sábado, 29 de octubre de 2022

BAJA DEL ÁRBOL. Domingo XXXI Ordinario

 30/10/2022

Baja del árbol.

Domingo XXXI T.O.

Sab 11, 22 – 12, 2

Sal 144, 1-2. 8-11. 13cd-14

2 Tes 1, 11 – 2, 2

Lc 19, 1-10

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Estamos acostumbrados a realizar una lectura espiritualizada de los textos bíblicos. Pero estos textos no solo respondían a esta intención; encerraban también la fundamentación del antiguo Israel como país. La interpretación religiosa fue colocada, muchas veces, al servicio de la concreción política. Aquel pueblo elegido veía en aquellas líneas su propio origen y encontraba entre ellas la argamasa que le constituía en nación. Y esa nación era fruto de la voluntad de Dios. Por eso, ser traidor a ella era uno de los peores pecados. El publicano, a quien ya vimos como modelo la semana pasada, era un pecador público; un colaborador del invasor que se aprovechaba de su situación para enriquecerse arteramente. Sin embargo, este Zaqueo, cuyo nombre significa el puro o el inocente, que vive en el lujo con conciencia de pecador, tiene curiosidad por ver a Jesús, por oírle, pues le han dicho que se acerca incluso a los que son como él… Trepa a un árbol para verle porque él es bajito y necesita suplir su poquedad pero también porque el gentío que se agolpa es mucho y tiene a Jesús secuestrado, como si fuera propiedad suya. Todos quieren algo de él pero no parecen dispuestos a compartirlo. Jesús, sin embargo, es capaz de salvar cualquier obstáculo para llamar a cada uno por su nombre y hacerle poner los pies en la tierra. Hace comprender la situación a Zaqueo: “Pese a todo el mal que hayas hecho, Dios no deja de amarte, muy al contrario, viene a ti hoy personalmente, pero desciende a la vida real, y mira a ver en qué puedes echar una mano”. De ahí su espectacular conversión; una auténtica metamorfosis que repercute en todos los que le rodean y deja clara la falsedad de un cambio sin renuncia a la injusticia y sin reparación.

Puede que Zaqueo sea como el insignificante grano del que habla la primera lectura, ese que en la balanza puede vencer el fiel y hacerlo inclinarse en un sentido o en otro; como la diminuta gota de rocío que puede hacer rebosar la copa. Todos somos un mundo de relaciones y afectos; construimos universos a nuestro alrededor y mantenemos sistemas que no siempre  se acomodan al corazón de Dios, pero él está pendiente de todo y de todos, pues todo  y todos llevan su aliento y a nada ni nadie aborrece. Todo existe por obra suya y todo se mantiene porque él lo llama continuamente. Dios ama la vida. Por eso se compadece y corrige nuestros sistemas, no solo nuestros corazones, mostrando misericordia. Siempre espera que todas y todos se vuelvan hacia él. El salmista, que parece haber experimentado su misericordia, reconoce este carácter amigable de Dios y no cesa de darle gracias.

El autor de la segunda carta a los Tesalonicenses quiere recordarnos que ciertamente Dios viene a cada uno, pero no en la forma esperada. El día del Señor era un día de juicio, temido por sus consecuencias, el día de la decisión sobre el destino final de cada uno según sus actos. El Señor vendrá, pero no así; vendrá como llegó a la vida de Zaqueo, con la suavidad de quien te conoce en tu profunda esencia: puro e inocente, aunque maleado… A esa pureza diminuta pero capaz de todo es a la que Dios apela e invita a transformarse. Él se ofrece para acompañarnos en el viaje, para hacernos dignos, pero somos nosotros quienes debemos bajar del árbol y darle la vuelta a lo que en nuestro mundo se vivía a sus espaldas para que nada ni nadie se quede fuera.


Baja del árbol


sábado, 22 de octubre de 2022

EL CLAMOR. Domingo XXX Ordinario

 23/10/2022

El clamor

Domingo XXX T.O.

Si 35, 12-14. 16-18

Sal 33, 2-3. 17-19. 23

2Tm 4, 6-8. 16-18

Lc 18, 9-14

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Israel entra en la historia de la mano de un Dios particular, que tomándolos bajo su protección los convierte en un pueblo liberado. El Señor reparó en ellos y les concedió la libertad. La elección explicaba este favor gratuito. Aquél pueblo salvado de la esclavitud había sido ya elegido en la persona de su precursor: Abraham, el padre de una multitud. Así, no resultaba extraño que Dios se ocupase de ellos. Pero era un Dios diferente a los otros; estaba atento a la necesidad de los débiles. La tradición bíblica afirma que el clamor de los inocentes, de la sangre, asciende hasta él quien lo escucha y desciende para actuar en favor del ser humano que clama. Así nos lo confirma nuestra primera lectura de hoy que en la que vemos a la oración del humilde atravesar las nubes. Ni el oprimido, ni el huérfano, ni la viuda quedan desatendidos. El mismo mensaje nos transmite el salmista. Que los humildes se alegren porque el Señor está cerca de ellos, se enfrenta a los malhechores y libra a los atribulados de sus angustias.

