sábado, 25 de octubre de 2025

DEVOLVER LA PAZ. Domingo XXX Ordinario

26/10/2025 – Domingo XXX T.O.

Devolver la paz

Si 35, 12-14. 16-18

Sal 33, 2-3. 17-19. 23

2 Tim 4, 6-8. 16-18

Lc 18, 9-14

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Jesús, hijo de Sirá, tiene claro que el Señor es justo y con esa contundencia comienza nuestro pasaje de hoy que es, realmente, la explicación de su proceder. “No intentes corromperle con presentes…” dice el versículo inmediatamente anterior, porque “es juez”. No de los que vigilan por si caes en el error y te lo refrotan inmisericordemente, sino de los jueces verdaderos, de los que no hacen acepción de personas y socorren al atribulado (aquí, huérfanos y viudas) porque su pecho (cordia) no puede soportar la desdicha (miser) a la que los poderosos les han condenado. El Señor es el que escucha la oración del humilde y en respuesta “machaca los lomos de los sin entrañas” como, entre otras cosas, dicen los versículos que siguen. Tal como el salmo recalca la justicia de Dios escucha el clamor de los abatidos y se enfrenta a los malhechores.

Lucas nos presenta esa parábola en la que el primer protagonista cumplía, como se dice, con la autoridad y con parroquia, pero en su corazón se colocaba por encima de todo y, sobre todo, de todos los demás. Era lo que hoy llamaríamos un buen cristiano y un honrado ciudadano. Pero en su vida feliz y satisfecha era ajeno a todo lo que no fuese él mismo. La paradoja de esta vida nuestra es que es así como nos agregamos a la masa; en el silencio que sigue al recuento de nuestros méritos creemos encontrar el reconocimiento que tanto necesitamos. Muy distinta es la oración del otro personaje, el quebrantado que halla la misericordia. Quien no reconoce su limitación no podrá identificar la ayuda que le llegue. La necesidad nos hace vulnerables. Por eso, en cambio, quien se conoce y acepta su error puede orientarse según su identidad, la verdadera, no la esgrimida y ese realismo le hace también íntegro; sincero con él mismo, con los demás y con Dios. Así, no se plegará a tratar a nadie de modo que le lastime, porque se reconoce en todos los demás y en ellos palpa también a Dios. Es así como encontrará su sitio y su propia originalidad al lado de los demás; con esto hallará también el sentido de las cosas, de la vida, de la fe. Es posible que su vida no sea todo lo correcta que la Ley prescribe. El publicano, pecador público, vive desde esa dimensión pecaminosa que para un israelita era lo peor.  Sin embargo, dice Jesús que bajó del Templo justificado. Y es que solo Dios conoce el interior de cada uno; nosotros nada más sabemos de él. Tan solo que busca la paz y su oración, como es propio de la de los humildes, llega hasta el Señor que es entrañablemente justo.

Decía también el salmo que este juez no abandona al siervo que se acoge a él. Y esta es la experiencia y la esperanza de Pablo que nos recuerda el autor de las cartas a Timoteo. Sabe que el Señor no le abandonará y explica que, en atención a su labor fue rescatado, no por sus méritos personales; ahí queda, en la penumbra, el famoso aguijón... Confía en que ese mismo Señor le salvará de toda obra mala. No de sufrirlas, pues había pasado ya por muchas, sino de cometerlas; de ser él de los que, cayendo en lo que todos caen, se volvieran contra los pequeños e indefensos. Se identificó con los que llegaban desde tantos sures con las venas abiertas y nos invita a reconocer el valor nutritivo de la sinceridad y la honestidad y a ser de los que devuelven la paz, no de los que se atrincheran en una falsa seguridad que puede tranquilizar pero es injusta y lesiva para tantos.

 

James Tissot, El Fariseo y el publicano (1899)






 

sábado, 18 de octubre de 2025

SER OSADOS. Domingo XXIX Orinario

19/10/2025 – Domingo XXIX T.O.

