sábado, 14 de marzo de 2020

COMO UN GEYSER QUE SE VIERTE. Domingo III Cuaresma


15/03/2020
Como un geyser que se vierte
Domingo III Cuaresma                                                              Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Ex 17, 3-7
Sal 94, 1-2. 6-9
Rm 5, 1-2. 5-8
Jn 4, 5-42
No tenemos ya varas que arranquen agua de las piedras. Ni por mandato divino ni por arte de magia. Lo que nos queda aún es mucha sed. Pero esta es de esas sedes que no se puede saciar en manantiales agostados: Jerusalén y Garizim ya cumplieron su función. Lo mismo que tantos templos desperdigados por los cuatro costados del mundo como intentos de atrapar a Dios, como rediles donde domesticarle. O donde tentarle y exigirle el agua que el desierto nos niega. Seguimos sedientos y continuamos empeñados en enclaustrar a Dios y tenerlo en exclusiva. Por eso le tentamos exigiéndole pruebas (Masá) y presentamos querella (Meribá) contra él cuando no nos concede lo que esperamos. Porque resulta que es nuestro; que le hemos seguido por el desierto y esperamos que cumpla su promesa y recompense nuestra fidelidad.
Sin embargo, ningún desierto puede abandonarse si no hemos saciado la sed en él. Hasta allí no se llega como simple momento de tránsito entre dos realidades o situaciones. Vamos de la mano de Jesús, el maestro. No porque sea su intención llevarnos a la aridez, sino porque de su mano todas las experiencias humanas son puestas ante nosotros y se hace imposible no atravesar unos cuantos desiertos. Y es en ese lugar donde podemos descubrir en nuestro interior el manantial que ha sido allí excavado. El agua que sale despedida hacia fuera le da una nueva perspectiva al mundo descubriéndonos que nada hay que pueda remontarnos por encima de nuestra necesidad que no nos haya sido donado. Sólo Dios se atreve a morir por los pecadores y así nos desvela un modo nuevo de situarnos en la historia: en salida. Si le dejamos, él nos muestra nuestra más íntima naturaleza: seres esperanzados.
No queda ya lugar para las exigencias ni para las pruebas. Quisiéramos que una varita mágica nos quitase de encima este desierto del coranavirus, pero hemos de atravesarlo sin desesperanza alguna, redescubrir nuestra fragilidad, reconocer nuestra responsabilidad y comprometernos en la solución sin olvidar a tantísimos que llevan sufriendo en el mundo desde hace años por situaciones que nuestra indolencia mantiene y agrava. Para todo hay un motivo. Si no salimos de este desierto con la fuerza del geyser que da de sí desde su más profunda interioridad para alcanzar y lavar mucho más allá de sí mismo no nos servirá de nada la experiencia. Seguiremos igual de sedientos, continuaremos exigiendo pruebas y trucos de magia y perpetuaremos nuestra frágil posición de dominio sobre todos a los que cerramos la puerta en las narices. Y la gran paradoja es que el único modo para frenar el desastre es no hacer nada. Ni nos hacen falta salvadores ni el mundo y su organización parecen estar en disposición de ofrecer nada de utilidad. Sólo hemos de quedarnos quietos y tranquilos. Se nos ocurre que es muy buen momento para bucear en nosotros mismos, para extraer el tesoro, el agua viva que Jesús es para nosotros, y colocarla a disposición de todos. Es momento también de acoger a todos como son, de recuperar las relaciones más cotidianas y de profundizarlas hasta encontrar lo común, hasta llegar a ser vasos comunicantes que se reconozcan habitados por el mismo Espíritu. No es momento de di-vertirse, sino de con-vertirse para poder verternos, en plenitud, hacia los demás. 

Como un geyser que se vierte

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