sábado, 30 de octubre de 2021

LA COMÚN UNIDAD. Domingo XXXI Ordinario.

 31/10/2021

La común unidad.

Domingo XXXI T. O.

Dt 6, 2-6

Sal 17, 2-4. 47. 51ab

Heb 7, 23-28

Mc 12, 28b-34

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Le preguntan a Jesús por el resumen de la Ley, por su núcleo irrenunciable y su respuesta afirma diáfanamente la imposibilidad de separar a Dios del ser humano. En su mutua dependencia está el valor de ambas frases. Por un lado, el amor a Dios era exigido por la Ley como centro fundamental sobre el que debía gravitar la vida de todo el pueblo. Todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas de cada uno de los hebreos debían ponerse en ese Dios que era único. El politeísmo anterior presentaba un mundo dividido en miles de dioses, fuerzas que actuaban de forma caprichosa y muchas veces unas contra otras. El Dios de Israel era tan sólo uno. No cabe la división ni es posible contradicción alguna. Contra todas las ideas grandilocuentes y, a menudo, estrambóticas, de las gentes Dios es un ser sencillo. Es unidad que se muestra en su obrar a favor del ser humano, representado en ese pueblo elegido para ser muestra de su amor, no un privilegiado a costa de los demás. Y su anhelo principal es que todo su pueblo transparente la misma unidad interior de modo que  la humanidad entera ansíe también esa vivencia. Por otro lado, es el amor a los demás lo que hace realidad esa transparencia hasta tornarla transfiguración.

Jesús clarifica ese deseo divino: que el prójimo no te importe más que tú mismo. Ámale como tú mismo esperas ser amado. El amor es lo que nos une a todos los demás, pero el amor no es un sentimiento altruista, ni una receta de desposesión, ni una guía para buscadores de la perfección. El amor es Dios mismo. Es el reconocimiento de Dios en los demás sin que ninguna otra percepción pese más que esa y sea capaz de apartarnos de ellos. Toda la Ley cabe aquí y cuando este reconocimiento no se da no hay ley alguna que pueda compensarlo. En eso consiste el reino de Dios; en reconocerlo real, vivo y presente en toda la creación y en cada prójimo. Si el otro alberga en sí el mismo principio vital que yo no tiene sentido desearle ningún mal; no es posible más que mirarlo con los mismos ojos amorosos, por igual exigentes e indulgentes, con que nos miramos a nosotros mismos; no cabe sino confiar en ellos y ponernos en sus manos pues son tan divinas como las nuestras. En el amor que es Dios alcanzamos la verdadera comunión que trasciende cualquier frontera o dimensión.

Mientras tanto, necesitamos aún mediadores que nos recuerden este carácter unitario que nos pasa desapercibido con tanta facilidad. Y la novedad de Jesús consiste en su carácter de mediador definitivo, conseguido gracias a que se ofreció a sí mismo alejándose de la realidad adversa a Dios que llamamos pecado. El pecado es el olvido de los otros en beneficio propio; pensar que es posible acercarse a Dios a través de holocaustos, sacrificios y rituales sin que importe nada más. Cuando el olvidado es uno mismo y el beneficio buscado es el de los otros, Dios se hace verdaderamente presente y se instaura una indisoluble unidad a tres bandas: Dios, yo y el prójimo. Es una nueva alianza que a todos nos convoca y compromete en la misma medida. De un modo similar a como la alianza, el juramento de Jesús con el Padre, posterior a la Ley fue capaz de producir la perfección definitiva del Hijo donde esa Ley sólo pudo crear sacerdotes imperfectos, este nuevo juramento nos perfecciona en la misma medida en que hacemos real esa común unidad querida por Dios desde siempre.


La común unidad


sábado, 23 de octubre de 2021

LO OCULTO Y VERDADERO. Domingo XXX Ordinario.

 24/10/2021

Lo oculto y verdadero

Domingo XXX T.O.

Jer 31, 7-9

Sal 125, 1-6

Heb 5, 1-6

Mc 10, 46-52

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Está claro que no podemos interpretar la Escritura al pie de la letra. Es más que evidente el valor simbólico de muchos pasajes pero parecemos olvidar que todo ese despliegue de didáctica y catequética tiene un cimiento real. Jeremías nos lo resume en unas pocas líneas en las que, por descontado, podemos encontrar imágenes estilizadas por la esperanza pero en las que destaca una base cierta: el Señor nos ha reunido y no ha dejado fuera a nadie e incluso los ciegos y cojos, las preñadas y las paridas han llegado con todos los demás; con esta nueva multitud que sabe adaptarse al ritmo de los más lentos. Y es que no le gustan a Dios las prisas sino la unidad y el mutuo desvelarse de todos por todos. El Señor ha salvado a su pueblo y, aunque la realidad histórica del momento fuera mucho más humilde que lo que el relato expresa, fue una experiencia fundamental el hecho de que el pueblo de Israel se vio liberado del exilio y reagrupado en la tierra de sus padres. Hasta el punto de que todos los otros pueblos pudieron afirmar que el Señor había estado grande con ellos.

También tuvieron que ocurrir grandes cosas en las intervenciones de Jesús en la vida de mucha gente para que fuera presentado como un potente taumaturgo capaz de obrar los grandes prodigios que de él se cuentan. En este caso se nos da como detalle concreto el nombre de la familia del ciego (hijo de Timeo). Quienes le mandan callar le conocen bien. Es un personaje concreto, real. Y podemos sacar muchas conclusiones de su acto de levantarse y desprenderse del manto que simbolizaría su vida anterior y de su retorno a la luz que le permitió ir detrás quien le había sanado… y cualquiera de estas observaciones serán provechosas para nuestro proceso vital. En cualquier caso, lo cierto es que Jesús, ante el clamor de Bartimeo que, al reconocerle como Hijo de David, le coloca en una dimensión real: en un estado de conocimiento de la realidad con posibilidad de influir sobre ella, ajeno por completo a una confesión política de mesianidad, sólo pregunta “¿Qué puedo hacer por ti?”.

