sábado, 30 de diciembre de 2023

DÍA DE LA FAMILIA.

31/12/2023

Día de la Familia.

Si 3, 2-6. 12-14

Sal 127

Col 3, 12-21

Lc 2, 22-40

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El cristianismo habla sobre la construcción del Reino de Dios y ese Reino es una sociedad que funciona según los criterios de Dios. Allí nadie carece de lo básico y lo superfluo no llega hasta que toda necesidad está cubierta. Allí la justicia es el criterio fundamental y el amor, origen y fruto de esa justicia, lo es todo. La fiesta de hoy quiere presentar a la familia como el núcleo básico de esta construcción. Pero, aquí está el quid del asunto, no es un núcleo cerrado, sino abierto.

Una vez más, podemos ver en estas lecturas una exposición en clave evolutiva. Para el salmista, la familia es la recompensa del hombre que teme al Señor. Su mujer y sus hijos serán fuente de satisfacción y orgullo para él; su propio honor, elemento fundamental en la construcción social mediterránea, está en ellos. En el Sirácida todo sigue girando en torno al padre, aunque la madre gana ya cierto protagonismo y es reconocida como acreedora del mismo respeto y reconocimiento que el padre por parte de los hijos. Esta visión veterotestamentaria es aún cerrada; considera a la familia como un bien particular. En este ambiente surge Jesús que viene al mundo en el seno de una piadosa familia judía, que cumple la ley y vive en la espera del mesías. Simeón aparece como un hombre justo en el que mora el Espíritu y que espera la consolación de Israel; la liberación. Este niño que tiene ahora en brazos es el liberador esperado pero Simeón intuye ya que no trae la liberación que ellos esperaban, por eso una espada atravesará el corazón de María. Su hijo será el libertador que ella aceptó gestar, pero no como ella creía que iba a hacerlo. Este niño levantará a muchos y hará caer a otros; no sembrará la unidad frente al enemigo, sino la división en Israel. Los caminos del Señor no son los nuestros. Este niño dirá que la familia es una realidad abierta reunida bajo un único Padre y en la que los lazos de sangre no son los definitivos. Años más tarde, el autor de la carta a los Colosenses coloca al mismo nivel la responsabilidad ética y celebrativa para con los miembros de la comunidad y la vida intrafamiliar. Todo se basa en el amor y en la conflictiva paz de Cristo a la que todos hemos sido convocados como un solo cuerpo. La comunidad y la familia son vasos comunicantes. Una y otra deberían funcionar según los mismos principios. Sería deseable que, siguiendo las palabras de Jesús, la comunidad fuese una gran familia y la familia una pequeña comunidad.

Nuestra idea de familia está muy marcada por la imagen que se le pide a los colosenses en la que los roles siguen estando perfectamente definidos. Sin embargo, en nuestra realidad social existen otros modelos familiares. Todos deberían ser defendidos siempre y cuando sean realidades abiertas que vivan entendiendo que la autoridad, el amor, la obediencia y el respeto no son exclusivos de una persona, sino patrimonio de todos. El autor de la carta a los colosenses hablaba para gentes de su época y sus palabras son ya un adelanto respecto a las del salmista y alas de ben Sirá. Tendremos que buscar la forma de concretar un modelo familiar que incluya a todos los modelos y en el que lo definitivo sean las actitudes de fondo. Los roles se desempeñarán según el carácter de las personas, pero lo definitivo son los principios y la voluntad de no atrincherarnos, sino de, como Ana, anunciar lo esencial y compartir el amor con todos los demás y construir Reino.  


Día de la familia. Simeón y Ana 


jueves, 28 de diciembre de 2023

SANTOS INOCENTES

28/12/2023

Santos Inocentes.

1 Jn 1, 5 – 2, 2

Sal 123, 2-5. 7b-8

Mt 2, 13-18

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En un día como hoy sería sencillo hablar de los Inocentes haciendo referencia a la desastrosa e inhumana situación que se vive en Palestina. La carga cultural y religiosa que aportan los actores y escenarios del conflicto acentúan esta facilidad. Sería sencillo y es realmente obligatorio no olvidar esa vergüenza que nos salpica a todos; esa y muchas otras.  Una búsqueda rápida en internet nos habla de más de 50 conflictos armados en el mundo en este año que termina. La mayoría de ellos, enquistados desde hace tiempo. El interés de los medios y sus financiadores hace que se hable de unos más que de otros y los televisores y los móviles se nos llenan de imágenes inhumanas. En todas ellas el número de víctimas inocentes es muy elevado. Inocente es quien no ha cometido mal. A pesar de eso se ven envueltos en las luchas de otros y terminan siendo daños asumibles, colaterales. Son quienes pagan los desmanes de otros que,  por diferentes vías, consiguen grandes beneficios.

