domingo, 30 de julio de 2017

Domingo XVII Ordinario

30/07/2017

Domingo XVII Ordinario

1 Re 3, 5. 7-12

Sal 118, 57. 72. 76-77. 127-130

Rm 8, 28-30

Mt 13, 44-52

No es posible encontrar sin buscar. Incluso cuando alguien o algo te sorprende es necesario pararse para captar lo que realmente ocurre. Estar atento es el primer requisito; no para ser tocado por la gracia, pues ésta, ya lo dice su nombre, es gratuita, sino para poder reconocerla en el ritmo de los días. El joven rey Salomón se sentía sobrepasado pero supo buscar en su corazón el rescoldo que mantenía viva la esperanza. En el sueño, abstraído de la angustia por la realidad que se le imponía, conectó con esa parte suya en la que Dios podía manifestarse y ser oído. Allí descubrió que su responsabilidad no era ya un peso a soportar, sino una labor en equipo. Negándose su propia comodidad o provecho se interesó por su numeroso pueblo. Este es el segundo requisito, no buscar para ti sino por el bien de los demás.

Y Dios te otorgará su propia Sabiduría, su modo de ver el mundo, su mismo conocer la realidad. Él y tú seréis un mismo movimiento en el que se equiparan Amor y Conocimiento. La Sabiduría no es la apropiación de las causas, es el conocimiento amoroso de la realidad y la entrega a ella en busca de su continua mejora. A quien busca con sinceridad y olvidado de sí mismo le es entregado el mayor de los tesoros: una  Sabiduría nueva, desconocida hasta entonces y distinta de la simplemente nueva. Ésta otra es tan sólo nueva, elaborada según la conveniencia, y exige romper con lo antiguo pues son incompatibles; su único criterio es ella misma y termina por alumbrar un reino idílico, un sentimiento adormecedor. Sin embargo, la verdadera Sabiduría contiene en sí a lo antiguo y lo actualiza, dándole un sentido renovado en cada hora. Todo lo real es don que se va desplegando y haciéndose comprensible, habitable. Ya no es una imposición; es una llamada.

Dios habla en el interior del hombre. La gracia es universal: necesitamos todas las perspectivas para poder captarla con nitidez. Desde mi vida, desde la tuya, desde la de aquél otro, desde la comunión de todas ellas… sólo en esta conjunción será posible hallar el tesoro definitivo.  Si escuchas la llamada de Dios y te olvidas de ti para abrirte a los demás y por ellos y con ellos a Dios, no te costará, finalmente, vender tus posesiones para poder ofrecer más espacio donde los demás, el mundo y Dios puedan enraizarse en tu alma. El primer fruto de esta nueva situación es tu propia liberación para acoger el amor que se te ofrece; el segundo es conocerte como Dios mismo te conoce, amado por encima de cualquier otra cosa; el tercero, comprenderte en unión con todos los hermanos, entregado con ellos a su liberación, liberando el amor recibido de imágenes adheridas y el cuarto, finalmente, reconoceros todos en el seno de Dios: la realidad definitiva; el Amor dado y recibido.

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