sábado, 31 de diciembre de 2022

DAR A LA LUZ - AÑO NUEVO

01/01/2023

Dar a la luz - Año Nuevo

Nm 6, 22-27

Sal 66, 2-3. 5-6. 8

Gal 4, 4-7

Lc 2, 16-21

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Comenzamos el año con una bendición: deseando a todos que el Señor les muestre su rostro y les conceda la paz. Desear esto para los demás es motivo por el que Dios bendice a cada uno. El salmista pide esa misma bendición para él y para los suyos. Del deseo a la acción no debería haber mucho espacio. Quien de veras desea algo no se sienta a esperar que llegue; se pone a ello. Sería lógico que también el salmista conociera esta verdad elemental y que su súplica estuviera asociada al esfuerzo por mostrar los caminos de Dios y cómo es esa justicia que está llamada a regir el mundo. Dios no es un ser lejano; nos ha mostrado su rostro en la persona de Jesús. Él es la justicia amorosa de Dios hecha carne, el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios que salva. Dios no quiere salvarnos desde fuera. Apela a nuestra más honda intimidad para revelarnos esa paz que podemos trasvasar a todos. No nos salva asépticamente, sino siendo pueblo, sanando y fortaleciendo nuestras relaciones.

El primer fruto de nuestra salvación no es el reposo ni el goce escatológico sino el cambio de perspectiva que nos hace vivir la vida volcados en los demás. Acogemos la salvación que nos viene de Dios no como un regalo personal que nos otorgue un plus de santidad y nos eleve sobre los demás, sino como una moción que nos coloca en disposición de vivir para todos ellos, tal como Dios vive permanentemente vuelto hacia el exterior. Así vivió Jesús, Emmanuel, que fue, como todos, hijo de mujer y, como todos, nació bajo la Ley; sometido a las mismas dificultades que todos, limitado por las mismas circunstancias que todos. Según la Ley fue marcado con el sello de su pueblo y contado entre los elegidos. Pero él supo trascender y superar cualquier acotación para poder encontrarse con todos. No puso límite alguno a la realidad divina que bullía en él. Como ya hemos dicho alguna vez, María tuvo especial importancia en esto, enseñándole a acoger el don de Dios y a acogerse a sí mismo como lo que era: Dios hecho hombre.

Los pastores, que contaban con mala prensa en la época fueron, según Lucas, de los pocos en reconocer la excepcionalidad del niño. Ellos son de los últimos y los sencillos, de los pequeños capaces de reconocer y acoger la verdad. Son el adelanto del público que habría de escuchar las palabras del Jesús adulto. Más aún, él mismo se definirá como pastor, sin que su mala fama parezca importarle en absoluto. María va guardando todo esto en su corazón porque no todo es como ella esperaba pero, a pesar de todo, no reniega de su esperanza y sigue adelante. También de esta actitud aprendería mucho Jesús. Ser madre es dar a la luz. Entregar lo que estaba escondido en nuestro interior para que a vista de todos pueda desarrollarse y dar fruto. Es dejar libre el don de Dios para que produzca fruto. Desde este punto de vista, también Jesús es madre; madre de sí mismo según aprendió de María. También nosotros estamos llamados a ser madres de Dios y a darlo a la luz para que los pastores puedan reconocerlo. El fruto de semejante alumbramiento no es otro que la Paz; el rostro de Dios iluminando el mundo. Estamos llamados a ser madres de nosotros mismos, a ser lo que somos aunque al plasmarlo en la realidad no salga todo tal como nosotros lo esperábamos. Estamos llamados a acoger aquello en lo que eso que somos se va transformando al dar a la luz al incontenible Dios que habitándonos nos hace ser.


Dar a la luz - Año Nuevo

Feliz Año Nuevo.
Buen alumbramiento.

martes, 27 de diciembre de 2022

SANTOS INOCENTES

 28/12/2022

Santos Inocentes

1 Jn 1, 5 - 2, 2

Sal 123, 2-5. 7b-8

Mt 2, 13-18

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Pese a la costumbre, el día de hoy debería estar dedicado a un asunto serio. Celebramos la memoria litúrgica, que no siempre coincide con la histórica, de un oscuro episodio. Por un lado, parece evidente que Mateo presenta este episodio para mostrar que Jesús cumple ciertas profecías que algunos sectores judíos tenían por ciertas con referencia al mesías que había de llegar. Por otro lado, parece encajar con lo que se conoce de Herodes en sus últimos años. No puede afirmarse con rotundidad que sea un hecho probado tal como se nos narra pero está fuera de toda duda que ha sido, durante milenios, un hecho cierto en el devenir de la humanidad. Durante miles de años han existido las víctimas de los desmanes de los poderosos. Son los santos inocentes, que sin culpa alguna penan en esta vida por las consecuencias de la acción de otros, pagando así su provecho.