Y esta es la pregunta de Jesús para todos y la que todos nosotros deberíamos plantear a quienes encontramos. Antes de hacer nada a favor de nadie Jesús los escucha a todos y los ve a todos en su verdadero ser y necesidad, mientras que nosotros, muchas veces, sólo pretendemos aplicar recetas a unas personas que resultan ser seres únicos e irrepetibles, inmunes a los métodos de manual. Este conocimiento le viene a Jesús de su ser humano; de su comprender profundamente a quienes son como él ¿Por qué Jesús es el mediador definitivo? Porque era uno como nosotros; uno de los nuestros. Su ser sacerdote es don de Dios, que le llamó como nos llama a todos para construir una realidad nueva, para sanar necesidades reales, para ser puentes efectivos ya en este mundo y liberar y reunir a los desterrados sin dejar a nadie atrás, no para hacer promesas evasivas que remiten a realidades que decimos conocer pero de las que lo ignoramos todo excepto el amor que Dios pone en nosotros y que nos pide que convirtamos en expresión suya según el rito de Melquisedec. Por último, esa misma pregunta de Jesús podríamos hacérsela también a Dios y asumir así, para ambas orillas, la verdadera postura sacerdotal: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Porque sólo así nos será posible ver en plenitud.   


Lo oculto y verdadero (Puente de los peregrinos - Canfranc). 


sábado, 16 de octubre de 2021

A DERECHA E IZQUIERDA. Domingo XXIX Ordinario.

 17/10/2021

A derecha e izquierda.

Domingo XXIX T.O.

Is 53, 10-11

Sal 32, 4-5.18-20. 22

Heb 4, 14-16

Mc 10, 35-45

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Lo primero que nos salta hoy al alma, como un aldabonazo, es la frase “el Señor quiso…” Ya hemos dicho alguna vez que para los judíos piadosos del siglo I todo ocurría por voluntad de Dios. Según el Antiguo Testamento, muy anterior, incluso la oposición del faraón a Moisés fue voluntad de Dios para que así el triunfo final de su enviado resplandeciera meridianamente. Para nosotros, creyentes del siglo XXI, esta afirmación no puede significar lo mismo. Dios no quiso el sufrimiento de Jesús ni quiere ningún otro mal para nadie. En la Biblia todo padecimiento tiene finalidad terapéutica o pedagógica. Jesús se mantuvo fiel y sufrió por la oposición que encontró la imagen de Dios que presentó a sus contemporáneos. El mismo Isaías afirma que, tras sufrir, el justo verá su descendencia y prolongará sus años; verá la luz y se saciará de conocimiento. El sufrimiento no es lo definitivo.

El siervo acepta su papel vicario para justificar a muchos y esto es propio de una mentalidad sacrificial que pretende reparar el honor mancillado de Dios. Jesús matiza la cuestión y acepta entregar la vida, pero no en un único acto meritorio sino en el día a día. Es toda la vida la que Jesús propone vivir como un acto de servicio a los demás. Esta actitud no tiene nada que ver con quienes, en este mundo, aspiran a colocarse por encima de los otros. Son éstos quienes tiranizan a los seres humanos y ajustician a quien acepta ser siervo y se mantiene fiel a su misma naturaleza que descubre íntimamente conectada con Dios. Jesús, una vez más, lo pone todo al revés. Pero (otro pero) esta función le corresponde al Hijo el hombre y aquí los exegetas discuten por el significado de esta expresión porque aunque está puesta en labios de Jesús como auto-identificación y aunque la tradición judía veía en esta figura un personaje especialmente venido para desempeñar una misión concreta, la expresión, de por sí, no dice nada más que “un hombre”, un individuo concreto de la raza humana. Si Jesús no hubiera sido un ser humano normal y corriente no habría podido llevar a cabo esa misión especial. Y realizándola llega a ser un ser humano excepcional. Por eso los Zebedeos podrán beber su mismo cáliz y recibir su bautismo: comenzará a hacerlo el día que decididamente se pongan a vivir  como Jesús vivió y acepten las consecuencias de esa vida.

El autor de la carta a los Hebreos afirma que Jesús es sumo sacerdote precisamente porque ha sido probado en todo igual que nosotros y ha salido triunfante. Es decir, ha llegado a ser plena y perfectamente humano. Por eso, aunque todavía albergásemos el temor de que Dios pueda mandarnos cualquier dolor, podremos acercarnos a este sacerdote con la confianza de que, siendo como nosotros, hará valer ante Dios nuestra activa esperanza en su misericordia. El salmista tuvo que presentarla por su cuenta pero nosotros vamos bien avalados. Un Dios que alberga en sí mismo la humanidad conoce de primera mano la inutilidad del sufrimiento y si ya antes no dejaba a nadie atrás, ahora mucho menos.

Por lo demás ¿Qué decir? Ya sabemos cuál fue el trono de Jesús y quién estuvo a su derecha y a su izquierda. Y tampoco fue ese el final.


A derecha e izquierda


sábado, 9 de octubre de 2021

EL REINO Y LAS RIQUEZAS. Domingo XXVIII Ordinario

 10/10/2021

El Reino y las riquezas

Domingo XXVIII T.O.

Sab 7, 7-11

Sal 89, 12-17

Heb 4, 12-13

Mc 10, 17-30

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El Reino de Dios no es un lugar ideal proyectado para el futuro; tampoco es un espacio ultramundano que nos espera como premio a nuestro comportamiento terreno. Es una construcción; una nueva manera de vivir y orientarse en la vida, en esta vida, siguiendo el criterio mismo de Dios. Es una situación en la que todos podrán disfrutar la vida que Dios ha querido para ellos, sin que necesidad alguna les distraiga de esa naturaleza: creados para ser felices. Lo que todo el mundo repite con gravedad es que este Reino ha comenzado ya pero no ha alcanzado su plenitud. Ésta sí que tendrá un cumplimiento futuro, pero ese carácter inacabado no impide que el Reino sea vivido ya con gran intensidad. El espíritu de sabiduría desciende sobre quien lo pide revelándose más precioso que el oro o cualquier joya. Con esta sabiduría llegan la prosperidad y riquezas incontables.