Ser osados

Éx 17, 8-13

Sal 120, 1-8

2 Tim 3, 14 – 4, 2

Lc 18, 1-8

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Las viudas del mundo bíblico son siempre imagen de persona desvalida, solitaria, desamparada y carente de la posibilidad de exigir sus derechos. En esta categoría entraban no solo las mujeres que habían perdido a su marido, como María, por cierto, sino también las que habían sido repudiadas, como la misma María estuvo a punto de serlo, o abandonadas por cualquier causa. Por un lado no eran dignas de presentarse ante la autoridad, pues alguna falta gravitaría sobre ellas como detonante de su desgracia y podría ser, por otro lado y en el peor de los casos, que tampoco tuviesen quien las defendiera ante cualquier abuso. A la viuda de hoy, en la que parece cumplirse también esta segunda circunstancia, no le detiene ninguna convención social y se planta ante el juez inicuo, que no quiere decir que todos lo fuesen. Éste, sí. No sabemos nada de otras condiciones de la mujer: si tenía hijos o familiares a su cargo, o si su exigencia tenía que ver con herencias u otros pleitos… da igual. Ella pide que se le haga justicia porque eso es lo que exige su “simple” condición de persona. Las circunstancias podrán urgir la solución de su problema, pero no darán más peso a su dignidad de ser humano. Al juez injusto poco le importaba nada ni nadie, pero la viuda le cansaba. Surge así la pregunta: si un juez malvado puede hacer justicia para librarse del agobio ¿Qué no hará Dios por amor?

Y nos surge también otra pregunta “extra-evangélica”: ¿Qué hemos de hacer para que Dios haga caso? Porque todo parece indicar que le gusta hacerse de rogar. Lo que pregunta Jesús, en cambio, es ¿Encontrará el Hijo del hombre tanta fe (como ésta de la viuda; la que él aprendió en casa...) cuando venga? El Hijo del hombre era la figura escatológica esencial. Era un ser humano que vendría para colocarlo todo en su sitio, según el plan original de Dios. Con el tiempo, Jesús asumiría esta designación para definirse a sí mismo y la comunidad cristiana esperaría su retorno definitivo y glorioso para que cumpliese por fin esta promesa. Mientras tanto queda la fe para darle sentido y sabor a la espera, pero no es la fe que aguanta y soporta, sino la que se arma de valor y se enfrenta al juez injusto; lo que nos queda es la fe de la viuda. Es la fe que ve en cada ser humano una persona libre y digna, merecedora de respeto y sujeto de dignidad y derechos. Es la fe que mueve a ser osado y llevar a cabo lo inimaginable; la que impulsó a Aarón y Jur a sostener los brazos de Moisés en señal de alabanza al Dios que detenía el sol para que Josué pudiera vencer a Abimelec ¿Qué hemos de hacer? Ser osados y no conformarnos con lo que siempre ha sido o rendirnos ante lo que no parece que pueda cambiarse; confiar en que la palabra del salmista es cierta.

Y, como Timoteo, ser fiel a lo revelado. Tenemos en la Escritura el criterio mismo de Dios. Él se pone siempre del lado de las víctimas sufrientes. No es posible defender otra posición. Toda la Escritura es, pese a que ahora la leamos de un modo triunfalista, el testimonio de la lucha de los últimos; es voz que clama en el desierto, que en su tiempo no fue oída por los poderosos, pero sí conservada por quienes la tuvieron por bandera. Con ella, a imagen del mismo Jesús, enseñaron, arguyeron, corrigieron y educaron en la justicia. Es fidelidad activa que lleva a salir del terruño para bucear en lo profundo de la humano y recorrer lo amplio de su experiencia sin ser ajeno a nada ni a nadie de modo que, a tiempo o a destiempo, todos puedan estar preparados para crear el bien.