Aunque ya no estén de moda los términos, y probablemente haya que buscar otros, esta realidad es el resultado de lo que se llama una estructura de pecado. Como nos dice hoy Juan, pese a proclamar nuestra fe en Jesús, vivimos inmersos en la oscuridad cuando pensamos vivir de espaldas al pecado. Vivir en la luz es vivir en la unidad. Pero, muchas veces,  esa unidad parece quedar restringida a los más cercanos. En un mundo globalizado como el nuestro en el que tan solo la economía mueve libremente piezas a un lado y otro de las fronteras la vida se va configurando según una sangrante dualidad: en un lado, quienes consumen; en el otro, quienes producen. Y el capricho y comodidad de aquellos pesa mucho más que el bienestar y el derecho de estos otros.

Los inocentes del evangelio fueron niños asesinados para satisfacer la sed de seguridad de un rey que sintió tambalearse el trono bajo él. Los inocentes de hoy mueren en las guerras que los líderes inician; dejan su vida en interminables y penosos horarios laborales produciendo bienes que nunca disfrutarán; son expulsados o exterminados para apropiarse de sus tierras; sufren explotación física o psíquica para saciar los apetitos nunca satisfechos de quienes están ya hartos de todo; son amontonados en campos o centros de acogida e internamiento; viven arrinconados, privados de los medios y recursos que otros despilfarran; son perseguidos por sus ideas o por sus creencias; son mero objeto electoral que siempre terminan siendo engañados; viven engañando como pueden al hambre, al frío y a la soledad; son contratados para la precariedad y en la inestabilidad; son masacrados por misiles que alguien construyó y luego vendió a otro alguien…

Por todo esto, el día de hoy es un día serio en el que corresponde celebrar la Vida recién nacida. Es decir: corresponde hacer examen de conciencia y repasar nuestra implicación en este sindiós y pasar a formar parte de la ayuda que el Señor quiere enviarles a todos ellos; esa que el salmista celebraba pero que hoy parece no llegar, y no porque Dios no quiera. Hemos de repasar nuestros hábitos de consumo y diseñar estrategias personales y comunitarias que sean capaces de liberarles de esta rueda a la vez que nos liberan a nosotros mismos. Tenemos que depurar ideologías y creencias para que puedan seguir proporcionándonos sentido sin exigir el sacrificio de terceros. Y es importante también idear planes que sean capaces de establecer una cooperación adecuada para restañar tanta herida, devolver dignidades y asegurar derechos y deberes para todos.


Santos inocentes. Capitel del s. XII en la iglesia de Santa Cecilia. Aguilar de Campoo (Palencia)


sábado, 24 de diciembre de 2022

NAVIDAD

 25/12/2022

Navidad

Is 52, 7-10

Sal 97, 1-6

Hb 1, 1-6

Jn 1, 1-18

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Pues ya está aquí. En estas pocas palabras se resume la esperanza de todo un pueblo. Ya ha llegado el esperado. Pero no es solo una esperanza pasada; es también actual. Muchos esperan todavía que llegue y quienes creemos que ya vino esperamos su regreso definitivo. Nuestra esperanza se alimenta de una fuerte experiencia de ausencia y, sin embargo, las lecturas de hoy nos hablan de plenitud; de cumplimento. Es imposible que Dios cumpla a medias, por lo tanto, si ya vino, no hay razón para pensar en que después marchó. Está aquí y el problema tendrá más que ver con nuestra incapacidad de percibirlo que con su ausencia real. De una vez por todas el Señor, recordando su santa alianza, ha dado a conocer su salvación; ha mostrado su diestra y su brazo y ha revelado su justicia; no ya solo a favor de la casa de Israel sino en atención a todo el universo que el Hijo sostiene con su palabra.

El Hijo es la Palabra de Dios concretada en la realidad física de este mundo. La Palabra es la acción de Dios. Dios actúa diciendo, llamando. Tal como Dios es, el mundo es. La naturaleza de Dios es darse, crear, engendrar constantemente; la del mundo es fructificar, dar a luz miles de formas de vida que son manifestación de ese Dios que es puro bullir y desbordarse. La Palabra se hace también carne, que no es simple materialidad, sino realidad sentiente y consciente… Y ya no abandona. Dios crea y vive su creación. Se hace creatura. Se hace ser humano para vivir la vida en plenitud. Ambas cosas, la creación y la decisión de vivirla son eternas, se dan simultáneamente, aunque en el orden histórico tengan una manifestación procesual y se concreten en momentos distintos.

