sábado, 26 de noviembre de 2022

MEMORIALES. Domingo I de Adviento

 27/11/2022

Memoriales.

Domingo I Adviento.

Is 2, 1-5

Sal 121, 1-9

Rm 13, 11-14

Mt 24, 37-44

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La característica esencial del pueblo de Israel era la esperanza. El testimonio bíblico nos habla de su permanente espera del cumplimiento de las promesas divinas en una historia que divide en etapas para señalar en ella la intervención de Dios a su favor: Promesa, Alianza, Liberación, Unidad, Retorno… Nosotros, cristianos, hemos heredado de nuestros hermanos judíos esa misma actitud y le hemos dado la consideración de virtud. Y toda virtud es, por definición, una fortaleza que puede ejercitarse y que requiere, por tanto, de nuestra implicación. Somos, en el fondo, los principales interesados en hacer reales las palabras de Isaías: De las espadas, arados; de las lanzas, podaderas. No hay esperanza que, hoy en día, nos resuene más evocadoramente. La cercanía del conflicto nos ha hecho caer también en la cuenta de esas otras guerras que, pese a nuestra amnesia, siguen sembrado dolor en el mundo. Por eso, nada se nos revela más urgente que transformar la promesa de futuro en camino por el que llegar a él.

En el comienzo de cada año litúrgico se nos invita a estar atentos. Si es verdad que la esperanza es esa capacidad humana para transformar el mundo según el modelo que Dios propone y que los cristianos vemos concretado en Jesús, la cuestión va mucho más allá de la simple atención. Si de verdad queremos que las cosas cambien se exige de nosotros que trabajemos en la cotidianidad, que faenemos en el campo y que molamos el grano sin declinar nuestra propia responsabilidad. Solo así podremos reconocer al Señor que pasa y marchar tras él. “A uno se lo llevarán y a otro lo dejarán”, dice Jesús en el estilo apocalíptico tan del gusto de la época y tan extraño para nosotros. Es ahí, en contacto con el mundo real donde Jesús comprendió que Dios actuaba y dio un nuevo sentido a la esperanza de su pueblo; es ahí donde cualquiera puede reconocer la presencia de Dios en su interior. “Cuando venga el hijo del hombre”, cuando el ser humano sea verdaderamente humano y se despoje de aquello que le aparta de Dios, podrá poner nombre a la presencia que le habita desde siempre; podrá dejar de esperar a quien ya está en él y hacerse él verdaderamente presente en el mundo de una forma transformadora. No se espera a quien ya está; se lucha por el despertar, por la liberación, por la iluminación, por la conversión… de quien está en el mundo sin prestarle ni prestarse atención alguna.  

Pablo nos recuerda que por muy avanzada que esté la noche, el día está cada vez más cercano y nos invita a revestirnos de Jesús, a imitar su vida en las cosas más cotidianas. Seamos personas normales que viven una vida normal, pero de forma excelente; que dejan hueco a la presencia y al impulso del espíritu; que se vuelven hacia los demás y están pendientes de ellos; que sin alarde alguno se encaminan hacia Jerusalén deseando y procurado para todos cuantos encuentran “la paz contigo”. En esto somos nosotros quienes tomamos la decisión de abrazar las obras de la luz o no. Deseo de año nuevo: Progresar en ese estilo lineal tan propio del evangelio que apunta hacia el futuro deseado por Dios. En este peregrinar, la circularidad del tiempo litúrgico puede servirnos de memorial, de recuerdo y actualización, de la historia; no debe encapsularnos en periodos aislados.  


Memoriales


Para ti.



sábado, 19 de noviembre de 2022

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO.

 20/11/2022

Jesucristo, rey del universo

2 Sm 5, 1-3

Sal 121, 1-2. 4-5

Col 1, 12-20

Lc 23, 35-43

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El antiguo pueblo judío se empeñó en tener un rey, tal como lo tenían todas las naciones y en contradicción expresa a la voluntad de Dios. Sin embargo, Dios consintió. El episodio que recoge hoy la primera lectura es posterior. Saúl, el primer rey ya ha fallecido y los territorios del norte convulsionan en medio de luchas internas por el poder. Por el contrario, los del sur, llevan ya años gobernados por David que se ha revelado como un gobernante capaz. Por eso, desde el norte, vienen al sur para pedirle que reine también sobre ellos. Por primera vez, el pueblo elegido se halla reunido bajo un mismo monarca. Solo así les será posible subsistir como nación, aunque no siempre mantengan la fidelidad al Señor. De hecho, entre el rosario de reyes que el texto bíblico recuerda, muy pocos son reconocidos como buenos. Pese a todos sus errores posteriores, David seguirá siendo la imagen de rey que ha conseguido unidad e identidad política para el pueblo. Durante los siglos posteriores, este pueblo anhelará un nuevo David, un descendiente suyo que les devuelva el esplendor y la gloria pasados, que restaure la patria perdida.

