sábado, 18 de abril de 2020

CANTARÁN EN SUS TIENDAS. Domingo II Pascua.


19/04/2020
Cantarán en sus tiendas.
Domingo II Pascua                                                                     Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Hch 2, 42-47
Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24
1 Pe 1, 3-9
Jn 20, 19-31
Jesús se plantó allí en medio sin que las puertas atrancadas pudieran detenerle. Él puede penetrar hasta lo más hondo de nosotros. Desde allí brinda la paz a todos y a cada uno. Porque no hay nada en ninguna comunidad que no anide ya en el corazón de sus miembros, o de algunos pocos. Cuando desde el interior personal florece al exterior puede ser allí acogido, o no. ¿Y quién puede reprocharle a Tomás que necesite ver para creer? Él sólo ansiaba ver transfigurado el dolor del pobre, la llaga sanada ¿Y quién no ha deseado esto alguna vez? ¿Acaso no es ese dolor, el infringido y lacerante, el dolor violento que niega la fraternidad, motivo de increencia y desapego? Porque se puede comprender el mal natural y aceptar que un desastre pasó  y nadie es culpable de ello. Pero un dolor provocado, descargado sobre los demás por cualquier motivo, comprensible o no, ¿no es causa suficiente para exigir la reparación antes de creer en la bondad de un Dios que no es capaz de detener la mano homicida? ¿Merece la libertad de nadie tanto respeto? ¿No merece más el inocente que el padre detenga la mano del hermano agresor? Tomás necesitaba ver el dolor sanado igual que mucha gente necesita todavía hoy encontrar respuesta para estas preguntas.
El anhelo de Tomás fue satisfecho en aquella comunidad donde Jesús resucitado estaba presente. Nosotros, sin embargo, seguimos sin explicación para la maldad. Necesitamos ver y buscamos quien pueda transfigurarnos el dolor. Nos cuesta percibir la paz del aliento del resucitado pero aún así esa resurrección nos ha regenerado para una nueva esperanza que es resguardada por la fe. Resguardada por la fe: la fe, nuestra confianza en el amado es nuestro seguro; no es un tesoro que debamos defender del error, es nuestra determinación de esperar en aquél que nos conforta. A la luz de la fe y la esperanza, podremos ser capaces de perseverar en la comunión, de orar unidos y compartir, según las necesidades y posibilidades, todo aquello que conservemos después de desprendernos de lo caduco. Así, levantaremos un templo que acoja todas las fes y con todos celebraremos la intimidad e identidad con el alimento que nos abre a esa esperanza nueva, alegre y sencilla. Comunidad universal que acoge a todos y que obra el prodigio de hacer realmente presente al resucitado en su seno. Porque allí donde toda herida es sanada se percibe la resurrección y se hace palpable la naturaleza amorosa que hizo resurgir a Jesús desde el abismo.
Allí se puede ver a Dios. Felices los que creyeron sin ver; los que confiaron en Dios y en sí mismos para unirse y crear esa nueva porción terapéutica en medio del mundo; los que no se dejaron dominar por la ira y amaron más al Dios que descubrieron en el encuentro con los otros que a sus propias exigencias de comprender. Felices los que han aprendido a perdonarse como signo de paz y de sanación. Felices los que han entendido que la salvación del alma consiste en dejarla donde Dios la ha colocado ya: en el centro de su propio corazón, sin sucumbir a desconfianza alguna, intuyendo que amar a Dios es amar al hombre y transfigurando para todos cualquier dolor. Por eso para ellos cualquier tribulación es un aquilatamiento; un acrecentamiento de esa confianza y son capaces de entonar cantos de victoria en sus tiendas reconociendo la misericordia y la audacia del Señor. 

Cantarán en sus tiendas

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