domingo, 23 de abril de 2017

Domingo II de Pascua



[San Jorge]
Hch 2, 42-47
Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24
1 Pe 1, 3-9
Jn 20, 19-31
Aceptar el don que ofrece Jesús, volverse permeables al Espíritu, es descubrir en sus heridas que el ídolo que teníamos por Dios ha marchado para no volver ya. No puede haber más Dios que éste que se empequeñece hasta dejarse matar en una cruz. Sólo el verdadero Dios podría ser capaz de ofrecerse vulnerable para vivir desde la fragilidad su relación con nosotros. Desde que resurgió del sepulcro nos está llamando a vivir del mismo modo, porque esa es la única manera de transfigurar el mundo: darle un vuelco que lo acerque al destino en el que está llamado a florecer.
Para ello se nos hace cada vez más necesario confiar en la mediación de la comunidad. A ella le ha dejado Jesús lo fundamental de su obrar: perdonar, tal como él lo hizo hasta el último momento. El perdón es la única herramienta capaz de salvar al mundo. Al buen Tomás, como a tantos, le costó creerlo por boca de otros y tuvo que verlo personalmente. Como a él, esa fraternidad que rompe con las normas del mundo y le ofrece nuevas pautas de conducta, haciendo del amor que en su seno se tienen unos a otros, elemento exportable y punto de apoyo para sus propios miembros, nos dice que hemos sido regenerados para una esperanza viva y nos invita a aceptar ser semilla de esa misma esperanza. Sabemos que lo definitivo está aún por llegar, pero estamos convencidos de que lo transitorio puede ser ya señal y simiente de lo venidero en la misma medida en que lo vivimos desde nuestra renuncia a la lógica del mundo y el empequeñecimiento de nuestras grandes ideas sobre aquel dios fantástico y terrible, anunciador de juicios y apocalipsis.
Dios vive oculto en las llagas del mundo. El resucitado, como todos los inocentes pisoteados, mantiene sus estigmas porque su memoria y la de sus muertes no pueden desvanecerse ante el milagro. Dios sólo habita ya en las heridas de la humanidad, desde ellas, su misericordia eterna no deja caer en el vacío a los olvidados. Desde esas heridas nos convoca para sanarlas con el perdón y el reconocimiento de la historia y el papel de cada uno.
A todos nos queda por matar el dragón propio de nuestros mitos, de nuestras ideas preconcebidas y de nuestros dioses domesticados. Aceptar el don de Jesús es abrir la ventana y dejar que la corriente se lleve todo ese lastre.

1 comentario:

  1. "...al Cordel de la Esperanza, sólo soy:
    Un grano, una hoja, una suave brisa, un intento de amor,una ofrenda, mi vida, mi corazón..."

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