sábado, 16 de agosto de 2025

TURBULENCIAS. Domingo XX Ordinario

17/08/2025 – Domingo XX T.O.

Turbulencias

Jer 38, 4-6. 8-10

Sal 39, 2-4. 18

Heb 12, 1-4

Lc 12, 49-53

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Ocurre a veces que la liturgia recorta los textos privándonos de algún detalle importantes. Así nos pasa hoy con el fragmento de Jeremías, al que, vaya usted a saber por qué, le falta el versículo 7. Ahí se nos dice que Ebedmelec era un eunuco etíope al servicio del rey. Justo ese es su nombre: “Ebed (siervo)-Mélec (Rey)”. No es seguro que la designación de eunuco pueda entenderse literalmente pues la legislación judía prohibía tales usos. Habrá que considerarlo funcionario o servidor del palacio al que sí podría suponérsele, si el término es eufemístico, cierta ambigüedad sexual no especificada. Era, además, kushita, es decir, etíope; extranjero. No era un modelo ejemplar para ningún buen israelita. Sin embargo, muestra valentía y coraje al protestar frente al rey por el trato inhumano dado a Jeremías y también, astucia: puesto que no hay pan en la ciudad, lo mismo morirá el prisionero fuera del pozo que dentro ¿qué necesidad hay de atraerse la ira de Dios en el caso de que sea un profeta verdadero? Y el rey, que parecía ser bastante influenciable, recapacita de su poca determinación anterior al dejar a Jeremías en manos de sus adversarios y proporciona a Ebedmelec una guardia de 30 hombres para que nadie le impida liberar al profeta. El salmista nos trae la descripción del penar y la confianza de Jeremías. Eran tiempos turbulentos.

Jesús asegura que no ha venido a traer paz. Vuelven las turbulencias. Que Jesús se creó enemigos por sus palabras y obras ya no lo discute nadie. Si Jeremías se mantuvo fiel a su vocación pese a todos los sufrimientos que esa fidelidad le ocasionó, Jesús también. Pero Jesús, además de proclamar lo que de Dios recibía, actuó tal como Edebmelec lo hizo: denunció todas las injusticias que abundaban en su tiempo con valentía e inteligencia; sin dejarse enredar ni avasallar y afrontando el peligro sin esconderse. Afirma además que le falta un bautismo por recibir: debe sumergirse en esa turbulencia y emerger como un hombre nuevo; liberado de respetos humanos, y dispuesto a oponerse a cualquiera que contraríe el plan de Dios e ignore a sus preferidos. Los hebreos, tiempo después, recibieron la consigna de imitar a Jesús pese a las consecuencias que ello pudiera traerles. Ya conocían su historia. Sabían dónde se metían. Se les pide coherencia y se les asegura que no están solos. Además de  Jesús, estaba también esa ingente nube de testigos anteriores. A todos ellos les acompañó Dios en sus peripecias. No se las evitó, porque no es un Dios milagrero que escamotea la historia, sino que en ella acompaña siempre a los suyos por medio de personajes decididos que, como Ebedmelec, surgen de la nada, se ponen de pie, son caricia y dan la cara sin temor.

Nuestro mundo no es un lugar idílico. Familia, amigos, trabajo, Iglesia, ocio… son ámbitos en los que en cualquier momento nuestras obras y palabras pueden incomodar. De hecho, normalmente incomodarán si son en verdad fieles a la voluntad de Dios revelada en Jesús. En todos nuestros ambientes puede surgir el conflicto; no hay nada en ellos que esté por encima del ser humano que es lo que verdaderamente importa al Padre. Se nos pide que tengamos el valor de bautizarnos en ese torbellino y que nuestra postura sea siempre como la del eunuco etíope: atento a defender al débil frente al que busca su propio beneficio. Se nos recuerda también la insistencia bíblica en desarmar nuestro ecosistema idealizado y recordarnos que Dios moviliza a quien menos esperaríamos: extraños compañeros de viaje.

 


Turbulencias

 

 


 

sábado, 9 de agosto de 2025

POR LA FE. Domingo XIX Ordinario

10/08/2025 – Domingo XIX T.O.