 

Ser osados

 

  


sábado, 11 de octubre de 2025

CENTRIFUGUEMOS. Domingo XXVIII Ordinario

12/10/2025 – Domingo XXVIII Ordinario

Centrifuguemos

2 R 5, 14-17

Sal 97, 1-4

2 Tim 2, 8-13

Lc 17, 11-19

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En ocasiones nos vamos encerrando en nuestra propia y particular verdad y vamos dejando fuera mucho trozo de la realidad que estamos llamados a transfigurar. Nuestra naturaleza nos pide avanzar paso a paso; nos vamos construyendo a la vez que edificamos. Sin embargo, como ya le pasó ya al pueblo de Israel, tendemos a ser centrípetos, en lugar de centrífugos. En tiempos de Eliseo, Naamán el sirio era llamado extranjero, porque quedaba lejos de la órbita de acción de Dios; en tiempos de Jesús, el extranjero era el samaritano porque la historia y la vida habían reducido esa órbita considerablemente, plegándose sobre la exclusiva imagen de Dios que Israel tenía en propiedad. Curiosamente, hay que decir, Samaria fue la tierra natal de Eliseo. Así, iba Israel centrándose cada vez más sobre su peculiar vivencia religiosa, dejando a todos fuera. Jesús recoge la tradición de Eliseo y tantos otros profetas y exporta esa vivencia arrasando con cualquier frontera.

Naamán se llevó tierra del país, probablemente, para plantar sobre ella un altar a Dios en su pueblo. Para Jesús no es cuestión de tierra, sino de actitud. Manda a los leprosos a presentarse ante los sacerdotes, pero antes de que lleguen a ellos, asentados sobre tierra sagrada, estando aún de camino, hoyando cualquier otra tierra, se descubren ya sanados. Aquí se espera que su actitud cambie. Dios sana pero no siempre el ser humano es capaz de percibir su intervención en esta sanación. A fin de cuentas, se han curado “sin completar el tratamiento”; no ha hecho falta hacer lo que Jesús les dijo; no perciben la relación porque no pueden dejar de darle valor a la tierra. Esta fijación con la tierra es particularmente significativa hoy en la que todavía hay quien, aunque sea solo como justificación, sigue defendiendo su derecho sobre una tierra considerada santa, apartada, reservada solo para ellos. Y puede también extenderse esta obsesión a los lugares a los que se les asigna un significado especial por la función a la que están dedicados; sagrados y reservados, acotados para ciertos usos, incluso para personas selectas. Y lo mismo podría decirse de los ritos y ceremonias… nos vamos hundiendo en nuestra propia visión de Dios.

El salmista, en cambio, grita para ser oído en los confines de la tierra. Es cierto que Dios ha apoyado siempre a Israel, pero no para que se encierre en sí mismo. Israel es el que pasa de luchar contra Dios para hacerlo a su lado. Es el vencido que se abre a lo nuevo y se pliega a la voluntad de Dios. Es como el discípulo que, según se le recuerda a Timoteo, no se avergüenza de su maestro, sino que se rinde ante él y muriendo a sí mismo en primer lugar sabe morir también a todo lo demás y alcanza así la vida misma de Jesús; su perseverancia es la evidencia de su confianza y su garantía de alcanzar el Reino. Si, pese a todo y por cualquier motivo, negase al maestro tampoco éste le incomodará más, pero ante esta infidelidad, falta de confianza en el original, Jesús se mantiene fiel y renueva su confianza en él, porque no puede negarse a sí mismo. No puede no esperar que quien se ha sentido sanado termine reconociéndole, hallándole presente en su vida y alcance así la salvación definitiva; el sentido que dé valor a toda su vida. No puede dejar de decirnos: desde tu imagen de Dios, centrifuga y sal al encuentro con todos. Dios espera en cada corazón humano; no se atrinchera en la particularidad ni en ninguna de sus sagradas expresiones.

 

Centrifuguemos. 

 

 


 Estoy aquí para ti

como pilar; no como sumidero.

Soy levantando, sosteniendo

y proyectando;

soy congregando, no adocenando.

Quiero, desde ti mismo,misma,

 unirte a mi y 

enlazarte con todas y todos.

Estoy porque soy.

Desde ti misma, mismo, quiero llamarte a ser

en plenitud.

Sin que dejes a nadie fuera

pues en ese abandono 

me expulsas también a mi. 

