sábado, 29 de febrero de 2020

SER O NO SER. Domingo I Cuaresma



01/03/2020
Ser o no ser
Domingo I Cuaresma                                                              Para ver las lecturas pincha aquí
Gn 2, 7-9; 3, 1-7
Sal 50, 3-6a. 12-13. 14. 17
Rm 5, 12-19
Mt 4, 1-11
En cuanto Jesús sintió hambre, apareció la tentación. Se transgrede la norma cuando existe una necesidad que empuja a ello, una carencia que subsanar. Hambre, sed, atención, cariño… cualquier privación puede ser nuestra serpiente. Adán y Eva lo tenían ya todo y su única tentación fue aquello que Dios había colocado lejos de su alcance. A todos nosotros nos pasa algo así. No somos conscientes del verdadero don de Dios y vivimos en una permanente insatisfacción pese a todo lo que vamos almacenando. A pesar de tener el mundo en nuestras manos y a Dios mismo desbordándose en nuestro corazón, ambicionamos lo único que él se ha reservado para sí: esa capacidad de distinguir el bien del mal. Y como no nos la da queremos apoderarnos de ella al asalto. Si nos la diese seríamos ya dioses, pero no seríamos humanos y él dejaría de ser él, se acabaría así la relación entre Dios y el hombre. Seríamos diosecillos cuyo referente se ha disuelto entre todos ellos para hacerse nada. Y es justo al contrario. Dios mismo es don para todos y en su mutuo donarse se acerca a todos y a todo sin dejar de ser él mismo: el criterio definitivo que da consistencia y sentido al mundo. Cuando Adán y Eva comieron de ese fruto comprendieron su propio vacío y la imposibilidad de ser esa parte que Dios se había reservado para sí. Se vieron desnudos porque se había puesto al descubierto su pretensión y su incapacidad.
El pecado no es más que vivir siendo aquello que no somos; dejar caer en el olvido el don recibido para pretender usurpar el puesto de Dios identificando nuestra carencia con un castigo y no como una dirección en la que crecer. Somos dioses, somos parte de la divinidad, obra suya creada a su imagen que está llamada a construir activamente su semejanza y a edificar un mundo con esa misma imagen que somos y recibimos de él. Pero no según  nuestra propia imagen y beneficio. También Jesús tuvo sus tentaciones y al descubrirse pobre y limitado sintió la provocación de construirse a sí mismo y vivir su vida según su propia idea. Pensó en limitarse a lo inmediato, de ser sólo un hombre más, con la mirada extraviada tras la comodidad y muy distinto del hombre soñado por Dios. Pensó en buscar la aprobación en la espectacularidad de alardes taumatúrgicos para ser coronado como un dios tal como todos los demás lo entendían. Y pensó, finalmente, en servirse del poder y la riqueza y reunir partidarios y fondos que sustentasen su causa. Supo, sin embargo, permanecer desnudo y mantener la confianza. Supo ser un hombre íntegro, un Dios verdadero y un aliado de todos los desheredados. Por esto fue él el hombre (Adán) encargado de reparar lo que el originario estropeara. Adán es un nombre genérico que la Biblia personaliza en ocasiones. Lo mismo significa hombre (ser humano) que tierra (su materia prima). Cualquier ser humano que cede al impulso de posesión y depredación se desvirtúa y renuncia a su naturaleza más íntima. Cualquier ser humano que resiste ese impulso repara el daño causado por otro. Jesús repara el pecado de la humanidad por ser hombre, no por ser Dios. Y siendo hombre nos enseña el modo correcto de alcanzar lo que no tenemos, de ser Humanos plenos y Dioses verdaderos, no según el estilo de nuestros propios dioses sino el de Dios: compartiendo lo recibido; vaciándonos sin dejar de ser lo que somos.  

