sábado, 26 de agosto de 2023

PARA TODOS. Domingo XXI Ordinario

 27/08/2023

Para todos.

Domingo XXI T.O.

Is 22, 19-23

Sal 137, 1-3. 6. 8bc

Rm 11, 33-36

Mt 16, 13-20

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Con el evangelio de hoy parece evidente que la pregunta será: Y tú ¿Quién dices que es Jesús? Y así, todos podremos pararnos un ratito para encontrar la respuesta. Sin embargo, creo que lo que a Jesús realmente le interesaba era conocer la impresión que causaba en la gente, incluidos los discípulos, porque eso le indicaría si se estaba explicando bien o no; si estaban entendiendo algo de lo que hacía y decía o no. En el fondo, lo que Jesús se preguntaba constantemente era ¿Quién soy yo? ¿Qué es esto que descubro en mí? ¿Cómo podré compartirlo con los demás sin que piensen que me vuelvo loco? Ocurre que Jesús actuaba según era, sin doblez ni segundas intenciones, que dejaba sitio al Padre y obraba según entendía él que ese Padre le pedía. Su obrar era su ser, por eso la pregunta por su identidad era equivalente a su propio preguntarse por sí mismo. El evangelio de hoy es una llamada a preguntarnos si nuestras acciones nos definen o no. Si preguntásemos a los demás quién dicen ellos que somos ¿Qué respuesta obtendríamos?

Claro que es posible que los demás nos contestasen con respuestas más o menos manidas: Juan Bautista, Jeremías o algún profeta… o con afirmaciones esperanzadas: Elías, que ha de volver. Pero también están quienes intuyen lo que nadie más ve y no se quedan presa de nuestras limitaciones. Parece ser que eso le pasó a Pedro quien, pese tener frente a sí a alguien muy distinto de lo esperado supo ver al mesías, al Hijo del Dios vivo en aquel artesano galileo, sucio de trotar por los caminos y peleado con quienes se tenían por guardianes de la promesa. Decididamente, no era esto lo esperado. Pero, como dice Pablo, qué insondables son los caminos de Dios y sin embargo queda claro que con este hombre se percibe la presencia de Dios en todo y surge del corazón la misma oración que hoy canta el salmista. 

Esos que se tenían por guardianes terminaron traicionando la confianza de Dios, del mismo modo que Sobná, como nos cuenta Isaías, defraudó las expectativas del Señor, por lo que será depuesto y se darán a otro sus privilegios y su responsabilidad. Ese otro, Eliaquín, permanecerá firme, clavado, como una estaca en lugar seguro. En contraposición a la volubilidad de otros, Jesús es el que permanece firme y transmite esa firmeza a quien está cerca de él. Este parece ser hoy el caso de Pedro; él recibirá las llaves del reino de los cielos, tal como el mismo Eliaquín recibió la llave del palacio. En realidad, todos recibimos las llaves. El reino de los cielos es un lugar abierto a todos. Todos son invitados y  todos caben en él. Las llaves no son propiedad de Pedro, sino de cada uno. Pedro es piedra, como ya sabemos, y la firmeza con la que la estaca aguanta se expresa en hebreo con la raíz mn que nosotros conocemos como amén. Las llaves son propiedad de quien dice amén, es decir, de quien se hace firme; de quien actúa sin doblez, como es; de quien se busca con sinceridad sin engañarse ni engañar; de quien transmite así la presencia cercana de Dios. En el día de hoy se nos pide que, primero, nos abramos a la novedad absoluta de Dios para poder verlo donde nadie más lo ve aún. Y después, que nos mantengamos firmes y sinceros para poder abrir la puerta a muchos que buscan pero aún no encuentran. Puede que tengamos privilegios pero no son nuestros y se nos conceden para el bien de todos.  


Para todos


sábado, 19 de agosto de 2023

RENUNCIAR A LAS FRONTERAS. Domingo XX Ordinario

20/08/2023

Renunciar a las fronteras.

Domingo XX T.O.

Is 56, 1. 6-7

Sal 66, 2-3. 5-6. 8

Rm 11, 13-15. 29-32

Mt 15, 21-28

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Aunque se nos haga extraño, el evangelio que leemos hoy prueba que también a Jesús le pusieron las pilas en alguna ocasión. Todo parece indicar que Jesús no tenía mucha intención de detenerse para ayudar a aquella mujer pero la insistencia de esta y la fe que ve tras ese tesón lo convencen de lo contrario. Con lo cual se hace evidente que, como todo ser humano, también Jesús cambió de opinión y, lo más importante, aprendió de los demás y en este caso, por añadidura, lo hizo de una mujer extranjera. Frente a la fe que ella muestra y la esperanza que la anima Jesús queda sin armas y la tradicional idea elitista del mesías enviado a Israel cae por los suelos. Dios, entiende Jesús, no puede desatender a quien el amor mueve a expresar esa fe. No en vano ya Isaías había dejado claro que los extranjeros pueden alcanzar la salvación del Señor si se ajustan a sus preceptos y llevan una vida acorde al derecho, la justicia y la piedad que habían sido prescritas para su pueblo. La aceptación de Jesús es la actualización de todos esos requisitos. Y por ello la mujer, pese a ser extranjera, recibe lo que pide. Ya no hay más requisito que la fe para acceder al pueblo de Dios.

