sábado, 21 de octubre de 2023

LA PROPIEDAD DE DIOS. Domingo XXIX Ordinario

22/10/2023

La propiedad de Dios.

Domingo XXIX T.O.

Is 45, 1. 4-6

Sal 95, 1. 3-5. 7-10a. 10e

1 Tes 1, 1-5b

Mt 22, 15-21

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Dios no es neutral. Desea el bien de todos pero toma partido por los que sufren y no duda en recriminar su acción a quien provoca ese sufrimiento. Es muy propio de él escoger a personajes concretos para que lleven a cabo misiones concretas. En el Antiguo Testamento esos elegidos recibían la fuerza y temple necesarios para desempeñar ese papel gracias a la unción con un aceite bendecido. A estas figuras se les llamaba, sencillamente, ungidos que en griego se dice mesías. Así pues, era común la presencia de mesías en las páginas hebreas. Estos fueron, principalmente, sacerdotes, profetas y reyes. Pero no solo ellos. Nada menos que Ciro, el emperador de los persas que liberó a los judíos de la esclavitud en Babilonia, es llamado “mi ungido”. Hacia este mesías libertador la Biblia se deshace en elogios, tal como vemos hoy en el pasaje de Isaías. Da igual que Ciro no conociese a Dios; su papel en la liberación de Israel, el gran elegido por Dios, le valió fama y victorias. Todo ello habla bien del propio Dios que es, en realidad, lo sepan ellos o no, gobernante de todos los pueblos. El salmista nos lo confirma.

Los que Dios se elige pasan a ser de su propiedad; él los cuida y vela por ellos. En realidad, cuida de aquellos que nadie más cuida. Es conocida su afición a escoger a los pequeños y débiles. Con ello muestra su poder, pues les concede descendencia abundante, les da tierras y termina haciendo de ellos un pueblo numeroso. Pero no todo es autobombo; escoge a quien no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir frente a la fuerza de los demás y en su elección se mantiene firme y fiel, aunque ese pueblo no lo merezca. Dios se elige un pueblo; su pueblo. Y cuidando de él dice a toda la humanidad que cuidará de todo aquel que no tenga nadie más que lo cuide. Dios se pone del lado de los últimos; de los pisoteados y ninguneados. Ellos son su pueblo y la vocación de este pueblo no es gozar en solitario de esa condición de favorito, sino velar por todos los demás olvidados como Dios vela por ellos. De este pueblo esforzado y entregado, presente según Pablo entre los tesalonicenses, dice él que recuerda su fe, el esfuerzo de su amor y el aguante de su esperanza en Jesucristo.

Todos aquellos que aceptan esta vocación se hacen propiedad de Dios y, según Jesús, no puede confundirse con ninguna otra. No existe moneda ni medida humana capaz de contenerla. Todo el pueblo de Dios es mesiánico. Está llamado a ofrecer su vida en favor de los demás. Esta intención introduce al pueblo en una órbita tan ajena a los intereses de este mundo como a sus expectativas. Es la imagen de Dios la que llevan impresa, no la del César. Esta nueva ciudadanía no se obtiene por genética, sino por asunción personal de esa vocación y se materializa abriéndose a la universalidad y empeñándose en lograr la salvación de todos empezando por la cola. Sin embargo, ocurre que se absolutiza y sacraliza el don de Dios convirtiéndose en amenaza para los demás; en muerte. En la jungla que ha venido a ser nuestro mundo no se trata tanto de identificar bandos o culpables, pues ya su maldad habla por ellos, sino de detener la maquinaria que produce tanto dolor a los inocentes. La llamada a la reconstrucción clama desde la ruina del mundo, pero nos interpela también a cada uno porque todos necesitamos rehacernos en un sentido u otro. Ciro actuó sin saber pero Jesús fue plenamente consciente y nos dejó clara la distinción. 

 

La propiedad de Dios

 

 

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