Ser o no ser


sábado, 22 de febrero de 2020

LA EVOLUCIÓN


23/02/2020
La evolución.
Domingo VII T.O.                                                                Para ver las lecturas pincha aquí
Lv 19, 1-2. 17-18
Sal 102, 1-4. 8. 10. 12-13
1 Cor 3, 16-2
Mt 5, 38-48
Hemos dicho muchas veces que Jesús fue un judío que supo encontrar una nueva forma de relacionarse con Dios buceando en lo profundo de la milenaria tradición de su pueblo. Es verdad, pero con esa nueva forma de relación estaba dando grandes pasos para distanciarse de una visión de Dios que descubría ya pasada. Esa actualización, sin embargo, no se traduce en renegar de lo anterior sino en rescatar lo mejor, que había quedado enterrado entre una montaña de reglamentación ritual, y hacerlo relucir dándole una vuelta más. En una evidente conexión con el evangelio de la semana pasada, ni un solo punto de la ley será pasado por alto sino que, al contrario, todo se llevará a un nuevo e insospechado nivel. Lo fundamental de la religión es aspirar a la santidad, porque la santidad es Dios mismo; sólo él lo es auténticamente. El Levítico constituye el centro del Pentateuco y el Código de Santidad, al que este pasaje pertenece es el corazón de la Ley. Esa Ley, idealmente colocada en los tiempos del éxodo, es en realidad un producto de la teología sacerdotal del Templo de Jerusalén y resume la pretensión de aquellos judíos de apartarse del mundo para alcanzar esa santidad que ellos no veían posible en contacto con los otros pueblos. Por eso se prescribe el amor al prójimo, al cercano, al compatriota.  Los otros pueblos quedan excluidos. Pero ojo, es un amor exigente que reprende al hermano sin odiarlo so pena de hacerse cómplice de su pecado. Amar es desear que el amado llegue a ser lo mejor que él pueda ser; no se aceptan medias tintas. La misericordia es atributo de Dios, a quien se confía el creyente y se encomienda al hermano recalcitrante.
Jesús recoge este mismo espíritu y lo reinterpreta profundizándolo. El Talión fue un gran adelanto para su época, pródiga en venganzas y resarcimientos sangrientos, pero ha llegado el momento de amar también a quien nos agravia. No existe otro modo de detener la espiral de violencia. El amor al enemigo es otra formulación para el amor al extranjero, al distante, ya lo fuera étnica, ideológica o religiosamente. Los compatriotas eran de la misma raza, eran hermanos. Los demás no estaban a su altura y podían volver a hacerles caer en la tentación atrayendo sobre ellos un nuevo desastre. Ya no será así, según Jesús. Y todavía cabe dar un paso más y decir lo mismo de quienes, sean de donde sean, no te aman: enemigos en el sentido más clásico y evidente del término. Amar a quien ya nos ama ¿qué mérito tendrá? Amar al enemigo es mucho más. Pero a él se le ama también con la misma exigencia que al amigo. Es decir, confrontándole su actitud, diciéndole claro que eso está mal hecho, mostrándole las consecuencias de sus actos y denunciando sus malos pasos.
Nada hay aquí de resignación o de “dulce humildad”. Somos Templo de Dios y es el Espíritu quien habita en nosotros y quien habla por nuestra boca. El mundo considerará esto una necedad, pero nosotros sabemos que esta es la perfección que Dios nos pide; esta es la santidad a la que estamos llamados. La verdadera religión se mide por su compromiso ético, no por su perfección ritual ni por su capacidad de camuflaje. Esta fue la gran evolución que inició Jesús en el seno del judaísmo de su tiempo. Y es la misma a la que se nos convoca.

La  evolución.

sábado, 15 de febrero de 2020

UN CANTO A LA LIBERTAD. Domingo VI Ordinario.


16/02/2020
Un canto a la libertad.
Domingo VI T.O.                                                                                 Para ver las lecturas pincha aquí
Si 15, 16-21
Sal 118, 1-2. 4-5. 17-18. 33-34
1 Cor 2, 6-10
Mt 5, 17-37
Eres libre de escoger aquello que quieras. Pero para eso debes conocer perfectamente cuales son los términos de la elección: entre qué polos te mueves. Entre el agua y el fuego, nos dice Ben Sirá. Dios pone ante ti el mundo entero y no te obliga a nada. La muerte y la vida se despliegan en tu presencia para proponerte opciones diversas. Pero Dios no es un juez imparcial que premiará o castigará tu opción. Dios te ve, dice el texto, te conoce, está amorosamente pendiente de ti. Extiende ambas opciones en el interior de tu propio corazón y allí susurra: “si quieres…” Es decir: si lo deseas, si te atreves a dar un paso más… Pero recuerda que a nadie se le obliga a ser impío. Ésta afirmación, para el lector del Sirácida, suponía una liberación, pues en los tiempos antiguos todo era obra de Dios, incluso la maldad del Faraón. Lo inicuo de este mundo obedecía a la finalidad de revelar la bondad y la justicia de Dios. Pero ya no hay más marionetas, el mal que tú puedas hacer es ciertamente dañino pero es tuyo, no impuesto por nadie. Es tuyo y tú puedes enmendarlo. La primera condición de la libertad es la responsabilidad.
Pablo nos aclara que el criterio de cualquier elección es, para nosotros, ajeno a las normas que orientan a muchos en este mundo. Lo único que está ya predestinado para todos es la sabiduría que voluntariamente podemos acoger o no. Y es esa sabiduría la que los príncipes de este mundo desprecian. Ellos prefieren la seguridad del mundo, la lógica de la norma, el cumplimiento estricto de la ley y el refugio en la apariencia. Son inmunes a la acción del Espíritu que lo sondea todo y no deja fuera ni lo profundo de Dios. Conocer a Dios es permanecer en el Espíritu pues en él, Dios y yo somos uno. Pablo nos trata de perfectos porque en la comunión con ese Espíritu tenemos la perfección misma de Dios a nuestro alcance y allí se nos trata siempre como si viviésemos ya la perfección que estamos llamados a ser. De otro modo, no podría dársenos libertad de elección. Nuestras limitaciones son lo que Dios conoce mejor que nosotros mismos y para ellas nos ofrece sanación. La segunda condición de la libertad es la acogida de lo que somos.
“Ábreme los ojos” pide el salmista, para que nada de tu oferta me pase desapercibido, para ser en plenitud, tal como dice Jesús. Él no ha venido para abolir ni una coma de la Ley, ni la letra más pequeña, porque la Ley revela, a quien quiere verla, la oferta de Dios, su invitación a la vida. Pero quien no quiere verla se escuda en la literalidad de los preceptos. Y la fidelidad al precepto sólo trae la trampa y el abuso. No se trata de cumplir nada, sino de ser, de vivirnos desde la raíz. No matar es obedecer un precepto; no cultivar la ira es mantenerse fiel a nuestra naturaleza sin permitir que se desvirtúe. Es una opción personal y nunca es sencilla, pero nos construye al tomarla. Practicar la sencillez de la recta intención que Jesús propone nos hace comprender la profundidad de la Ley en sintonía con nosotros mismos. No es al revés, a partir de la Ley, como se conoce a Dios. La Ley es expresión del descubrimiento interior. Pero mientras ese descubrimiento no llegue será sólo una lista de preceptos. La tercera condición de la libertad es la permanente construcción personal.