Unos años antes que Mateo, Pablo había escrito a los romanos que “los dones y la llamada de Dios son irrevocables”. Así, aunque los judíos rechazaron la reconciliación que Dios ofrecía en Jesús y que otros sí aceptaron, no caerían en el olvido pues “Dios encierra a todos en desobediencia para tener misericordia de todos”. Ya hemos dicho alguna vez que para el judío piadoso todo era voluntad de Dios, incluso la cerrazón del ser humano. El plan decisivo de Dios es, ¡atención!: tener misericordia con todos. Así, cuando el pueblo pródigo que le había rechazado volviese a él todo sería una fiesta, tal como en la parábola. En realidad, no es que Dios tenga la culpa de todo. El ser humano es como es y no siempre consigue comprender que los otros son como él. El bien de los unos parece sentar mal  a los otros porque se han esforzado en ser fieles y no se ven recompensados. La cuestión es que Jesús quiere poner fin a esa percepción y dejar claro que lo importante es la fe en él; es aceptar el mensaje que trae de parte de Dios. Todo lo anterior ha de concretarse en este nuevo mensaje de apertura a todos; sino, no vale ya. De algún modo, el salmista lo había adelantado expresando su esperanza de que todos los pueblos adorasen a Dios.

Así pues, no quedan criterios genéticos ni legalistas que puedan dar razón de la pertenencia al pueblo de Dios; ni hay nación o fe que pueda contenerlo. Sus fronteras son tan amplias como la extensión del mundo. Está abierto para todos y no hay motivo para recriminar nada a nadie. Quien no falla en una cosa lo hace en la otra y, sin embargo, Dios tiene misericordia con todos por igual. Por lo tanto, va llegando el día de construir un mundo en el que pueda asentarse un pueblo no espiritual, sino plenamente encarnado en individuos concretos, que sepan renunciar a fronteras políticas y económicas que poco tienen que ver con la aceptación e inclusión que Jesús pone aquí en juego. Este episodio bien pudiera entenderse como una lectura de la parábola del Padre amoroso en clave social y comunitaria que deje atrás cualquier duda o tentación de entender el mensaje solo en una clave intimista que no nos deje percibir el derecho de los demás a compartir la herencia.


Renunciar a las fronteras




sábado, 12 de agosto de 2023

SAL SIN MIEDO. Domingo XIX Ordinario.

 13/08/2023

Sal sin miedo.

Domingo XIX T.O.

1 R 19, 9a. 11-13a

Sal 84, 9ab-14

Rm 9, 1-5

Mt 14, 22-33

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Ya hemos dicho en alguna ocasión que el pueblo de Dios era poco marinero. Para ellos el mar abierto era un lugar peligroso; símbolo de muerte. El mar de Galilea en el que los amigos de Jesús pescaban es, en realidad, un lago de agua dulce alimentado por las aguas del Jordán y constituye la mayor conquista de aquel pueblo en este campo. Pese a su tamaño, el lago podía ser un lugar peligroso. Este parece ser el caso que nos presenta hoy Mateo. El evangelista, conocedor de los peligros de la navegación y de la tradición de su pueblo, se vale del mar en la presentación de Jesús como alguien capaz de dominar ese poder maligno; podía caminar por encima de sus aguas sin perecer. Esto tan solo era posible para quien estuviese muy próximo a Dios. Esa proximidad se entendía exclusiva del Hijo de Dios y así es aclamado Jesús por sus discípulos al subirse a la barca. Este reconocimiento no implica de por sí una filiación física, sino una familiaridad o cercanía inusitada entre Jesús y Dios. Jesús, confiando absolutamente en el Padre se hacía uno con su voluntad, llegando a ser así su revelación definitiva.

Los discípulos, testigos de la vida, obra y prodigios de Jesús tenían la necesidad de situar esta revelación en un contexto que le diera sentido; que la hiciera comprensible. Jesús no aparece de la nada sino que, como nos recuerda Pablo, surge en el seno de ese pueblo que temía al mar y es producto de su historia y de sus tradiciones. Sin ellas, Jesús es incomprensible. Hijo de Dios o Cristo no son sólo palabras o títulos concedidos a Jesús, sino que son jalones, expectativas que el pueblo tenía y por las que vivía pese a la dureza de su día a día. En Jesús la esperanza va encontrando cumplimiento y por eso se le atribuyen esos nombres sin que sus amigos y amigas puedan dudar de la veracidad de esta atribución. Este es también el mensaje del salmista hoy. Al escuchar esa voz, y escuchar quiere decir, hacer caso y confiar, se hace patente la novedad que trae Jesús. El mundo se transforma.

