viernes, 1 de diciembre de 2023

SE ACERCA LA NUEVA HUMANIDAD. Domingo I Adviento

03/12/2023

Se acerca la nueva humanidad.

Domingo I Adviento

Is 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7

Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19

1 Cor 1, 3-9

Mc 13, 33-37

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Como ya quedó dicho en alguna ocasión, la mentalidad semita más antigua consideraba a Dios autor de todas las cosas y realidades; incluso del endurecimiento del corazón humano. Así le pasó a Faraón en los tiempos de Moisés y así nos lo recuerda hoy Isaías. Pese a todo, existen seres humanos capaces de esperar en Dios; de recordar sus caminos y practicar la justicia. Desde esta perspectiva, esa actitud incomprensible de Dios podría comparase a un recurso pedagógico. Esta imagen nos resulta hoy insostenible pero podemos rescatar de ella la intuición que nos habla de la capacidad humana para ejercer su libertad natural y practicar el bien venciéndose a sí mismo, siendo este sí mismo, en muchas ocasiones, el dios al que más escuchamos. Esa es una buena victoria sobre nuestra más íntima idolatría. Por otro lado, Isaías realiza otras dos afirmaciones importantes: la primera, que Dios ha rasgado el cielo y ha descendido junto a nosotros y ha cumplido así la aspiración humana de derrotar el egoísmo y la injusticia. A partir de este momento podemos reconocernos como obra de la mano divina; como la arcilla del alfarero. Esta es la segunda afirmación.

Pero somos arcilla libre; no simplemente moldeada, sino que quiere, por determinación propia, acomodarse a la voluntad del artesano. Por eso somos capaces de pedirle a Dios que baje y se acerque. Así lo pide el salmista y nosotros heredamos hoy su oración como invitación a solicitar esa misma intervención en nuestras vidas. En este comienzo de año encontramos de nuevo a Dios a la puerta. El siempre está adviniendo y nuestra naturaleza humana nos hace capaces de invocarle al practicar la justicia. Podrán existir también otras invocaciones, pero están vacías; son incapaces de surtir ningún efecto. Jesús deja definitivamente de lado esa idea de Dios endurecedor de corazones y apela a la responsabilidad de cada uno. Todos, sin excepción, tenemos nuestra faena. A todos se nos insiste en no quedarnos dormidos. El sueño es imagen del orden anterior, del centramiento en uno mismo, de rendirse al hastío de lo fútil. Despertar es abrirse a lo que está llegando.

 Pablo insiste sobre el hecho de que hemos sido enriquecidos en el hablar y el saber ¿Qué otra cosa podemos esperar? No carecemos de ningún don. Somos perfectamente capaces de convertir nuestra vida en un compromiso real y concreto con la justicia que Dios espera de nosotros. Él mismo se hizo uno como nosotros suturando la distancia que nos separaba y así cumplió nuestra primera y más radical aspiración: una compañía similar a nosotros, porque el mundo que nos contenía se nos quedaba pequeño. No somos una realidad individualizada sino que al optar por mantener la justicia de Dios hacemos real y efectiva su comunicación con nosotros y con todos los demás a través nuestro. Nos constituimos humanos en la medida en que nos unimos a otros. Nuestra intimidad es la puerta a la que Dios llama para, a través de ella, encontrarse con todos los demás. Ese es su encargo y la plenitud de dones que poseemos. Participar de su vida es la labor que nos encarga. Se acerca quien nos acerca a todos. Dios no se va a hacer carne como una exclusividad digna de admiración sino actualizando en nuestra profundidad la capacidad de colocarnos en dirección y referencia a los demás. Lo que se está acercando es la nueva creación.


Se acerca la nueva humanidad


viernes, 24 de noviembre de 2023

LA NUEVA CIUDADANÍA. Domingo XXXIV Ordinario

26/11/2023

La nueva ciudadanía

Domingo XXXIV T.O.

Ez 34, 11-12. 15-17

Sal 22, 1-3. 5-6

1 Cor 15, 20-26. 28

Mt 25, 31-46

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El profeta Ezequiel nos habla hoy de la implicación directa de Dios en la historia de su pueblo. Él no es de los que se quedan sentados esperando ofrendas; es más bien de los que se arremangan y se echan al monte en busca de las ovejas que faltan. De las ovejas y de los carneros. No hay distinción. A todas las cuida y de todas está pendiente: de las perdidas, de las descarriadas, de las enfermas y de las fuertes y robustas. Este es su compromiso: A todas las apacentará y las hará reposar. Es su oráculo, su palabra, su misma fama, la que empeña en esto. Él mismo lo va a hacer. El salmista expresa la vivencia de quien se siente así acompañado, cuidado y reconfortado.

