sábado, 14 de septiembre de 2019

¡NO TE QUEDES SIN ENTRAR! Domingo XXIV Ordinario


15/09/2019
¡No te quedes sin entrar!
Domingo XXIV T. O.
Éxodo 32, 7-11. 13-14
Sal 50,3-4. 12-13. 17. 19
1 Tim 1, 12-17
Lc 15, 1-32
Todos estamos llamados a convertir la vida en una fiesta y tan grande es el deseo de Dios en que participemos en sus grandes festejos que sale siempre en búsqueda del perdido, tal como la mujer busca su moneda, el pastor a la oveja 100 o el padre de la parábola al hijo responsable que no quiere unirse al banquete. Y es que no es menor el ansia de que éste entre en la celebración que la que tenía el Padre en que el hijo díscolo retornase al hogar. A Dios le duelen todas las ausencias. Es verdad que nos centramos siempre en el hijo malote pero ampliemos un poco el angular ¿Qué lleva al padre a esperar siempre su regreso y a otear el horizonte sin perder nunca la esperanza? El amor, ciertamente. Lo mismo que le lleva a perdonarle, aunque el motivo pudiera parecernos interesado y la acogida desproporcionada. Dios es así, desmedido en sus afectos, infinito. Hasta el punto de parecer injusto a los cumplidores; a quienes no han caído en la cuenta de que es ese mismo amor y no el cumplimiento de las normas lo que los une a ellos con el Padre. Dios nos invita a todos y nos grita: ¡No te quedes sin entrar! Ni por díscolo ni por cumplidor desairado.
Pablo lo entendió bien pues pese a toda su historia de estricto cumplidor y de perseguidor de herejes tuvo el valor de adherirse al enemigo sin importarle tanto el previsible rechazo como seguir a quien le convocaba. Tampoco para aquellos primeros cristianos tuvo que resultar fácil y también ellos tuvieron que aceptar a quien venía ahora, con toda su carga de cruel persecución a participar en su misma bienaventuranza. Sólo el amor puede vencer tanta dificultad. Es imposible entenderlo al margen de ese dinamismo. Es posible la ira, sin duda. Dios mismo se aíra contra el pueblo que se fabrica sus propios dioses, olvidando cómo él le sacó de Egipto. Y se irrita hasta el punto de, primero, negar tal acción y atribuírsela a Moisés: “… el que sacaste de Egipto” y, segundo, querer exterminarlo. Eso sería lo justo y nadie le echaría nada en cara a Dios. Pero justo es también que cualquiera cumpla sus promesas y la promesa de Dios fue hecha por él libremente. Así le recuerda Moisés a Dios el amor inicial, aquella realidad que nunca debe olvidase. Y le recuerda también que fue él y nadie más, quien sacó de Egipto al pueblo ¿Qué sentido tendría ahora empezar otra alianza distinta con la descendencia de Moisés? En unos pocos años ¿en qué se diferenciarán éstos de ese pueblo ingrato? El amor es lo definitivo, precisamente porque fue lo original.  
Tal como el hijo mayor tuvo que aprender que realmente él era esperado para mostrar al menor la fiesta a la que había renunciado al marcharse y que él siempre había gozado, nosotros somos llamados para celebrar con todos los hombres la alianza que desde siempre Dios mantiene con la humanidad. Y tanto para él como para nosotros queda vigente el reto de aceptar el criterio de Dios. Desde siempre Dios está convocando a la humanidad a los festejos, pero el género humano es incapaz de confiar en ese amor primordial y se refugia en la creencia de tener que merecerlo. Una cosa es, como el salmista, reconocer el error y la necesidad de transformación interior y otra cosa muy distinta pensar que esa transformación se conseguirá de Dios a cambio de someterse a la legislación. Lo fundamental es descubrir nuestra propia llamada a la celebración y compartir el gozo por los recién llegados. 

¡No te quedes sin entrar!

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