sábado, 7 de octubre de 2023

EL REINO Y LA RUINA. Domingo XXVII Ordinario

07/10/2023

El Reino y la ruina.

Domingo XXVII Ordinario.

Is 5, 1-7

Sal 79, 9. 12-16. 19-20

Flp 4, 6-9

Mt 21, 33-43

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En ocasiones la gente nos defrauda. Y la decepción puede ser grande. Así nos lo transmiten hoy las parábolas que cuentan Isaías y Jesús; ambas con una viña como marco. Isaías de forma más naturalista, pues la viña, aunque bien cuidada, parece producir agrazones por sí misma. En Jesús que, a diferencia e Isaías, ya tenía claro que el ser humano era guardián de la creación, se hace patente el conflicto entre el propietario y sus jornaleros. En Isaías, el señor planta la viña y espera que de fruto. En Jesús, el señor la planta igualmente pero la arrienda a unos labradores. En Isaías la viña será arrasada; en Jesús, se dará a otros trabajadores. Por si quedaba alguna duda, Isaías quiere dejar claro que esa viña se refiere a Israel, el elegido, el pueblo de Dios. El salmista lo confirma y presenta un movimiento de conversión del pueblo. Es ese pueblo el que, para Isaías, no produce fruto pese a todo lo que el Señor hizo por él, mientras que para Jesús, su improductividad se debe a quienes lo cuidan, o más bien, lo explotan, en beneficio propio. En ambos casos es el Señor quien sufre la decepción, pero en el primero todo el pueblo es culpable, mientras que en el segundo, la asamblea es víctima de la corrupción de los malos administradores.

Según Jesús esos administradores serán sustituidos por otros que no engañen ni busquen su provecho. Curiosamente, serán precisamente quienes fueron desechados por ellos. Tal como afirma el salmista en otro lugar, la piedra desechada ha pasado a ser angular; fundamental. Sobre ella se edificará el verdadero Reino de Dios; el que produce sus frutos. Precisamente serán todos esos que habían sido apartados por indignos y pecadores: publicanos, prostitutas, extranjeros… quienes lo pongan a nuestro alcance. El Reino, que no es un lugar, sino una situación, una experiencia vital en la que, como nos dice Pablo, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, es valorado venga de quien venga, crece por la acción de todos. Poco importa el contexto de la persona, sino lo que ella puede aportar para mantener la llama de una humanidad que busca imponerse sobre las circunstancias concretas de cada uno.

Sufre decepciones quien ve traicionada su confianza; quien ama y no es correspondido; quien no encuentra acogida ni eco. Es posible que ame, confíe o espere acogida de quien no está atento más que a sus propios intereses. En cualquier caso, no debe ser el juicio lo que arrebate su corazón, sino, como dice Pablo, la paz de Dios en Cristo Jesús, que se mantuvo firme, coherente y sereno frente a los sacerdotes y ancianos. En nuestras decepciones pongamos en práctica este mismo método: no juzgar y valorar cuánto cuidé a mi viña, cuánto amé, cuánto acogí, cuanto confié. Es posible que algo faltase o puede ser también que ciertamente, sea otro el lugar, los corazones, donde resida todo eso bueno y laudable que pueda poner en práctica el derecho y la justicia que Isaías reclama; donde se acoja a los buenos servidores sin animosidad. Mateo y Pablo hablan del Reino, pero ofrecen guías para construir la comunidad. El Reino no es tarea personal, sino fraternal. Se erige edificando comunidad, pero siendo consciente de que la trasciende y debe acoger a quienes una comunidad-bien no aceptaría, porque sin ellos, por bella que sea, todo es una ruina. 

 

El Reino y la ruina

 

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