sábado, 24 de septiembre de 2022

CUANDO LA SENCILLEZ SE NOS HACE INSUFICIENTE. Domingo XXVI Odinario

 25/09/2022

Cuando la sencillez se nos hace insuficiente.

Domingo XXVI T.O.

Am 6, 1a. 4-7

Sal 145, 7-10

1Tm 6, 11-16

Lc 16, 19-31

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Jesús toma el relevo del profeta Amós que ya ocho siglos antes que él había criticado el lujo y la indolencia en que vivían los ricos de su época, dando la espalda a las necesidades de sus conciudadanos y sin conmoverse por la ruina del país. Por ello, merecen el destierro que en breve tiempo sufrirán. Jesús ve que poco ha cambiado desde entonces y asume como propia la crítica del profeta. Ya no hay amenazas de destierro, pero habla de la otra vida como el lugar en el que toda injusticia será enmendada. No es el suyo un mensaje que aliente la resignación ni una conminación que recurra al miedo de la condenación eterna. Es, más bien, la constatación de que las cosas no van a cambiar y esta misma idea se la vemos expresar en otras ocasiones.  No es tampoco pesimismo, sino esperanza en que aunque todos fallen y la realidad parezca, para muchos, no tener sentido alguno, Dios no falla y está atento para ponerle un final apropiado; acorde a su intención primera: vida para todos.

Así lo expresa también el salmista, pero las buenas obras que, según él, Dios realiza serán, finalmente, más obra de la buena gente y no arbitrarias intervenciones divinas. Esta convicción surge al apreciar la evolución que, en los libros bíblicos, experimentan a través de los siglos conceptos como la retribución por las buenas o malas acciones o la responsabilidad personal. Cuando aún no existía una fe firme en la vida eterna, cualquier recompensa o sanción era recibida en el transcurso de  la vida terrena del sujeto o, si él escapaba, en la de sus descendientes. El descubrimiento de la responsabilidad personal sofocó las penas heredadas y proyectó cualquier repercusión sobre la existencia definitiva en la que Dios mismo instauraría su justicia. Por eso, los ricos a los que Amós critica sufrirán el destierro en breves días mientras que el rico de la parábola, Epulón, según la tradición, recibe el pago por su actitud penando en el infierno y Lázaro se ve resarcido por los males sufridos una vez ha llegado al seno de Abraham. Por su parte, el pasaje que hoy leemos de la carta a Timoteo explicita, precisamente, la importancia de que cada uno asuma las responsabilidades derivadas del compromiso que profesó ante muchos testigos. No sabemos a qué compromiso se refiere el texto, pero si la afirmación tenía valor para Timoteo, también lo tiene para nosotros.

La cuestión es que ese testimonio personal se equipara al del propio Jesús ante Pilato y el combate de la fe es personal.  Siglos después, hemos venido a considerar que la salvación es fruto del merecimiento de cada uno y en ese mérito se incluía el padecimiento en este mundo. Esta es una interpretación interesada auspiciada por los empachados de bienestar, que esperaban camuflar su desidia bajo un manto de espiritualismo similar al de aquellos ricos a los que Amós veía seguros en Sión y Samaría, capitales políticas y focos del cisma religioso. La crítica de Jesús, como la de Amós, se centra en haber olvidado a los demás, ya sea por comodidad económica o por tranquilidad espiritual; que ambas pueden asfixiar al Espíritu. Y para subsanar este desfase no sirven los prodigios ni las resurrecciones. Todo está ya dicho y escrito pero nos empeñamos en negarlo por considerar insuficiente la sencillez en la que se expresa. La manifestación definitiva de Jesús manifestará la gloria de Dios, inaccesible para quien se insensibiliza ante el dolor de los demás.


Lázaro y Epulón (1130).
Abadía de Saint Pierre de Moissac
Tarn-et-Garonne, Francia.



sábado, 17 de septiembre de 2022

IMPLICÁNDONOS. Domingo XXV Ordinario

18/09/2022

Implicándonos

Domingo XXV T.O.

Am 8, 4-7

Sal 112, 1-2. 4-8

1Tm 2, 1-8

Lc 16, 1-13

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La primera lección que podríamos sacar hoy, pero que dejamos pasar sin reparar plenamente en ella, es que Jesús estaba enterado de las cuestiones menos prosaicas de su época. Su interés por el ser humano concreto le llevaba a estar al día de las prácticas económicas. Su propia experiencia como obrero tuvo que ser un buen espacio de aprendizaje. Poco había en él de espiritualismo tránsfuga que sirviese de refugio para no afrontar las dificultades de la vida. ¿Cómo ayudar a los pobres de los que tanto hablaba si no conocía sus preocupaciones y problemas? La costumbre de la época permitía que el administrador concediese préstamos de los fondos de su señor cobrándose su comisión a cuenta del prestatario. El administrador de la parábola había derrochado los bienes del señor y frente a las acusaciones decide renunciar a su propia ganancia para que todos fuesen capaces de pagar su deuda. Esto no aclara si el Señor logra resarcirse así de las pérdidas que la malversación de su siervo le originó, pero alaba su astucia. En este marco, Jesús introduce su enseñanza. No para defender la corrupción sino para ensalzar la conducta de quien sabe ganarse amigos con el dinero de iniquidad; es decir, de quien sabe liberar al pobre de pagos injustos y desorbitados a costa de su propio beneficio. Esta conducta le granjeará amigos en los tiempos de adversidad que se le avecinan. Conocer los mecanismos del mundo puede ayudar a los demás a la vez que te reporta beneficios personales. Por eso Jesús reconoce la astucia de los hijos de este mundo; con ello expone claramente que conocer los mecanismos que operan en él es necesario para desenvolverse y promover soluciones eficaces. De lo contrario, solo quedan la confianza en la magia o la llamada a la resignación.

