viernes, 24 de diciembre de 2021

NAVIDAD.

 25/12/2021

Navidad

Is 52, 7-10

Sal 97, 1-6

Heb 1, 1-6

Jn 1, 1-18

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Puedes hacer con tu mascarilla un portal o una cuna. En cualquiera de las dos opciones no cambia la verdad fundamental: “Me haré presente allí donde estés”. La cuestión es que queramos aceptarlo en nuestra mascarilla, en nuestras circunstancias, por malas que sean. Especialmente en las malas, porque en estas, muchas veces, nos perdemos en la queja, incapaces de ver nada más allá de lo malo, de la desgracia, que duele y que fastidia de verdad, pero que no le es ajena al buen Dios porque él está siempre aquí, con nosotros. Y no solo acompañando sino compartiendo todo eso malo y negativo. También allí nace Dios; no sólo en la balsámica paz de las felicitaciones y los videos de whatsapp. Se ha hecho hombre, no super-hombre. Se ha hecho un ser humano normal y corriente, de los más corrientes, de esos pobretones sin voz pero con voto a los que muy pocos hacen caso fuera del tiempo electoral. Sabe de dolores y de mascarillas y de mucho más porque es uno como nosotros; porque se hace carne, manos que comparten, brazos que acogen; pies que recorren el mundo y garganta que canta a coro la buena noticia: Dios te ama.

Jesús es la palabra definitiva porque se pronuncia desde la humanidad. Dios habla desde el hombre siendo hombre él mismo. Así, directamente, sin necesidad de traductores, se hace entender. La humanidad, en lo que tiene de más esencial y universal es palabra de Dios, Verbo hecho carne. Dios está ahí dentro, esperando que le dejemos salir para encontrarse con los demás y nuestras circunstancias no son obstáculo. Son, al contrario, las condiciones que posibilitan y matizan ese encuentro: cuna o portal. Cada uno podemos dibujar lo que más se nos ajuste o lo que más necesario veamos… o podemos pintar otras realidades: pared que proteja, bolsa que recoja, paracaídas que sustente, manta que arrope… Y no sólo pintar; podemos encarnar realmente ese cuidado del Padre por cada uno de sus hijos; podemos ser palabra creadora que haga surgir lo nuevo donde ya nadie veía nada más que una mascarilla: dolor y limitación. Todo se transforma por la intervención de esa palabra que suscita vida allí donde se siembra.

Toda la excepcionalidad que proclama Juan en el prólogo que hoy leemos se sustenta en esa línea que dice: “se hizo carne”. Nada más excepcional que la plenitud de lo ordinario. Ser carne, de varón o de mujer, es la condición a partir de la que Jesús construye todo su testimonio; es el lenguaje con el que el Verbo expresa su gramática más radical. Una palabra descarnada sería un grito vacío; un alarido. Hacerse carne es asumir todo lo humano y potenciarlo para dar a luz lo oculto, lo insospechado, lo que realmente puede transfigurar este mundo que tanto hemos estropeado. Navidad es la celebración del hacerse carne de Dios y la llamada a cada uno para dar a luz la plenitud de su propia carne. “Que Dios nazca en el interior de cada uno” es la famosa petición del Maestro Eckhart y es también la de Dios “Déjame nacer en ti; hacerme presente en ti porque desde ti puedo comunicarme con todos los demás”. Dios se hará presente allí donde estés, también y sobre todo en los peores momentos para que ni siquiera en esos trances te cierres a los demás y para que, incluso entonces, puedas ser palabra para todos. 

 

Navidad

 

sábado, 18 de diciembre de 2021

VA LLEGANDO LO NUEVO. Domingo IV Adviento

19/12/2021

Va llegando lo nuevo.

Domingo IV Adviento.

