sábado, 22 de julio de 2023

TRIGO Y CIZAÑA. Domingo XVI Ordinario

 23/07/2023

El trigo y la cizaña.

Domingo XVI T.O.

Sb 12, 13. 16-19

Sal 85, 9-10. 15-16a

Rm 8,26-27

Mt 13, 24-30

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Les pasaba a aquellos criados de los que nos habla Mateo como puede pasarnos también a nosotros: que tenían ya claro quiénes eran los buenos y quienes, los malos. Por eso ven sencillo acabar con éstos. Lo que el sembrador de aquel campo, sin embargo, tenía claro es que nada es tan sencillo. Él quiere evitar que  la verde cizaña se confunda con el trigo aún no madurado. Es necesario esperar a la siega para distinguirlos. Arrancar la una es arriesgarse a arruinar al otro. Jesús quiere decir que no podemos pensar de unos que son justos y de otros que son malvados. A veces, creyéndonos en posesión de la verdad, juzgamos de forma apresurada, como si ya estuviese claro quién está en lo cierto y quien se equivoca. Sin embargo, nunca tenemos todos los datos. Solo Dios está en posesión de ese conocimiento y él, según nos dice hoy el libro de la Sabiduría, es indulgente con todos.

Para afianzar su identidad y presentarse en el contexto internacional como una nación, Israel confiaba en la ayuda de su propio dios. Sólo con el tiempo comprendió que este dios privado era el único Dios y que no tenía interés en competir con ningún otro, sino en enseñar a sus fieles la centralidad de la justicia. Este Dios podría castigar si quisiera, pero su prioridad estaba en mostrarse misericordioso, como el salmo subraya también, porque así enseñaba al pueblo que el justo debe ser humano y comunicaba a sus hijos la esperanza de que sus errores no eran insalvables.

También nosotros, como las plantas, requerimos tiempo para alcanzar la plenitud. Tiempo y que nos dejen desarrollarnos, ir sacando a la luz aquello que tenemos escondido. En el fondo, cada uno de nosotros somos trigo y cizaña. Todos tenemos actitudes que deberíamos mejorar y encontramos oscuridades que nos desagradan. La actitud de los criados es racionalista: arranquemos lo que está mal. Surge así el rigorismo religioso, o moralista, que ya conocemos: lo blanco es blanco y lo negro, negro. Las tradiciones contemplativas, en cambio, proponen que esa oscuridad debe ser atravesada para poder llegar a la plenitud. Atravesarla no es recrearse en ella ni enroscarse en uno mismo esperando que Dios baje a salvarte. Es reconocerse imperfecto pero, pese a ello, perdonarse y seguir adelante. Como sabemos, nuestra fe cristiana afirma que esta misericordia con uno mismo debería aplicarse igualmente a los demás. Así, excluimos la piedad paralizante tanto como las alabanzas exclusivistas, reservadas a mí mismo y a los míos. La experiencia de nuestra limitación nos acerca a los demás de forma amorosa y nos hace comulgar en la debilidad.

Dios no nos deja solos esta nueva relación sino que nos otorga el don del Espíritu. Él intercede por nosotros y “el que escruta los corazones” sabe que su intercesión es para el bien de todos los santos. Santos no son los perfectos, sino los que se levantan y continúan caminando tendiendo la mano a todos. Los gemidos del Espíritu son inefables pero se asemejan a los gritos que la tierra lanzaba por los dolores del parto. Algo nuevo está naciendo y tenemos que dejarlo nacer. No hay que eliminar la oscuridad sino integrarla y superarla en la medida que nos sea posible. Lo que no, ya será definitivamente vencido por ese indulgente escrutador de corazones cuando llegue el momento.


Trigo y cizaña


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