Sin embargo, Jesús nos señala la dificultad de los ricos de entrar en este Reino precisamente por ser incapaces de desprenderse de sus riquezas. Tengamos en cuenta que la riqueza era considerada un signo de la bendición divina; una recompensa por las buenas acciones. Jesús, sin embargo, le da la vuelta a todo. Ante la pregunta por la vida eterna del piadoso judío que no excusaba el olvido del prójimo tras la adoración a Dios y cumplía ya todos los mandamientos “sociales” de la Ley, incluido el “no estafarás” (literalmente, “no defraudarás”) que Jesús incluye por iniciativa propia, el maestro sólo puede recomendarle que diga adiós a su riqueza; a sus seguridades, a sus tradiciones, a sus vínculos con lo ya aprendido y disponerse para abrirse a lo nuevo e inesperado. Porque existen varias clases diferentes de riqueza y junto a la económica, que Jesús condena en otros lugares por ser fruto del abuso y su preservación exige la pobreza del inocente, aunque no parecía ser este el caso que nos ocupa hoy, existe también la riqueza de quien se cree ya en el camino correcto, cercano a la verdad que define la estructura bajo la que se cobija. Tenemos la habilidad de estructurarlo todo, de absorber cualquier realidad, por santa que sea y convertirla en mecanismo de opresión para los demás o para nosotros mismos que terminamos viéndonos como salvadores de los demás, por encima, por lo tanto, de todos ellos y de cualquier estructura conocida.

Pero sólo la palabra de Dios es capaz de penetrar hasta el fondo del ser humano. Dios conoce nuestra más profunda realidad y las razones de nuestro corazón. Todos tenemos riquezas que dejar de lado, fidelidades que nos exigen pleitesía o filiaciones que parecen exigirnos renuncias inexcusables. A la pregunta por la vida eterna Jesús contesta con la declaración de incompatibilidad entre las riquezas y el Reino. Abandonarlo todo parece la solución sencilla y ha sido un sacrificio esgrimido por muchos para exigir beneficios después. Se debe abandonar aquello que nos impide darnos a los demás, aunque sea bueno y loable, pues convertido en refugio priva a otros de la parte de Reino que podríamos acercarles e impide que ésa parte mía entre en contacto con la suya. Estorbo así la edificación de una obra colectiva ya iniciada. Es en el trabajo por erigir esa edificación donde recibimos el ciento por uno mientras la bondad del Señor hace prósperas nuestras obras y nos consuela en la persecución que llevan asociadas.


El Reino y las riquezas


sábado, 2 de octubre de 2021

NO SEPARAR. Domingo XXVII Ordinario

 03/10/2021

No separar

Domingo XXVII T.O.

Gn 2, 18-24

Sal 127, 1-6

Heb 2, 9-11

Mc 10, 2-16

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Que el ser humano es social por naturaleza ya no le es ajeno a nadie. Al volvernos hacia la realidad todos descubrimos que nada puede calmar su soledad más que otro ser como nosotros. Ante esa pareja no cabe dominación alguna sino reconocimiento, equiparación y planificación en común. El mundo nuevo se construye en referencia al otro y esa labor resulta ser constitutiva para ambos. La carencia no es de simple compañía sino de camaradería en la edificación y el cuidado de la casa común. Quien se sitúa solo frente al mundo no tiene más remedio que conquistarlo; quien se vive en comunión con los demás comprende que debe tutelarlo para poder moldearlo, compartirlo y transmitirlo en herencia como el don sagrado que es.

El matrimonio es la formalización del amor entre los seres humanos y es acogido por Dios como signo que revela su propio amor hacia el mundo y hacia ellos. Y es reconocido como un símbolo adecuado para hablar de la relación entre Dios y las personas. Así, cualquier intento de mercadear con el amor es contrario al don de Dios que se ofrece a cada ser humano en la persona de otro hombre o mujer que pueda completar su ser inacabado y propiciar la construcción de una nueva realidad que, transcendiéndolos, los acerque más a él, los divinice. Los fariseos de este episodio intentan obtener rédito de sus privilegios como tantos otros poderosos en la historia; intentan imponer su beneficio abandonando a Dios mismo que se les ofrece incondicionalmente. Moisés transigió por la terquedad de sus corazones pero ni el gran legislador ni ellos supieron, o pudieron, ver que la mujer era en este episodio la imagen de Dios que se hace accesible y se entrega por amor poniéndose en sus manos.

Porque Dios está siempre en el que sufre. Estamos aún convencidos de que es el poderoso que, entre trompetas, vendrá a confirmar nuestro modo de vida y a liberar a los oprimidos por los que, generosamente, optamos, cuando él resulta ser ese oprimido que no espera nada más que ser reconocido por nosotros como compañero y camarada. El tan traído y llevado plan de Dios podría concretarse en que todos pudiéramos comer el fruto de nuestro trabajo, reunirnos en familia alrededor de la mesa, conocer la prosperidad de cualquier asentamiento a imagen de Jerusalén, la ciudad de la paz, y llegáramos a codearnos con los hijos de nuestros hijos. Para aclararnos esto se hizo uno como nosotros, solo un poco inferior a los ángeles, como cada uno de nosotros. Lo central no está en que Jesús consintiera en morir sino en que trató a todos como Dios mismo los hubiese tratado; tal como los niños acogen sin reservas a los demás: sin fingimiento ni imposturas. Esta naturalidad de los niños es otro símbolo que remite a la naturalidad sin artificio alguno por parte de Dios que acoge a cada uno como es, sin ocultarle lo que tenga de bueno o malo, pero ofreciéndole siempre un hogar y una alteridad en la que pueda reconocerse y con la que puedan construir y construirse. Que no somos perfectos ya lo sabe, por eso se nos ofrece él mismo en la naturaleza y en los demás esperando que nosotros los acojamos también y que no nos empeñemos en imponer nuestro provecho por encima de todo; que no nos obcequemos en separar aquello que él ha unido. De ese repudio surge el mal que también él mismo experimentó.


