sábado, 4 de abril de 2020

AHORA O NUNCA. Domingo de Ramos.


05/04/2020
Ahora o nunca.
Domingo de Ramos.
Mt 21, 1-11
Is 50, 4-7                                                                         Si quieres ver las lecturas pincha aquí.
Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
Flp 2, 6-11
Mt 26, 14 – 27, 66
Es domingo de Ramos. Comenzamos con la alegría en perspectiva. Los discípulos podían ver ya el triunfo en el horizonte. Ellos que habían temido subir hasta Jerusalén no veían ahora sino pura exaltación. Jesús era recibido al ritmo de Hosannas (“sálvanos ya”) y Aleluyas (“alabad a Yahweh”). Sin embargo, en pocos días todo irá adquiriendo una nueva y trágica dimensión. La liturgia nos lo avanza ya hoy, haciéndonos vivir un anticipo de lo que está por venir desde una perspectiva histórica. Ha llegado la hora de que se cumplan las antiguas promesas. El pueblo, identificado según ciertas tradiciones con el siervo sufriente, ha padecido ya todo lo que se puede sobrellevar y, sin embargo, ha mantenido la esperanza. No ha ocultado el rostro al escarnio. Su esperanza última es la que expresa el salmista: todo concluirá con él contando a sus hermanos las grandezas del Señor en una alabanza conjunta. Ese resto, esa porción, que se ha mantenido incorruptible convertirá a todo el linaje de Jacob y juntos cantarán como una sola asamblea.
Los discípulos habían visto en Jesús y en sí mismos la personificación de este siervo; perseguidos y amenazados por los sectores más fundamentalistas, habían llegado hasta allí con miedo, pero ahora pensaban que todo iba a cambiar. También Jesús, a título personal, se había identificado con ese siervo sufriente pero, por lo que podemos saber, no confiaba en que el final fuese tan halagüeño. El famoso fragmento de la carta los filipenses que se nos propone es la misma vivencia que tenían los discípulos, pero expresada ya con la convicción de la Pascua. Es una pequeña trampa.
Sin embargo, sin poéticas proféticas ni adelantos reconfortantes, la experiencia de los discípulos es que en el sufrimiento del siervo no se aprecia ningún signo de triunfo. Tan sólo Jesús recuerda el salmo, aunque no le queden fuerzas para recitarlo hasta el final. Todo concluye en este lado nuestro. No se puede ser más humano. Como todos, Jesús se asoma a la fosa sin poder decirnos lo que allí hay y sus amigos quedan aquí, como nosotros, impotentes ante la losa. En estos días en que nuestra omnipotencia europea y nort-atlántica está siendo vapuleada por un cataclismo propio de regiones más sureñas quedamos también solos ante el abismo. Caemos en la cuenta de la fragilidad que compartimos con los miles que mueren cada día sin que les dediquemos un mínimo pensamiento y se nos cita al reto de conjurar tanta inhumanidad respondiendo preguntas como: ¿Qué lección estamos aprendiendo? ¿Qué cultivo es el que preferiremos, el de una previsión que no tiene inmediata rentabilidad o el del cortoplacismo efectista? ¿Qué recortes no haremos nunca más? ¿Qué gestos potenciaremos?  Cantar Aleluya es crear asamblea universal que pueda entonar a coro el mismo salmo y proclamar Hosannas es crear las condiciones para salvarnos todos juntos, unos a otros. Ya no nos sirve el individualismo de mi gente, mi barrio, mi pueblo o mi país. Ningún “mi” nos vale como elemento de referencia. La salvación no llega desde el cielo, surge desde la raíz divina que nos habita a todos. Alabar a Dios es cambiar el pronombre: de sálvanos a salvémonos. Solo el “ya” permanece porque es ahora o nunca.

Ahora o nunca

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