sábado, 27 de abril de 2019

EL SOPORTE DE LA PAZ. Domingo II Pascua


28/04/2019
El soporte de la Paz.
Domingo II Pascua
Hch 5, 12-16
Sal 117, 2-4. 22-24-27a
Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19
Jn 20, 19-31
Jesús dio en vida cuanto tenía: a sí mismo. Una vez resucitado siguió con la misma dinámica y entregó a sus amigos cuanto era: la Paz. En vida, Jesús vivió compartiendo externamente con todos su confianza interna en el Padre y en el impulso del Espíritu, con la seguridad de quien se siente acompañado en lo más íntimo. Por lo que podemos saber, su experiencia interna sostenía su forma nueva, absolutamente nueva, de estar en el mundo, ajena a la violencia y a cualquier recurso humano que se apoyara en la fuerza o en la dominación. Así, renunciando a la raíz que en el hombre alimenta toda imposición y abriéndose al silenciamiento de sus deseos, franqueó las puertas a la expresión de su verdad interior cada vez más identificada con la propia verdad divina. La palabra y la acción de Jesús en vida fue la espada de dos filos que cortó la injusticia y restañó la herida con una paz fundada sobre el amor del Padre que, como propio, manaba en su interior sin que él lo contuviera en modo alguno. 
La paz que Jesús ofrece es el fruto del Espíritu que le guió en vida y que él exhala sobre sus discípulos. Él es la paz de Dios que se encarna para mostrarnos un camino al que cada vez se fueron uniendo más personas al escuchar la predicción de los discípulos y contemplar sus prodigios. Es la Paz la que puede realizar el mayor prodigio: detener la espiral de violencia, la cadena de acciones y reacciones que sumen al mundo en un estado de brutalidad que le aleja de la justicia de Dios, que conoce a cada uno y le ama aceptándole mientras le propone un modo de alzarse y quebrantar esa espiral. Ese fue el espíritu expulsado. El fruto de toda sanación es una persona levantada, restituida en su dignidad y capaz de afrontar la realidad de un modo divino: pacífico y creativo. En ese estado, es posible superar cualquier tribulación y oír detrás de ti que el mismo Jesús te requiere para propagar lo que él te está ya inspirando. El Alfa y la Omega, el Aleph y la Taw, el resumen perfecto que contiene y da sentido a todo discurso y razonamiento, la Palabra viva, que vive en tu interior te pide que seas expresión suya y que propagues el mismo mensaje de Paz.
Y en el centro de ese mensaje se halla el perdón a todos, sin excepción. En ese acto de perdonar nos unimos al mismo Jesús que perdonó a todos en primer lugar. Por eso pudo ser estandarte de la Paz. Nos unimos también a Tomás que puso el dedo en la llaga y hurgó en la herida, que necesitó ver para creer en esa capacidad infinita de perdón de la que Jesús le hacía también depositario. La fe de Tomás no concebía que Jesús volviera a la vida perdonando, sin exigir reparaciones, conservando las huellas de la pasión y el recuerdo de lo acontecido como algo pasado y perdonado, como prueba del amor que se entrega renunciando a exigir compensaciones. Él mismo se sintió perdonado y a quien mucho se le perdona entona el canto de la misericordia con verdadera fe en sus palabras. La piedra angular se diferencia de las demás en su capacidad de absorber los esfuerzos de carga que gravitan sobre ella y mantenerse sólida mientras sostiene a las demás. El perdón de Dios nos capacita para perdonar como él y ser el soporte de la nueva construcción. Aspiremos no sólo a ser perdonados sino también a perdonar y ser soporte de los demás.