Miq 5, 1-4

Sal 79, 2ac. 3c. 15-16. 18-19

Heb 10, 5-10

Lc 1, 39-45

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El pequeño Juan se alborotó en el seno de su madre. Es una imagen clásica en el Antiguo Testamento que la mujer estéril sea capaz de engendrar vida porque Dios transforme lo que hasta entonces había sido la tónica general. Dejemos de lado la cuestión acerca de la ignorancia de los antiguos sobre la naturaleza humana y los mecanismos de la generación y centrémonos en el significado que querían transmitirnos: Dios siempre suscita algo nuevo, el reto para nosotros está en percibirlo, en reconocerlo y aceptarlo, tal como hizo Isabel. María dio un paso más que su pariente y “se levantó” y salió para encontrarse con ella. También nosotros deberíamos levantarnos para salir al encuentro de los demás. Porque en todos los demás habita también Dios. Todos estamos preñados y gemimos por dar a luz en lo cotidiano, en lo más ordinario.  El Dios que nos habita se reconoce a sí mismo en todos los demás con quienes nos encontramos cada día. Darlo a luz es dejarlo salir de nosotros para que la unidad se produzca.

No es casual que el autor de la carta a los Hebreos insista tanto en colocar el cuerpo de Cristo por encima de la Ley. Lo fundamental es que él viene, según las antiguas profecías, las de Miqueas y tantos otros, para cumplir la voluntad de Dios. Y esa voluntad no pasa por la Ley, pasa por la unidad entre todo el género humano; por poner nuestra mundanidad al servicio del encuentro con todos los demás, porque en ese encuentro es donde Dios nace. Jesús el Cristo es aquel que pudo rezar conscientemente y hacer realidad en su vida las palabras del salmista. Buscando la unidad del pueblo se dirigió sinceramente a Dios y aceptó buscar la perfección de su humanidad; transformó todo lo que en ella podía haber de reserva o de particularidad para asemejarse en todo a Dios que se hace presente en la vida de todos, sin dejar atrás a  quienes otros tienen por residuales.

Nos vamos acercando a la Navidad. Lo cíclico de nuestros calendarios y de nuestros esquemas litúrgicos nos juega a veces malas pasadas. Una de ellas es vivir esperando lo ya sabido; demasiado pendientes del recuerdo. Con ello se cercena una dimensión importante de la profecía: su estar permanentemente abierta al futuro. Quien cumple la voluntad de Dios expone ante los hombres de su tiempo la voluntad divina y propone así un nuevo futuro que pasa por la denuncia de todo aquello que se opone a esa voluntad. Quien verdaderamente permite nacer al Dios que habita en él se muestra a sí mismo como un Dios humano que inaugura una nueva forma de vivir y relacionarse que supera cualquier injusticia y estrena un mundo nuevo. La tradición de la Iglesia ha subrayado el sentimiento de expectación con que se viven estos últimos días del Adviento. Y la expectación tiene junto a la excitación por la espera un componente de intriga que nos mantiene en vilo. ¿Qué sería de la humanidad si todos los niños naciesen iguales? ¿Qué sería de nosotros si cada Navidad fuese igual a la anterior? Dios es siempre nuevo y desbordante. Volver a casa no es retornar a lo mismo, sino descubrir lo nuevo y encontrar nuevas formas de celebrarlo y hacerlo vivo entre todos. 

 

Va llegando lo nuevo

 

 

sábado, 11 de diciembre de 2021

LA ALEGRÍA. Domingo III Adviento

12/12/21

Alegría

Domingo III Adviento

So 3, 14-18a

Is 12, 2-3. 4bed. 5-6

Flp 4, 4-7

Lc 3, 10-18

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Sofonías nos recuerda hoy eso que siempre olvidamos: primero, que no queda ya sitio para el temor porque nuestra sentencia ha sido revocada y, segundo, que Dios vive en medio de nosotros. En realidad, somos grandes ateos cuando miramos al Dios de la vida; nos gusta más ese otro dios que vive permanentemente airado y pendiente de todo. Al Dios de Sofonías lo tenemos en un pedestal, pero no le ponemos fácil que pueda bajar de ahí. Será por eso que nos cuesta lo de gritar jubilosos como nos propone hoy Isaías. Todas las hazañas que esperamos que Dios realice van mediatizadas por el convencimiento de que debemos merecerlo. A Juan le preguntaba la gente qué tenía que hacer porque también ellos pensaban que algo habría que hacer… no se lo iban a dar de balde. Y Juan que, ciertamente, proponía un cambio radical y hablaba de conversión, colocaba a la gente en la pista de lo cotidiano; los volvía hacia sí mismos para que encontraran en su propia historia aquello que ofrecer a los demás. Convertía lo habitual en heroico sólo con dotarlo de una perspectiva que lo alejase de ese extrañamiento que pretende agradar a Dios expropiando el cariño y el cuidado a los demás para convertirlo en  devoción a un ser lejano pero atento a los más mínimos detalles. Lo que Juan nos dice es que lo único necesario es estar pendiente de los demás compartiendo lo que se tiene y sin aprovecharse de nuestra situación, renunciando a obtener beneficios a costa de los otros. Ese es el bautismo con agua que Juan propone y anuncia que después vendrá quien bautice con Espíritu y fuego.