El fariseo y el publicano de la parábola claman desde diferentes puntos de vista. El fariseo lo hace desde la posición de quien piensa que Dios debe amarle no solo porque él cumple los mandamientos, sino también porque no es como esos otros malvados. Y por esto da gracias; él está en el buen camino porque, de alguna manera, Dios le ha colocado allí. Dios, que es justo premiaba en vida las buenas acciones de los hombres buenos. Era la lógica tradicional. El publicano, en cambio, se acercaba a Dios como aquél que está convencido de que es amado aunque peque. Él clama pidiendo perdón pero no exhibe sus méritos porque deben ser ya conocidos por Dios, pese a que en la lógica del momento carezcan de fundamento: qué importa que hagas algo bien si eres un pecador, un traidor a tu pueblo, el elegido por Dios. Posiblemente, ni el uno era tan bueno ni el otro tan malo pero el ecosistema socio-religioso del momento no admitía reconciliación posible. Sin embargo, del fariseo afirma Jesús que no sería escuchado y del publicano que sí. Este segundo había interiorizado su situación y clamaba desde sus entrañas pues en su intimidad sabía que Dios era bueno. El primero, en cambio, vivía su vida desde fuera; había blanqueado su fachada y no llegaba a descubrir en el publicano el testimonio del Dios misericordioso que él le presentaba.

La esperanza del publicano es la misma que hizo clamar a los primeros israelitas en Egipto; la del salmista; la que han poseído siempre los pobres de Yahweh, que confían en él pese a cualquier circunstancia y la que se nos presenta en la carta a Timoteo: pese a que nadie estuvo a mi lado, el Señor me dio fuerzas; he proclamado a todas las naciones el mensaje de que Dios es misericordioso y he mantenido la fe. La tan aireada justicia de Dios exige de nosotros que detengamos nuestro caminar y que hagamos de la realidad un templo en el que podamos dar amor a quienes no lo reciben; que comulguemos con “los malos” que claman, con los no cumplidores. Dios quiere justicia, ciertamente, que todos sean amados como nosotros mismos lo hemos sido por él; que todos sepan, por nosotros, que su falta no es barrera para el amor que él les envía con nosotros. El Dios verdadero solo es perceptible en ese encuentro.


El clamor




sábado, 15 de octubre de 2022

PARA NO RENDIRSE JAMÁS. Domingo XXIX Ordinario

 16/10/2022

Para no rendirse jamás

Domingo XXIX T.O.

Ex 17, 8-13

Sal 120, 1-8

2 Tm 3, 14 – 4,2

Lc 18, 1-8

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En muchos casos, no tiene sentido intentar encontrar lógica en las parábolas que Jesús cuenta a la gente. No tiene ningún sentido abandonar 99 ovejas para salvar a una; ni hay lógica en aceptar, como si nada hubiese ocurrido, al hijo calavera; tampoco es razonable pedir frutos fuera de temporada ni es inteligente esparcir las semillas sin ningún control lo mismo por campos que por caminos o pedregales… y podríamos seguir. Pero esta falta de lógica es su principal virtud. Ni Dios ni el mundo que Jesús sueña y propone como fruto de su encuentro con el Padre son, según nuestros cánones, realidades lógicas y razonables. Si lo fuesen serían solo una proyección humana. Tampoco es lógico, ni prudente, que una pobre viuda de la Palestina del siglo I (léase: una mujer sola y desamparada, sin valedor alguno) incordiase continuamente a un juez que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. Menos lógico aún es que este juez se dejase incordiar por aquella pobre viuda y no se librase de ella por métodos más expeditivos. Jesús quiere presentar, por un lado, el contraste entre ese juez y el Padre que él conoce y sabe que vela por todos. Pero quiere también, en segundo lugar y sobre todo, presentar la fe de aquella mujer como un valor de transformación.     