Todo fin de año es un cambio de ciclo. Al concluir éste, será momento de hacer memoria de los pastos a los que el Señor nos ha llevado, pero también de reconocer su presencia entre nosotros y de levantar acta de nuestro proceder con los demás. Dios cumplió su palabra y se hizo personalmente presente en Jesús que fue el buen pastor pero ha de ser también el juez justo. Esa es la segunda parte de la promesa de Dios. Conduce, cuida, sana, alimenta, acoge… y juzga. Pero juzgar no es declarar culpables o inocentes; es revelarle a cada una la abundancia de su corazón, si ella quiere escuchar. La mentalidad apocalíptica judía presenta el juicio como el momento de la decisión final sobre cada persona. Jesús puso el juicio en relación a la conducta de cada uno e igualó los méritos a la capacidad de imitarle; de acoger, sanar, cuidar, alimentar a las ovejas que más lo necesitasen. Dios, pese a ser Dios, necesitó hacerse carne para poder cumplir su promesa; es más fácil hacer sentir a los demás el amor cuando tienes un cuerpo con el que expresárselo. Aún hoy sigue necesitando de personas concretas que se embarquen en la misma aventura y caigan en la cuenta de que se hizo humano gracias a que algo hay en lo humano capaz de acogerlo y hacerlo presente. Ese algo, esa condición humana, se da en todas las personas sin excepción, y allí está esperando a ser, de alguna manera, activado, reconocido, expresado; esperando que le dejen vivir desde el punto de vista y la experiencia de cada ser humano, pues esa es su omnipotencia y su omnipresencia; vivirlo todo, amarlo todo y a todas desde todos los puntos de vista posibles, desde todos los corazones.

Pese a que Jesús tan solo aceptase en vida una corona tejida con espinas, nos hemos empeñado en arrancar esas espinas y forrársela con pan de oro, que queda mucho más presentable. El reino que Jesús nos presenta no es una exclusiva suya. Es el reino de Dios. Pablo llama la atención sobre el hecho de que Jesús está citado para devolvérselo; para ponerlo a sus pies, de forma que Dios pueda serlo todo en todos. Jesús, Cristo, en lenguaje paulino, es el hombre que le ha dado la vuelta a todo. Su actitud vital le llevó hasta dar la vida por los demás y resucitó como primicia de la resurrección que nos aguarda a todos.  La muerte es la reclusión en el propio interior, viviendo tan solo para el interés particular. Por el contrario, la vida es la salida hacia los demás, la apuesta por la edificación de nuevas relaciones, de nuevas formas de estar y ser en el mundo. El nuevo año propone la nueva ciudadanía del reino de Dios: acoger cuidar, sanar, alimentar...


La nueva ciudadanía


viernes, 17 de noviembre de 2023

EL GOZO DEL SEÑOR. Domingo XXXIII Ordinario

19/11/2023

El gozo del Señor.

Domingo XXXIII T.O.

Pr 31, 10-13. 19-20. 30-31

Sal 127, 1-5

1 Tes 5, 1-6

Mt 25, 14-30

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Nos resulta muy difícil comprender hoy en día lecturas como esta de Proverbios que hoy nos ocupa. La alabanza a la mujer hacendosa resuena en nosotros como el elogio a quien se somete y cumple con lo que de ella se espera. Tomemos otro camino y comparemos este fragmento con el del evangelio de Mateo que hoy contemplamos. Una vez superado el rechazo que esa mentalidad posesiva nos produce, es imposible no ver el paralelismo entre una página y otra. La mujer compra materiales con el dinero de su marido que, gracias al trabajo de ella obtiene ganancias que aumentan su riqueza y el señor de la parábola ve crcer su fortuna gracias a la laboriosidad de sus sirvientes. Sirvientes y esposa gozan de las bendiciones y del beneplácito de su señor y de su marido respectivamente. Y podemos afirmar que tanto para los unos como para la otra su trabajo es motivo de progreso y de crecimiento personal. El siervo perezoso es la confirmación de todo esto: quien no trabaja no puede prosperar y pierde también, lo cual es mucho peor, la madurez que no puede obtener al no esforzarse en nada. No es que se le quite incluso lo que no tiene, sino que su inacción le impide ganar lo que gana quien más ha trabajado: la madurez profesional y, sobre todo, personal.

