17/08/2025 – Domingo XX T.O.
Turbulencias
Jer 38, 4-6. 8-10
Sal 39, 2-4. 18
Heb 12, 1-4
Lc 12, 49-53
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Ocurre a veces que la liturgia recorta los textos privándonos de algún detalle importantes. Así nos pasa hoy con el fragmento de Jeremías, al que, vaya usted a saber por qué, le falta el versículo 7. Ahí se nos dice que Ebedmelec era un eunuco etíope al servicio del rey. Justo ese es su nombre: “Ebed (siervo)-Mélec (Rey)”. No es seguro que la designación de eunuco pueda entenderse literalmente pues la legislación judía prohibía tales usos. Habrá que considerarlo funcionario o servidor del palacio al que sí podría suponérsele, si el término es eufemístico, cierta ambigüedad sexual no especificada. Era, además, kushita, es decir, etíope; extranjero. No era un modelo ejemplar para ningún buen israelita. Sin embargo, muestra valentía y coraje al protestar frente al rey por el trato inhumano dado a Jeremías y también, astucia: puesto que no hay pan en la ciudad, lo mismo morirá el prisionero fuera del pozo que dentro ¿qué necesidad hay de atraerse la ira de Dios en el caso de que sea un profeta verdadero? Y el rey, que parecía ser bastante influenciable, recapacita de su poca determinación anterior al dejar a Jeremías en manos de sus adversarios y proporciona a Ebedmelec una guardia de 30 hombres para que nadie le impida liberar al profeta. El salmista nos trae la descripción del penar y la confianza de Jeremías. Eran tiempos turbulentos.
Jesús asegura que no ha venido a traer paz. Vuelven las turbulencias. Que Jesús se creó enemigos por sus palabras y obras ya no lo discute nadie. Si Jeremías se mantuvo fiel a su vocación pese a todos los sufrimientos que esa fidelidad le ocasionó, Jesús también. Pero Jesús, además de proclamar lo que de Dios recibía, actuó tal como Edebmelec lo hizo: denunció todas las injusticias que abundaban en su tiempo con valentía e inteligencia; sin dejarse enredar ni avasallar y afrontando el peligro sin esconderse. Afirma además que le falta un bautismo por recibir: debe sumergirse en esa turbulencia y emerger como un hombre nuevo; liberado de respetos humanos, y dispuesto a oponerse a cualquiera que contraríe el plan de Dios e ignore a sus preferidos. Los hebreos, tiempo después, recibieron la consigna de imitar a Jesús pese a las consecuencias que ello pudiera traerles. Ya conocían su historia. Sabían dónde se metían. Se les pide coherencia y se les asegura que no están solos. Además de Jesús, estaba también esa ingente nube de testigos anteriores. A todos ellos les acompañó Dios en sus peripecias. No se las evitó, porque no es un Dios milagrero que escamotea la historia, sino que en ella acompaña siempre a los suyos por medio de personajes decididos que, como Ebedmelec, surgen de la nada, se ponen de pie, son caricia y dan la cara sin temor.
Nuestro mundo no es un lugar idílico. Familia, amigos, trabajo, Iglesia, ocio… son ámbitos en los que en cualquier momento nuestras obras y palabras pueden incomodar. De hecho, normalmente incomodarán si son en verdad fieles a la voluntad de Dios revelada en Jesús. En todos nuestros ambientes puede surgir el conflicto; no hay nada en ellos que esté por encima del ser humano que es lo que verdaderamente importa al Padre. Se nos pide que tengamos el valor de bautizarnos en ese torbellino y que nuestra postura sea siempre como la del eunuco etíope: atento a defender al débil frente al que busca su propio beneficio. Se nos recuerda también la insistencia bíblica en desarmar nuestro ecosistema idealizado y recordarnos que Dios moviliza a quien menos esperaríamos: extraños compañeros de viaje.
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