Pero la cuestión de fondo sigue siendo el porqué de la propia acción, la calidad última de la implicación. Quien es capaz de renunciar a sus propios intereses a favor de los demás está en sintonía con Dios mismo quien, tal como nos dice el salmista, habitando en las alturas se abaja para ensalzar al pobre. Pobre, en el lenguaje y la comprensión de Jesús, es aquel que es fiel en lo poco; aquel que sabe vivir pendiente de lo necesario y de lo justo no solo para sí mismo, sino, especialmente, para quienes son dejados de lado por los demás, renunciando así a todo aquello que los aparte de esa actitud divina de abajamiento. De ese estar pendiente de todos. Esa kénosis permanente que Dios es, es la misma desposesión que de sí mismo vive Jesús y la misma a la que nos invita a todos. Ser fieles en lo poco es permanecer ajeno a la tentación de aprovecharse de los demás. Es situarse en el polo opuesto a los mercaderes  que presenta el profeta Amós. Aquellos que ansiaban que pasase el sábado y la luna nueva, día festivo importante en el calendario judío, para seguir con sus abusos, cumplían con la ley pero abusaban de su posición de poder y se enriquecían con engaños. No es este el camino querido por Dios y puesto en práctica en la vida de Jesús. Quien escribiese a Timoteo nos recuerda hoy que fue esta vida excepcional, de un hombre excepcional: Jesús el Cristo, la que consiguió la salvación para toda la humanidad. Junto a las oraciones que elevó con manos limpias y corazón sincero supo y pudo transmitir un sentido para la vida de quienes se cruzaron con él y para la de todos los demás. Esa es también nuestra vocación.


Implicándonos


sábado, 10 de septiembre de 2022

IMÁGENES DIVINAS. Domigo XXIV Ordinario

11/09/2022

Imágenes divinas.

Domingo XXIV  T.O.

Ex 32,7-11. 13-14

Sal 50, 3-4. 12-13. 17. 19

1Tm 1, 12-17

Lc 15, 1-32

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Existe, por un lado, Dios tal como es y existen, por otro lado, las múltiples imágenes que de él tenemos. Durante siglos se impuso en occidente esa antigua imagen que nos pinta un Dios severo e inflexible, centrado en la exigencia. Ya algunos de los autores que recopilaron el Génesis quisieron desmontarla y nos presentaron un Dios capaz de ceder ante los ruegos de Abraham. Desde aquellos tiempos remotos, percibieron y pusieron en valor esa faceta de Dios, alejada de la impasibilidad, para hablarnos de un ser divino que se dejaba influenciar por la bondad del corazón humano. El autor o autores del Éxodo, por su parte, insisten en el mismo mensaje: la severidad de Dios no es mayor que el amor que sus palabras y sus acciones pasadas mostraron. Se puede tratar con él; es posible, en el mejor de los sentidos, negociar con él y aun convencerle. Así, Abraham intercedió en su día por quien desconocía la más elemental hospitalidad y fraternidad humana y vemos hoy a Moisés hacerlo por el pueblo impaciente que da la espalda a Dios después que éste le ha alcanzado la liberación.

Lucas presenta el mismo argumento, pero desde el otro lado; desde el corazón amoroso de Dios que Jesús ha entrevisto claramente al acercarse a las tradiciones de su pueblo. Los autores veterotestamentarios subrayaban la necesidad del arrepentimiento y del compromiso en el propio cambio. Así nos lo resume claramente el salmista. Para que Dios mostrase su clemencia era necesario ese cambio de actitud. Del reconocimiento al perdón pasando por la humillación. La recapacitación está también presente en la célebre parábola conocida como la del hijo pródigo. Este hijo se plantea volver cuando su situación le permite percibir la magnitud de su error. La diferencia está en la actitud del padre que tiene aquí un papel proactivo. Igual que el pastor sale en busca de la centésima oveja, este padre, también pródigo, pero en amores,  otea contantemente el horizonte para poder salir corriendo hacia el hijo en cuanto lo vea venir, no sea que le pueda la vergüenza y dé marcha atrás.

            De este modo, igual que la vecina ilumina la casa y la barre para eliminar cuanta suciedad dificulte encontrar lo perdido, nos dice la carta a Timoteo que, por encima de cualquier otra cosa, sobreabundó la gracia del Señor que transformó al perseguidor en testigo. Porque la gracia y el perdón no están destinados a proporcionarnos una tranquilidad que nos aísle de todo lo demás. Muy al contrario, el más pecador será enviado como modelo para todos del mismo modo que Jesús hizo capaz a Pablo, se fió de él y le confió ese ministerio, ese servicio, para bien de todos. Del mismo modo, se nos invita también a nosotros a limpiar todo aquello que impida al ser humano, especialmente a los hijos mayores, acercarse cada vez más a la madurez religiosa. Esa madurez se mide, primero, por la capacidad de dialogar con Dios abandonando los miedos infantilizantes, segundo, por reconocer que la imagen que tenemos de él no es ni la única ni la mejor y, tercero, por responsabilizarse de todos los demás. Así pues, nuestro ministerio tendrá que ver con Iluminar y limpiar mutuamente nuestros corazones para encontrar la moneda, el talento, que fomente  nuestra capacidad de acogida y de construcción de nuevas realidades, espacios y formas de relacionarnos con Dios junto con otros muchos; sin dejar fuera a nadie ni exigir lo que nosotros mismos no daríamos. 


Imágenes divinas




sábado, 3 de septiembre de 2022

ONÉSIMO Y FILEMÓN. Domingo XXIII Ordinario

 04/09/2022

Onésimo y Filemón.

Domingo XXIII T.O.

Sab 9, 13-18

Sal 89, 3-6. 12-14. 17

Flm 9b-10. 12-17

Lc 14, 25-33

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Existe un modo de hacer las cosas que es propio del ser humano en cuanto ser que convive con otros en este fragmento de realidad que conocemos como mundo. Existe, además, otro modo, diverso, pero propio también de los seres humanos cuando se abren a una experiencia mucho más amplia de lo real. Ese modo más espacioso es, en realidad, un despliegue de esa misma naturaleza suya al dejar de contemplarse a sí misma para abrirse a todo y todos los demás. A esa dilatación, el Antiguo Testamento la llama Sabiduría y la considera un don de Dios que va unido al espíritu. Sin ese regalo, el hombre es incapaz de conocer nada más que no sea lo inmediato. Sólo la Sabiduría es portadora de salvación y es capaz de enderezar las sendas y proporcionar un sentido que permita superar las estrecheces cotidianas. Cualquier persona, incluso la más inteligente, podría, si dispusiera de ellos,  pasar los mil años de los que habla el salmista intentando adquirir un corazón sensato, pero todo su esfuerzo será en vano si no se abre a la intervención de Dios. Él nos sacia de misericordia por la mañana y, en esa amanecida, siembra en los surcos de nuestras manos la semilla de bondad que puede hacer prósperas nuestras obras.

Jesús comprendió que esa semilla, pese a estar ya colocada en una buena tierra, tan sólo crecería oxigenándola convenientemente. Será necesario dejarle espacio y desbrozar el terreno renunciando a tres magnitudes que, para corazones no acostumbrados a saborear esa espaciosidad que Dios regala,  parecerán indeclinables. Es preciso abandonar, en primer lugar, aquello que nos justifique la excusa de abrirnos al despliegue definitivo, aunque sea tan  bueno como la familia que, para aquellos oyentes de Jesús, era un ámbito fundamental del que, sin embargo, por consagrarse al servicio del Señor, ya Leví y los levitas se habían apartado. Es preciso, en segundo lugar, desposeerse de sí mismo; ser capaz de entregar la vida en el día a día aceptando la cruz que la fidelidad pueda, como a Jesús y los profetas anteriores, reportarle. Y es preciso, finalmente, prescindir de los bienes materiales cuando nos distancian de los demás; cuando son obstáculos que señalan diferencias y denuncia que evidencia injusticias.

Y esta renuncia a los parapetos, a la comodidad y a la acumulación nos pondrá en disposición de saborear el mundo nuevo que se abra ante nosotros. Gracias a ella podremos reflexionar con calma cómo edificar una torre para todos o cómo desistir de plantear batalla para buscar una solución buena para todas las partes. Del mismo modo que Filemón fue aleccionado para acoger a Onésimo, el esclavo huido, sin castigarle por haberle avergonzado y tal como Onésimo fue invitado a volver a casa de Filemón, ha llegado el momento en el que ya nada puede ser como era antes; en el que la precipitación propia de la impulsividad tiene que dejar paso a una planificación que no es excusa sino búsqueda de consenso; cuando ya no hay lugar para el acatamiento, sino que urge la sinodalidad en mutua referencia. Estamos llamados a vivir ese momento sapiencial en el que todos nos recobremos y nos pertenezcamos a todos en la misma medida en la que nos vivamos y dejemos mutuamente libres y sepamos aceptarnos en una amplitud sin dominio.


Onésimo y Filemón. Papiro 87 (Numeración de Gregory-Aland).
Fragmento de la carta a Filemón (13-15. 24-25)