluntariamente a la altura de todas esas otras víctimas porque, tal como había enseñado, solo desde los últimos es posible transformar la realidad. Sólo sabiendo quién eres y qué vas a hacer es posible ponerse junto a ellos. Fijarse en Jesús no puede concluir en convertirlo en un “mito salvador”; en una exclusiva nuestra. Nos salva porque nos revela cómo vivir y cómo morir: en fidelidad a nuestra naturaleza íntima, que es capaz de amar divinamente y acoger a todas las víctimas solidarizándonos, haciéndonos uno, con ellas.


Víctimas


UN MENSAJE SENCILLO. Jueves Santo

 06/04/2023

Un mensaje sencillo.

Jueves Santo.

Éx 12. 1-8. 11-14

Sal 115, 12-13. 15-16bc. 17-18

1 Cor 11, 23-26

Jn 13, 1-15

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Estamos acostumbrados a la idea de que pasamos por la vida como tránsito hacia un destino mejor. Sin embargo, el autor del éxodo nos recuerda hoy que es Dios quien pasa por nuestras vidas. Es verdad que cada uno debe procurarse aquellas condiciones y elementos que faciliten ese paso. El cordero y la sangre son la imagen de esa preparación y el acto de unirse a los vecinos es la expresión más simple de la solidaridad humana: alíate con los cercanos, ofréceles de lo tuyo para que unidos a ellos podáis, con comodidad y eficacia, preparar adecuadamente ese paso que nos instará a ponernos en camino. Caminaremos detrás del Señor que pasa, pero todos juntos, dejando atrás todo eso que, con los ojos fijos en él, descubrimos como muerte y prisión. De ahí la explosión de júbilo del salmista: “Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre”.  

La liturgia de hoy tiene la peculiaridad de presentarnos unidas las dos imágenes que sintetizan la vida cristiana. Por un lado, Pablo nos transmite la tradición que él recibió y que procede del Señor. Por otro, Juan nos presenta en exclusiva su propio destilado. Pablo se sitúa en la línea del éxodo y del salmista y relata el momento en el que Jesús reconoce el paso de Dios por su vida y expresa como él mismo se hace paso para todos los demás. Es más que una  actualización de la Pascua judía. En el pan y el vino vuelca su experiencia vital. Él que se ha hecho pan para todos y, cotidianamente, ha ido gastando su vida (su sangre) en favor de los demás se ofrece decididamente a todos, sin excepción. Es, en verdad, la relación de cómo hemos de actuar para favorecer ese paso decisivo de Dios por nuestra existencia. Toda vez que nos hacemos comida para los demás y que nos entregamos a ellos estamos siendo Señor que pasa para llegar a todos. Juan nos habla de esta misma actitud de disponibilidad, pero añade un matiz fundamental: la supresión de cualquier jerarquía. En la Palestina del siglo I lavar los pies era trabajo de sirvientes y, en otras culturas, los discípulos lavan los pies de sus maestros. Aquí es el maestro quien se hace servidor del discípulo. Es la concreción de la imagen anterior. ¿Cómo hacerse alimento? ¿Cómo entregar la vida? Sirviendo, poniéndose a disposición de todos. Y no hay más. Mantener cualquier distinción previa ya no tiene ningún sentido, por eso Pedro es amonestado por Jesús: “no tienes parte conmigo”.

En conjunto, se han suprimido no sólo las jerarquías, sino también la distancia. Dios ya no es lejano; pasa por nuestra vida para enseñarnos qué debemos dejar atrás. Siguiéndole descubrimos que la actitud verdaderamente solidaria es ponerse al servicio de los demás y haciéndolo facilitamos que Dios pase también por sus vidas. Este es el verdadero y único sacerdocio real que Jesús nos propone. El amor fraterno es signo y fruto de ese sacerdocio universal y la Eucaristía es acción de gracias por ese paso que nos desinstala y, como pueblo, nos libera de cualquier esclavitud. Y sin embargo, nos hemos empeñado en secuestrar ciertas funciones como si sólo unos pocos elegidos pudieran realizarlas y hemos convertido el símbolo en alimento para privilegiados. Dios pasa hoy por nuestras vidas y nos invita a seguirle. Dejemos que nos conduzca por una transición en la que se puedan depurar esas adherencias que han ido acumulándose sobre un mensaje tan sencillo.