Durante toda su vida, Jesús no habló más que del Reino de Dios. Y ese reino, en la mentalidad judía de la época pasaba por la liberación del dominio extranjero y el regreso del esplendor davídico. La salvación que ellos esperan no casa con la ofrecida por Jesús que  está atento a todo y a todos, no a antiguas glorias nacionales. Él, que vino a buscar a quienes todos olvidan, muere con ellos en el lugar que les corresponde: fuera de la ciudad, extramuros a los tribunales de justicia, más allá de los umbrales que constituían la esperanza de Israel. Este Jesús no concibe el Paraíso sin la presencia del último de todos sus hermanos. No podría reinar en otro sitio que no fuese allí donde están esos últimos. Y con ello inaugura la presencia de lo postrero, pero lo terminal no implica, para nosotros los cristianos, el final, sino la instauración de lo definitivo; de aquello que, precisamente, no tendrá final. Así quiere subrayarlo el autor de la carta a los Colosenses que presenta a Jesús como el primero de esa humanidad definitiva, toda ella coronada. Pese a las apariencias que pueden engañarnos, no existe nada en el universo que pueda superar ese nueva realidad.

La tradición cristiana posterior agigantará esta expresión de grandeza de forma que cuanta mayor sea la adversidad que sufren los hermanos, mayor será la gloria triunfante con la que es representado ese rey que ha de llegar. Volvemos a situarnos así a un paso de la antigua esperanza de aquel pueblo elegido que anhelaba la restauración de un pasado magnificado. El único antídoto posible es no olvidar el títulus que pendía sobre la cabeza del crucificado y recordar que el único trono que el evangelio presenta para Jesús es el de la cruz que él acepta no como imposición divina sino para acompañar a los crucificados del mundo. La salvación que el mundo entiende no tiene nada que ver con la ultimidad que Jesús nos acerca. Aquella tiene que ver con el beneficio propio y ésta con el acercamiento sincero a todos aquellos que han sido apartados por no considerarlos puros o dignos de una esperanza vivida como selección divina. El trono de Jesús expresa claramente que esa selección es predilección por los crucificados de este sistema. Con ellos y con quienes acepten estar, vivir y morir con ellos quiere construir el reino definitivo en el que el monarca nunca es singular.


Jesucristo, rey del universo. 


miércoles, 16 de noviembre de 2022

NI UN SOLO PELO... Domingo XXXIII Ordinario

 13/11/2022

Ni un solo pelo…

Domingo XXXIII T.O.

Mal 3, 19-20

Sal 97, 5-9

2 Tes 3, 7-12

Lc 21, 5-19

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Ni un solo pelo de vuestra cabeza vale más que cualquiera de los magníficos templos que hoy nos afanamos tanto en conservar pues de todos ellos no quedará ni una solo piedra en pie, pero de nuestros cabellos, en cambio, ni uno solo se perderá. Dios conoce hasta el más mínimo detalle nuestro, pero no para vigilarnos ni controlarnos, sino para salvarnos en plenitud; para que nada nuestro se pierda. Su amor alcanza incluso esos rincones que nosotros mismos quisiéramos olvidar. Se va acercando el fin de año; el fin del mundo en el itinerario cíclico de nuestros esquemas litúrgicos. Aquellos primeros cristianos, buenos judíos unos y fervorosos prosélitos los otros, esperaban el final de los tiempos y la decisiva hecatombe que, con él, había de preceder a la definitiva manifestación de Dios. Ese vuelco era la señal del acercamiento de lo definitivo. Algunos, sin embargo, se postulaban como salvadores en calma chicha, sin necesidad de pasar por vicisitud alguna. Pero Jesús insiste en que la controversia será ineludible.

Acoger al Señor con el espíritu que expresa el salmista pasa por construir un mundo nuevo, completamente diferente a lo que ya conocemos. De todo eso que, pese a fructificar abiertamente en nuestro mundo occidental y norteño, ha demostrado ser veneno para tantísimos otros. De todo cuanto ha provocado alzamientos de unos pueblos contra otros y hambrunas criminales mientras la naturaleza se contorsiona con grandes terremotos a la vez que la conmoción crece frente a fenómenos y signos celestes. Todo eso caerá por su propia inconsistencia si quienes se dejan llevar por el Espíritu no ceden ante la persecución y la condena, incluso de los más cercanos.  Sobre ellos brillará el sol de justicia, nos dice Malaquías, y a su sombra encontrarán la salud. Y no hay excusa que dispense del esfuerzo. No vaya a ser que haya quien, como parece que ocurría en Tesalónica, piense que otras ocupaciones más espirituales justifican dejar de lado el compromiso por ese nuevo mundo. La revolución comienza con el trabajo manual. No hay ocupación cuyo desempeño noble y atento a las necesidades de los demás no revierta en bien de todos.

