sábado, 10 de junio de 2023

CORPUS

11/06/2023

Corpus

Dt 8, 2-3. 14b-16a

Sal 147, 12-15. 19-20

1 Cor 10, 16-17

Jn 6, 51-58

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Somos todos miguitas de pan. Somos gotas de vino. O podríamos serlo. Esta posibilidad de ser nos viene dada desde nuestra propia hondura. Desde ese centro en el que habita Dios mismo y desde el que nos habla a cada uno; desde el que nos inspira haciendo de nosotros criaturas vivientes. La experiencia religiosa fundamental es zambullirnos en nosotros mismos para descubrir que esa raíz original ni es única ni original, sino compartida con todos los vivientes y originada en el Viviente. La tradición judía llamó Dios a este Viviente y en el pasaje del Deuteronomio que hoy contemplamos afirma que está siempre pendiente de su pueblo. Él se eligió para sí una multitud de esclavos y liberándoles, les alimentó, les guardó y les guió en la travesía a través del yermo. Ese pueblo encontró lógico que tuviera que merecerse la tutela que Dios le había brindado y vio en sus penalidades una prueba que Dios le ponía para que aprendiera a confiar en él y entendiese que cumpliendo sus preceptos velaría por ellos. El salmista, instalado ya en Jerusalén, la ciudad de la Paz, ahonda en la alabanza a Dios por la prosperidad que le había conseguido. No solo de pan vive el hombre; dígase, como es natural, lo mismo del pueblo; gracias a su confianza y a su fidelidad, había conseguido de Dios la prosperidad.

El pan y el vino fueron los elementos que Jesús tenía a mano para convertirlos en símbolos que expresasen esta realidad profunda. Jesús se hace pan y vino y se deja partir y beber. Pero ya no existe obligatoriedad, sino que lo hace de forma gratuita; no porque lo merezcamos, sino porque él era así, desde su propia hondura. Desde ese acto personal suyo nos invita a hacer lo mismo.  Así vivió Jesús su vida y desde esa vivencia profunda pudo decir Yo soy… el pan vivo. Desde esa experiencia es desde la que nos invita a compartir; a hacernos pan y vino para todos. Pero no todos le entendieron. En su propia época, quien le interpretó literalmente no pudo entender lo que quiso decir. Muchos siglos después algunos lo ven como un acto exclusivo de Jesús que, bajo ciertas condiciones, solo unos pocos elegidos pueden repetir.

Para captar el mensaje de Jesús es necesario, por un lado, volver a confiar y, por otro, y primordialmente, descubrir la propia necesidad. Hay que sentirse hambriento. Las élites de aquel pueblo habían llegado a experimentar la saciedad y se encontraban empachados de Dios. Le conocían perfectamente; o eso creían. Otros, cercados por la necesidad o el orgullo patriótico, vivían angustiados la espera del mesías, fabricándoselo a su medida. Jesús nos habló de ser, para los demás, pan que se parte y vino que transmite su propia vida. Esa actitud surge de la profundidad que es capaz de decir Yo soy... Comulgar no es un acto pasivo, es una acción decidida a compartirse con y por los demás que surge del retorno desde la profundidad. Eso que somos y que nos parece tan irrenunciable no es nada si no se pone a disposición de todos. Somos migas y gotas llamadas a formar parte del pan, del vino. No se me antoja casual que el corpus siga a la Trinidad. La salvación, el sentido, no está en ser miga o gota por siempre, sino en formar parte del todo, del pan o del vino. La cuestión no es salvaguardar la individualidad, sino extender la comunión. Hacer de ella un principio activo; un motor que haga real, que encarne, la interioridad que recibimos y que se desarrolla poniéndola en juego por los demás.

 

Corpus


 

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