Un canto a la Libertad

sábado, 8 de febrero de 2020

ESPECIAS SOLIDARIAS. Domingo V Ordinario


09/02/2020
Especias solidarias.
Domingo V T.O.                                                                             Si quieres ver las lecturas toca aquí
Is 58, 7-10
Sal 111, 4-8a. 9
1 Cor 2, 1-5
Mt 5, 13-16
No podremos decir que el profeta se haya mostrado hoy misterioso. No deja resquicio alguno para la duda. Está proclamando un oráculo que habla del ayuno como modo de que las súplicas del hombre sean oídas en lo alto. Pero el ayuno habitual no le es grato al Señor; por eso propone él otro ayuno diferente: romper yugos y liberar a los quebrantados. Es aquí donde comienza nuestra lectura de hoy: partir tu pan con el hambriento, hospedar al pobre, cubrir al desnudo y no desentenderte de los tuyos… Entonces clamarás al Señor y te responderá. La oración sólo llega a Dios cuando tu amor ha llegado al prójimo. Serás luz para el mundo cuando rechaces la opresión y sacies al alma afligida. Aunque la liturgia omite el comienzo del pasaje, la respuesta de Dios a la pregunta del ser humano se abre y se cierra con una invocación a la justicia, con una llamada al ejercicio liberador como requisito ineludible para que Dios mismo transforme nuestra oscuridad en mediodía.
Ese mediodía es el que proporciona la sabiduría definitiva, considerada necedad por el mundo. La sabiduría secular no llega a captar la riqueza de la oferta divina porque se auto limita a lo ya conocido y no es capaz de discernir en la oscuridad. Es preciso buscar fuentes de iluminación alternativas y las que Dios propone son completamente paradójicas; en modo alguno cabría esperar que un crucificado salvase al mundo. Dios ni ve ni valora con los mismos criterios que los hombres y, sin embargo, se pone en sus manos y se deja juzgar por ellos hasta desaparecer, hasta verse aniquilado según sus proyectos y conveniencias.
 Del mismo modo desaparece la sal que está llamada a dar sabor, pero no a perdurar ni imponerse por encima de los alimentos: está llamada a realizar su función dando de sí hasta confundirse con lo demás. Sólo un mundo bien sazonado podrá percibir la luz que Dios le ofrece y esa sazón es nuestra labor. Somos la luz que nuestras buenas obras transmiten; la que nuestro esfuerzo liberador conquista. La luz se percibe en la oscuridad. Brillar entre los hombres es hacerse presente en su realidad y empeñarse en expandir las nuevas posibilidades de percepción; es devolver la dignidad y la capacidad de auto construcción, como persona y como pueblo. También la luz se agota al iluminar. Da de sí hasta que su existencia se hace irrelevante. También Jesús es claro hoy. De nuestro obrar depende que el mundo pueda contemplarse a sí mismo con ojos nuevos, con los ojos de Dios, y descubrir en su seno la verdad que se esconde allí donde antes sólo veía necedad.
Desaparecer, sin embargo, no es aniquilarse. Es hacerse uno con aquél al que sazonas o alumbras. De hecho, esta re-unión es el detonante que enciende la mecha o funde la sal. No hay verdadera común-unión donde tan sólo hay asistencialismo. Eso ni alumbra ni sala. Hacerse uno con el otro es vivir plenamente el vínculo que nos suelda unos a otros y nos solidifica, nos hace solidarios. La sal y la luz son solidarias. Junto a aquello que afectan se transforman en algo nuevo, mejor y distinto de lo que ya había. Igual que Jesús, crucificado por hacerse uno con los rechazados, tal como nos recuerda Pablo, terminó permaneciendo en todos ellos en una unidad definitiva y consciente para todos.

Especias solidarias



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