sábado, 5 de mayo de 2018

RECIBIR Y ENTREGAR. Domingo VI Pascua


06/05/2018
Recibir y entregar
Domingo VI Pascua
Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48
Sal 97, 1-4
1 Juan 4, 7-10
Juan 15, 9-17
“Dios es amor”. La sencillez de la verdad se impone por sí misma. En cualquier relación, descubrimos el amor en gestos concretos y cotidianos; en el amar que nos envuelve y sostiene, revelándonos una vida que antes se nos escapaba por completo. Amar, porque el amor en general, en abstracto, se nos hace difuso, nos resulta huidizo. El amar es una experiencia personal, es perceptible. ¿En qué consiste el amor? En que Dios te amó primero; en que le reconoces amándote en tu historia, en tu día a día. Sentirse amado invita a la correspondencia. El amar de Dios te convoca para amar a cada persona con la que te encuentras pues en su corazón habita el mismo Dios que te ama desde el tuyo. El amor de Dios, acogido y compartido, es el Espíritu que anima a cada uno en la construcción de un mundo nuevo por encima de cualquier diferencia. La justicia con el hombre y el respeto por la divinidad que forma también parte de su ser es señal de esta existencia en el Espíritu. El agua del bautismo explicita entonces el reconocimiento por parte de Dios y de la comunidad de esa existencia amorosa que quiere responder al amor concreto del Padre y revela también, con su carácter simbólico, ciertas patentización e innecesaridad simultáneas, pues lo simbolizado es ya una realidad.  
El amor de Dios se hace plenamente perceptible en la figura de Jesús. Tal como el Padre le amó, él amó a los suyos. Tal como él amó a sus próximos, nos ama ahora a nosotros. Acogiendo en la diversidad, potenciando el amor de cada uno por encima de sus fallos, proponiendo una meta nueva a la que llegar. Con este amor nos hace amigos suyos, nos trata como a iguales: “Igual que yo puedo, tú podrás…” Cesó el tiempo de los siervos y de los acólitos. La relación con Dios está fundada en la alegría de entregar la vida por los amigos en el día a día. Dar la vida por un enemigo puede ser un acto instantáneo y heroico, darla por un amigo es un acto de amor que se enraíza en la cotidianidad. En el seno de la comunidad surge el nuevo culto agradable a Dios que se extiende más allá de sí misma tal como el bien, el amor, se difunde por sí mismo.
El amor no entiende de fronteras, alcanza los confines de la tierra, la victoria del Señor se inicia con su misericordia y su fidelidad, sus maravillas comienzan por la aceptación de todos sin valorar nacionalidades, razas ni credos. Por encima de cualquier otra lengua se impone la lengua universal del amor. Todo cuanto Jesús ha conocido del Padre nos lo ha dado a conocer en esta palabra: “amaos”. Y con ella nos comunica también nuestra dimensión de enviados, de elegidos para amar, de portadores de una semilla que se trasplanta con el cuidado y con el respeto, se riega con la confianza y se abona con todas las amarguras sanadas y compartidas. Acoger el amor de Dios es aceptar su reto de ser mejores personas, no limitarse con la cotidianidad en la que le conocemos sino mejorarla para que su invitación se haga plenamente comprensible, para mí y para todos. Permanecer en el amor es crecer en su seno y contagiarlo con la suavidad con la que Jesús nos seduce. Amarnos unos a otros, recibir y entregar, permitir que el Espíritu fluya por y entre nosotros como una corriente viva. 

Recibir y Entregar

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