Sería sencillo hablar de los inocentes aludiendo al sufrimiento de tantas víctimas de guerra porque lo son, no nos engañemos. Quien piense que, en pleno siglo XXI, las guerras tienen todavía algún sentido solo puede hacerlo en atención a sus propios intereses. Pero existen muchos otros inocentes: los que migran buscando un futuro mejor; los que a cualquier edad y en cualquier lugar sufren cualquier acoso o discriminación por cualquier causa; los que se ven en la calle a causa del funcionamiento del orden económico; los que son apartados de las comunidades por la intransigencia de la gente de orden que ve en su forma de vivir un pecado inaceptable; los que sufren condenas desproporcionadas por delitos menores, pero necesarios; los que a la fuerza olvidan su dignidad por conseguir mantenerse gracias a la “misericordia” de otros; los que no son educados para la vida sino para la comodidad, los que trabajan por una miseria para que otros vivan gozando... inocentes no son solo quienes no hacen mal, sino quienes pagan las consecuencias de un sistema que beneficia a unos pocos.

Hoy, sin embargo, sin olvidar a todos estos, llega el momento de descubrir nuestra parte de culpa en tanto sufrimiento. Precisamente porque no les olvidamos. Porque, como dice Juan todos pecamos en mayor o menor medida. Se podrá buscar la definición que nos parezca más canónica o acertada, pero el efecto final es que el pecado produce daño a la gente. Y eso es lo decisivo. Hoy es día para agradecer con el salmista que, por muchos medios y gracias a muchas personas, el Señor nos ha salvado de la fosa. Es día también para disponernos a ser José para muchos otros y estar atentos a las señales y los sueños para poder llevarles a lugar seguro. Tenemos quien limpie nuestro pecado, pero el daño tendremos que repararlo de algún modo, por eso, habrá que ver también como reparar el mal: el que hemos causado y del que somos cómplices. Habrá que romper silencios, suturar heridas y buscar alternativas. Apremia ya transformar nuestra vida para que sea lo más inofensiva posible para todos, sobre todo para las mayorías que, anónimamente, trabajan en beneficio nuestro. Urge alzar la voz frente a tanta barbarie y si hemos de colgar muñequitos que sean de denuncia para señalar actitudes contrarias al amor, a la luz de la que habla Juan; monigotes que identifiquen a quien necesita conversión. A estos habrá que exigirles reparación y a los inocentes habrá que pedirles perdón. Ambas cosas conforman eso que llamamos justicia y que aún no entendemos de modo divino.


Santos inocentes. Grabado en madera de Julius Schnorr von Carolsfeld (1860)


lunes, 25 de diciembre de 2023

SER REGALO PARA TODOS. Navidad.

25/12/2023

Ser regalo para todos.

Navidad.

Is 52, 7-10

Sal 97, 1-6

Hb 1, 1-6

Jn 1, 1-18

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Existe un punto de inflexión al que solo Dios es capaz de llegar. En ocasiones, en nuestros mejores sueños habíamos imaginado que llegaba hasta nosotros y se quedaba aquí. Pero en este deseo llegaba revestido siempre de gloria y oropeles. Los dioses que llegaban hasta nosotros lo hacían siempre imbuidos de poderío; rodeados de ejércitos y dotados de poderes sobrehumanos que subrayaban la afirmación del “Ya estoy aquí”. Todas las tradiciones presentan relatos en los que Dios desciende en diferentes formas y maneras. La nuestra señala que lo hace haciéndose uno más entre nosotros desde el momento inicial. Es decir, apareciendo, como cualquiera, completamente indefenso y teniendo que aprenderlo todo. Tal barbaridad solo podía ocurrírsele a él. Es tan absurda que tiene que ser real.