Mientras ese alguien llega vamos viviendo con la misma mentalidad con la que creemos en nuestros dioses, es decir: nada es gratis. Y es que sin creer ni confiar en la gratuidad del amor de Dios tampoco hacemos otra cosa que vivir nuestra cotidianidad como todos los demás: calculando y buscando beneficios. Por el contrario, Pablo nos insiste en la alegría como señal distintiva. ¿Cómo no estar alegre estando ya con quien es, en sí mismo, Buena Noticia? La paz de Dios es la que quien se da personalmente en cada gesto. Y en ese darse se realiza, es verdaderamente fiel a su profundidad última y hace arder todo aquello que lo distancia de sí y de los demás. El bautismo de Jesús clausura cualquier cerrazón y elimina todo aquello que nos aísla en nuestras búsquedas de seguridades. La alegría es pasar de preguntar ¿qué hay de lo mío? a preguntar ¿en qué puedo ayudarte? Y esto vale para nuestra relación con todos los demás y para nuestra relación con el mismo Dios; con ese  que se nos va dando poco a poco, a sorbitos cada día, pero sin reservarse nada, con toda su intensidad y amor desbordantes. El bautismo de Jesús, que aún no es nombrado en el evangelio de hoy, es de fuego porque en él dejamos arder nuestros egoísmos y es con Espíritu Santo porque nos dejamos hacer soporte, defensa, empuje, brisa y oración para todos los que nos rodean. Mientras, el gran esperado anónimo se nos presenta en cualquier rostro, en cualquier esquina, en cualquier día gris de oficina, taller o clínica. La alegría surge del reconocimiento de estar ya perdonados y salvados, hermanados con todos y habitados por él en esa comunidad definitiva; con él que está ya pero sigue llegando siempre. 

 

La alegría

 

 

sábado, 4 de diciembre de 2021

LA SALVACIÓN ES HISTÓRICA. Domingo II Adviento.

05/12/2021

La salvación es histórica

Domingo II Adviento

Ba 5, 1-9

Sal 125, 1-6

Flp 1, 4-6. 8-11

Lc 3, 1-6

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El cristianismo heredó de las antiguas tradiciones judías, entre otras muchas cosas, su reconocimiento de la historia como marco de la actuación de Dios en favor de los seres humanos. Ya desde un momento muy temprano este mundo es tenido como realidad fundamental por aquellos incipientes cristianos. Por eso algunos de sus escritos prestan ya gran atención a situar los acontecimientos de la vida de Jesús en su marco cronológico, al menos a grandes rasgos. Y no sólo proceden así al hablar de Jesús. Podemos verlo claramente en el evangelio que hoy escuchamos. A su modo, según el estilo de su tiempo, Lucas data el momento en el que todo comenzó. Por eso da inicio a la relación de los acontecimientos documentando la aparición de Juan Bautista, antecesor directo de Jesús en clara sintonía con la tradición profética precedente. Así, vemos que Juan, que se había ido al desierto, se deja alcanzar allí por la Palabra y abandonó su aislamiento para recorrer la región predicando fundamentalmente la vuelta al amor de Dios. A este retorno al hogar, lo llama conversión y asume la práctica bautista que pone de manifiesto la importancia de la dimensión simbólica, sacramental, de los gestos. Historia y símbolo; contexto y expresión son las dimensiones que ponen de manifiesto que la salvación de Dios tiene lugar en un momento histórico concreto. Es decir, aquí y ahora y no en un futuro difuso y, la mayor parte de las veces, escatológico; es decir: fuera de la historia.

La salvación es histórica. Lo sabía bien el profeta Baruc, que coincide con el salmista al cantar de alegría por el regreso de los desterrados. Jerusalén es imagen de nuestro propio corazón, abierto de par en par para todos los que llegan atravesando el desierto o el océano de la inhumanidad. Es cierto que, como dice Pablo, esperamos un día en el que se consume la plenitud pero también es verdad que hemos conocido ya un amor que crece más y más en nosotros en la misma medida en que vamos sedimentando esa conversión y nos cargamos con frutos de justicia. Preparar el camino es caminar. El camino que seguimos es el de Jesús y lo vamos nivelando para él. Allanamos cualquier obstáculo para que él pueda llegar a nuestro corazón lleno de gentes. Hasta nosotros van llegando los expatriados desde cualquier punto del mapa y en nosotros son alcanzados por ese Jesús que está viniendo. ¿Qué sentido tendría que viniera sólo para nosotros? ¿Cómo íbamos a poder compartirlo sólo con nuestros amigos, familiares y contertulios? Jesús es incontenible; tiene en sí el amor desbordante del Padre, el empuje del Espíritu que arrastra y la plena humanidad que el Hijo ha hecho suya. Si Jesús llega a tu vida en este adviento o en cualquier otro momento no podrás permanecer quieto ni cerrado a nada ni a nadie. Jesús es el camino por el que el Padre llega a nosotros y a través nuestro a todos los demás, en especial a quienes vienen buscando posada y refugio. Para ellos nivelamos el terreno rellenando los valles con lo sobrante de los escarpados riscos y enderezando las sendas tortuosas. Para ellos porque con ellos es como Jesús llega a nosotros y en nosotros es donde ese Jesús puede darse a todos. Ya viene, pero no para quedarse agazapado con nosotros sino para decirnos: “Abre la puerta que llego; nunca dejo de llegar en todos ellos y mi salvación para ellos eres tú, como ellos lo son para ti; aquí y ahora”. 

 

La salvación es histórica

 

 

sábado, 27 de noviembre de 2021

DESPERTAD. Domingo I de Adviento

 28/11/2021

Despertad.

Domingo I Adviento.

Jer 33, 14-16

Sal 24, 8-10. 14

1 Ts 3, 12 – 4, 2

Lc 21, 25-28. 34-36

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Por un lado, sabemos que la Biblia es, en gran medida, el reflejo de una experiencia creyente que se extiende durante cientos de años y que se expresa narrativamente con sus propias categorías y géneros. Todo cuanto en ella se narra es cierto, pero tiene poco que ver con lo que históricamente ocurrió. Por otro lado, la ciencia nos dice que el desarrollo de cada individuo reproduce el desarrollo de su especie y, al compartir historia evolutiva, reproduce también, en gran medida, el desarrollo de la vida en su conjunto. Atrevámonos  a ser un poco científicos y afirmemos que, en el fondo, leer la Biblia es acercarse a la experiencia de un pueblo que expuso su historia colectiva como si fuese un único ser vivo y que esta identificación fue obra de quienes, fueran muchos o pocos, habían vivido ese proceso en sus propias carnes y lo compartieron con los demás. Pero, por esa ley científica, podremos decir también que ese mismo proceso puede ser también el nuestro.

Así, podemos esperar que Dios suscite en nosotros el nacimiento de un vástago que obre la justicia y el derecho en la tierra ¿Dónde sucederá esto? En nosotros mismos. El nombre  Israel significa “el que pelea con Dios” y ¿quién ha peleado con Dios más que tú y que yo? Judá terminó siendo la única tribu que se mantuvo fiel a la promesa. Quien mucho lucha con Dios termina por serle fiel cuando reconoce y acepta la promesa que Dios le hace ¿Qué promesa de Dios esperamos ver cumplida? Que Jerusalén, la ciudad de la paz, nosotros mismos, seamos sede de la justicia de Dios ¿Para qué habríamos de ser, si no, vástagos de Dios? Por eso mismo pide el salmista conocer sus caminos. En la misma línea, Pablo recuerda a los Tesalonicenses que, del mismo modo que ellos fueron amados e instruidos en el nombre del Señor Jesús son ahora llamados a hacer lo mismo entre ellos y con todos los demás.