Podemos incluso decir que gracias a Proverbios encontramos una clave nueva en Mateo pues, en medio de sus afanes, la mujer pasa de ser hacendosa (otras traducciones dicen fuerte) a ser temerosa de Dios; entre sus muchas ocupaciones no olvida al necesitado ni al pobre. Ni su fuerza ni su esfuerzo son suficientes por sí mismos, sino que la cuestión se cifra en no olvidar la palabra de Dios sobre los demás. Tendremos que superar el lenguaje económico, extraño en Jesús, para descubrir que los talentos que reciben los siervos de la parábola, destinados a enriquecer al señor que parte, no pueden referirse más que a todo aquello que puede ponerse al servicio de los demás. Negociar es, aquí, ganar ciudadanos para el Reino rescatándolos del dominio de la oscuridad, o del sueño.

Como la semana pasada, Pablo vuelve a la carga con su comparación del sueño y la oscuridad; la muerte en último término. Quien se esfuerza en seguir a Jesús está ya en la luz y ve perfectamente lo que otros no ven. Ve, de hecho, tal vez de forma aún velada, con los ojos mismos de Dios. Está atento y sabe que lo que se espera de él es ganar, rescatar, salvar a tantas y tantos de una vida sonámbula que no les lleva a ningún sitio. En ese esfuerzo es él mismo quien gana, quien se supera, madura y crece. Esto intenta decirnos el salmista con su propio lenguaje. Por eso quien no hace nada con los dones (talentos) recibidos nunca ganará nada. A veces nos parece que es normal que otros, más talentosos, se dediquen a esta labor porque nosotros no hemos estado tan agraciados… no es cuestión de cantidad. Cualquier pequeña centella, el más mínimo resplandor, puede servir de guía o de esperanza a quien menos lo esperes y en el momento más inesperado. Es la construcción de la comunidad sobre un cimiento sólido, la trabazón de los corazones, lo que está en juego. Se acerca el fin de año y no es que amenace ya un terrorífico apocalipsis, sino que el Señor se interesa por ir cerrando etapas y se interesa en cómo usamos todos los bienes que nos dejó porque no eran solo para engorde propio sino para construir Reino; para entrar, con quienes quieran, en el gozo del Señor.


El Gozo del Señor. Iknuitsin Studio (2018)


viernes, 10 de noviembre de 2023

DESPERTANDO. Domingo XXXII Ordinario

12/11/2023

Despertando.

Domingo XXXII T.O.

Sb 6, 12-6

Sal 62, 2-8

1 Tes 4, 13-17

Mt 25, 1-13

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Comenzamos hoy la lectura del famoso capítulo 25 de Mateo que nos acompañará hasta concluir el año litúrgico. En él nos encontramos hoy con las diez doncellas que se quedan dormidas. Es esta una circunstancia que comparten con los tesalonicenses pues, aunque en nuestras traducciones se hable de difuntos, el texto original dice “los que duermen”. Como ya sabemos, la muerte es solo un sueño del que despertaremos. Pablo se extiende en este pasaje explicando el fundamento de esta cuestión. En la parusía, que él imagina inmediata, los que ya duermen despertarán para precedernos en el destino común que compartimos con Jesús, quien ha sido ya resucitado por el Padre. Esta esperanza radical nos diferencia de quienes la ven como un mal insalvable. Posiblemente, las doncellas que no se proveyeron de aceite sean de esas personas que no comparten nuestra confianza. En cualquier caso, lo cierto es que moriremos pero eso no implica que estemos condenados al olvido y la aniquilación.

El aceite es señal distintiva del cristiano. Es la sabiduría vital que no se limita a acumular conocimientos sino que impulsa y anima. Impulsa porque nos hace salir de nosotros mismos y anima porque infunde ánimo en el ánima. Nos hace ser lo que somos: creyentes esperanzados que se asoman al mundo con la intención de hacerlo un lugar más habitable para todos. Así, esta sabiduría no resulta ser algo lejano y abstruso, sino que está a disposición de todos. Puede solicitarse directamente, como hizo el rey Salomón, o puede buscarse en el día a día. Se puede madrugar, hurtándole tiempo al sueño, y meditar. Meditar es, para los pueblos semitas, recitar las palabras de Dios, dejarse arrullar por ellas mientras penetran en nosotros y nos revelan ese conocimiento experiencial. La sabiduría verdadera es Dios mismo con perfil femenino que se pone al alcance de los caminantes o de quienes, como dice el salmista, la contemplan en todo tiempo y lugar.

Durante toda su vida Jesús ha burlado a la muerte, simbolizada en el sueño, madrugando para rumiar, saborear y alimentarse de la vida. El sueño es imagen de la muerte porque nos aleja de proyectarnos hacia los demás, dejándonos inertes y presos de nuestro cansancio. La vida, en cambio, es vigila, vigilancia y, tal como Jesús, también nosotros podemos afrontarla de forma cada vez más plena y creativa. Podemos vivirla despertando. La muerte no es para nosotros lo mismo que es para otros, pero es que tampoco la vida lo es. Y es ésta la que iniciándose aquí continuará tras el sueño. En esta vida auténtica el aceite es la sabiduría; es la forma de ver el mundo que Dios mismo tiene; es el combustible que pone a nuestro ser a funcionar y le permite alumbrar a partir de sí mismo, de lo que descubre en su interior. El dinamismo de búsqueda convierte la vida en un constante descubrimiento que no se resigna a la pasividad ni a lo ya conocido sino que, al contrario, lleva a abrirse a todo y a todos desde la propia raíz. Eso es la vida. Quien así vive no podrá morir nunca y cuando finalmente duerma lo hará tan solo para sanar las heridas del camino antes de continuar la misma vida de otro modo, distinto pero idéntico: vuelto hacia los demás desde una plenitud nueva; presente pese a la distancia.


Despertando


sábado, 4 de noviembre de 2023

PODEMOS MÁS. Domingo XXXI Ordinario

05/11/2023

Podemos más

Domingo XXXI T.O.

Mlq 1, 14 – 2, 2b. 8-10

1 Tes 2, 7b-9. 13

Mt 23, 1-12

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Malaquías vivió tiempos convulsos: el rey había sido depuesto por los invasores persas y los sacerdotes adquirieron un importante papel para el pueblo, salvaguardando su maltrecha identidad nacional.  Sin embargo, no atinaron en todo; el profeta les acusa de aplicar la ley en su provecho, de forma que muchos obtuvieron beneficio por su mediación y con su beneplácito despojaron a otros en su propio provecho, profanando la alianza de Dios con sus padres. El ser humano olvida pronto los lazos que le unen a sus hermanos.

Siglos después, la comunidad de Mateo vivió también tiempos incómodos. El año 70 guarda el recuerdo de la destrucción del Templo, centro religioso de Israel, pero también político, por aquel entonces. Roma era ahora la potencia invasora. La nobleza sacerdotal y el Sanedrín gobernaban el país bajo la supervisión del gobernador ocupante. Cuando todo el sistema se vino abajo, los fariseos ocuparon la cátedra de Moisés. Sin monarquía ni sacerdocio, fueron los seglares más piadosos quienes asumieron el control de lo que quedó tras la severa derrota militar que anunciaba ya la definitiva ruina política que habría de llegar años después. Estos seglares no tuvieron mejor criterio que los sacerdotes o los reyes anteriores. Buscaban imponer sus intereses y pretendían aparentar lo que no eran, siendo incapaces de cumplir lo que ellos mismos exigían a los demás. Por ello Mateo recuerda las exhortaciones de Jesús y las actualiza de forma que sean útiles a su gente y en su tiempo: No llaméis a nadie padre,  no os dejéis llamar maestro ni consejero, todos sois hermanos y la única jerarquía real es la del servicio. Pablo agradece la acogida que él y sus acompañantes tuvieron entre los tesalonicenses cuando les predicaron la Buena Nueva sin dejar de trabajar para ganarse el sustento; queriendo no ser gravosos para nadie. Esta entrega fue, según él, decisiva.

En nuestro mundo actual sigue siendo verdad que hay quien, aprovechando su posición, utiliza la palabra de Dios para imponerse sobre los demás. No son personas ni oficios lo que Jesús y Malaquías denuncian, sino esa actitud evasiva y aprovechada. Todavía hoy la conciencia religiosa alienta conflictos armados contrarios a la voluntad de Dios, se le llame como se le llame. Ni Dios, ni Adonay (o Hashem), ni Alá comprenderán la violencia que unos ejercen, otros padecen y los demás consienten. La Iglesia, por su parte, recogió y desarrolló la noción de ministerialidad como servicio a los demás, pero no siempre lo ha vivido así. Por otro lado, encontramos que el canto del salmista resume hoy la vocación del ser humano: conocerse bien para conocer tus capacidades y posibilidades y ponerlas confiadamente al servicio de los demás. Todo lo demás está de más. Entre esas capacidades está la de ganarse la vida para que tus palabras no sean deudoras de nadie. Entre las posibilidades, la de organizarlo todo de modo que no recaigan sobre nadie responsabilidades exclusivas, pues todos somos hermanos. Todos somos corresponsables de nuestra comunidad “doméstica” y de la universal. Dejarlas a ambas en manos de profesionales nos ha conducido a caer en la dejación y en la auto-convicción de que existen cuestiones que quedan fuera de nuestro alcance. Sin embargo, ya dijo el poeta que “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”. En la religión o en la política: en la vida, los pequeños podemos más.