No separar. Foto de Kim Manresa.


sábado, 25 de septiembre de 2021

LA BUENA TRADICIÓN. Domingo XXVI Ordinario.

 26/09/2021

La buena tradición.

Domingo XXVI T.O.

Nm 11, 25-29

Sal 18, 8.010. 12-14

Sant 5, 1-6

Mc 9, 38-43. 45. 47-48

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¿Recordáis aquella canción infantil que con gran simplicidad afirmaba que el amor del señor “es tan grande que se sale por arriba; y es tan bajo que se sale por abajo y es tan ancho que se sale por los lados…”? No es posible decir que esté aquí y no allí. Así lo afirma Jesús cuando le preguntan por aquél que expulsa demonios en su nombre y deja claro que no deben impedírselo aunque no esté dentro del grupo. No es el grupo lo importante, sino el bien del ser humano. Traducido a nuestras categorías actuales tendríamos que decir que no es la Iglesia lo importante sino la extensión del Reino de Dios.

No existe una vinculación exclusiva entre la acción del Espíritu y la actividad de la Iglesia. Esto ya lo había dicho Moisés, según vemos, pues el Espíritu puede ser infundido por Dios en cualquier sitio donde él quiera. Lo mismo es que el receptor esté en la tienda o en el campamento. Lo importante es que el ser humano sea sanado; poco importa quién sea el sanador. Esta es la lucha común de la Iglesia y del conjunto de agrupaciones y sociedades que se empeñan en la construcción de un nuevo modelo de relaciones en el que se impongan la justicia y el amor. Y sin embargo, también en nuestra Iglesia, en nuestros grupos, partidos, y asociaciones crecen en ocasiones la conciencia elitista que separa del resto del mundo, se potencia la ambición, se transige con la comodidad y la búsqueda de prestigio y, lo peor, se olvidados a muchos. Estas actitudes constituyen un verdadero motivo de escándalo para los pequeños: para los perjudicados y para quienes, por opción, comparten su suerte. Los exégetas nos aclaran que escándalo quiere decir, llanamente, trampa en el camino. Así, estas actitudes son verdaderas emboscadas, pero no sólo para las víctimas, también para quienes las secundan y para quienes pasivamente las toleran sin hacer nada por desarmarlas: para la Iglesia entera y para cualquier otra agrupación en la que militemos. Cuando nuestras manos han dejado de hacer lo posible por reconducir una situación evangélicamente inaceptable, cada vez que nuestros pies nos han llevado por caminos intransitables para cualquier ser humano cabal y esas ocasiones en las que nuestros ojos se han centrado en cualquier nimiedad en vez de estar atentos a la crueldad que se esconde detrás de ciertas formas de entender la vida y nuestro papel en ella, hemos sido ocasión de escándalo para el pueblo sencillo y para los atrapados en una maquinaria que no detenemos.

Dentro y fuera de este grupo nuestro, el espíritu hace comprender a quienes aún quieren escucharle que los jornales retenidos son un clamor que va ascendiendo hasta Dios junto a los gritos de los segadores. Los inocentes han sido aplastados y ya no ofrecen resistencia, pero queda aún un paráclito que abogue por ellos y que inspira todavía a muchos para pedir y luchar por no ser dominados por la arrogancia y quedar libres del gran pecado de aplastar a los pobres en beneficio propio; para cambiar esas actitudes y descansar el alma decidiéndose a embarcarse con muchos otros en una misma lucha por un único mundo construido sobre la policromía de una gran paleta de sensibilidades. Todo esto, aunque olvidado, estaba ya dicho desde Moisés y Jesús nos lo confirmó. Ésta es una buena tradición que merece la pena actualizar.


La buena tradición.


sábado, 18 de septiembre de 2021

CUÑA A CUÑA. Domingo XXV Ordinario.

 19/09/2021

Cuña a cuña

Domingo XXV T.O.

Sab 2, 12.17-20

Sal 53, 3-6.8

Sant 3, 16 – 4, 3

Mc 9, 30-37

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Pese a estar dicho de los impíos, la primera lectura transmite bien la opinión de los judíos del siglo I sobre las víctimas del sufrimiento. La desgracia era una maldición merecida. Dios abandonaba a su suerte a quienes no merecían su aprobación. Era un signo inconfundible de su equivocación y advertencia para que nadie más cayera en su mismo error. Por eso los discípulos son incapaces de entender las palabras de Jesús sobre su muerte y resurrección. Para ellos era inconcebible que Jesús, el maestro en quien han puesto su confianza y que alimenta sus esperanzas, pudiera sufrir la suerte que él mismo describe. Quedaba tan fija en su cabeza la negativa a la muerte que les impedía llegar a asimilar la parte referida a la resurrección. En sus almas pesaba más la concepción tradicional que auguraba la protección divina para el justo y estaban convencidos de que esa sería la suerte final de Jesús, por muy mal que se pusiesen las cosas, Dios no lo abandonaría. También los salmos insisten en esta convicción de auxilio, oponiéndose al desastre. En medio de su prueba, el justo conservaría siempre la entereza suficiente para no rendirse a la desesperación. Desde esta perspectiva era comprensible la pugna por el poder entre aquellos discípulos; por muy mal que se pusiesen las cosas, Dios haría brillar finalmente su rostro sobre Jesús y tras la victoria comenzaría una nueva era en la que también habría unos personajes más importantes que otros. Pero algo había cambiado ya en ellos cuando no se atrevieron a responder a la pregunta de Jesús; la semilla iba germinando en el silencio.