Dios se hizo ser humano en Jesús pero este hecho fue fruto de la iniciativa de Dios y de la acogida de Jesús. Ni Dios bajó para dotar a Jesús de super poderes, ni Jesús trepó hasta alcanzar en exclusiva la divinidad. Toda la realidad está preñada de Dios. En todos los corazones puede nacer Dios. El niño que nace hoy lleva a Dios más dentro de sí mismo que lo más hondo de sí; Dios es más cercano a él que su propia yugular. Y él irá, con el paso del tiempo, descubriéndolo y dejándole obrar en su propio interior de tal modo que los frutos de ese interior afloren al exterior. A todos los que, como él, producen este fruto se les conoce como hijos de Dios, independientemente de su linaje o de su sangre, pues todos han nacido de Dios; todos han permitido a Dios nacer y crecer en su interior, pese a que no siempre los suyos los hayan aceptado e incluso, muchas veces, hayan sufrido su rechazo.

Navidad no es la conmemoración del nacimiento de un niño especial. Es la permanente posibilidad de permitir que Dios crezca en ti de forma que a través tuyo pueda amar y acoger a todos. Así lo hizo aquel niño. La Palabra se hizo carne para acoger a todos en carne y hueso. Conforme avanzamos en la vida aumentan las distancias y las ausencias pero ambas cosas son el ensanchamiento del portal en el que Dios nace para poder acoger a todos en nosotros. Llegada esta fecha es normal hablar de los mejores sentimientos: felicidad, paz, alegría o amor. Todos ellos son la concreción del reinado de Dios que dio inicio con Jesús pero que estamos llamados a expandir “en igualdad de condiciones”, no por simple imitación, sino realizando lo mismo que él: dejando a Dios nacer en nosotros y permitiéndole crecer para ofrecerlo a todos; para construir una única familia en la que todos podamos acogernos y reunirnos.


Navidad

Feliz Navidad.

Dejar nacer, hacerse niños, desaprender la adultez interesada, 

crecer en humanidad: en tierra que se moldea por el contacto de Dios en los otros. 


sábado, 17 de diciembre de 2022

CON NOSOTROS DIOS. Domingo IV Adviento

 18/12/2022

Con nosotros Dios

Domingo IV Adviento

Is 7, 10-14

Sal 23, 1-6

Rm 1, 1-7

Mt 1, 18-24

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José recibe en sueños la visita del ángel del Señor. Nuestra obsesión clasificadora nos hace identificar a este ángel con Gabriel, el mismo del que habla Lucas; así, además de clasificar, igualamos y matamos dos pájaros de un tiro. Pero el ángel del Señor de la tradición judía es Dios mismo comunicándose al ser humano. Así pues, José recibe la visita de Dios en sueños: un procedimiento habitual de manifestación divina en los tiempos patriarcales. Pero esa vista le sirve para confirmar la decisión que ya había tomado despierto, siendo consciente de la situación y de lo que la Ley le permitía hacer, también de las consecuencias para María.

El rey Acaz, sin embargo, representa hoy el papel del ateo que se escuda en no querer tentar a Dios. La situación era compleja: Siria y Efraim habían puesto cerco a Jerusalén pero él confiaba más en su alianza con Asiria que en la señal que Isaías le anuncia de parte de Dios. Esa señal era el niño que habría de nacer de la joven esposa del rey. Nació el futuro rey que con el tiempo promovió una reforma religiosa que dio origen a una de las principales líneas teológicas del Antiguo Testamento, pero que no consiguió la independencia política del reino. Los primeros cristianos vieron en la figura de Jesús el cumplimiento definitivo de la profecía de Isaías y así lo consignó Mateo en su escrito.

El salmista, por su parte, nos recuerda que solo el hombre de manos inocentes y puro corazón podrá habitar en el monte del Señor. Manos que no han realizado maldad alguna y corazón que no alberga maldad. Ese es Jesús, según Pablo. El Cristo que era hombre según la carne pero Hijo de Dios, según el Espíritu Santo. Pablo presenta dos dimensiones de una única realidad. Igual que José es capaz de encontrar apoyo a su decisión, Pablo es consciente de que Jesús no es tan solo lo que podemos ver a simple vista. Por eso extiende su mensaje a todos los habitantes de Roma que es tanto como decir del imperio, del mundo entero. Todos estamos llamados a formar parte de los santos, del grupo que busca al Señor, según el lenguaje del salmista, de los que se esfuerzan en seguir el camino de Jesús.