El soporte de la Paz... La Paz es el soporte

domingo, 21 de abril de 2019

CAMINO, VERDAD Y VIDA. Domingo de PASCUA


21/04/2019
Camino, Verdad y Vida
Domingo de Resurrección
Hch 10, 34a. 37-43
Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23
Col 3, 1-4
Secuencia
Jn 20, 1-9
Cualquier muerte está abocada a quedarse en nada. Estamos convocados a la Vida (así, con mayúscula). Esa es la Vida que puede superar cualquier dolor y ahogar cualquier sufrimiento, que se manifiesta plenamente en la única Verdad (con mayúscula, también). Por esta había preguntado Pilato, pero Jesús guardó silencio entonces. Ahora, sin embargo, es la creación entera la que canta para recibirla y da testimonio de ella pues es el único Camino para encontrarla. Vida, Verdad y Camino componen la Trinidad sinfónica, audible y palpable. La Vida es Dios en su continuo derramarse, la Verdad es el Espíritu que moviliza, revela y contagia, que ha surgido del amor entre el Padre y el Hijo y lo empuja todo hacia delante y el Camino es Jesús el Cristo que se ha hecho sendero en el que se encuentran el Hombre y Dios. Jesús había manifestado a sus discípulos que él era el camino, la verdad y la vida. Una porción de Dios sigue siendo Dios en plenitud. Por su encarnación, Dios no perdió divinidad. La Trinidad nos es necesaria para comprender el modo de ser de Dios, pero tal vez seamos demasiado rígidos al comprenderla como tres formas de obrar que se reparten la faena. En cada una de esas formas de obrar están presentes las otras dos, sin ellas no podría la tercera hacer nada. Son indisolubles, su danza es inseparable.
Por eso pudo Jesús hablar de sí mismo en esos términos. Por eso pudo Pablo decir que nuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Porque hemos muerto, hemos renunciado a una vida centrada en nosotros mismos y nos abrimos a la Vida que se entrega en la Verdad para ser Camino universal. A imagen de Jesús, ese camino pasa por ser salvadores (así, con minúscula, pero con todas las letras). Estamos demasiado empeñados en que Jesús tiene que morir cada año para salvarnos otra vez. Eso ya ocurrió una vez para siempre y nuestra tradición judeocristiana venera la historia como lugar de encuentro. Celebramos el pasado, lo hacemos real en el presente y nos empeñamos en extenderlo hasta el futuro. Cada día podemos encontrarnos nuevamente con Jesús, podemos sentir el aliento del Espíritu y vivirnos sostenidos en el Hijo que va recapitulando el mundo para presentarlo al Padre. Por Cristo, con él y en él. Nosotros estamos llamados a colaborar para acercar a todos esa recapitulación y a reconocerla presente también en otras experiencias y tradiciones, pues el Espíritu sopla donde quiere y el bien del hombre nunca puede ser ajeno al corazón de Dios, aunque cambien los nombres y las palabras. Esa es la Verdad universal. En ella se revela la Vida haciendo fructificar el Camino si el hombre está dispuesto al encuentro.
Que la muerte sea ya un enemigo derrotado no impide que todavía tenga influencia sobre muchos para hacer de ellos sus aliados anónimos. Por eso, en esta mañana de Pascua se nos envía a celebrar nuestra propia liberación liberando a los demás. Se nos pide correr las piedras que la indiferencia o la rigurosidad de unos pocos han ido colocando sobre las vidas de muchos. Se nos llama para salir al camino y comprobar que el muerto vive, que puede comer, beber y andar de nuevo, para volver a colocarle en Camino hacia la cabeza (re-capitular) del único cuerpo, que se orienta y vivifica por y en la Vida y que se guía por la Verdad.

Camino, Verdad y Vida.

Para la comunidad de la Pasua del Chalet "El Cierzo", 
que camina forjando una bella porción del odnum.