Jesús afirma sin rodeos que la relevancia definitiva está en ponerse al servicio de los demás, ser el último según el orden tradicional. Así eran los niños eran en aquella sociedad: es posible que a los herederos de grandes fortunas o imperios se les reconociese algún papel en virtud de la esperanza que representaban pero los niños de las clases populares tan sólo tenían valor en la medida en que eran capaces de realizar algún trabajo de provecho, de lo contrario eran peor que parásitos. Sin embargo, acogerlos a ellos era como acoger al mismo Jesús y a quien lo enviaba. Posiblemente porque aquellos niños eran, como dice Santiago, capaces de sobreponerse a la codicia y a la envidia y ni buscaban la satisfacción de sus propios intereses ni pedían imposibles. No deberíamos identificar a los niños directamente con la inocencia pues tendemos a confundirla con la ingenuidad y tampoco podemos atribuirles un comportamiento “angelical”. El valor del modelo infantil está en su capacidad de trabajar y ayudarse sobreponiéndose a sus malas condiciones; en su genialidad para entablar relaciones de apoyo que se enfrenten a la realidad de un modo alternativo que le busque la vuelta al modo grave y adulto de comprenderla. Pese a que el mal pueda dañarlos para siempre les es posible encontrar un resquicio para la esperanza, aunque ni siquiera sean muy conscientes de ello. Y esa grieta en la estructura es suficiente para introducir una cuña que la debilite en espera del momento decisivo. Cuña a cuña finalmente el sistema caerá. Acoger a Jesús y a quien le envía de manera infantil no es hacerlo con candorosa credulidad, sino sobreponerse al mal con una fe lúdica y comunitaria que ponga en juego dimensiones alternativas de la existencia para descubrir alegremente la sencillez de acoger un mundo que pide a gritos ser transfigurado.


Cuña a cuña



sábado, 11 de septiembre de 2021

CRUCES DE PIEDRA. Domngo XXIV Ordinario.

 12/09/2021

Cruces de piedra.

Domingo XXIV T.O.

Is 50, 5-9a

Sal 114, 1-6. 8-9

Sant 2, 14-18

Mc 8, 27-35

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Isaías afirma que el Señor le abrió el oído; pudo así escucharle verdaderamente. A partir de ese momento no cosechó más que ultrajes. Frente a ellos no pudo menos que endurecer el rostro como pedernal mientras en su interior crecía la seguridad de que no quedaría defraudado. Una imagen reconfortante para quien vive la persecución que se ve reforzada por la intervención del salmista. Con todo esto se afirma también que no hay percance ni adversidad que pueda interpretarse como maldición divina. Por el contrario, Dios está siempre acompañando a los suyos. Jesús, consciente también de esta cercanía, no se libró de su propia crisis. Él, que se ha descubierto especialmente identificado con el Padre y se ha lanzado a hablarles a todos de un amor único que no quiere dejar a nadie fuera ve que la gente tan sólo le sigue por los grandes signos que realiza apoyado en esa fe única. Todo va mal.

 La gente le identifica con algún profeta milagrosamente vuelto a la vida. No reparan en que es el enviado definitivo, el ungido, Dios mismo caminando entre ellos. Pedro le identifica como mesías, pero uno hecho a su propia imagen, según su idea de Dios. Jesús declara que es justo al revés. También Dios le ha abierto el oído y le ha dado a conocer sus preferencias. Él no hace nada al estilo de los hombres que, queriendo vencer a toda costa, endurecen el corazón y no el rostro. Cuidan de que todo les vaya bien incluso a costa de los demás. Blindan su corazón, sus proyectos, su intimidad… y lo construyen todo según esos planos propios cuidándose de cuanto puede herirles, afinando mucho la piel para hacerla sensible y usarla como detector que delate la mínima lesión, ofensa o aflicción. Cuanto hace daño es rechazado por ese corazón endurecido, por esa fe autoedificada.

Santiago da testimonio de que finalmente el mensaje de Jesús logró entenderse, porque contrapone la fe y las obras. La fe puede, pese a todo, no ser más que palabras vacías; una idea utilizada para darle estructura a un corazón endurecido empeñado en transformar el mundo según la imagen que tiene de Dios. Las obras, en cambio, pueden probar la veracidad de la fe. Un rostro endurecido aguanta el golpe pero lo percibe real y verazmente y lo transmite al corazón receptivo que se conmueve y actúa en consecuencia. Quien decidida negarse la comodidad en favor de los demás asumirá la consecuencia de hacer aquello que le dicta el corazón en el que reverbera el amor de Dios por todos; cargará con la cruz. Pedernaliza el rostro no para insensibilizarse, sino para que la bofetada no le haga volver atrás. Un querido maestro afirma que en la actualidad se necesitan pieles duras y corazones sensibles porque el mundo hace, precisamente, todo lo contrario. Rechaza cualquier sufrimiento y al dolor irremediable lo califica de cruz al identificarlo con un destino que debe soportarse. Dios sabrá por qué. Así, convierten la cruz en losa. Pero no es así. Cruz es la consecuencia que las obras, movidas por la fe, nos reportan en un mundo corrompido. Cuando nuestro corazón se esponja para absorber la realidad y contemplarla a la luz de Dios, se niega a sí mismo; olvida su blindaje y se pone a disposición de todos y entonces la piel ni retrocede ante el dolor ni se arredra ante la amenaza.


Cruces de piedra.


sábado, 4 de septiembre de 2021

ÁBRETE. Domingo XXIII Ordinario.

 05/09/2021

Ábrete.

Domingo XXIII  T.O.