Por la fe

Sab 18, 6-9

Sal 32, 1. 12. 18-20. 22

Heb 11, 1-2. 8-19

Lc 12, 32-48

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La fe no consiste en creer sin ver. Para tener fe es preciso ver las cosas claras; saber en qué y en quien se nos pide poner la confianza. Y conocer también quien nos lo pide. El autor del libro de la Sabiduría recuerda que a aquellos lejanos antepasados se les informó de lo que iba a pasar para que su ánimo estuviese atento y no decayera. Apoyados en esa esperanza tuvieron el ánimo de celebrar la primera Pascua y comprometerse en que compartiendo bienes y peligros, la vida, se sostendrían unos a otros en las antiguas alabanzas. Las raíces son para eso, para nutrir y afianzar. Esto último es lo que hace el autor de la larga homilía dirigida a los hebreos. Su célebre capítulo 11 va recorriendo la historia de los grandes hombres y mujeres de ayer y ve como, por la fe, fueron capaces de vivir fiándose de Dios, contradecir las normas y costumbres que eran habituales en su entorno y acoger prodigios inimaginables. Del fragmento que hoy recordamos ha hecho fortuna la definición de fe: Confianza en que ocurrirá lo que se espera, seguridad de que lo que no se ve será descubierto. Quienes vivieron aquella primera Pascua pudieron comprobar que lo prometido se cumplía. Y antes que ellos Abraham,  Sara, Isaac, Jacob y otros muchos después fueron viviendo sus vidas desafiando a lo razonable según comprobaban que todas las promesas se iban cumpliendo. Murieron sin ver cumplida la alianza definitiva, pero de algún modo la fueron conociendo en su día a día; por la fe comprendieron que estaban en un proceso mayor que ellos mismos. Por la fe Sara recibió el vigor para concebir; cuando dejó de dar por sentado lo consabido recibió la fuerza para realizar lo impensable ¿No es esta una buena definición de milagro?

Todos ellos vivieron en el camino. La fe no es algo que debe esperarse, sino que se descubre cuando nos dejamos guiar por la esperanza y salimos a enderezar lo torcido. Jesús  dice que hay que tener la cintura ceñida y encendida la lámpara. El Reino se nos ha dado, pero puede que pase por delante y no lo advirtamos. Hay que dejarlo todo; vender lo que tengamos y poner lo obtenido al servicio de los demás. La hora es urgente, no porque esté cerca, sino porque el mundo se desangra y estamos convocados para remediar tanto dolor y darle la vuelta. Somos un pequeño rebaño, cuatro gatos, porque la mayoría está pensando en otras cosas: partido, parroquia, club, cofradía, trabajo, religión, equipo… y todo esto con un inmenso pronombre posesivo delante. Lo normal es estar más atento a esto y a la satisfacción del dichoso pronombre. Por la fe somos capaces de relativizar todo eso y olvidar el pronombre. Así acumulamos tesoros en el cielo, que no es el lugar donde vive Dios, sino el lugar donde todos pueden vivir como Dios quiere que vivamos. El Reino viene, pero no hay que dejarlo escapar enredándonos en tantas zarandajas.

“Estate alerta, que cuando llegue seré yo quien me ciña y te sirva a ti”, dice Jesús que dice Dios. Ahí es nada. Mientras esperamos podemos entonar el canto del salmista y continuar invocando la misericordia que por la fe vamos viendo que nunca nos deja. Posiblemente no llegaremos a ver lo definitivo antes de dormirnos en el seno de Abraham (con él, como él…), pero mientras aguardemos vigilantes iremos liberando, iremos levantando, iremos siendo motivo de fe y esperanza para otros. Eso es la esperanza. Ni ella ni la fe son pasivas. Son el germen del amor y éste es la raíz de las otras dos. 

 

Por la fe

 

 


 

martes, 5 de agosto de 2025

ASÍ SÍ, PERO NO ASÍ. Transfiguración del Señor

06/08/2025 – Transfiguración del Señor

Así sí, pero no así

Dan 7, 9-10. 13-14

Sal 96, 1-2. 5-6. 9

2 Pe 1, 16-19

Lc 9, 28b-36

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El profeta Daniel describe una visión que llegará a ser famosa por ser el lugar donde aparece la expresión Hijo del hombre, “como un hijo de hombre”, referida al enviado divino que terminará por ser el rey cuyo reinado no se extinga. El Salmista afirma que este reinado hace gozar a la tierra; toda la creación se conmueve y celebra la justicia y el derecho que sostienen su trono. Lucas nos trae la narración del episodio de la transfiguración, donde la identidad de Jesús como enviado de Dios resalta con claridad en su codearse con Elías y Moisés. Por un lado, como afirmaba ya el salmista, la justicia proclamada por los profetas y el derecho mosaico encumbran a Jesús y, por otro, Dios mismo, tal como el anciano de la visión de Daniel daba poder a su enviado, revela a los discípulos la identidad escondida de Jesús como Hijo suyo. Finalmente, el autor de la segunda carta de Pedro, enfrascado en la polémica que originó su escrito insiste en ser el propio apóstol que transmite el recuerdo de los hechos, así como la afirmación de que Jesús recibió en ese momento la gloria y la honra que le colocaban en continuidad con los profetas anteriores y le distinguían como luz a seguir “hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones”.

La reflexión teológica afirma que tanto el episodio de la transfiguración como el del bautismo de Jesús ponen de relieve la divinidad de Jesús. La crítica histórica no los acepta como acontecimientos reales y los considera una retroproyección de la comunidad a partir de la experiencia pascual. También esta misma experiencia se interpreta y discute. Esas tres vivencias presentan, en mayor o menor medida, rasgos comunes con esas otras que en nuestra actividad cotidiana, si somos capaces de reconocerlas, nos asaltan y transfiguran lo que hay y a nosotros mismos con ello. Comparten sorpresa y admiración ante la irrupción de lo inesperado; reconocimiento de la plenitud vislumbrada que se expresa en la aspiración a la permanencia en ese lugar o estado; creación de lazos de fraternidad si alguien la comparte con nosotros; temor, inquietud, frente a lo que nos sobrepasa y no podemos controlar, pero que terminamos identificando como positivo; fugacidad, pues tal como se inició, cesa dejándonos donde estábamos. Sin embargo, se impone la certeza de que lo ocurrido nos remite a este mismo lugar y condición; a nosotros mismos, pero ni el lugar ni nosotros somos ya los mismos, sino que hemos saboreado fugazmente la verdadera esencia de lo que es y de lo que somos.  

En aquellas, Dios manifestó la majestad filial de Jesús. En estas nos revela nuestra condición de hijos amados. Eso inesperado que nos ocurre no es lo definitivo, sino su umbral. Es necesario trascenderlo, negarse a acampar allí, y situarse más allá, de lo contrario lo fosilizamos. No se nos da solo para nuestro regocijo, sino como revelación de lo que somos, de lo que el mundo es y de lo que se nos llama a compartir, mostrar y acoger con y en los demás. Es afirmación de lo que es y somos, pero declara que tenemos que serlo de otro modo; así sí, pero no así. Acotar y prescindir de aquello que nos remite a la desazón y crea la disonancia cuando cesa lo que irrumpe es actualizar lo transfigurado; dejarlo brillar y hacerlo tangible. Querer que dure siempre es tomar conciencia de la llamada a hacerlo presente para todos. No es simple cuestión de deber; es fidelidad al propio ser y manifestación de lo universal de ese ser que somos con todos y todo. Es anhelo de plenitud, sed de Dios compartida.

 

Así sí, pero no así

 

 



Con un abrazo para Clara y familia

sábado, 2 de agosto de 2025

UNA MÍSTICA, UNA RIQUEZA. Domingo XVIII Ordinario

03/08/2025 – Domingo XVIII T.O.

Una mística, una riqueza

Qo 1, 2; 2, 21-23

Sal 89, 2-6. 12-13

Col 3, 1-5. 9-11

Lc 12, 13-21

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Existe en nuestra sociedad cierta “mística” de la dedicación al trabajo que enaltece esa actitud laboriosa que se traduce en dedicar horas sin fin a la actividad laboral. Se alaba a quien declara no parar ni a comer y a quien dedica los fines de semana a prorrogar jornadas interminables enfrascado en sus obligaciones. Hay incluso quien afirma que las vacaciones están sobrevaloradas. Todo y todos pueden sacrificarse ante el nuevo ídolo llamado productividad. En esta nueva escuela espiritual solo el nuestro es un esfuerzo verdadero, porque al de todos los demás le falta siempre algo. Cada uno es quien más trabaja y quien más se la juega; algún conocido, porque es difícil que la amistad cuaje en este caldo, o socio, también, pero es raro reconocer más mérito en los demás que en uno mismo. Y ocurre también en nuestra Iglesia. Qué corriente es encontrarse con quien a la pregunta “Cómo estás”, responde con un “agotado” y pasa a contarte su jornada ponderando detalladamente todos sus logros o sus contratiempos sin olvidar comentar que otros lo tienen más fácil o, por lo menos, trabajan mucho menos. Y así, la vida se convierte en una continua lucha en la que solo vencen los triunfadores. Claro que en nuestra Iglesia todo esto va aderezado con menciones a la vocación, a la disponibilidad y a la voluntad del Señor y lo torcido de sus renglones. 

A todo esto, la lectura de hoy del Qohelet lo llama vanidad. Literalmente, humo. El humo de los humos; el humo más grande, inasible y, por lo tanto inútil. Por mucho que nos empeñemos, al final no ha de servirnos de nada. Todo nuestro empeño quedará traducido a nada. Así lo ve también el salmista, que pide que descienda la bondad del Señor sobre nuestras obras pues por sí solas se quedan siempre empantanadas en cualquier abrojo. Mucho más lejos va Jesús que desprecia el triunfo material por no ser capaz de garantizarte lo esencial. Puede que logres tus objetivos y que todo el mundo te considere un emprendedor de fortuna, que es el no va más de esta nueva “mística”, pero si eso no ha conseguido edificarte en tu última y más profunda raíz ¿para qué ha servido? Todo eso está abocado también al  absurdo. Ese interior trabajado, el alma que te van a pedir, no está aquí detallado, pero la lógica evangélica nos pone en la pista de que no puede encontrarse lejos del bien de los demás.

Así lo ha entendido la mística verdadera expresada en la tradición de la Iglesia y lo entendieron ya los autores neotestamentarios. Entre ellos, aquel buen discípulo anónimo que escribió a los colosenses y detalló esos comportamientos que debían quedar fuera del hombre o la mujer nueva que ya somos y que curiosamente, son compatibles y aún provechosos para la “mística” del triunfo. Todos ellos son, también o sobre todo, inhabilitantes para acercarnos honrada y respetuosamente a los demás. Este es el verdadero conocimiento y la auténtica renovación a imagen del creador de modo que no haya dualidad alguna: griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos. Esta es la riqueza que Dios valora: entregarse a la unidad que elimina las diferencias y reconoce dignidad en todos los seres humanos más allá de su posición o condición. La otra riqueza, la que atesora para sí, solo perpetua la estructura que crea la división y el sufrimiento.

 

Una mística, una riqueza

 


 

viernes, 25 de julio de 2025

ATRÉVETE. Domingo XVII Ordinario

27/07/2025 – Domingo XVII T.O.

Atrévete

Gn 18, 20-32

Sal 137, 1-3. 6-8

Col 2, 12-14

Lc 11, 1-13

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Diez inocentes hacían falta para que Dios no descargase su ira contra Sodoma y Gomorra. Esta es una de las razones que se dan para responder al por qué de la existencia del Minyan, “el número” de varones, también mujeres en algunas sinagogas más liberales, necesarios para que ciertas oraciones judías puedan ser recitadas en comunidad. Diez es ese número. Otra explicación, más frecuente, es que de los doce exploradores que Moisés envió como avanzadilla, diez trataron de disuadir al pueblo de entrar en la tierra prometida asegurándoles que serían aniquilados por sus habitantes. Este número tendría entonces un valor de desagravio. En ambos casos, contraviniendo su reacción primera, Dios claudica ante la intervención de un personaje carismático: Abraham aquí y Moisés allí. Los dos apelan a su honor y a su fama ante las naciones: que no pueda decirse que fuiste injusto a las puertas de Sodoma o impotente a orillas del Jordán. Y Dios cede. O tal vez se deja convencer. A la postre ninguna de las dos historias acaba bien para los transgresores, pero los justos recibieron su merecido reconocimiento. Así que, ya desde los tiempos patriarcales y los del éxodo, Dios ha tenido una atención personalizada. Ni el pueblo ni la comunidad son una masa informe, sino que están formadas por personas que pueden entonar el mismo canto que el salmista al evocar su propia historia.

Por otro lado, Abraham tenía sus propios intereses, intenciones, diríamos en un lenguaje más pío. En Sodoma habitaba su sobrino Lot y la sangre siempre tira. Es normal, humano, que cada uno pida por lo suyo. Los discípulos piden que Jesús les enseñe a orar, porque no saben y Jesús, en primer lugar, les enseña una oración en plural, para que pidan lo que conviene a todos y, en segundo lugar, les recuerda que Dios es fácil de convencer porque es bueno. El hombre de la parábola cede a la inoportuna visita de su amigo porque, en el fondo, no puede faltar al deber de hospitalidad con el viajero. Su honor quedaría manchado frente a los vecinos. En esto, nuestras traducciones no son muy precisas. El dueño de la casa, como Dios al ser confrontado por Abraham y Moisés (ya es atrevimiento) quiso evitar el deshonor. Faltar al honor es atentar contra el propio nombre y Dios es el que está y el que estará siempre; es amor. Por eso es bueno, porque no quiere ser malo; pese a la importunidad o la infidelidad él es siempre lo que es: el que está atento y disponible para todos. El ser humano es bueno con sus hijos (de nuevo, la sangre), pero no siempre con los demás. Por eso, al compararlo con Dios, dice Jesús que es malo. Porque le falta todavía un trecho del camino y esa senda se aclara mucho si se va haciendo en grupo y se tiene a mano esa oración en plural que Jesús enseña: “Padre nuestro…”

Esta oración expresa la confianza vital de Jesús que él quiere traspasar a sus discípulos. Es una plegaria llena de matices que abarca la vida entera del ser humano y tiene, además, la gran cualidad de ser universal. Cualquier persona, con muy pocas adaptaciones, podría tenerla en sus labios y expresar con ella esa misma confianza en un ser creador, amoroso y providente. Es un Dios para todos que, como les fue asegurado a los colosenses, está pendiente también de los gentiles sin dejarles a su suerte. Lo está de todos. No es solo una oración de cristianos; es la oración que Jesús enseñó para todos y cualquiera puede atreverse a pronunciarla.  

 

Atrévete


 




 

sábado, 19 de julio de 2025

MARTA Y MARÍA. Domingo XVI Ordinario

 

20/07/2025

Marta y María

Domingo XVI T.O.

Gn 18, 1-10a

Sal 14, 2-4ab. 5

Col 1, 24-28

Lc 10, 38-42

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Cuando alguien llega a casa queremos que se encuentre a gusto en ella. Ha sido así desde siempre. Los pueblos nómadas del desierto tienen también esta intención y la practican en un grado superlativo porque saben que la alternativa para el viajero puede ser la muerte. Así le pasaba a Abraham, que consideraba un privilegio hospedar a los recién llegados y los acogió sin escatimar medio alguno, a lo que ellos correspondieron con la promesa de una paternidad legítima en la que no interviniesen más que él y Sara. Mucho tiempo después será Marta quien salga a recibir a Jesús, que llega con los suyos. Todos los invitados deben ser bien tratados; el honor familiar está en juego. Así, no es de extrañar que Marta ponga en evidencia a su hermana María ante todos; el trabajo es grande. Jesús, sin embargo, aprueba la actitud de María al elegir solo una cosa, y le sugiere relajo a Marta porque su agitación le impide centrarse en lo que está haciendo.

Tradicionalmente se quiso ver en este episodio la preeminencia de la vida contemplativa sobre la que se afana en los detalles del día a día, pero esta división no parecía darse en la época de Lucas con lo que es difícil que esta pudiera ser su intención. Se ha apuntado  que más bien se trata de una referencia a las dos diaconías básicas dentro de la comunidad lucana: el servicio a la Palabra y la atención a las mesas; y ambas ejercidas por mujeres, sin hacerse problemas de género. Lo que, sin duda, podemos recoger para nuestros días parece ser esa recomendación de Jesús de estar en lo que se está. Marta sirve urgida por la presencia de los convidados y apremiada por la costumbre y, en gran medida, el deber, aunque prefiriera estar junto a su hermana a los pies de Jesús, pero no llega a todo. María, en cambio, se centra únicamente en lo que está ocurriendo en ese momento y, sin embargo, es posible que le quede todavía mucho por aprender en esa escuela para poder servir como sirve Marta, pero sin dejarse llevar por las preocupaciones de su hermana. Nadie puede dedicarse a los demás con verdadera sinceridad si antes no se ha despojado de las obsesiones del mundo y eso solo se consigue prestando atención a lo que en cada momento te arranca de lo ya establecido. Tal como dijimos de la projimidad, en el proceso que lleva a esa definitiva transformación a todos nos toca ser a veces más Marta que María o viceversa. La vida da para mucho y la tentación siempre es vivirla con la cabeza o el corazón en otra parte.