Si, como decíamos, todo nuestro ser está ya salvado, cualquier acción nuestra, por humilde que sea, al realizarse según la búsqueda del bien común, repercute en la salvación de este mundo; en la purificación del proceso; en la construcción de la alternativa que, a fin de cuentas, ponga de manifiesto el alcance universal del amor de Dios. Así, el conflicto se revela ineludible. No existe solución posible que se pliegue a las exigencias del Templo, de la catedral o del municipio. Por importante o sagrada que pueda parecernos cualquier edificación o institución están todas ellas por detrás del más pequeño de la casa y no existe principio que justifique el abandono de nadie a su suerte. Semejante convencimiento no puede admitir un orden continuista sino que exige la transfiguración de la realidad permitiendo que sea el Espíritu el que hable a través nuestro, renunciando a defensas y justificaciones. Cerca del final se nos va aclarando el camino y descubrimos que el criterio definitivo es el ser humano y su plenitud, siempre en proceso; todo lo demás queda subordinado a esto.


Ni un solo pelo...


sábado, 5 de noviembre de 2022

RESUCITAR SÍ, PERO NO ASÍ. Domingo XXXII Ordinario

 06/11/2022

Resucitar sí, pero no así.

Domingo XXXII T.O.

2 Mac 7, 1-2. 9-14

Sal 16, 1. 5-6. 8. 15

2 Ts 2, 16 – 3, 5

Lc  20, 27-38

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La analogía es un método exegético. Nos acercamos a lo desconocido tendiendo puentes desde lo ya frecuentado para intentar comprenderlo de la mejor forma posible. El problema es que, a veces, construimos un más allá a imagen de nuestro más acá. Esto les pasaba a aquellos saduceos que no podían creer en la resurrección por el absurdo que suponía concebir un mundo nuevo en el que siguiesen vigentes las normas que en este parecen tener sentido. Lo cierto es que cuando se contempla desde el punto de vista de Dios aquello que aquí nos parece lógico, vemos como eso se transforma en absurdo o, como es el caso, en un abuso contra alguien. Que una mujer tuviese que casarse con su cuñado para darle hijos a su difunto esposo de forma que ni el apellido ni la herencia peligrasen era una medida que, tal vez, podría tener sentido en la perspectiva histórica de la ley mosaica. Pero centrándose en ella se hacía palidecer la verdad última. Aquellos saduceos, incapaces de reconocer quien salía perjudicada en el juego de posesiones, cayeron en el falaz razonamiento de llevar al absurdo la situación a fin de poder negar, a partir de él, una realidad para la que, en su lógica, no encontraban apoyo suficiente. ¿Cómo creer en una resurrección que supusiese la continuación del disparate ya conocido y, además, no enmendase el error? Yo tampoco creería en ella.

Jesús deja de lado el ejemplo, pues en esa otra vida no hay continuación de esta. Existe, sí, transfiguración pues todo continúa siendo lo que fue, pero lo es de un modo nuevo; sin desigualdades. Las relaciones, que son el centro de todo, no estarán basadas ya en la propiedad ni en la necesidad de vincularse para poder sobrevivir, como les ocurría a aquellas mujeres. Ni ellos tomarán ni ellas serán entregadas. Todas y todos serán verdaderos hijos de Dios sin dependencia de roles ni obligaciones. Todas y todos serán ya plenamente vivientes pues Dios es, desde siempre, Dios de vivos. Los vivos se atienen a aquello que les hace vivir; no confunden lo inmediato con lo esencial y saben prescindir de todo aquello que les aparta de la plenitud, aunque para alcanzarla deban renunciar a los bienes más preciados por los necios. Este fue el caso de los siete hermanos macabeos, capaces de desprenderse de todo lo que les apartase de la Vida (Así, con mayúscula). Aún con la limitación propia de esta realidad, la Vida puede ser ya conocida y estrenada. De hecho, si no lo es, será imposible trascender esa analogía que se nos vuelve trampa. Lo que comienza aquí se plenificará finalmente en ese otro escenario, pero comienza verdaderamente aquí. Y esto pese a sus limitaciones, sus aplazamientos y sus incoherencias.

Por eso, el salmista aspira a mantenerse firme en el camino del Señor esperando saciarse de su semblante. Por eso mismo, también, en la segunda lectura se pide que el Señor consuele nuestros corazones y nos dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas. Son esas que se hacen eco de la afirmación de Jesús: “Resucitar sí, pero no así”. La prueba del algodón: comprobar si en nuestra visión de esa realidad nueva se nos sigue quedando alguien en la cuneta. Para Dios, como Jesús nos aclaró, lo importante es cada persona (cada una y todas ellas) y no el mantenimiento de nuestras estructuras, por gloriosas que nos parezcan.


Resucitar sí, pero no así
Fotograma de "Los siete magníficos" de J. Sturges (1960)