Un mensaje sencillo


sábado, 1 de abril de 2023

COMO EL SÍLEX. Domingo de Ramos.

 02/04/2023

Como el sílex.

Domingo de Ramos.

Is 50, 4-7

Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

Flp 2, 6-11

Mt 26, 14 – 27, 66

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Llegamos de nuevo al pórtico de la Semana Santa. Nos plantamos ante ella con una visión panorámica de todo lo que está por venir, pero también con una síntesis de todo lo que ya aconteció. Isaías comienza a exponer eso que ya pasó hablándonos del iniciado capaz de oír el mismo clamor que había llegado hasta Dios. Su lengua, igualmente iniciada, transmite un mensaje de aliento para todos los abatidos. Al mismo tiempo, este iniciado, endurece su rostro como el pedernal. El pedernal es una roca dura que produce chispas al ser golpeada; es un buen recurso para prender fuego. A esta roca se la llama también sílex y, tal como ha puesto de manifiesto la investigación sobre la evolución humana, es un material que se deja trabajar y obtiene así nuevas capacidades. Se hace útil para cortar, raspar, inflamar. Estas mismas acciones son las que Jesús llevó a cabo en su vida. Pablo nos lo presenta como encarnación de Dios que no esgrime sus atributos divinos, sino que renuncia a ellos y se deja moldear para hacerse mucho más eficaz. Endurece el rostro, eso divino, tan reconocible como manipulable, para hacerse presencia humana, fuerte y rotunda, que purifica e incendia tal como él mismo se ha dejado cortar y ha consentido en incendiarse.

Todo esto es, decimos, lo que ya ha sucedido y la reacción a ese obrar de Jesús va a ser lo inmediato por venir. Esto es lo que nos cuenta Mateo hoy en su presentación de la Pasión. En el relato se van trenzando diferentes historias: la de Judas y su traición; la de Pedro, con su fogosidad y su cobardía; la del Cireneo, obligado a ser solidario; la de los acusadores, que con sus juicios, burlas y “tentaciones” van justificándose; la de Pilatos, conminado por su mujer a liberar al reo, pero a quien vence el miedo al tumulto; la del extranjero que clarividentemente reconoce a Jesús como parecido, cercano, semejante a Dios; la de las mujeres, a las que no se nombra antes del deceso, pero que permanecen ante el sepulcro; la de José de Arimatea, desconocido hasta este momento… Y en medio de todo este elenco está Jesús.

Ya nos adelanta hoy Pablo que la resurrección de Jesús por el Padre hará enardecer el ánimo de sus seguidores. Aunque aún queden unos días, nos va bien no perder de vista este dato fundamental que terminará por dar sentido tanto a esa pedernalización de Jesús como a su dejarse cincelar. En la misma clave proléptica el salmo de hoy nos trae lo que para muchos es su oración en la cruz: desde la desesperación a la alabanza final. Pese a que esta confianza parece quebrarse en los textos más antiguos al llegar el momento culminante, nos ha llegado como la síntesis de toda su vida. La fidelidad de Jesús no es la de la inamovible cariátide que se mantiene firme para sustentar el edificio, sino la del sílex que, desde la base misma de la humanidad, se va dejando pulir y afilar para incidir con mayor precisión, que se endurece para no dejarse vencer por lo lastimoso, que prende a quienes chocan con él mientras él mismo se incendia sin consumirse. Su fuego interno no es devastador sino aliento divino que dinamiza y sostiene tanto en los ramos como en la cruz. Lo que está por venir surge del pasado y eso le da autenticidad; son inseparables. Sin pasado conflictivo, la cruz es alimento para un Dios vengativo e insaciable. Así, en cambio, es una crueldad humana que sólo puede ser superada en y por el amor que transforma dejándose transformar.  


Como el sílex