sábado, 20 de abril de 2019

EL ESPACIO DE LA CRISÁLIDA. Sábado Santo


20/04/2019
El espacio de la crisálida.
Sábado Santo.
Hb 4, 1-13
Homilía Patrística anónima: “Despierta tu que duermes…”
(Del Oficio de lecturas)
Tradicionalmente, la liturgia nos pide silencio en este día, pero ningún silencio es auténtico si no es fecundo, si no puede traducirse en una nueva apertura a la realidad que sea transformadora. Aquel pueblo elegido, que vivió la experiencia del desierto como peregrinación en busca de la tierra que Dios les había prometido terminó por asentarse en el territorio pero no consiguió alcanzar la paz que el Señor les ofrecía. Confundieron la tierra con la promesa y pensaron haber llegado ya al final de la carrera. Dios continuó llamándoles siempre más allá: “No endurezcáis hoy el corazón…”. Lo mismo nos puede pasar a nosotros: acomodarnos en ese sitio donde encontramos un terreno fértil, una comunidad que nos acoge y donde podemos expresarnos, donde encontramos un sentido. Esto nos ha pasado también a gran parte de la Iglesia. Hemos confundido el medio con el fin y hemos cavado nuestra propia tumba. Encontraremos un final, por mucho que invoquemos a un espíritu al que ya no escuchamos, pero nunca el descanso. Descansar en el Señor es dejar nuestro propio ser en sus manos, tal como Jesús depositó en ellas el espíritu justo antes de morir. Los textos evangélicos dan pie a la discusión sobre si  Jesús murió en la desesperación o en la confianza. En cualquier caso, creo, lo haría en equilibrio sobre el filo del ateísmo. Allí la angustia y el abandono concluyeron desembocando en ese expirar que, desde nuestro papel de testigos, sólo puede ser valorado como un descanso para él, como para tantos otros. Lo único cierto que podemos saber es que su muerte, creyente o no, fue una muerte en Dios. El silencio de Dios en la cruz es la expresión máxima de su donación mientras lo sostiene todo.
Sin detenerse jamás, Jesús llegó hasta el límite de lo humano, posiblemente sin comprender el por qué, pero pudo finalmente descansar. Para cualquiera, el asentamiento es la podredumbre de la raíz. La palabra de Dios, sin embargo, “es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo”. Jesús fue encarnación de la Palabra y deslindó en vida toda frontera entre el alma humana, el mundo y el corazón de Dios. En su muerte, se afirma, Jesús descendió a los infiernos, allí buscó a Adán, arquetipo del hombre que se busca a sí mismo olvidando todo lo demás y al encontrarle pudo decirle: “Despierta tu que duermes… levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona”. El silencio del día de hoy, el sepulcro que sería necedad según el mundo está llamado a ser matriz para un nuevo ser humano que sea capaz de organizar ese odnum viviendo según la indivisible persona que surge de su unión con Dios hecho hombre, con el hombre que se supo Dios. Tenemos la oportunidad de hacer de nuestra alma un sepulcro nuevo, no uno donde se acumulan los huesos y se convierte en monumento arqueológico, sino uno en el que hayamos creado el silencio y el espacio necesario para acoger al Dios muerto que lleva consigo todas las muertes y a todos los muertos. En ese espacio y silencio que disponemos para él puede obrarse el milagro, pero no sólo para nosotros. Así lo manifiestan las semillas y las crisálidas. No estamos llamados a permanecer donde encontremos el sentido, pues el sentido es siempre esquivo, como el horizonte. Estamos llamados ser el espacio donde el amor de Dios pueda expresarse y encontrarse con todos. 

El espacio de la crisálida

viernes, 19 de abril de 2019

SIN OLVIDAR A NADIE. Viernes Santo


19/04/2019
Sin olvidar a nadie.
Viernes Santo.
Is 52, 13 – 53, 12
Sal 30,2. 6. 12-13. 15-17. 25
Heb 4, 14-16; 5, 7-9
Jn 18, 1 – 19, 42
Jesús  hizo de su vida una completa donación y llegó, ciertamente, a entregarla hasta el final porque no podía retener nada para sí. La cruz, lo hemos dicho ya más veces, fue el resultado de su vida y fue también la prueba de la veracidad de su persona y de su experiencia. Los primeros cristianos encontraron en el texto de Isaías la revelación de que aquel siervo legendario había conocido realmente a Dios en su sufrimiento, vieron en él una prefiguración de Jesús y comprendieron que también él había obtenido ese conocimiento. Había conocido realmente a Dios y conociéndole a él se conoció a sí mismo pues ambos compartían una misma esencia y un mismo corazón que Jesús fue descubriendo poco a poco. No hubo ya distancia ni barrera alguna entre ambos. Fue, en sus propias coordenadas y con su cuerpo humano, uno mismo con Dios. Esta unión abrió la puerta a los acontecimientos posteriores pero a los ojos de los suyos, sin embargo, todo concluyó truncándose por la muerte. De ahí la gran decepción: ¿De qué servirá entonces tanta intimidad con el Padre si todo termina en un grito de abandono?
El autor de la cata a los Hebreos, iluminado ya por la Pascua, comprendió que Jesús había, ciertamente, traspasado los cielos para ser el gran colaborador de Dios que puede justificar a muchos por haber aceptado libremente una carga que no le correspondía. “Yo no he sido” gritan siempre los niños. “Aquí estoy” dijo simplemente Jesús. A partir de esa aceptación, Jesús fue creciendo y aprendió sufriendo a obedecer. La obediencia es la escucha atenta, no el mero acatamiento. Desde ella se puede conocer en profundidad y discernir en libertad. Nadie ama el sufrimiento; para nadie es sencilla la renuncia que surge de la confrontación del mundo propio con la alternativa propuesta por el Padre. Pero esa progresiva unidad hace que el contraste no pase desapercibido. Jesús buscó la voluntad del Padre como se busca a la amada: dejando atrás a todas las demás. Y esa voluntad revelada a, y en, los pequeños insistía en darles a éstos tanta vida como los demás les quitaban. Cuando esos demás comprendieron que la justicia reclamada por Dios en boca de Jesús no tenía nada que ver con la caridad que ellos pregonaban, pusieron a Jesús en su sitio. En una de tantas cruces entre todas las que abrazaban a los malhechores. La respuesta de la humanidad a Dios fue, como siempre, colocar a su enviado donde no pudiera molestar, destrozar sus pretensiones y acorralar a sus seguidores. Desde allí podremos rezar con el salmista: “A ti Señor me acojo… me han olvidado como a un muerto… sálvame por tu misericordia”… No me dejes sucumbir y mantenme firme en este lugar, compartiendo el destino de mis hermanos.
La invitación para nosotros hoy es vivir la cruz con los que el mundo juzga merecedores de ella. Es la vocación común de la Iglesia y de todos los hombres de buena voluntad: no simplemente encontrar un lugar, una cruz, sino a quien abrazar en ella y con ellos denunciar su abandono, el enriquecimiento de los poderosos y la sacralización de órdenes sociales y económicos ajenos al amor de Dios. El objetivo final es construir ese mundo nuevo sin olvidar a nadie, responder a este orden perverso con alternativas pacíficas, diseñando realidades fraternas y acogedoras que nos acerquen al reinado de Dios.