Is 35, 4-7a

Sal 145, 7-10

St 2, 1-5

Mc 7, 31-37

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Según el anuncio de Isaías, no habrá mal físico que soporte el advenimiento de la época mesiánica. Está por llegar, pero cuando lo haga la presencia del mesías será evidente. Así lo pensaban ellos pero llegó y nadie pareció darse cuenta, pese a que los signos estaban ahí. Jesús se les escapaba por todos los lados porque daba un nuevo sentido a lo esperado. Lo que se pensaba como maldición divina que, como resultado de algún pecado o por algún misterioso designio de Dios, incapacitaba para escuchar su palabra y expresar la gloria que le era debida por su gran favor para con el pueblo, tomó con Jesús un nuevo significado. Sordera y mudez tenían para los piadosos una dimensión especialmente onerosa. El ciego y el cojo podían oír la Ley y reverenciar las gestas históricas del Señor, podían alabar a Dios aunque fuese en  privado, pues su mal era testimonio contra ellos. Jesús se lleva a aquel sordo que apenas puede hablar a un ligar apartado de la multitud. A salvo de cualquier prejuicio, y allí se produce lo inesperado.

Allí el enfermo es sanado y puesto en disposición de escuchar no sólo la Palabra de Dios sino también lo que Dios escucha: el clamor de los últimos que sube hasta él. Porque la Palabra de Dios habla sobre ellos. Y se le suelta la lengua no sólo para dar gloria a Dios, sino para denunciar la situación de esos que claman hacia él. Porque así es la lengua de los profetas una vez tocada por Dios. El mismo Isaías podría dar fe de ello. Así, el gesto mesiánico se ha convertido en una nueva creación en la que Jesús, tal como ya hiciera Dios, lo hace todo bien. La comunidad primera resumió la vida de Jesús diciendo de él que “paso haciendo el bien”.  Y ese bien que hizo, nos atrevemos a añadir, lo hizo bien. Originando con él un mundo nuevo; una nueva creación en la que todo cuanto afirma el salmista es llevado a cabo no por Dios en un pasado legendario sino por aquellos que, en el presente, en cualquier presente, se abren a la intervención de Dios en sus vidas y oyen y hablan como él mismo.

Santiago nos presenta un caso realista de aquellos primeros tiempos, un reporte des-idealizado de aquella realidad que en ocasiones nos representamos tan engalanada y poéticamente y que, sin embargo, fue tan cercana y similar a la nuestra. Él nos recuerda hoy la pregunta que se hacían ellos entonces: “¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres según el mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?” Son los despreciados por el mundo quienes custodian la fe que ya no puede entenderse más que como una re-estructuración de este mundo que termine con las situaciones de injusticia y de opresión. En eso consiste el Reino del que tanto habló Jesús, pero que nunca explicó en detalle, puede que para que no lo estropeásemos. Hay que abrirse a la realidad tal como se nos manifiesta; no a lo ya esperado porque eso suele representar los intereses de alguien, sino a lo inesperado, a lo sorprendentemente capaz de darle la vuelta al mundo, porque con el orden actual se nos queda fuera la mayoría. Estamos llamados a abrirnos al mundo para escuchar la voz de esa mayoría que sigue en la cruz para transfigurar todo cuanto, desde la perspectiva de Dios, se descubre como insuficiente para que todos tengamos vida. Y la declaración expresa en favor de esos muchos es el primer paso en esa vocación.


Ábrete


sábado, 28 de agosto de 2021

SENCILLEZ Y TRANSPARENCIA. Domingo XXII Ordinario

 29/08/2021

Sencillez y transparencia.

Domingo XXII T.O.

Dt 4, 1-2. 6-8

Sal 14, 2-4ab. 5

St 1, 17-18. 21b-22. 27

Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23

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Se ha escrito mucho sobre lo positivo y lo negativo de la exposición de ley en forma de decálogo. Lo cierto es que es una forma diáfana de exponer aquello que Dios deja dicho; no deja lugar a la duda: no robes, no mates, no mientas, no ambiciones, no seas idólatra, mantente puro, no des la espalda a los tuyos… Contra estos principios no es sencillo discutir. Lo segundo que destaca en esta ley es que está mayoritariamente orientada a la convivencia entre los seres humanos. Ya se sabe, pero es bueno recordar, que de diez mandamientos siete están dedicados a esa convivencia y sólo tres a Dios. El texto del Deuteronomio que leemos hoy enmarca la entrega de esta ley y recalca la conveniencia de no añadir ni quitar nada. Así es como Israel da testimonio ante el mundo de su cercanía a Dios y es por lo que los demás pueblos les reconoce esa proximidad.  

En tiempos de Jesús aquel decálogo se había transformado ya en una normativa de no pocos cientos de preceptos y todos se exigían con el mismo apremio.  Muchas de esas normas surgieron como fundamentación de hábitos saludables. Así ocurrió con la escrupulosa regulación de la limpieza antes de las comidas y con muchas restricciones alimentarias, pero una vez elevadas al rango de ley esa razón práctica perdió cualquier peso. La ley es la ley y es inapelable. Con esto, además, se potenciaba la comprensión del mundo escindido en lo puro y lo impuro; lo sagrado y lo profano. Jesús se rebela frente a esta comprensión: la única impureza real es la que surge de un corazón que desoye lo fundamental y esencial de la ley, de la alianza con Dios, para dar rienda suelta a envidias, homicidios, adulterios, codicias, fraudes, fornicaciones, robos y tantas otras acciones que Jesús va enumerando. Y frente al impulso interior no basta mantener limpio el exterior. También Pilatos se mostró muy higiénico. Cuando mantener la pureza y la salubridad exterior se confunde con la verdadera religiosidad se ha llegado ya a un espacio realmente peligroso en el que se piensa que con cumplir tres mandamientos es ya suficiente; la infracción de los otros siete puede ser comprensible siempre y cuando exista una “razón de peso” o no se lleve a cabo de una forma explícita.  Se desnivela así la balanza que el mismo Dios propuso a su pueblo.