Nosotros, igual que todos estos santos, no podemos reducir la realidad a lo que vemos, pero tampoco podemos hacer en ella compartimentos estancos. Tenemos, eso sí, pistas que pueden orientarnos. Cuando me disponga a cumplir la ley, la religiosa o la civil: ¿en qué situación quedan los otros? En la complejidad de lo cotidiano: ¿Dónde o en quién pongo mi confianza? ¿Qué tiene más peso, la rapidez y la eficacia o la fidelidad a ideales y creencias? Esos ideales y creencias ¿De dónde surgen? Al tratar con la gente: ¿Qué cosas valoro en ellas? ¿En qué rasgos encuentro motivos de confianza, de acercamiento, de comunión? ¿Qué mensaje descubro en mi interior que puedo comunicarles? ¿Qué perspectiva de la vida ofrezco como colaboración para la construcción del mundo nuevo? Las lecturas de hoy nos dicen que ese hombre definitivo que es Jesús y que cumple la profecía de Isaías nos salva del pecado. No solo nos perdona actos concretos y equivocados; nos libera de la influencia del mal, del peso del egoísmo que nos hace confiar en cualquier otro y no en Dios, que nos lleva a perjudicar a otros por cumplir la ley, que nos aparta de los diferentes, que nos enclaustra en nuestras posiciones… él es En-manu-el: Con-nosotros-Dios.


Con Nosotros Dios


sábado, 10 de diciembre de 2022

ALEGRAOS. Domingo III Adviento

 11/12/2022

Alegraos.

Domingo III Adviento.

Is 35, 1-6a. 10

Sal 145, 7-10

Snt 5, 7-10

Mt 11, 2-11

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Juan Bautista es más grande que cualquier otra figura anterior, pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Él es quien señala que ya ha llegado el esperado. Es tan grande como todos los profetas anteriores que supieron, cuando Dios se lo pedía, decir que no a las actitudes que alejaban al pueblo de la Alianza y que él o sus dirigentes exhibían sin ningún comedimiento. Pero es más grande que ellos porque reconoce a quien venía a dar cumplimiento a las promesas, a pesar de que, a primera vista no se pareciese en nada a sus expectativas. Por otra parte, el reino de los cielos no es una abstracción etérea; es el modo que tiene Mateo de llamar lo que otros llaman reino de Dios. Es un lugar celestial no por su ubicación sino porque hace real y tangible aquí mismo un nuevo modo de relacionarse entre los seres humanos: el modo en el que Dios quiere que estos se relacionen. Los cristianos de la primerísima hora entendieron que cualquiera que tomase la opción sincera y decidida de vivir como Jesús estaba ya haciendo realidad una pequeña porción de ese reino celestial. Por muy pequeña que fuese esa porción siempre sería un paso más allá de esa antigua perspectiva que el Bautista nunca abandonó. Nadie le niega su grandeza, ni a él ni a la tradición en la que emerge que es, a la sazón, la misma en la que emerge Jesús. Pero el paso que da Jesús ni lo dio Juan ni lo dieron muchos otros en su época.

De hecho, Juan temió haberse equivocado con Jesús; por eso pregunta desde su prisión si realmente es él el esperado. Nada, o muy poco, parece haber en él que le confirme su intuición inicial. Jesús le ofrece los frutos de su acción. El futuro prometido por Isaías y tantos otros, como el salmista, se va haciendo, lentamente, realidad. Lo decisivo ya no parece ser la fidelidad a la Ley, sino que la conversión se orienta a procurar el bien de los últimos: cojos, ciegos, leprosos, muertos… la clave, pues, estaba en vivir el futuro en el presente y no en esperar a que la perfección del pueblo permitiese la instalación del Santo de los Santos entre ellos. Dios emerge desde el corazón de quien lo acoge como la explosión de amor que se desborda desde las más profundas entrañas de quien, desposeído y vaciado, lo libera en medio de la calle para que alcance a todos. Todavía hoy seguimos secuestrando a Dios en nuestras ideas y en nuestros templos, en nuestras esperanzas y en la vida que vamos acomodando a ellas. Dios, sin embargo, es incontenible: acaba con nuestra ceguera, con nuestra cojera, nos abre a la vida definitiva… esa en la que nosotros mismos liberamos a tantos otros.

Santiago pone a los profetas como modelos de paciencia porque ellos supieron escuchar la voz de Dios y ponerla a disposición del pueblo desoyendo cualquier acomodación, denunciando cualquier corrupción. Fue también el caso de Juan, para quien era urgente un cambio de vida de todo el pueblo, pues todos eran pecadores. Y fue también el de Jesús, pero para él ese cambio pasaba por colocar a todos esos pecadores en disposición de escuchar y descubrir a Dios en sí mismos pese a sus propias limitaciones. No hay que hacerse perfecto para que Dios habite en nosotros, sino que es la conciencia de esa habitación la que nos va perfeccionando en el encuentro con los demás… también habitados. No puede haber mayor motivo de alegría.


Alegraos


viernes, 2 de diciembre de 2022

DANDO VIDA A LA PROMESA. Domingo II Adviento

 04/12/2022

Dando vida a la Promesa

Domingo II Adviento

Is 11, 1-10

Sal 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17

Rm 15, 4-9

Mt 3, 1-12

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Con la de vueltas que ha dado la vida hemos ido a terminar en la misma posición que Juan Bautista: gritando que ha de venir pronto quien le dé la vuelta a todo. Sin embargo, existen diferencias entre él y nosotros, o algunos de nosotros, claro. Él viene del desierto; nosotros, o tal vez solo algunos, nos sentimos expulsados al desierto y añoramos las posiciones perdidas. Él se apartó del mundo voluntariamente y en el silencio y la soledad descubrió qué gritar; nosotros, al menos algunos, no aceptamos que ya no se entienda lo que decimos y nos empeñamos en gritar la urgencia de que retorne aquello que ya nadie más comprende. Él vivía en la austeridad propia de los nómadas; nosotros, sobre todo esos otros, no queremos renunciar a nada y cargamos propiedades y patrimonios mientras reivindicamos que todos admiren la foto fija que presentamos como tarjeta. Él era un profeta que no temía denunciar la injusticia, fruto de la impiedad, con nombres y apellidos; nosotros, casi todos, disculpamos demasiadas cosas. Él miraba siempre al futuro; nosotros, al pasado; porque, todos, esperamos que Jesús vuelva y confirme nuestras posiciones; colocamos el hacha al pie de otros árboles.

Hoy parece ser Pablo quien lo resume todo mejor: que Dios nos conceda estar de acuerdo entre nosotros, según Jesucristo. Menos mal que subraya esto último. No vale cualquier opinión, ni cualquier actitud. Debemos ponernos de acuerdo según el criterio de Jesús el Cristo; según él nos mostró en su vida humana; según lo que pudimos ver y lo que podemos leer en las Escrituras, que están escritas para que mantengamos la esperanza. Acojamos a todos y acojámonos mutuamente como él hacía: con la aceptación personal a cada uno, pero con la exigencia de vivir de forma que el Reino crezca y se extienda a partir de la semilla que él plantó. Ese será el cumplimiento definitivo de las Promesas. De ese modo se actualizarán las visiones de Isaías y será, por fin, realidad la justicia para los pobres. Es evidente que la esperanza debe mantenerse en la adversidad. Aquí mismo lo hemos dicho muchas veces, pero también es verdad que debe preservarse de cualquier decadencia. No cualquier esperanza puede casarse, sin más, con esta de la que habla Pablo. Él se sitúa en la misma línea que la expectativa expresada por el salmista, que producirá los frutos expuestos por Isaías en la misma medida en que se intente sinceramente hacerla realidad en la vida de cada persona para todas las demás.

El futuro irá llegando conforme se vaya viviendo en el presente. Juan habla de un futuro que llegará; Pablo del futuro que vamos construyendo a imagen del iniciado ya en Jesús. Juan es la conclusión de la Antigua Alianza; Pablo el inicio de la Nueva. Jesús es el gozne que lo articula todo y da sentido a la Promesa. Inicia su cumplimiento para dejarla en nuestras manos. Podemos elegir entre vivir desde la espera penitencial de Juan o desde el descubrimiento de la inauguración gozosa que se dio ya en Jesús tal como lo narra Pablo. Que nuestros desiertos sean, como el de Juan, lugares de austeridad real en los que nos desprendamos de todo eso que nos va lastrando y nos impide afrontar la vida desde el descubrimiento paulino de haber encontrado la esperanza latente ya en nosotros que pugna por liberarse y florecer.


Dando vida a la Promesa