sábado, 6 de abril de 2019

EN LA ESCUELA. Domingo V Cuaresma.


07/04/2019
En la escuela.
Domingo V Cuaresma.
Is 43, 16-21
Sal 125, 1-6
Flp 3, 8-14
Jn 8, 1-11
En la escuela se suceden las evaluaciones conforme van pasando los trimestres. Es un recurso pedagógico. También Dios nos va distribuyendo aquello que quiere revelarnos y anuncia con claridad cada nueva etapa: “realizo algo nuevo”. No sé qué huella podría dejar un escrito en el suelo del templo.  Efímera, en cualquier caso. La piedra no registra lo que sobre ella se traza y si fuese tierra o arena, se borraría al poco tiempo. El tiempo anterior ha concluido. Lo que fue válido para aquellos antepasados nuestros no lo es ya para nosotros. El mundo ha cambiado: el hombre progresa no sólo en la técnica, sino también en su comprensión de sí mismo, del mundo que habita y de la trascendencia que continuamente lo convoca. En esta nueva posición es capaz de reconocer, comprender y abarcar lo que antes quedaba fuera de su alcance. A medida que su mundo se amplía, profundiza en su capacidad de comprender la revelación. Jesús es el hombre nuevo que clausura el tiempo del castigo e inaugura el de la misericordia.
Todo va a ser ya nuevo, lo antiguo ha quedado atrás, incapaz ya de sostener las expectativas del ser humano. En este proceso, Pablo se descubre como el atleta en plena carrera. Corre para evitar que el pasado lo atrape y quede allí recluido como muchos de sus hermanos fariseos, incapaces de reconocer que la Ley está siendo superada ante sus propios ojos. A partir de ahora, lo decisivo va a ser la justicia de Dios que se apoya en la fe de Cristo, en la experiencia que Jesús tuvo de la divinidad y que compartió con los suyos. Se percibe en sus noches de oración y en su práctica nueva y sorprendente para todos. Frente a esa Ley que, ante el mismo pecado, condenaba tan sólo a una parte de la humanidad dejando a la otra indemne, él propone el principio de amnistía general: puesto que todos pecamos y nadie podría condenar a nadie, dejemos que sea Dios mismo quien juzgue y guiémonos por la misericordia. Con eso abrimos la puerta a eso nuevo que vamos descubriendo y que identificamos no sólo como parte de la revelación divina, sino también como “parte” del propio Dios que en  ese revelarse se nos da a sí mismo.
Así, con Dios mismo que, desde nuestra  profundidad, nos muestra el camino, estamos en condición de dejar atrás todo aquello que queda ya lejos de ese amor que hace al pecador transformarse en revelación para el otro, lugar de encuentro con Dios. Ser sanado, perdonado, es el testimonio de quien comienza un nuevo camino y de la comunidad que lo acoge sin exigir una expiación que tampoco ella podría ofrecer. Correr en pos del futuro exige estar dispuestos a dejar atrás el pasado. Parece obvio, sin embargo, hay quien se aferra tanto a ese pasado que lo convierte en un lastre y transforma la protección y el cobijo que fue en una cárcel que le asfixia a la vez que le aísla del mundo transformándose en anti-testimonio. Abrirse a lo nuevo es aceptar que lo actual puede, incluso, desaparecer para dejar sitio a lo que no conocemos aún. Todo está todavía en crecimiento y lo que vendrá es una incógnita pero la fe, la misma confianza que Jesús tenía en el Padre, nos hace abrir las puertas al Espíritu para que nuestra vida y nuestra práctica se transformen y vuelvan a ser testimonio real: “El Señor ha estado grande con nosotros, sembramos llorando, pero hemos recogido cantando”.  

En la escuela

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