sábado, 9 de junio de 2018

UNA CASA PARA TODOS. Domingo X T.O.


10/06/2018
Una casa para todos.
Domingo X Ordinario.
Gn 3, 9-15
Sal 129, 1b-2. 3-5. 7-8
2 Cor 4, 13 — 5, 1
Mc 3, 20-35
Jesús vuelve a casa. No importa mucho qué casa fuera esta o dónde estuviese. Regresa tras sus primeras controversias en Galilea a un espacio de sosiego, de paz, donde puede compartir con aquellos que son para él queridos, donde él se siente también querido y donde puede acoger a la gente que viene a escucharle y a pedirle diferentes cosas; multitudes, según Marcos. No es una casa que se identifique con muros y patios, aunque los tuviera. Es más bien una casa que va edificándose desde el interior y crece hasta esa dimensión espiritual de la que habla Pablo. Es una casa que trasciende su propia realidad para identificarse con la realidad de unas relaciones desconocidas hasta entonces, con una nueva familia que supera los lazos de sangre, los afectos y los apegos humanos. Una casa en la que nadie debe esconderse para tapar su desnudez como les ocurrió a Adán y Eva. Nada hay de vergonzoso en quien comparte y acepta de corazón.
Hasta este espacio, no sujeto a un lugar concreto, sino encarnado en una nueva manera de amarse todos, llegaron los escribas, los expertos en Escritura y en las leyes de aquél tiempo para decirle a Jesús que eso no era lo que Dios quería, que era más bien reflejo de algo malo, satánico, opuesto por completo a Dios que siempre ha querido el orden que ellos habían adoptado como bueno y aceptable.  El demonio que ya engañó a nuestros padres, dicen, ha vuelto a presentarse ahora simulando sanaciones inexplicables para engañarnos a nosotros también.  Jesús, en cambio, afirma que todo esto es obra del Espíritu, que reuniendo, sana a quienes lo aceptan y se aceptan entre sí. Y da, de esta manera, entrada y forma a una nueva realidad: algo desconocido hasta ahora que germina y va creciendo. Oponerse a esta nueva forma de entender la unidad entre iguales es oponerse a la acción del Espíritu. Es una blasfemia, porque es ir contra la voluntad de Dios. Y es imperdonable porque no permite que el hombre herido pueda sanar ni que quien hirió pueda reconocer su error; porque sostiene y ampara el mal, esa relación basada en el dominio y la fuerza, impidiendo que el amor cree algo nuevo y verdadero en todos. Creemos, por eso hablamos. Podríamos decir con Pablo. Creemos, por eso acogemos, amamos y, como resultado, sanamos… sin saber muy bien cómo, pero dando gracias a Dios por ello.
Viene también su familia, movida por una preocupación sincera. A ellos les revelará Jesús que también la familia está llamada a extenderse más allá de los estrictos lazos de parentesco. Jesús, el hombre que vivió amando sin medida, comenzó a aprender esta forma de vida en esa familia, fuera cual fuese su extensión. Su naturaleza divina pudo enraizarse en esa experiencia primordial. Su madre y sus hermanos le descubrieron el amor humano, sincero y desinteresado, y en él pudo rastrear las huellas del divino. Aunque,  como todas, su familia no fuese perfecta, algo tendría para que Jesús pudiera encontrar en ella el símil para definir a quienes cumplen la voluntad del Padre. La familia está llamada a desarrollar el amor humano sin ponerle límite alguno. El pueblo está llamado a ponerse en manos de Dios con la confianza del salmista para llegar a ser familia, casa, hogar para todos los sin techo. 

Una casa para todos

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