viernes, 19 de octubre de 2018

CONOCIMIENTO DIVINO, PODER HUMANO. Domingo XXIX Ordinario.


21/10/2018
Conocimiento divino, poder humano.
Domingo XXIX T.O.
Is 53, 10-11
Sal 32, 4-5. 18-20. 22
Hb 4, 14-16
Mc 10, 35-45
En la mentalidad del judaísmo bíblico todo ocurre por voluntad de Dios o bien, él permite que ocurra con vistas a conseguir algún fin concreto. Éste proceder es parte de su pedagogía. También nosotros podemos compartir aún hoy este mismo universo y perdernos en busca de razones exigiendo cuentas a quien no puede rendirlas. La figura del justo, siendo fundamental, nos resulta desconcertante pues por un lado se sacia de conocimiento y hace fructificar la voluntad del Señor, pero por otro lado está irremediablemente avocado a entregar cruentamente su vida. De forma indisoluble sus trabajos traerán la iluminación. Para los demás consigue la justificación, pero a él le es entregada la luz, el conocimiento, la perspectiva divina. El conocimiento del mundo tal como Dios mismo lo conoce. Y cabe preguntarnos por la necesidad y el sentido de ese sufrimiento.
El Dios de Jesús nos contestará que ni es necesario ni tiene sentido. El justo es aquél que vive en la justicia de Dios, que comparte su juicio, su opinión y asume como propias las opciones del mismo Dios. El sufrimiento le viene de la mano de aquellos que no comparten ese punto de vista.  A esta experiencia Jesús la llama cáliz y bautismo y es una experiencia que dura toda su vida porque gran parte de sus días se los pasó enfrentado a las más dispares comprensiones de la voluntad de Dios, incluso entre sus seguidores más cercanos. A partir del momento en el que el descubrimiento de Dios-Amor enraizó definitivamente en su corazón Jesús no puede dejar de presentir su final como algo sobrevenido, con-viniente a su mensaje de liberación. Y tal vez aún le quedase algo de aquella antigua convicción que veía a Dios como dispensador de premios en la medida del propio sacrificio. En este ecosistema cobra pleno sentido la esperanza expresada por el salmista. La lealtad y la fidelidad son los lazos que bidireccionalmente unen al Señor y a los creyentes, a sus fieles.
Estos fieles saben que nada hay en el mundo más opuesto al amor de Dios que la concepción política dominante. La organización de la polis, de la sociedad o de cualquier institución humana se basa en el poder. En el mejor de los casos, en una autoridad fundada democráticamente, pero alimentada según criterios de prestigio y efectividad. La efectividad será buena o no según lo sean los objetivos y el prestigio se alimenta con la separación, la sacralización de ciertos principios e individuos. Para Jesús, en cambio, el poder y la responsabilidad están construidos a partir del servicio, de la escucha atenta de Dios en los más pequeños, en los últimos. Es en su bienestar donde reside el conocimiento que Dios tiene del mundo y quiere compartir con todos. La vida entera de quien se resuelve a seguir este juicio es sacerdocio porque es ofrenda de sí mismo en beneficio de los demás. La dimensión preeminente de Jesús en su propia entrega se debe a que siendo tan humano como nosotros, lo hizo de forma perfecta, sin reservarse nada para él, según su naturaleza divina. Conoce perfectamente nuestra capacidad y nuestra limitación y ha añadido al juicio divino el juicio del ser humano perfecto, tal como es en su fuero interno incontaminado, escondido, en ocasiones, incluso para él mismo pero visible y accesible para la divinidad que habita en todo hombre y mujer.

Conocimiento divino, poder humano.

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