Las lecturas de hoy muestran una línea evolutiva a la hora de concebir la presencia de Dios entre su pueblo. Isaías y el salmista cantan su fidelidad y sostén en las peores situaciones; gracias a él la victoria ha sido posible. Juan después de cantar los prodigios de la creación llevados a cabo por el Verbo y, a la vez, el alejamiento de esta creación respecto a su origen, hace especial hincapié en que ese miso Verbo se hizo carne. El autor de hebreos narra que nuevamente, tras ser carne, volvió a las alturas. Ese es el esquema básico de la encarnación, de la asunción de la debilidad.

Aunque todos imaginásemos un Dios llegando en medio de la espectacularidad de la victoria sobre los enemigos, en realidad lo hace en silencio y de forma callada. Así lo hizo hace un par de milenios dando comienzo a una historia inusitada. Lo inenarrable e inaudito que el mismo Isaías profetizó y la comunidad cristiana entendió referido a Jesús, comenzó en ese momento. Es más, fue posibilitado por ese momento. Del mismo modo, lo inaudito y nuevo en nuestras vidas surgirá si aceptamos que ese mismo Verbo nazca en nosotros; si permitimos que realice cambios en nuestro disco duro. Modificar los esquemas, el programa, con los que funcionamos es, en primer lugar, hacerse consciente de que la posibilidad de cambio real habita en nosotros; la nueva humanidad no llegará impuesta desde fuera. En segundo, tomar la decisión de ir yendo, de ponerse en camino hacia aquello y aquel que esperamos; hay que salir y practicar amorosamente la justicia, sanar y consolar. El tercer paso es darse cuenta de que con esta actitud nos colocamos en favor de unos y nos hacemos denuncia para otros; ese es el resultado de tener claro a quién espero. Finalmente, tendremos que estar abiertos a transformarnos en fuerza de Dios, porque en todo esto vamos llamando a otros y otras a la misma maternidad que ha hecho de nosotros una realidad nueva, en camino y autoconsciente de sus opciones y su posición. Es así como podremos darle la vuelta al mundo y transformar cualquier pesebre en una cuna. Jesús, que según la tradición cristiana, nació tal día como hoy hace ya unos años y que, en cualquier caso, llama cada día a nuestra puerta para nacer en nosotros nos resumió todo esto diciendo que nos amásemos como él nos había amado; que nos hiciéramos uno con los demás, que dejásemos nuestra zona de confort y nos encarnásemos en realidades concretas para construir desde abajo con quienes allí habitan. Que nos hiciéramos uno con otros muchos; que fuésemos regalo para todos.


Ser regalo para todos


Feliz Navidad a todos

sábado, 23 de diciembre de 2023

LA FUERZA DE DIOS. Domingo IV Adviento

24/12/2023

La fuerza de Dios.

Domingo IV Adviento.

2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16

Sal 88, 2-5. 27. 29

Rm 16, 25-27

Lc 1, 67-79

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Se avecinan cambios inimaginables. El rey David quiere construir un Templo para Dios. Eso es lo propio de cualquier dios; mejor, de cualquier nación que se precie de tener el favor de ese dios. Pero David es sincero en sus intenciones: no le parece bien que Dios habite en una tienda; ese no es un lugar digno. Es esta una opinión muy extendida aún hoy. El salto cualitativo lo da el propio Dios porque él siempre tiene otro punto de vista; diferente incluso al del profeta Natán. Él, que ha acompañado al pueblo en los buenos y en los malos momentos, no le va a dar la espalda, sino que le proporcionará una casa definitiva en la forma de dinastía que pueda mediar entre ambos. El salmista expone esta misma realidad. La descendencia de David será el lugar de encuentro. Sin embargo, el tiempo vendrá a mostrar que esa intención de Dios se arruinó por la inconstancia de los seres humanos.

Los dones divinos no son particulares, sino que se conceden para el bien de todo el pueblo. Y en ocasiones pueden representar cierta incomodidad para quienes lo reciben. Es el caso de María, que de la noche a la mañana se encuentra con la petición de acoger en su seno un niño sin padre. Esto podría representar la ruina para ella, cosa de la que no se habla en el pasaje de la anunciación que hoy nos ocupa. Resulta así ser un pasaje poco realista, estructurado según otros relatos de anunciación. Es un texto que quiere transmitir un mensaje; no levantar acta de un momento concreto. Y el mensaje es que Dios, pese a la cabezonería de su pueblo, no ha olvidado la promesa que le hiciera a David. Gabriel, la “fuerza de Dios”, se presenta ante ella para anunciarle que Dios le dará un hijo que renueve definitivamente esa alianza con la casa de David. Es el motor nacionalista el que mueve a María a aceptar y el que explicaría también su extrañeza ante el actuar de su hijo en algunos pasajes evangélicos, pero eso es otro tema.

