sábado, 24 de febrero de 2018

VISIBLE COMO EL TABOR. Domingo II Cuaresma



25/02/2018
Visible como el Tabor
Domingo II Cuaresma
Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18
Sal 115, 10. 15-19
Rm 8, 31b-34
Mc 9, 2-10
De forma rápida, podríamos afirmar que la experiencia que llamamos revelación consta de cuatro momentos significativos: la intervención de Dios en la vida del hombre concreto por diferentes medios; lo que este ser humano experimenta y capta en su vida como dicho, realizado o querido por Dios; lo que de todo esto, ese ser humano es capaz de sintetizar y cristalizar en una narración comprensible para los demás y, finalmente, aquello que Dios mismo puede suscitar en el corazón de otros hombres como eco de su propia experiencia personal cuando estos conocen ese relato. Ya la semana pasada conocimos el descubrimiento fundamental de Noé: ni Dios exige sangre ni necesita la muerte del hombre para aplacar su ira. Hoy es Abraham quien descubre un Dios nuevo y diferente, incapaz de imponer sacrificios ni de exigir al hombre aquello que él mismo entregará. Así, la narración sobre este nuevo Dios se va ampliando y si Abraham llegó a conocer la historia de Noé pudo verse allí reflejado.
Es seguro que Pablo, junto a muchas otras, conoció también ambas historias y pudo reconocerse en ellas como protagonista de la suya propia, de su descubrimiento personal... un Dios cercano que permanecía a su lado, incapaz de condenar, que justifica las faltas de sus hijos y permanece siempre con ellos para preservarles de la derrota. Si él está a nuestro lado, nadie hay que pueda alzarse en nuestra contra ¿Quién es ese Dios cercano que consigue también la adhesión del salmista?
Juan, Santiago y Pedro pudieron ponerle rostro y ofrecernos su experiencia como colofón de esa revelación. En el Tabor tuvieron una experiencia cercana a las de Abraham y Noé: Descubren el verdadero rostro de Dios más allá de cualquier imagen anterior. Todo ha cambiado ya para siempre. Son testigos de la profunda unión entre, primero, el Padre que para cuidar, proteger y liberar legisla y dicta normas; segundo, el Espíritu que es  siempre voz de Dios que coloca al pueblo frente a su obrar cotidiano y, por último, el Hijo que es Palabra susurrada en el corazón del hombre, amor en acción que se entrega a todos sin excluir a nadie. Quieren construir tres tiendas para que Dios, como en el desierto, more definitivamente entre ellos. Allí estará el nuevo y definitivo templo. Sin embargo, Dios mismo aclara desde la nube, signo de su presencia en el desierto y, por tanto, reconocible para ellos, que este Jesús es especial, más que Moisés o Elías. Es su propio Hijo, igual a él y hombre verdadero. Así, toda la historia de alianzas de Dios con este pueblo va a cristalizar en el rostro humano de Jesús, en su cercanía a sus paisanos y en su forma de comprender y vivir a Dios. Sin dejarse encerrar en ninguna tienda ni Templo, Jesús llama a todos para volver al mundo y asegura que la humanidad no se perderá, que el corazón de Dios mismo es su tienda y está llamada a la inmortalidad. La ley fue necesaria, la profecía es imprescindible, pero tan solo el amor es puerta para la Vida.
El Mesías habría de ser como el Tabor, visible por todos desde cualquier ángulo, pero todavía era pronto. Jesús pide de nuevo silencio, como se lo pidió al leproso, que no confundan al que viene con lo que esperan… la Resurrección,  la Vida del hombre es promesa y garantía. 

Visible como el Tabor

1 comentario: