10/08/2025 – Domingo XIX T.O.
Por la fe
Sab 18, 6-9
Sal 32, 1. 12. 18-20. 22
Heb 11, 1-2. 8-19
Lc 12, 32-48
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La fe no consiste en creer sin ver. Para tener fe es preciso ver las cosas claras; saber en qué y en quien se nos pide poner la confianza. Y conocer también quien nos lo pide. El autor del libro de la Sabiduría recuerda que a aquellos lejanos antepasados se les informó de lo que iba a pasar para que su ánimo estuviese atento y no decayera. Apoyados en esa esperanza tuvieron el ánimo de celebrar la primera Pascua y comprometerse en que compartiendo bienes y peligros, la vida, se sostendrían unos a otros en las antiguas alabanzas. Las raíces son para eso, para nutrir y afianzar. Esto último es lo que hace el autor de la larga homilía dirigida a los hebreos. Su célebre capítulo 11 va recorriendo la historia de los grandes hombres y mujeres de ayer y ve como, por la fe, fueron capaces de vivir fiándose de Dios, contradecir las normas y costumbres que eran habituales en su entorno y acoger prodigios inimaginables. Del fragmento que hoy recordamos ha hecho fortuna la definición de fe: Confianza en que ocurrirá lo que se espera, seguridad de que lo que no se ve será descubierto. Quienes vivieron aquella primera Pascua pudieron comprobar que lo prometido se cumplía. Y antes que ellos Abraham, Sara, Isaac, Jacob y otros muchos después fueron viviendo sus vidas desafiando a lo razonable según comprobaban que todas las promesas se iban cumpliendo. Murieron sin ver cumplida la alianza definitiva, pero de algún modo la fueron conociendo en su día a día; por la fe comprendieron que estaban en un proceso mayor que ellos mismos. Por la fe Sara recibió el vigor para concebir; cuando dejó de dar por sentado lo consabido recibió la fuerza para realizar lo impensable ¿No es esta una buena definición de milagro?
Todos ellos vivieron en el camino. La fe no es algo que debe esperarse, sino que se descubre cuando nos dejamos guiar por la esperanza y salimos a enderezar lo torcido. Jesús dice que hay que tener la cintura ceñida y encendida la lámpara. El Reino se nos ha dado, pero puede que pase por delante y no lo advirtamos. Hay que dejarlo todo; vender lo que tengamos y poner lo obtenido al servicio de los demás. La hora es urgente, no porque esté cerca, sino porque el mundo se desangra y estamos convocados para remediar tanto dolor y darle la vuelta. Somos un pequeño rebaño, cuatro gatos, porque la mayoría está pensando en otras cosas: partido, parroquia, club, cofradía, trabajo, religión, equipo… y todo esto con un inmenso pronombre posesivo delante. Lo normal es estar más atento a esto y a la satisfacción del dichoso pronombre. Por la fe somos capaces de relativizar todo eso y olvidar el pronombre. Así acumulamos tesoros en el cielo, que no es el lugar donde vive Dios, sino el lugar donde todos pueden vivir como Dios quiere que vivamos. El Reino viene, pero no hay que dejarlo escapar enredándonos en tantas zarandajas.
“Estate alerta, que cuando llegue seré yo quien me ciña y te sirva a ti”, dice Jesús que dice Dios. Ahí es nada. Mientras esperamos podemos entonar el canto del salmista y continuar invocando la misericordia que por la fe vamos viendo que nunca nos deja. Posiblemente no llegaremos a ver lo definitivo antes de dormirnos en el seno de Abraham (con él, como él…), pero mientras aguardemos vigilantes iremos liberando, iremos levantando, iremos siendo motivo de fe y esperanza para otros. Eso es la esperanza. Ni ella ni la fe son pasivas. Son el germen del amor y éste es la raíz de las otras dos.
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Por la fe |
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