Del mismo modo que María todos somos hoy invitados a la maternidad. Dar a luz es la transformación efectiva de cada uno en el nuevo ser humano que pueda implicarse en la historia del pueblo. La decisiva intervención de Jesús nos hará ver que estamos hablando ya de un pueblo universal, no limitado por frontera alguna. Así lo expresa Pablo en el fragmento que hoy leemos de su carta a los romanos: que a través de Jesús, por medio del evangelio que se nos predica, todas las gentes demos gloria a Dios por los siglos. Por otro lado, la excepcionalidad de Jesús que Lucas da a entender en su relato no puede ser tomada como excusa. La “labor” de Jesús consiste en dar a conocer lo ilimitado del plan de Dios por su amplitud y por lo que cada una, cada uno, podemos dar. Nuestra naturaleza humana es capaz de acoger a Dios y hacerlo nacer en su interior, si se le hace sitio. Como resulta que Dios es incontenible, si realmente le dejamos habitarnos nos llevará donde no sospechamos. Así, la casa que Dios ofrece a su pueblo pasa por la decisión libre de cada uno y es una casa que quiere abarcar a toda la humanidad. No hay nada en estos relatos que invite a una interiorización exclusivista ni a una familiaridad restringida. La “fuerza de Dios” salva la distancia que nos separa de los demás y, si la acogemos, nos llevará a superar cualquier motivación mal entendida. 


La fuerza de Dios


sábado, 16 de diciembre de 2023

¿A QUIÉN ESPERO? Domingo III Adviento

 17/12/2023

¿A quién espero?

Domingo III Adviento

Is 61, 1-2a. 10-11

Lc 1, 46-50. 53-54

1 Tes 5, 16-24

Jn 1, 6-8. 19-28

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De nuevo nos insiste hoy Juan Bautista en que él es solo el precursor de quien ha de venir. Siglos antes, Isaías había descrito la experiencia de quien se ve lleno del Espíritu de Dios. En esa plenitud la persona es capaz de transformar positivamente la realidad. El sufrimiento está llamado a desaparecer porque lo que se manifiesta plenamente es la justicia de Dios.  Y su justicia no reconoce como tales a nuestros cautivos y prisioneros. Esta misma experiencia es la que se atribuirá después Jesús; pero no Juan. De forma similar, el salmo de hoy muestra como la propia María comparte la misma vivencia. De ella aprendería Jesús que la presencia del Espíritu implica la transformación del mundo. Pero el protagonista de hoy es Juan.

Juan era un hombre enviado por Dios. En su época se esperaba al mesías, que él se apresura a decir que no es. Del mismo modo, dice que tampoco es Elías, prototipo de profeta que, según el relato bíblico, fue arrebatado al cielo en vida y de quien se aguardaba el regreso. Y mucho menos es el Profeta, personaje anónimo prometido por Moisés al pueblo para guiarle. Juan tan solo bautizaba y predicaba la conversión. El bautismo era un rito penitencial habitual en la época y la conversión era una constante en la predicación de los profetas que hacían llegar al pueblo la palabra de Dios. Juan surge del desierto, de la aridez de quien se vuelve hacia sí mismo para descubrirse sin florituras ni autoengaños. Sabe quién es y quien no es.  Es voz que grita en el desierto; habla en nombre de Dios a quien no quiere oírlo. Este es un desierto estéril, distinto de aquel otro en el que Juan se conoce a sí mismo. Aquel está vacío de lo que no sea verdadero; en este tan solo cuentan las apariencias y las expectativas de los diferentes grupos, tan incapaces de escuchar como de escucharse. Por eso no entienden que Dios tenga que venir para transformar su justicia, porque ellos piensan que ya es acertada y mucho menos aún entienden que la espectacularidad que anhelan para poder creer tenga que asociarse con sanar pecadores antes que con el restablecimiento de la gloria pasada. Juan solo anuncia que ya está cerca el que lo cambiará todo, pero lo hará de u modo que nadie esperaba.

