24/08/2025 – Domingo XXI T.O.
De lejos vendrán…
Is 66, 18-21
Sal 116, 1-2
Heb 12, 5-7. 11-13
Lc 13, 22-30
Si quieres ver las lecturas pincha aquí.
Cuando se termina el libro de Isaías todavía predomina en Israel esa necesidad de figuras especialmente dedicadas a la mediación. Por eso, el mismo Dios, como promesa escatológica, afirma que enviará mensajeros a las naciones más lejanas y anuncia que de entre los que lleguen de lejos se escogerá levitas y sacerdotes. Esos enviados son “supervivientes”; son los que, de toda lengua y nación, han escuchado ya la palabra de Dios y él los envía a su tierra de origen para que puedan compartir su descubrimiento. Lo importante aquí es, en primer lugar, la superación de las barreras pues Dios es para todos y no se deja aprisionar en lenguas, banderas o épocas. En segundo lugar, la puesta en valor de la libertad personal; Dios invita y promete la salvación, pero no obliga a nadie. Así, los discípulos de Isaías culminan la obra del maestro dejándola abierta al futuro. El salmo reitera brevemente la misma invitación.
En ese futuro, Jesús fue preguntado varias veces por la salvación durante su vida pública y él remite siempre al amor hacia los demás y a la piedad por los más perjudicados. En esta ocasión parece que Lucas coge afirmaciones de aquí y de allí y hace su propio collage: una frase inicial sobre la puerta estrecha, harto recordada después; una breve parábola que recuerda la del juicio final que cuenta Mateo; una alusión a las relaciones entre cielo e infierno tal como aparece en la parábola del pobre Lázaro y el rico que banqueteaba; la confirmación a las palabras de Isaías de que vendrán de lejos, de los cuatro puntos cardinales, para sentarse en la mesa del Reino que han desechado los que practicaban la iniquidad y, al final, la sentencia sobre los últimos y los primeros que tan famosa se ha hecho. Nuevamente, las dos afirmaciones de Isaías pero ahora, respondiendo a la pregunta se hace hincapié en quienes viven inadvertidamente y en su indolencia causan daño a los demás. “Date cuenta de lo que haces”, parece decir Jesús, “de las repercusiones que tienen tus actos”. La vida no es lo que vemos y ya está. La realidad es compleja y muchas veces el mayor pecado es esa desatención a lo que nos rodea. Lo que importa no es que yo esté bien; ni siquiera que lo estemos quienes creemos sentarnos a comer y beber con el maestro, pero por nuestra inadvertencia terminamos comiendo bien lejos de él porque él está con los que dejamos fuera. La cuestión, según Jesús, es que esos que se quedan fuera tengan con quien sentarse a la mesa. Esto es lo que entienden los “supervivientes”; son los últimos que llegan para pasar primeros. Y es lo que los primeros no terminamos de entender. Ya no hacen falta sacerdotes ni levitas que intercedan; hace falta que todos nos queramos sentar juntos. En esa acción es donde Dios se hace presente pues todos somos intermediarios para todos.
Contrariamente a otras veces, Jesús tiene aquí un tono de reproche. Tal vez no le ha gustado la pregunta o tal vez comienza a cansarse de tener que repetirlo todo o, es posible, que sea una prueba, difícil para algunos, de todo el amor que nos tiene. El amor verdadero es exigente. Así se entiende sin dificultad de los padres que reprueban a sus hijos, precisamente, porque les quieren. Es lo que afirma el autor de la carta a los hebreos. A ninguno nos gusta que nos corrijan, pero es necesario si de verdad aspiramos a crecer. Tampoco aquí necesitamos “correctores oficiales”. Junto a todos caminamos y entre todos construimos. Desde lejos han de venir para mostrarnos nuestro error, ahí es nada.
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De lejos vendrán... |
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