Te convido a ser lo que eres, 

lo que soy en ti: 

pilar universal.

 

 

Para ti que has llegado a leer estas reflexiones. Seamos juntos.

Y, especialmente, para mi propio Pilar. Gracias mil por todo y por tanto.

  

 

sábado, 4 de octubre de 2025

CONFIANZA.Domingo XXVII Ordinario

05/10/2025 – Domingo XXVII T.O.

Confianza

Hab 1, 2-3; 2, 2-4

Sal 94, 1-2.6-9

2 Tim 1, 6-8. 13-14

Lc 17, 5-10

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El profeta Habacuc vive en tiempos convulsos: invasiones, deportaciones, reyes títere colocados por el imperio, nuevas potencias que surgen y lo arrasan todo, crueldad por cualquier costado… ¿Dónde está Dios? También nuestro mundo gime hoy buscando a Dios con un por qué entre los labios que se queda ahí suspendido porque no hay respuesta. Respuesta quiere decir solución, no retórica. Dios envía una visión de lo que, sin duda, se cumplirá. Castigará al invasor según la pedagogía veterotestamentaria del talión, de modo que también él será invadido y despedazado. Pero es posible que se retrase ¿Cómo es esto? Es que la visión no se actualizará directamente por una acción de Dios, sino por la del ser humano y a veces le cuesta. Del mismo modo, hoy, pese a las urgencias que, ya con otras didácticas, Dios pueda insuflar en su alma, este ser es, muchas veces, demasiado lento para reaccionar. Sin embargo, llegará y, mientras tanto, la fe es el único recurso del sufriente. Fe es esperar en la promesa; la confianza no está puesta en una intervención milagrosa, sino en la responsabilidad de todos. El salmista insiste en que no endurezcamos el corazón ni tentemos al Señor. La solución está en camino, pero no tan rápida como él quisiera.

A Jesús le piden los suyos que les aumente la fe, pero me da que no saben muy bien lo que piden. Jesús contesta que con un grano de esa fe que ellos piden podrían enraizar árboles en el mar. Sería algo fantástico, pero absurdo. La fe que Jesús ha alabado en todos con quienes se ha encontrado es la que no se rinde a la evidencia; la que espera y confía en que él podrá sanar y enderezar su vida. Jesús transforma vidas, no simplemente obra prodigios. Los discípulos querrían recibir honores después de su propia prestidigitación, pero Jesús les dice que ese no es el camino. El siervo inútil no es el que no sabe hacer nada, sino el que no realiza acciones que signifiquen o, menos aún, le reporten un mérito extraordinario. Es inútil en esa comprensión del mundo en la que todo tiene precio y se hace por algo. Éstos hacen lo que son. Y lo que son, lo son por confiar en Jesús y empeñarse en vivir como él, sin dejar a nadie fuera. Son los que llegarán para sanar y liberar, porque ellos mismos fueron sanados y liberados y comenzaron a partir de ahí un camino en el que no se vivían ya como una realidad privada sino abierta para todas y todos y, como Jesús, con la confianza puesta siempre en el Padre.

Imponer las manos era un gesto judío de bendición que fue adoptado por la comunidad cristiana para manifestar la comunicación del Espíritu. Es el Espíritu quien cuida en nosotros, tierra que ha llegado a ser buena por la búsqueda y la experiencia, que esa semilla puesta por Jesús no quede en nada. Pese a tantos significados que se le han dado me atrevo a decir que el depósito de la fe que Timoteo es animado a mantener, no son un conjunto de verdades irrenunciables que nos garanticen la inerrancia; sino que es precisamente esa semilla y toda la vida que esa experiencia generó. Es la confianza que estamos llamados a preservar y, sobre todo, la acción liberadora, sanadora, reparadora, erigidora, empoderadora y legitimadora que surge a través y a partir de ella. Nada se nos da para custodiarlo sin que se gaste; es precisamente gastándolo como más produce; es gastándonos como más llegamos a ser en el Ser que nos sustenta y que solo gastándonos podemos comunicar a tantos otros. Es en la fe donde el justo vive.

 

Confianza