domingo, 22 de julio de 2018

EL ROSTRO DE LA PAZ. Domingo XVI Ordinario


22/07/2018
El rostro de la Paz
Domingo XVI T.O.
Jr 23, 1-6
Sal 22, 1b-6
Ef 2, 13-18
Mc 6, 30-34
¿Fueron aquellos malos pastores los que dispersaron a las ovejas o fue Dios quien las desperdigó? Ambas cosas nos dice hoy el profeta. Admitamos que Dios permitió esa escisión: El reino de norte y el reino del sur, Israel y Judá; paganos y judíos; gentiles y cristianos… así ha sido hasta hoy. En cualquier tradición se dan los creyentes y los no creyentes y paradójicamente, son los pastores, los guardianes de la fe, quienes provocan la huída de los otros. Un mundo polarizado, vaya desastre de Dios. Sin embargo, queda aún un resquicio de esperanza, un asidero que puede garantizar la reunión. El mesías está llamado a suturar la herida entre ambos mundos. El Señor no deja nunca solos a los suyos. Salvando cualquier distancia, él sabe alcanzarlos y hablarles al corazón y ellos le reconocen como su única guía. Los repudiados por ser considerados impuros, los que no son aceptados por su forma de vida, los que no pueden creer en el dios que los santos predican reconocen en él al pastor que les conduce a las fuentes tranquilas y repara sus fuerzas.
Sin dejar a nadie fuera, los reúne a todos poniendo en valor las diferencias y sanando las ofensas. En él somos todos reintegrados en una misma existencia, en un mismo vivir de espaldas al odio, crucificando todo aquello que nos separe y que no nos deje ser uno en él. Todo adquiere su valor y todo queda iluminado, haciendo palpable que no resulta ser la fe el motivo último de la ruptura, sino la búsqueda del beneficio. La antigua forma de entender la religión animó la creación de un pueblo unido, pero la identidad se construyó entonces contra los otros, subrayando esas diferencias. La propia experiencia resultó ser siempre la única que contaba con el apoyo divino y esos otros fueron excluidos y declarados malditos en su nombre.
El Mesías, Jesús el Cristo, supo ver en todos ellos su más profunda circunstancia: multitudes que vagaban necesitadas de una palabra, un aliento, un hombro… necesitaban que fuese abolida la Ley que los marcaba como pecadores no merecedores de atención, que los mandamientos dejaran de usarse como excusa para su discriminación, que alguien supiese mirar en su interior sin dejar que el exterior les impidiera descubrir su necesidad de afecto y cariño. Todos aquellos que niegan a Dios, quienes expresan su amor de forma diferente, quienes no encontraron más camino para sobrevivir que quebrantar la ley, quienes se sintieron estigmatizados por su cuerpo o por su salud, quienes nunca hallaron apoyo alguno en su propio descenso a los infiernos, quienes vieron a sus amigos desvanecerse junto a su posición y posibilidades, quienes nunca encontraron apoyo en el ecosistema eclesial para rehacer su vida, quienes cumplieron con cada mandamiento y no pudieron salir nunca de la pobreza más voraz… todos esos que son los otros fueron expulsados y Dios pudo dejar clara su preferencia por ellos. Pero no sólo a los excluidos, también a los excluyentes, perdidos también en otro sentido, A todos envío Jesús a los suyos y cuando estos se agotaron retomó él mismo la tarea: amar. Pues él es la fuente inagotable. Somos enviados del amor que convoca y reúne a todos para ser un solo pueblo verdadero más allá de la Ley y los preceptos. Somos enviados a sanar reconciliando y a mostrar el rostro de la Paz. 

Pablo R. Picasso, El rostro de la paz (1950)


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