Sin olvidar a nadie

jueves, 18 de abril de 2019

UN MUNDO AL REVÉS. Jueves Santo


18/04/2019
Un mundo al revés
Jueves Santo
Ex 12, 1-8. 11-14
Sal 115, 12-13. 15-16a-b.d-e. 17-18
1 Cor 11, 23-26
Jn 13, 1-15
Jesús nos propone hoy un cambio trascendental al mostrar un nuevo camino apenas hollado con anterioridad. Jesús inauguró una nueva experiencia en continuidad con la tradición en la que él mismo había encontrado al Padre. Y esa novedad dio cobijo a la experiencia de muchas otras personas. La tradición anterior sembraba ya una línea de separación con la experiencia estrictamente humana. La celebración se enfocaba hacia el paso del Señor, hacia el reconocimiento de su tomar parte en la vida del pueblo que se reúne al haber puesto cada vida en manos del Dios que salva. Por eso, nada más alejado que el sedentarismo y la instalación. La Pascua es el paso de Dios que nos lleva consigo. Con él caminamos y de su mano recibimos la novedad que nos lleva al desierto, a la desposesión absoluta, al reconocimiento de su acción fundamental en nosotros y al desapego de las formas que nos impiden centrarnos en lo fundamental para abrirnos a la novedad de la vida. Vivimos con la prisa de quien está siempre dispuesto a sacrificar el mejor fruto de su rebaño y partir después para que nada le aprisione.
Pablo resume lo esencial de la experiencia de Jesús: pan que se parte y sangre que se ofrece para firmar una nueva Pascua. Ya no es un sacrificio ajeno, es la donación de la propia vida la que Jesús realizó y la que nos invita a realizar a nosotros. Esta tarea nos es encomendada para ser realizada en la vida compartida, en el contacto con los demás. La primera Pascua tuvo una dimensión histórica. Mucho más allá de fechas y otros datos  que hoy nos resultan inaccesibles, la verdad es que fue una opción decidida e indudable de Dios por un grupo o grupos de personas a los que reunió para darles la libertad y convertirlos en un pueblo. Esta dimensión no puede pasarnos desapercibida.
                Toda la vida de Jesús fue un continuo dar gracias al Padre y un constante ofrecimiento en beneficio de los otros, pues la vida no se entrega al vacío, sino que se deposita en manos del Padre para que redunde en bien de los hermanos. Esta impronta eucarística se sintetiza en el lavatorio de los pies como expresión gráfica de esta entrega en lo sencillo y cotidiano. Sin la transformación interior es imposible vivir una vida así. Jesús vivió su propia Pascua desde el momento en que comenzó a ser consciente de las tradiciones de su pueblo y pudo gracias a ellas experimentar a Dios de un modo inusitado hasta entonces que le llevó al paso definitivo a la vida en plenitud. Pablo vivió también su Pascua, abriéndose a la presencia de Cristo en su vida y transformando su fe farisea para abrazar a todos. Nosotros estamos llamados hoy a vivir nuestra propia Pascua personal para poder entregarnos en la construcción histórica y real de un mundo diferente, concretamente al revés, donde todos lavemos los pies de todos y nadie esté por encima de nadie. No tendremos ya un mundo, sino un odnum. Cada vez que realizamos un acto concreto se servicio recreamos el servicio de Jesús, en el que caben ahora los actos de servicio de todos los hombres y los proyectamos hacia el futuro como pilar de esa nueva realidad que construimos entre todos.

Un mundo al revés