La fe de la que él nos habla no es la de quien pide y pide esperando ver el cielo abrirse, sino la que mueve a los pequeños y ninguneados a defender sus derechos frente a quienes quieren pisotearlos. Es la fe de quienes no se dejan arrebatar la dignidad por grande que sea el opresor. Son esos pequeños los preferidos de Dios. Así nos lo dirá el propio Jesús en otros lugares y así lo entendían los israelitas errantes que se defendieron de los ataques de los amalecitas y otros pueblos, confiando en el auxilio de quien los había elegido (también puede leerse: preferido). Es cierto que ya plantados en el siglo XXI no terminamos de entender esa obsesión bíblica por aniquilar enemigos amparados bajo el manto de la protección divina, pero lo decisivo no es eso, sino la parcialidad de Dios que se pone del lado de quienes sufren a manos de los fuertes. Y  esto tampoco terminamos de entenderlo. Pensamos que Dios tendría que ser imparcial porque eso es lo políticamente correcto y que tendría que impartir una justicia comprensible, semejante a la nuestra. Pero no. Dios no es un juez de esos, ni siquiera un buen juez, tan distinto al de la parábola, Dios es el que está con quienes tienen el valor de defenderse; de vencer al miedo, a la pereza y a la desidia para cambiarse a sí mismos como primer paso en el camino hacia un mundo mejor. Este espíritu es el que inspiró al salmista.

Y es este Espíritu en el que Timoteo es instado a permanecer. No olvides lo que aprendiste ni a quien te lo enseñó. Todos somos maestros de todos y nos iluminamos unos a otros para comprender que toda Escritura es inspirada, no en su literalidad, sino en su capacidad de transmitir esta verdad acerca de la predilección de Dios por los combatientes. Insiste en ello a tiempo y a destiempo, argumenta según las Escrituras y el Espíritu que las anima (a todas), reprocha su olvido a quien se guie por su propio beneficio, exhorta a todos a levantar la cabeza y a no olvidar la doctrina principal: Eres hijo amado de Dios y la fe que Jesús te pide es la confianza suficiente en él y (como él) en el Padre para no ceder, para no abandonarte ni abandonar a nadie.


Para no rendirse jamás


sábado, 8 de octubre de 2022

¡SALVEMOS! Domingo XXVIII Ordinario

 09/10/2022

¡Salvemos!

Domingo XXVIII T.O.

2 R 5, 14-17

Sal 97, 1-4

2 Tm 2, 8-13

Lc 7, 11-19

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Aquellos diez leprosos se pusieron en camino por confianza en las palabras de Jesús. Creyeron, a su modo, pues obedecieron lo que el maestro les decía. Ir a ver a los sacerdotes estando enfermos o bien requería valor o bien exigía tener la completa seguridad de que ya se habían curado y podrían ser declarados puros. La confianza en Jesús que estos diez hombres demostraron no fue pequeña y eso les valió la sanación. Pero nueve de ellos, aferrados a su propia cosmovisión, pendientes de su tradicional versión de Dios, no pudieron ver en Jesús más que a un maestro. Tan solo uno fue capaz de descubrir que el restablecimiento de su salud fue obra de Dios y le reconoció en Jesús. Lucas puntualiza: era samaritano. Y esta es la segunda vez que Lucas coloca a los samaritanos, los peor considerados de todos los impuros extranjeros, como ejemplo para los demás. Solo quien renuncia a su estereotipada visión, renunciando así a la costumbre y a la obra de una liturgia vacía de una espiritualidad estéril, es capaz de descubrir a Dios revelándose de forma activa y liberadora. Diez creyeron pero solo uno reconoció y agradeció y fue ese extranjero quien se postró a los pies de Jesús, se puso a su disposición, cambió su perspectiva y, con ella, es de esperar, toda su vida. Ese fue el salvado. El que, liberándose del peso de su costumbre, fue capaz de reconocer a Dios actuando en Jesús.

También Naamán, otro extranjero, creyó en Eliseo como hombre de Dios y comprendió que ese tenía que ser el Dios verdadero. El profeta, sin embargo, no quiso aceptar nada por haberle curado. La acción de Dios es tan gratuita como él mismo. Por eso Naamán pide llevarse tierra a su país. El tiene ya la cabeza, el corazón y los pies en otro sitio. Por eso podemos suponer que sobre esa tierra se colocará para rezar al Dios sanador; se descalzará y se postrará hasta que su cabeza toque la tierra sagrada para no olvidar a quién le debe la vida. Y esto aunque siga acompañando a su rey en sus cultos idólatras. La alabanza a los ídolos es tan vacía como ellos mismos, por eso Eliseo lo disculpa en los versículos siguientes a nuestra lectura. La verdadera alabanza es la que conduce a la vida. Así nos lo expresa el salmista y así lo constata también la carta a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos…”