El autor de la carta a los colosenses llama santos a todos los que están embarcados en ese proceso y recuerda que Pablo se veía a sí mismo como servidor de la comunidad y que entendía sus desvelos como necesarios para la expansión de la enseñanza de Jesús. Toda la transformación que, como Marta y María, estamos llamados a experimentar no es únicamente en favor nuestro, sino en el de la humanidad. Estamos convocados para ponernos al servicio de todos y llevar a plenitud la Palabra, pero liberándonos y liberándoles de lastres y adherencias que, posiblemente, consideremos verdaderos por llevar ahí “toda la vida”; no todas las tradiciones son buenas. Finalmente, el salmista nos presenta un modelo que, a todas luces, necesita alguna matización en su lenguaje pero en el que podemos reconocer el retrato del creyente atento a los demás y a la Palabra. 

 

Nathan Greene, A los pies de Jesús

 

 


 

sábado, 12 de julio de 2025

A VECES AQUÍ Y OTRAS ALLÍ. Domingo XV Ordinatio

13/07/2025 – Domingo XV T.O.

A veces aquí y otras allí

Dt 30, 10-14

Sal 68, 14. 17. 30-31. 33-34. 36ab.37

Sal 18, 8-11

Col 1, 15-20

Lc 10, 25-37

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Con frecuencia Jesús hablaba de la sencillez y, a todas luces, este hecho contrastaba con la reciedumbre de la legislación judía. Sin embargo, las últimas palabras de Moisés antes de sus bendiciones finales y de su propia muerte vienen a hablarnos también de sencillez. Es conocida la complejidad y extensión de la normativa judía sobre innumerables aspectos, y al hilo de esta dificultad era habitual el lamento de los fieles y, también, la excusa. Para Moisés nada de esto tiene fundamento ni justificación; por eso motiva al pueblo para que escuche al Señor y se vuelva a él pues el mandamiento no es inalcanzable ni extraño; es conocido y se encuentra muy cerca del ser humano. Solo la boca y el corazón parecen estar implicados. La boca para confesar y el corazón para moverle en la dirección correcta.

Tal como hoy en día, en el siglo I existían ya gentes empeñadas en recordar a todos que la vida eterna había que ganársela a pulso. Es el caso del maestro de la Ley que hoy plantea su duda a Jesús queriéndolo poner a prueba. El detalle es importante porque le sitúa entre quienes se sienten con autoridad para mandar a los demás. Este maestro es capaz de contestar con éxito la contrapregunta de Jesús. La teoría es sencilla. Pero vuelve a insistir porque la práctica se le resiste y quiere saber si aún puede pillar a Jesús ahí y, de paso, como dice Lucas, justificarse. Para Jesús, prójimo es quien se acerca a los demás y les tiende la mano en la dificultad. Esto debió ser una novedad para aquel maestro. No para nosotros, que ya sabemos que Jesús es Dios y hombre y que Dios no es de los que se quedan esperando; es puro dinamismo. Y aquel prójimo, para postre, no era un prójimo cualquiera, sino que, de entre todos, fue precisamente el vecino molesto, el indeseable y dejado de lado por la buena gente, el que atinó. Y, sin embargo, no hizo más que, como Moisés decía, lo más sencillo, lo evidente, lo que hacía falta en ese momento: dejarse llevar por el corazón, atender a aquel pobre desconocido y procurarle los cuidados que necesitaba echando mano a 2 denarios de su propia bolsa, el salario de 2 días de trabajo, comprometiéndose a aportar lo que faltase a su vuelta. La cuestión no está pues en identificar al prójimo, porque todos tendremos siempre “favoritos”, sino en aprojimarse a quien lo necesite.

Esta persona necesitada no podrá no hacer suyo el salmo 68, mientras que quien se le aprojima notará en su alma la resonancia del 18. Quien pide ayuda a Dios sabe, o debería saber, que la ayuda le llegará a través de otras manos que entienden la Ley como inspiración para no quedarse inmóviles. A fin de cuentas la vida es, como Dios, movimiento. Posiblemente, digo yo, la liturgia nos proponga hoy dos salmos porque en esta vida nos toca a veces aprojimarnos y otras, depender de que alguien lo haga por nosotros. Menesterosos a la par que dispensadores, así es nuestra naturaleza. Jesús el Cristo comparte nuestra condición humana de donde se deduce que también él experimentaría esta polaridad, pero nos dice el autor de la carta a los colosenses que en él reside toda la plenitud. Creo yo que no solo por su condición de co-creador y primogénito de todo, sino porque supo hacerse prójimo de los más sencillos y desentrañar lo más íntimo de la Ley dejando atrás lo que le alejaba del prójimo y, por tanto, de Dios. 

 

A veces aquí y otras allí