sábado, 1 de julio de 2023

LO QUE EL MUNDO NO PUEDE DARNOS. Domingo XIII Ordinario

 02/07/2023

Lo que el mundo no puede darnos.

Domingo XIII T.O.

2 Re 4, 8-11. 14-16a

Sal 88, 2-3. 16-19

Rm 6, 3-4. 8-11

Mt 10, 37-42

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Dicen los exégetas que las palabras del evangelio de hoy hay que entenderlas en el contexto de una comunidad que vivía en conflicto con los que le rodeaban. El amor a la familia representa aquí el apego a las tradiciones que no dejaban acoger la buena nueva de Jesús; que le veían como un farsante ajusticiado cuyas palabras, aun después de muerto, tenían capacidad para confundir y llevar al error y por el error de unos pocos traer, por un lado, el castigo sobre todo el pueblo y por otro, mucho más pragmático, la ruina de los lucrativos negocios de los poderosos de entonces. No han cambiado tanto las cosas.

Hagamos un ejercicio hermenéutico e intentemos actualizar el texto. Jesús habla de sí mismo como un enviado que es en todo fiel al Padre que lo envía hasta el punto de que amarle a él es amar al Padre. Del mismo modo, Jesús nos envía a nosotros encomendándonos ser profetas y justos para que podamos ser recibidos como tales. Y nos recuerda también, no sea que se nos suban mucho los ánimos, que, siendo así, no dejamos de ser pobrecillos discípulos, afirmando que cualquiera que nos acoja recibirá también su recompensa.  Vivimos de cara a los demás, por el bien de los demás. A ellos “solo” se les exige acogernos.

Ser profeta es denunciar la injusticia del mundo, contraria al amor de Dios. Ser justo es vivir según ese amor, sin dejar a nadie fuera. Ser así muestra un modo nuevo de vivir. Tanto los profetas como los justos producen fruto en aquellos que les rodean y también en aquellos a los que visitan y les acogen. Así le pasó a aquella mujer rica de Sunam que acogió a Elías. Dios, por medio del profeta, le pagó con lo único que el mundo no había podido darle. Quien se vive recompensado en tanto por tan poco conoce, según el salmista, la misericordia del Señor y entra a formar parte del pueblo favorecido por Dios que goza de su fidelidad por todas las edades y camina a la luz de su rostro. Es el pueblo capaz de reconocer la acción de Dios en su vida; el pueblo que se deja alcanzar por él, que escucha a los profetas y a los justos. Es el pueblo que ha muerto al pecado y vive para Dios en Cristo Jesús. Ese pueblo que reconoce a Dios en su vida y se reconoce a sí mismo como profeta y justo para con los demás es el pueblo bautizado; sumergido en el amor de Dios, haya agua de por medio o no.

Ser el pueblo que “solo” acoge implica escuchar lo que el profeta dice, abrazarle, compartir con él lo que se tiene y lo que se es y hacerlo uno más. Así pasa a ser justo y siéndolo se es también profeta para el vecino que presencia esa acogida. Hasta nosotros hoy llegan cada vez más profetas que en su huida de la guerra, del hambre, de la miseria, del prejuicio y de la marginalidad nos hablan de parte de Dios denunciando la situación inhumana que se da en tantas partes del mundo. Acogerlos es dar crédito a la palabra de Dios y dejar que ésta cree en nosotros la semilla de un nuevo orden; es ser no solo  justos, sino también profetas para los demás; es morir  al pecado que cerca al acogido y aceptar compartir su suerte. Estrenamos una vida nueva en Cristo Jesús en la que aparece la cruz como consecuencia de esa acción constructora y no como designio de algún diosecillo domesticado: pasamos de la idolatría de las costumbres y la tradición a la política del mundo nuevo. También nosotros, por medio de esos profetas, recibimos lo que el mundo no puede darnos.


Lo que el mundo no puede darnos

Con un abrazo especial para Vily y familia.

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