Jesús vuelve a hablarnos hoy del Hijo del hombre. Y habla de él en vez de hablar del fin del mundo que las profecías apocalípticas parecían presagiar. Allí donde todo parece estar abocado al desastre Jesús recuerda que la cosmovisión y la promesa judías afirmaban que Dios suscitaría un descendiente de David capaz de darle la vuelta a todo: el Hijo del hombre. Cuando todo en nosotros parece desmoronarse y el sentido tan sólo se percibe como un hueco asfixiante, Dios es capaz de hacer brotar en nosotros una esperanza y una transformación radicales (radical, de raíz; no de extremismo). Para acogerla con sinceridad deberíamos dejar de luchar con Dios, aceptar su promesa y ser fieles. Dejar caer esas imágenes de Dios que nos impiden aceptar y gozar la vida, que nos hacen olvidar las carnes que nos permiten experimentarla, que nos exigen estar siempre pendientes de la norma y nos anestesian frente a  todas las tragedias que se dan en este mundo que hemos construido de espaldas a Dios ¿O acaso alguien piensa que la vida tiene poco de apocalíptica para tantos hermanos olvidados? Compartimos con los de Tesalónica la llamada a practicar el amor de Dios que hemos conocido por medio de Jesús a través de sus enviados. Él nos exhorta a estar atentos, despiertos; a dejar de lado tanta anestesia; nos pide poner en práctica su justicia con todos. Es imposible dar ni un solo paso en esta dirección sin reconocer la liberación que está llegando porque ni siquiera Dios puede liberar a quien no se sabe esclavizado por nada.


Despertad


sábado, 20 de noviembre de 2021

VERDAD Y LIBERTAD. Domingo XXXIV Ordinario. Jesucristo, rey del universo.

21/11/2021

Verdad y libertad

Domingo XXXIV T. O. Jesucristo, rey del universo.

Dn 7, 13-14

Sal 92, 1-25

Ap 1, 5-8

Jn 18, 33b-37

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Llegado ya el final de año nos asomamos a la antigua promesa referente al reinado de Jesús sobre lo real porque, según la Escritura, ese será el final de todo. Más bien, será un nuevo comienzo que implique el ocaso de este mundo que conocemos. La expresión “este mundo” lleva toda la carga negativa que Juan le da siempre.  Equivale a todo lo malo que podemos encontrar por aquí. El fin del mundo es el fin de la maldad. A este lenguaje apocalíptico hay que buscarle sentido más allá de la plasticidad de sus imágenes. Parece que en el momento de ser escritas, estas palabras querían tener un efecto balsámico en nuestros primeros hermanos, acorralados por las autoridades de ese mundo maléfico. Ahora, sin embargo, podemos aplicárnoslas a nosotros mismos pero, por favor, renunciando a cultivar esa conciencia de persecución u hostigamiento que parece ir creciendo según aumenta se agranda el vacío de los templos. Ya no hay necesidad de esconderse sino, precisamente, de todo lo contrario.

Apliquémonoslo a nuestra profundidad más íntima. También nosotros tenemos un mundo que vencer. Somos personas concretas y siempre en camino. Salimos a encontrarnos con el mundo con una idea de lo que significa ser humano concretada en aquél que Daniel vio venir entre las nubes para ser coronado rey en un reino sin fin. La tradición cristiana vio en él la prefiguración de Jesús apoyándose en el hecho de que el propio Jesús hablaba de sí mismo como del Hijo del hombre. Un ser humano corriente cuya mayor virtualidad es que hace suya la voluntad del Padre sin que eso merme su ser sino permitiéndole ser, precisamente, él mismo en mayor profundidad. Gracias a él ya no somos simplemente un pueblo, sino un pueblo de sacerdotes que toman lo real entre sus manos para acercarlo al Padre. La realeza de Cristo es comprensión y transformación de la realidad para borrar de ella la maldad que la aprisiona. No por prurito de pureza, sino porque al eliminar la maldad se hace perceptible el rostro de a bondad. Jesús el Cristo, nos dice Juan, es el primogénito de ente los muertos y, como tantas otras veces, podemos hablar de muertos reales que pueblan aún las fosas y los márgenes  de nuestro mundo. Posiblemente este sería el sentido primigenio. O podemos hablar de quienes se esfuerzan en morir a sus egoismos y surgir desde el abismo para encarnar nuevas formas de ser y reinar sobre sí mismos y sobre el mundo.

