sábado, 28 de septiembre de 2019

LA PRUEBA DEL ALGODÓN. Domingo XXVI. Ordinario


29/09/2019
La prueba del algodón.
Domingo XXVI T.O.
Am 6, 1a. 4-7
Sal 145, 7-10
1 Tim 6, 11-16
Lc 16, 19-31
De Nuevo, Jesús se sitúa en la misma perspectiva que Amós. El profeta criticaba la vida despilfarradora y repleta de lujos y comodidad que llevaban aquellos personajes que se pensaban seguros en sus palacios. Ellos tan sólo confiaban en sí mismos, envalentonados por su éxito y su prosperidad. Nos va bien, pensaban, estamos en la cima del mundo, en Sión, la morada del mismo Dios, y nuestra  licenciosa vida testimonia nuestro triunfo. En la cima del mundo se pensaban quienes en realidad moraban en los mismos montes de Samaria que los profetas de lengua vacía y boca cenagosa a los que también criticará Jeremías por su impiedad. A la censura de esa impiedad y de su depravación se une la denuncia de sus secuelas. Porque nada existe sin consecuencias. La despreocupación de unos pocos se sostiene sobre la explotación de muchos. Y, como ya lo dice el salmista es a esos oprimidos a los que se mantiene fiel el Señor. Jesús y Amós confirman con rotundidad este mensaje.
Jesús, además, añade consideraciones escatológicas que pretenden enseñar, no ilustrar. Es decir, no nos dice cómo será ese mundo último, sino que nos presenta el abismo infranqueable que se produce entre el ser de Dios y la vida alejado de él. Esa sima se abre ya en la vida presente y se mantiene en la futura, sea como sea. La única definición posible para eso que llamamos infierno es la de estar alejado de Dios. Y estar cerca o lejos de Dios es una opción personal no achacable a la ignorancia pues para eso existen Moisés y los Profetas. Todo israelita de la época sabía que leyéndolos podía encontrar el modo de mantenerse en sintonía con el amor creador. Del mismo modo, lo sabemos nosotros y, por si quedase alguna duda, podemos añadir también la literatura posterior que sintetiza todo lo allí dicho. Es el caso de la carta a Timoteo que leemos hoy, donde se nos aconseja buscar la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre…, esto es: el equilibrio universal entre bienes personales y los compartidos; el reconocimiento de la voluntad de Dios por encima de cultos y oropeles;, la confianza en aquél a quien sigues y sobre él que fundamentas tu vida; la preocupación y búsqueda del bien y la felicidad de todos; el trato sincero y amoroso a la par que exigente; el reconocimiento de que no es mi voluntad, ni mi proyecto, ni mis ideales los que deben imponerse…
Todo esto redundará en el bien común sin dejar el camino sembrado de cadáveres y nos introducirá voluntariamente en el destino al que somos llamados. Que la salvación es gratuita hay que afirmarlo siempre, pero que su aceptación es voluntaria hay que remacharlo también sin cesar. En lo más profundo de nuestro ser resuena la invitación y la única manera eficaz de hacerla nuestra es olvidar los privilegios que pensamos que nos pertenecen y poner nuestra vida a disposición del mismo Dios que nos llama y que podemos reconocer en todos los demás. La tradición hindú expresa esto con la palabra Namasté y nuestra propia  tradición judeocristiana afirma que actuando así conseguiremos ir construyendo poco a poco el Reino del que Jesús dio testimonio incluso frente a Pilato y que en algún momento u otro se nos manifestará plenamente. La prueba del algodón: que mi bienestar no produzca ningún mal; que nuestra civilización no se construya sobre la sangría de otros. 

La prueba del algodón

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