Por eso, Santiago, haciendo memoria de la palabra que se nos ha entregado nos insta a ponerla en práctica, a actuar como ella misma, Jesús, actuó. La religión verdadera, el encuentro real con Dios, sólo puede producirse en y por la atención a todos aquellos que son dejados de lado. Huérfanos y viudas son figuras prototípicas que remiten a todos los abandonados a su suerte. La verdadera re-ligación con Dios pasa por acoger y velar por quienes no tienen otro sitio donde acudir, tal como hizo Jesús; implica construir con ellos un hogar con el aliento y la unidad del Espíritu y se concreta, inexcusablemente, en transformar desde ellos, desde el Espíritu y desde ese nuevo hogar, un mundo que ha sido contaminado por interioridades desenfrenadas para acercarlo cada vez más al plan original del Padre, a la sencilla y transparente alianza propuesta al pueblo.


Sencillez y transparencia


 

sábado, 21 de agosto de 2021

EL PUEBLO DE DIOS. Domingo XXI Ordinario.

 22/08/2021

El pueblo de Dios.

Domingo XXI T.O.

Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b

Sal 33, 2-3. 16-23

Ef 5, 21-32

Jn 6, 60-69

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En la famosa asamblea de Siquem el pueblo decide que no seguirá a otro dios que al Señor que les ha liberado de la opresión egipcia conduciéndoles a una tierra que les ha dado en propiedad. Nuestro texto concluye muy pronto pues tras la decisión Josué recuerda que este Dios es exigente y no perdonará la deslealtad. Pese a todo, el pueblo insiste en su propósito y pacta la alianza con Yahweh. Jesús también utiliza un lenguaje exigente; así lo afirman sus propios discípulos y hasta tal punto llega la crudeza de esa exigencia que muchos de ellos le abandonan. Los que se quedan con él lo hacen convencidos de que no hay otro sitio, ni persona alguna, que pudiesen acogerles como Jesús lo hace. Y pese a todo lo que han visto junto a él quienes deciden retirarse se han visto superados por el temor a la exigencia. En este punto, la antigua alianza ofrecida por Josué parece llevar ventaja pues para aquellos israelitas no pesaron tanto las advertencias como las hazañas que Dios hizo en favor suyo. Afirman los exégetas que de las doce tribus clásicas no todas cruzaron el desierto y que ese pueblo idealizado nació al cohesionarse los peregrinos con otros grupos bajo un mismo culto que les proporcionaba identidad común. Por eso, no es que el pueblo se decidiera en masa por secundar el pacto, sino que de quienes decidieron adherirse a él surgió el pueblo.

La fe siempre ha sido el resultado de una decisión personal basada en lo que se ha visto y experimentado y en la aceptación clara de aquello que Dios pide. No tiene nada que ver con aceptar imposibles ni realidades invisibles. Clara y meridianamente la gratuidad de Dios reclama la fidelidad del pueblo. Este misterio nos lo conecta Pablo con el sorprendente misterio del amor humano. Todo se vive en referencia mutua. Si al uno se le pide sumisión, del otro se espera no sólo respeto, sino entrega absoluta. No es cuestión de quién ha de mandar o quien debe obedecer, sino de llegar a ser una sola carne dejando todo lo demás. Jesús y la Iglesia: una sola carne; Dios y el pueblo: una sola carne. Resalta aquí el valor del pueblo, de la asamblea. La fe no ha sido nunca una cuestión estrictamente privada. Es un asentimiento personal, porque todo pasa por la libertad de la persona y se enraíza en su fuero interno, pero se vive en el seno del pueblo como sujeto fundamental de una fe pública que se organiza según valores comunitarios que tienden a la realización del Reino de Dios; a la actualización del reinado de Dios que empezó ya, pero que nunca termina de llegar.

Jesús tiene palabras de vida eterna porque conecta la carne con el Espíritu; porque revela cómo el mero instinto se puede transformar en amor convirtiéndose así en instrumento de liberación para todos; porque fuera de él todo es percibido como una expropiación de la persona; porque aglutina y da sentido al pueblo como comunidad que hace realidad el cuidado del Señor por los suyos. Jesús siempre desinstala y nos coloca frente a un mundo alternativo que espera nuestra elección personal para poder existir. Ser cristiano es ciertamente cuestión de opción, pero no entre la condenación y la salvación personal, sino entre los privilegios opresores de unos pocos y la vida del pueblo. Esa primera elección sería abandono, idolatría; esta segunda es hacerse carne con Dios mismo que siente debilidad por todos los que van quedando atrás y a los que él llama a ser su pueblo.


El pueblo de Dios

Para Charo, Óscar y familia: Muchas gracias, majetes.

sábado, 14 de agosto de 2021

TEOLOGÍA DEL CUIDADO. Domingo XX Ordinario - Asunción de María.

 15/08/2021

Teología del cuidado.

Domingo XX T.O. Asunción de María.

Ap 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab

Sal 44, 10bc-12ab. 16

1 Cor 15, 20-27a

Lc 1, 39-56

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El género apocalíptico es muy rico en símbolos e imágenes con los que transmite un mensaje que de otra forma sería sencillamente inexpresable. Sin embargo, nuestras coordenadas culturales son tan distintas a aquellas en las que fue escrito el texto que hoy nos propone la liturgia que su comprensión no se nos hace nada sencilla. Eso y que durante siglos se ha interpretado como una profecía que esperaba cumplimiento. Es evidente en el texto el paralelismo con el mito que explica el nacimiento de Apolo y Artemisa, hijos de Zeus, así como las referencias veterotestamentarias al nacimiento de un niño profetizado para vencer a la serpiente primigenia. La intención del texto es exponer cabalmente para una mentalidad griega o judía que Jesús es tenido en la comunidad cristiana por el hijo de Dios que, surgido en el seno del pueblo judío (mujer coronada de doce estrellas), venció definitivamente al mal aunque esa victoria no se haya consumado aún. Esta afirmación, en una época de persecuciones, fue un apoyo importante para muchos.