Son éstos últimos quienes con más autenticidad exigen justicia para esos otros muertos, para los abandonados o eliminados y sepultados a toda prisa. Son ellos los testigos de la verdad que, como Jesús ante Pilatos, reclaman, sin temor por su vida, un mundo nuevo, una nueva forma de entender las cosas que se ajuste a la visión y el amor del propio Dios. No habrá ayuda que llegue desde fuera porque eso exigiría que este mundo abriese puertas que clausuró hace ya mucho tiempo. La libertad que nos constituye nos hace capaces de construir un mundo verdaderamente nuevo o de arrasar con todo. La verdad lleva el nombre de todos los que no se encierran en sí mismos y viven vueltos hacia los demás. Es el contrapeso que sitúa al mundo en rumbo a su transfiguración en la misma medida en que todos nos dejamos transfigurar por ella.


Verdad y Libertad


sábado, 13 de noviembre de 2021

FRENTE AL MAL. Domingo XXXIII Ordinario

 14/11/2021

Frente al mal

Domingo XXXIII T.O.

Dn 12, 1-3

Sal 15, 5. 8-11

Hb 10, 11-14. 18

Mc 13, 24-32

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Acercándonos ya al final del año la liturgia nos presenta textos que actualizan el sentimiento de inminencia con el que vivieron nuestros primeros hermanos. Heredaban la tradición apocalíptica cultivada por el pueblo judía que señalaba la clausura de este mundo para postular un paso más en el proceso vital de la realidad. Contrariamente a otras concepciones contemporáneas la tradición judeocristiana renunciaba a interpretaciones cíclicas de la vida. Pero así se abría también a la posibilidad real del abismo de la que escapaban esas otras traiciones. Frente a ese abismo desplegaba su confianza radical en la unidad del origen y el destino que se enlazaban por un proceso que daba sentido a  la existencia del ser humano.  Pero ese final, sin embargo, estaba irremediablemente marcado por la angustia, por la persecución y la muerte.

Israel esperaba la irrupción de un angelical enviado divino, no humano, que frente al acoso y la persecución salvase a todos los inscritos en el libro, aunque ya hubiesen muerto hacía años pues desde siempre sabía que Dios no tiene rival alguno. Por eso el salmista puede cantar pidiendo ayuda con imágenes tan esperanzadoras. La esperanza última de Israel era que los sabios y los justos vivirían para siempre. Eran los que compartían la sabiduría de Dios y vivían de acuerdo a ella y quienes hacían de su vida un ejercicio real de justicia. Aunque no podamos precisar cuándo fue escrito el evangelio de Marcos se data ordinariamente entre el año 60 y el 70. Fue una década convulsa que culminó con la ruina de Jerusalén y la destrucción del Templo. Para cualquier judío piadoso eso era el final del mundo conocido y para los primeros cristianos también. Pero ellos vivían ya sus propios tiempos recios de malentendidos y persecuciones y lo que anhelaban era el fin de sus sufrimientos. El retorno a la apocalíptica resultó natural. Jesús aparece hoy hablando en un tono consolador de las señales que presagian el final. Pero el enviado divino no es ya un ser celestial, sino el  hijo del hombre, un ser humano que tras alcanzar a Dios no da la espalda a sus hermanos. Y sus palabras son verdad que permanece sobre todo lo que pasa porque son, ante todo, auténticas: reflejo de su propia vida; de su intención y de su acción a favor de los seres humanos más ninguneados de su tiempo; de la acción de Dios que él asume como propia.

Frente al mal del mundo que nos parece tan invencible como inevitable tan sólo existe el recurso a la humanidad, a la energía y naturaleza que nos define. Tan sólo el ser humano concreto puede vencer esa fuerza maligna que identificamos como inapelable. El ser humano que vive atento al corazón de todos los demás y practica la justicia como forma concreta de amor político que no deja caer a nadie. El pecado no debiera tener ya ningún poder en este mundo porque Jesús lo venció con una sola ofrenda perfeccionando para siempre a los que, en su propio proceso, van siendo consagrados y, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados. Tal vez convendría ir dejando de mirar al cielo y subrayar que la narrativa apocalíptica de origen cristiano pone toda su esperanza en Jesús el Cristo, el hombre que fue encarnación de Dios pero que nunca dejó de ser hombre.  El hombre que nos hizo conscientes del perdón de Dios que debería liberarnos del lamento y llevarnos a asumir como propia su misma causa.