La voz de Dios es presencia de Dios y esta se da en la brisa, no en la espectacularidad ni en la destrucción. Es en la brisa susurrante donde Elías le reconoció y por eso salió de la cueva en la que se ocultaba. Jesús pasó gran parte de la noche en solitaria oración y salió de su propia cueva, de su interioridad, para caminar sobre las aguas, sobre el mal, sobre sus propios miedos y preocupaciones, sin sucumbir al abismo de su profundidad. Pedro quiso fiarse de Jesús pero le venció el miedo y temió perecer hasta que el mismo Jesús le tendió la mano. Es posible que no estemos aún tan fuertes como Jesús o Elías para sortear las corrientes y evitar el naufragio, pero Jesús se compromete a ayudarnos para que reconozcamos esa brisa que nos coloca frente al mundo de una forma distinta: sin incendiar ni arrasar, sin despreciar lo nuevo ni olvidar lo antiguo. Convertir nuestro interior en un escondite lo transforma en una trampa y nos hace crueles porque despreciamos todo lo que no quepa allí, todo lo que no quiera o pueda adaptarse a nuestro espacio. Es importante entrar, pero para combatir con nosotros mismos; para descubrir nuestra vocación a la Unidad: “Sal y permanece en pie” y “no tengas miedo”; ambas llamadas se complementan y nos convocan hoy para, desde lo más íntimo, encontrarnos con los demás y con Dios mismo que siempre viene hacia nosotros.


Sal sin miedo


sábado, 5 de agosto de 2023

PLENITUD ABIERTA. Domingo XVIII Ordinario

06/08/2023

Plenitud abierta.

Domingo XVIII T.O. 

Dn 7, 9-10. 13-14

Sal 96, 1-2. 5-6. 9

2 Pe 1, 15-19

Mt 17, 1-9

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En algún momento determinado los discípulos tuvieron la certeza de que Jesús era realmente especial. Posiblemente para cada uno, para cada una, ese momento fue diferente. Mateo nos habla hoy de Pedro, Santiago y Juan. Ellos serían, con el tiempo, líderes destacados en la Iglesia venidera. No parece casual su presencia en este episodio pero intentar discernir si una cosa depende de la otra, o la otra de la una, nos llevaría a un laberinto de razonamientos y corazonadas que no promete una salida sencilla. La cuestión es que aquellos primeros seguidores de Jesús, todos, no solo estos tres, tuvieron un encuentro personal con él en el que, ayudados de algún modo por el Espíritu, vieron en él eso que le hacía especial. Le descubrieron más allá de las circunstancias concretas que les tocaba vivir y fueron capaces de ver a Dios mismo en él y a través de él. En ese momento todo estuvo claro y todo invitaba a permanecer allí. Pero el Espíritu es fugaz como un soplo y las circunstancias son tozudas. En un instante todo pasó como llegó, pero quedó la certeza de haber vivido algo inusitado que, sin embargo, le daba sentido a todo.

Según los evangelistas, el propio Jesús hablaba de sí como el Hijo del hombre.  A este personaje lo presenta Daniel en su predicción apocalíptica como un ser humano al que se le dará poder y que reinará eternamente y todos los pueblos le respetarán. El relato de la transfiguración presenta a Jesús en un contexto similar, en tratos con Moisés y Elías; personajes legendarios, pero emparentados con el final de los tiempos. El primero fue el libertador que, tras transmitir al pueblo la Ley de Dios, prometió un nuevo profeta poderoso como él; el segundo fue el profeta capaz de desafiar a todos por mantenerse fiel a Dios y del que, tras su rapto a los cielos, se esperaba el retorno. Jesús había pasado a ser para ellos, para cada uno en su momento, ese ser humano excepcional destinado a transformar el mundo. Y lo entendieron y explicaron según sus propias expectativas, como nosotros lo haríamos hoy. Eso no quita validez a su experiencia, ni a la nuestra. El salmo presenta al Señor como el rey que trae alegría a la tierra. Eso mismo era Jesús para ellos. Y Pedro, o el autor de la carta que lleva su nombre, nos ofrece su propio testimonio: Yo estuve allí, o tuve esa experiencia, y vi y, sobre todo, oí la voz de Dios que le identificaba como su hijo amado y que, antes que a cualquier otra cosa, nos invitaba a escucharle. Escucharle implica seguir esa nueva ley que él trae y que llena el mundo de felicidad.

Por nuestra parte, para no quedarnos extasiados fabricando capillas tendríamos que recordar cuál fue ese instante especial en el que descubrimos a Jesús como Hijo de Dios, como enviado definitivo, como portador de sentido capaz de defenestrar la amargura. Pongámonos en el lugar de Pedro y revivamos ese momento, o momentos, en los que hemos sido arrebatados y en los que todo ha cobrado sentido. Esa es la vida en plenitud que podemos atisbar fugazmente, pero a la que estamos destinados y en la que tienen tanta parte nuestros antepasados como nuestros descendientes. Percibir la cercanía de Jesús el Cristo es percibir la presencia de todos ellos y acomodarlos en nuestro presente para habilitarlo con ellos de forma que se abra a todos. La plenitud comienza aquí, pero no se cierra en nosotros; todos caben.


Plenitud abierta