A diferencia de Eliseo, el autor de la epístola recomienda un culto sincero también en la exterioridad. La mentalidad ha cambiado; no así la verdad que subyace: solo el culto que lleva a la vida es el verdadero y a Dios se le reconoce en esa vida nueva. El samaritano y el sirio Naamán, en cierto modo, resucitaron; cambiaron su perspectiva, encontraron un sentido nuevo para sus vidas. Posiblemente su condición de extranjeros les ayudó en esto. Les hizo comprender que no todo está ya dicho en su propia tradición, que Dios es incontenible y que no se le puede apresar en objetos ni prácticas. Morir a ese convencimiento es vivir con él y perseverar en la vida nueva que nos entrega es reinar con él. Negarle, en cambio, mantenerse en el culto vacío aún viendo los prodigios que vieron aquellos nueve, no nos colocará en el lado de la vida. Sin embargo y pese a todo, él se mantendrá siempre fiel porque no puede negarse a sí mismo. Generemos vida a nuestro alrededor para que, como Eliseo, mostremos la gratuidad de Dios. Esa será una buena reforma en esta cacareada crisis: acojamos, sanemos, impliquémonos en las luchas por la justicia, liberemos… salvemos.


¡Salvemos!
Bill Hoover, Diez leprosos (2013)


Para Miguel y familia, un fuerte abrazo.

sábado, 1 de octubre de 2022

GENTE EXTRAÑA. Domingo XXVII Ordinario.

 02/10/2022

Gente extraña.

Domingo XXVII T.O.

Hab 1, 2-3; 2, 2-4

Sal 94, 1-2. 6-9

1 Tm 1, 6-8. 13-14

Lc 17, 5-10

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Ya decíamos la semana pasada que lo sencillo se nos hace insuficiente. Todo lo que sea espectacular nos llama poderosamente la atención. Por eso nos fijamos mucho más en la posibilidad de que un árbol se enraíce en el mar que en cualquier otra cosa. Eso sí que sería digno de verse. Sin embargo, que cualquier siervo cumpla con su función sin esperar privilegio alguno a cambio, no tiene nada de espectacular. Nadie es felicitado por cumplir con su obligación. Por eso, subrayamos el valor de la fe como aquella virtud que nos capacita para lo imposible y, al hacérsenos tal imposibilidad inalcanzable, concluimos que no tenemos fe o que no tenemos la suficiente.

La lectura del profeta Habacuc nos revela que la fe tiene más que ver con la confianza que con ninguna otra cosa; que lo extraordinario está en mantener la convicción de que Dios intervendrá a favor de su pueblo incluso en las peores condiciones. Actualizando su mensaje tendríamos que pensar en un escenario tan espeluznante como fue la shoa, el tristemente célebre holocausto dirigido contra el pueblo judío que afectó también a otras minorías. Incluso en aquel escenario hubo quien fue capaz de encontrar a Dios en la solidaridad que los prisioneros vivían entre sí. Y ese rasgo de humanidad fue visto por unos cuantos como señal evidente de la presencia de Dios en medio de horror que el hombre puede crear. Fue posible seguir creyendo en Dios en medio de esa espeluznante realidad porque Dios mismo se hizo presente en ella. Lo mismo puede decirse al hablar del sufrimiento que las guerras, las reconocidas y las que no, siguen provocando en nuestros días o de cualquier situación de abandono, humillación o explotación. Esta confianza es la que testimonia el salmista que no pone a prueba a Dios, sino que lo reconoce en la adversidad; presente siempre entre los que sufren.

El don de Dios que Timoteo recibió por la imposición de las manos bien podría ser esta capacidad de mantener la fe de otros en la adversidad, porque no tenemos un espíritu de cobardía, sino de coraje, que nos impulsa a tomar parte en los padecimientos propios y ajenos guiados por la fuerza misma de Dios. Los siervos inútiles de los que habla Jesús son aquellos que han puesto a disposición de los demás la fuerza, entereza, decisión y energía que reciben del propio Dios. Sin ella no podrían hacer nada; gracias a ella son capaces de sostener la fe de muchos y servir de ánimo a quienes solo se sienten paralizados por el sufrimiento, ya sea propio o ajeno. En la profundidad de la tragedia más espeluznante es posible encontrar a Dios en la entrega de quienes lo sienten siempre cercano y saben que es precisamente entonces y allí donde deben hacerle presente. Ellos son la morera que se planta el mar. Son gente extraña que no tienta a Dios, sino que crea un rio de dignidad y testimonia que allí donde parecería imposible que se diese la vida esta sigue dando fruto y todo tiene un sentido final. Son quienes al volver de faenar se ciñen para servir al Señor presente en los sufrientes sin esperar recompensa alguna porque saben que glorificar a Dios es reconocerle en los demás como el mismo Señor que mora también en ellos. El depósito estanco de la fe se convierte así en una corriente que pone en claro el encuentro de todos los vivientes en Dios.


Gente extraña