Esta es la importancia de parar para conocerse y saber si somos los que acusan y encarcelan o los que sanan y devuelven la visión. Si, tras examinarlo todo, nos situamos al lado de los que sufren o somos de los que, ciegamente, contribuyen a su sufrimiento. Lo que hacemos no es lo que somos; pero lo que verdaderamente somos se nos queda muchas veces en el tintero. Llegar a conocerse es ver cuánto hay en mí de lo que espero y ponerlo a funcionar con alegría. Mientras que, por otro lado, conformarse con esperar a personajes prometidos en el pasado tiene el peligro de no reconocerlos cuando llegan porque los enviados verdaderos descubren qué cosas hay que transformar y con mucha frecuencia saben mejor quién no son que quienes son. No son quienes cumplen las expectativas que confirman el orden existente, sino quienes lo ponen todo del revés y lo reorientan de nuevo hacia Dios. Ni Elías ni Moisés podían volver a darse porque ya no era el momento ni el contexto. Es un punto clave para quienes esperamos que Jesús nazca en nuestros corazones ¿Qué Jesús espero?¿Al que sana y libera o al que restablece el orden que encarcela y condena?


¿A quien espero?


sábado, 9 de diciembre de 2023

VAMOS YENDO. Domingo II Adviento

10/12/2023

Vamos yendo.

Domingo II Adviento.

Is 40, 1-5. 9-11

Sal 84, 9ab. 10 -14

2 Pe 3, 8-14

Mc 1, 1-8

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Se acercan tiempos nuevos, pero no por arte de magia. Jerusalén, dice Isaías, ha recibido doble paga por sus pecados. La misericordia de Dios es así. Coge el mal que hacemos, lo pesa y nos devuelve el doble de lo entregado, pero transformado en bien. Digamos entre paréntesis que esta metáfora no es bíblica, pero si estuviese en la Biblia muchos creerían que es tan real como muchas otras que aparecen en sus páginas… cerramos paréntesis. Dios no espera a que yo haga algo concreto para tener misericordia de mí. El profeta anuncia la llegada de Dios mismo  que viene con poder para allanar colinas y enderezar lo torcido; para reunir a su pueblo. Siglos más tarde, Pedro insiste en seguir esperando. Él le da un toque más apocalíptico a su mensaje. Sin embargo, aunque el mundo vaya a tener un final, cosa que la física confirma hoy por hoy, no debemos deponer la esperanza. Muy al contrario, mantenemos la confianza en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.

La cuestión es que si es nuevo, no va a ser como lo que ya conocemos. Pues, ni ojo vio ni oído oyó… Así, a pesar de que haya quien se considera ya testigo del futuro, nada sabemos de lo que viene. Tenemos, sin embargo, pistas que nos orientan. Una de ellas nos la aporta Isaías: consolad a mi pueblo; Pedro, por su parte, habla de un mundo donde habite la justicia. Con que en eso nuevo que viene los sufrimientos serán consolados y se dará, por fin, la justicia. Este es el paisaje que pinta el salmista. Aunque el mundo esté, según la física, llamado a desaparecer dentro de unos miles de años aún tenemos tiempo de hacer de él un lugar mejor. Porque tanto Pedro como Isaías, como el propio salmista nos llama a ser protagonistas de ese cambio que está llegando.

Tendríamos que ser como Juan, que grita en el desierto, y no colgarnos medallas por todo lo que hacemos bien. El cambio definitivo no vendrá de nuestras manos, pero con ellas podemos hacer presente a quien sí puede transformarlo todo. Jesús vino a hablarnos del amor de Dios. Nos dejó el Espíritu, que es motor que nos anima en la implantación de ese amor. Sin embargo, nos hemos quedando mirando al cielo esperando que vuelva y hacemos oídos sordos a las mociones del Espíritu. Recordar cada año que Jesús está llegando es recordar que ya vino y nos dejó claro lo que teníamos que hacer. Esperar que nazca cada año es recordar que a veces se nos va el norte; es una oportunidad de conversión y de volver a empezar. Es caer en la cuenta de que sigue desde nuestro interior impulsándonos a hacer justicia y a consolar cualquier sufrimiento. La lluvia y la abundancia de las cosechas se darán cuando practiquemos la justicia. Eso sí es una imagen bíblica, pero la hemos olvidado en beneficio de otras… El mensaje de novedad es para este mundo. La justicia y el consuelo no son reserva para el venidero. Es aquí donde toda la tradición bíblica dice que va a crecer lo nuevo, sea como sea. Tal vez el amor sea capaz de revertir ese proceso físico que llama al mundo a la extinción. Tal vez no y esa extinción sea un paso necesario para alcanzar lo definitivo. En cualquier caso, tiempo tenemos y cada año volvemos a anunciar que viene; tal vez vaya siendo hora de comenzar a decir que vamos nosotros; que un trozo el camino lo conocemos y que para lo desconocido nos queda la confianza… pero vamos yendo.  