Frente al mal


sábado, 6 de noviembre de 2021

UNA VIUDA LLAMADA JESÚS. Domingo XXXII Ordinario.

 07/11/2021

Una viuda llamada Jesús.

Domingo XXXII T.O.

1 R 17, 10-16

Sal 145, 7-10

Heb 9, 24-28

Mc 1,38-44

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Cuando los autores bíblicos quieren representar a quien ya lo ha dado todo y, sin embargo, no se niegan a seguir colaborando con los demás, recurren a las viudas. En aquellos tiempos recios estas mujeres lo tenían realmente mal. Sobre todo las más pobres, claro, porque también hubo otras mujeres, solitarias o no, mucho mejor posicionadas que mantuvieron con su capital a los primeros testigos y al mismo Jesús y su grupo itinerante. Estas de las que hablamos hoy no son, sin embargo, benefactoras capaces sino mujeres solitarias que sobrevivían como podían pero, aún así, no se negaban a colaborar hasta mucho más allá de sus posibilidades reales: hasta dar incluso lo necesario para vivir. Pero los dos relatos son, en realidad, muy distintos. La viuda que atiende a Elías confía en la palabra del profeta y cree  en la Providencia de Dios, que no dejará vaciarse la orza ni la alcuza, o tal vez, sólo cumpla con la ancestral ley de hospitalidad y se vea luego recompensada por su generosidad; se reforzará o se iniciará así su fe en esa Providencia. La viuda del evangelio cumple con la Ley al depositar su ofrenda en el arca y Jesús alaba su generosidad porque no hay mérito alguno en dar de lo que te sobra, como hacen otros. Jesús, así, pone también de manifiesto la inocencia de la viuda y la culpabilidad de un sistema legalista que procura el bienestar de unos pocos basándose en el apoyo de la institución religiosa.

Elías anuncia, Jesús denuncia. Y su denuncia es también señal de salvación para los inocentes y de juicio para los culpables. El juicio es, según el autor de la carta a los hebreos, el destino que nos espera tras la muerte y después de él, nos dice, volverá Cristo para reunirse con los que esperan ser salvados: con quienes han vivido confiados en la Providencia y con los inocentes machacados por la legalidad. Fue Jesús quien eliminó el efecto perverso del pecado, la irreversibilidad de su potencia; no su existencia, que depende de la libertad del ser humano. Fue la libertad de un solo ser humano puesta al servicio del amor de Dios la que terminó con el círculo vicioso de la violencia y la opresión. Jesús es el Cristo que pone su vida a disposición de ese amor e ingresa en el templo definitivo, en la plenitud donde no tienen ya sentido los sacrificios ni los privilegios de unos pocos por ofrecerlos o por interpretar ese marco que dicen entender.  Jesús,  como la viuda del evangelio, dio lo poco que tenía porque también él, como la viuda de Sarepta, vivía en la Providencia, en el amor definitivo de Dios. Definitivo porque es concluyente, pero también definitorio porque pone nombre al ser de Dios y al de quienes confían en él y viven como él. A quienes son cuenco que no retiene lo que recibe, sino que se vuelca en vivir sin hacer daño a nadie, acogiendo a todos, compartiendo el propio ser porque es lo más precioso que se puede compartir… haciendo de sus manos alcuza inagotable para todos. Son quienes viven y expresan la mima esperanza que el salmista sabiendo que son ellos mismos los agentes de la fidelidad divina. Las agentes, según los textos de hoy: las viudas que ponen el amor que florece aún en sus corazones al servicio de todos, sin retener para sí mismas la fuerza que, pese a todo, las sostiene.


Una viuda llamada Jesús

Para Ysabel, Valle, Carmen, Geles, Miguel, Alfredo, Ismael, Enrique...