También tuvo que serlo para los Corintios leer en la carta de Pablo que su propia resurrección estaba garantizada por la de Jesús que fue el primero en experimentar la suerte definitiva de quienes renunciaban a vivir como Adán. Jesús aniquiló la muerte como ruina y desastre, descubriéndonosla como el paso hacia otro modo de vivir y reconcilió al mundo con Dios superando el poder de ese temible dragón rojo que aún arruga el alma de Adán, de cualquier ser humano, pero que ya no tiene poder alguno allí donde la gente se decida a ponerse del lado de los demás.

Ese es precisamente, el testimonio de María en este día. Se reúne con su pariente Isabel posiblemente porque va a atenderla. María pone en práctica su propia idea de Dios, la que ha aprendido de las grandes mujeres bíblicas. Me niego a creer que en aquella sociedad tan religiosa las mujeres no hablasen de Dios, aunque sólo pudieran hacerlo entre ellas, como María e Isabel hoy, y entre ellas y mirando a sus antecesoras fueron elaborando una teología del cuidado capaz de salvar al mundo ¿Qué otra cosa hizo Jesús que no fuera poner en práctica esa teología aprendida en casa? Esta íntima experiencia de Dios, siempre pendiente de los últimos, que María le transmitió, es la que le puso a ella misma en un camino que le llevó a alcanzar la plenitud. María fue mujer campesina, con los pies en la tierra y convencida de que en esa tierra no había otro motivo para el sufrimiento que el empeño del dragón rojo. Por eso era imprescindible derrotarlo y el primer interesado en esa derrota es Dios mismo que se muestra siempre atento para suscitar a quien quisiera hacer proezas en su nombre para dispersar a los soberbios de corazón, derribar a los poderosos, enaltecer a los humildes y saciar a los hambrientos. Dios cuida del mundo a través nuestro y en esa cooperación nos es posible alcanzar la plenitud. Plenitud como la de Jesús resucitado y como la de María asunta a los cielos; cada uno la suya, pero no ya un coto cerrado e inalcanzable para los demás, sino el fruto de la participación activa en esa vertiente femenina del amor divino que extiende la misericordia de generación en generación. A parir de ahí Jesús es identificado con el niño profetizado y de él se predica la resurrección porque el amor no puede morir.   


Teología del cuidado


Para Ana y amigos

sábado, 7 de agosto de 2021

SOBRE LA CARNE. Domingo XIX Ordinario.

 08/08/2021

Sobre la carne.

Domingo XIX T. O.

1 R 19, 4-8

Sal 33, 2-9

Ef 4, 30 – 5, 2

Jn 6, 41-51

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Elías pudo experimentar la ayuda de Dios en momentos difíciles. Por fidelidad a Dios había degollado a los profetas de Baal, nada menos que 450, y la reina Jezabel había prometido hacer con él lo mismo. Así que huyó presa del miedo y cuando ya sólo le quedaban fuerzas para pedirle a Dios la muerte, éste le proporcionó alimento con el que cobrar fuerzas para llegar hasta el Horeb, el monte santo en el que pudo encontrarse con Dios. Israel recordaba este episodio con veneración y celebraba la ayuda de Dios a Elías como celebraba el auxilio divino al pueblo en forma de maná. Dios proveía a los suyos. Por eso, que Jesús dijese que él era el pan vivo bajado del cielo sonaba blasfemo a los oídos de los judíos pues del cielo bajaba la ayuda de Dios y Jesús menospreciaba el valor de aquel maná, que no había saciado el hambre, colocándose por delante de él.

Jesús es hijo de José. Es un hombre normal y corriente, dicen los judíos. Y Jesús comparte esa opinión, por eso dice que el pan que él dará será su carne. En su tiempo, carne era todo aquello frágil y perecedero. Era la corruptibilidad siempre propensa al pecado; la debilidad puesta al descubierto e incapaz de nada bueno por sí misma; la fragilidad expuesta a la vista de todos que necesitaba ser alimentada como lo fueron Elías y los peregrinos hebreos. Sin embargo, Jesús la ofrece como su gran contribución. Con ella ofrece su vida entera, la dimensión histórica de Dios que se hace carne como nosotros. Mientras algunos, todavía hoy, siguen considerándola algo accesorio y destinado a la corrupción Jesús la propone como alimento capaz de introducir al ser humano en la vida eterna (“Levántate y come”). Pero no se arroga ninguna autoridad ni iniciativa. Es el Padre quien trae a todos hasta él. Él procede del Padre y se pone a disposición de todos: del Padre en primer lugar, para acoger a cuantos él le envíe y puedan, como el salmista, gustar y ver y de todos los demás, a continuación, para ofrecérseles como pan.

La tradición de la Iglesia ha contemplado este pasaje como una referencia clara a la eucaristía. Puede verse en él no sólo un evidente correlato al aspecto sacramental sino también una alusión a la dimensión vivencial, histórica; a la existencia eucarística. El mundo cobrará nueva vida gracias a la intervención en él de la carne, de lo histórico de Jesús que se prolonga en las vidas de sus seguidores. El Espíritu habita en todos y nos anima a llevar una vida nueva, diferente, organizada según los valores que, como a los efesios, nos presenta hoy Pablo en su carta. La cita que propone la liturgia podría haber sido mucho más amplia, extendiéndose no pocos versículos por delante y por detrás. La vida  eucarística consiste en la entrega de uno mismo. Para Jesús terminó suponiendo la entrega voluntaria de la propia vida. Así continua siendo todavía hoy para muchos testigos en muchas partes del mundo. En nuestro contexto inmediato nos vendrá bien la concreción que Pablo presentó a los efesios, no sea que estemos esperando entregar la vida y ser pan para los demás y no seamos capaces de ver la forma de hacerlo. En lo cotidiano la carne, la debilidad que nosotros mismos somos, es el lugar elegido por Dios para encontrarse con cada uno a través nuestro.


Sobre la carne