Vamos yendo


sábado, 2 de diciembre de 2023

SE ACERCA LA NUEVA HUMANIDAD. Domingo I Adviento

03/12/2023

Se acerca la nueva humanidad.

Domingo I Adviento

Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7

Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19

1 Cor 1, 3-9

Mc 13, 33-37

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Como ya quedó dicho en alguna ocasión, la mentalidad semita más antigua consideraba a Dios autor de todas las cosas y realidades; incluso del endurecimiento del corazón humano. Así le pasó a Faraón en los tiempos de Moisés y así nos lo recuerda hoy Isaías. Pese a todo, existen seres humanos capaces de esperar en Dios; de recordar sus caminos y practicar la justicia. Desde esta perspectiva, esa actitud incomprensible de Dios podría comparase a un recurso pedagógico. Esta imagen nos resulta hoy insostenible pero podemos rescatar de ella la intuición que nos habla de la capacidad humana para ejercer su libertad natural y practicar el bien venciéndose a sí mismo, siendo este sí mismo, en muchas ocasiones, el dios al que más escuchamos. Esa es una buena victoria sobre nuestra más íntima idolatría. Por otro lado, Isaías realiza otras dos afirmaciones importantes: la primera, que Dios ha rasgado el cielo y ha descendido junto a nosotros y ha cumplido así la aspiración humana de derrotar el egoísmo y la injusticia. A partir de este momento podemos reconocernos como obra de la mano divina; como la arcilla del alfarero. Esta es la segunda afirmación.

Pero somos arcilla libre; no simplemente moldeada, sino que quiere, por determinación propia, acomodarse a la voluntad del artesano. Por eso somos capaces de pedirle a Dios que baje y se acerque. Así lo pide el salmista y nosotros heredamos hoy su oración como invitación a solicitar esa misma intervención en nuestras vidas. En este comienzo de año encontramos de nuevo a Dios a la puerta. El siempre está adviniendo y nuestra naturaleza humana nos hace capaces de invocarle al practicar la justicia. Podrán existir también otras invocaciones, pero están vacías; son incapaces de surtir ningún efecto. Jesús deja definitivamente de lado esa idea de Dios endurecedor de corazones y apela a la responsabilidad de cada uno. Todos, sin excepción, tenemos nuestra faena. A todos se nos insiste en no quedarnos dormidos. El sueño es imagen del orden anterior, del centramiento en uno mismo, de rendirse al hastío de lo fútil. Despertar es abrirse a lo que está llegando.

 Pablo insiste sobre el hecho de que hemos sido enriquecidos en el hablar y el saber ¿Qué otra cosa podemos esperar? No carecemos de ningún don. Somos perfectamente capaces de convertir nuestra vida en un compromiso real y concreto con la justicia que Dios espera de nosotros. Él mismo se hizo uno como nosotros suturando la distancia que nos separaba y así cumplió nuestra primera y más radical aspiración: una compañía similar a nosotros, porque el mundo que nos contenía se nos quedaba pequeño. No somos una realidad individualizada sino que al optar por mantener la justicia de Dios hacemos real y efectiva su comunicación con nosotros y con todos los demás a través nuestro. Nos constituimos humanos en la medida en que nos unimos a otros. Nuestra intimidad es la puerta a la que Dios llama para, a través de ella, encontrarse con todos los demás. Ese es su encargo y la plenitud de dones que poseemos. Participar de su vida es la labor que nos encarga. Se acerca quien nos acerca a todos. Dios no se va a hacer carne como una exclusividad digna de admiración sino actualizando en nuestra profundidad la capacidad de colocarnos en dirección y referencia a los demás. Lo que se está acercando es la nueva creación.


Se acerca la nueva humanidad