Podemos más


sábado, 28 de octubre de 2023

SI ASÍ SE AMAN... Domingo XXX Ordinario

29/10/2023

Si así se aman…

Domingo XXX T.O.

Ex 22, 20-26

Sal 17, 2-4. 47. 51ab

1 Tes 1, 5c-10

Mt 22, 34-40

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Comencemos hoy por el salmo: el ser humano reconoce que no lo puede todo por sí mismo. Identifica la intervención de Dios en su vida y se muestra agradecido. Esto calma su necesidad de trascendencia. Esta vida no le sacia, por eso se expande y traspasa los límites; identifica esa ayuda y a quien se la ofrece. El problema es, por un lado, que no somos capaces de aceptar la gratuidad y, por otro, que nos empeñamos en dividirlo todo en planos diferentes.  Nos parece necesario captar la atención de ese Dios auxiliador y consideramos que la vía adecuada es la que nosotros pensamos directa; hay que sintonizar un canal especial dejando de lado cualquier otro. A la larga, es decir, después de unos pocos milenios de historia, esto se ha traducido, primero, en nuestra obsesión por agasajarle con el cumplimiento de normas que, esperamos, puedan agradarle y predisponerle en nuestro favor y, segundo, en la separación de la realidad en dos esferas opuestas: la divina y la mundana.

La lectura del Éxodo es ya una desautorización de este modo humano de creer. Antes que las alabanzas, Dios escucha el clamor de quien le grita implorando auxilio. Su intervención no nos será siempre beneficiosa sino que se muestra como defensor de aquellos a los que nuestra vida perjudica. No es cierta esa dicotomía de contextos que hemos instaurado. No es posible pretender agradar al Señor sin cuidar la relación con quienes nos son cercanos. Como ya dijimos hace unos días, Dios no es imparcial y se alinea siempre con quienes sufren por sostener nuestro modo de vida. Extranjeros, viudas y huérfanos son los ejemplos que la profecía pondrá constantemente para representar a esas personas. La lectura de hoy añade también a los deudores, pero a los del propio pueblo: limitaciones de la mentalidad evolutiva que, pese al respeto al extranjero, aún distingue entre propios y ajenos del mismo modo que imagina todavía un Dios vengativo.

Jesús afirmará que ese escrúpulo nacionalista no tiene ya sentido. Prójimo es el próximo. Sin más. A él, o ella, debes amar como a ti mismo y el amor real se caracteriza por su carácter activo, no por ser un mero deseo bienintencionado. El amor es amar. El mismo amor que se dice tener a Dios se debe mostrar hacia los demás. Y no queda nada más. La esfera divina y la humana se identifican, por mucho que nos cueste entenderlo. Con esto queda cumplida cualquier ley. No existe argumento ni legislación que pueda separar en dos la única realidad existente. Descubrir este principio y ponerlo en práctica es vencer la idolatría de la dualidad y del particularismo. Por este motivo, los tesalonicenses merecen el reconocimiento de sus vecinos y el elogio de Pablo. Posiblemente, los cristianos de Tesalónica rezasen también nuestro salmo de hoy pero superando esa percepción ritualista y escindida. Su gratitud a Dios tendría más que ver con este descubrimiento que con la confianza en cumplir normas que les alejasen entre sí o que, colateralmente, perjudicasen a sus vecinos. Macedonia y Acaya se maravillaban de la nueva realidad que se vivía en la comunidad. Estas nuevas relaciones entre seres humanos eran las que daban sentido a algo tan absurdo, a priori, como el regreso desde los cielos de quien se decía que había resucitado. Es el amor, el amar, el que vence y convence: ¿Cómo no va a ser cierto, tal como se aman?


Si así se aman...


sábado, 21 de octubre de 2023

LA PROPIEDAD DE DIOS. Domingo XXIX Ordinario

22/10/2023

La propiedad de Dios.

Domingo XXIX T.O.

Is 45, 1. 4-6

Sal 95, 1. 3-5. 7-10a. 10e

1 Tes 1, 1-5b

Mt 22, 15-21

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Dios no es neutral. Desea el bien de todos pero toma partido por los que sufren y no duda en recriminar su acción a quien provoca ese sufrimiento. Es muy propio de él escoger a personajes concretos para que lleven a cabo misiones concretas. En el Antiguo Testamento esos elegidos recibían la fuerza y temple necesarios para desempeñar ese papel gracias a la unción con un aceite bendecido. A estas figuras se les llamaba, sencillamente, ungidos que en griego se dice mesías. Así pues, era común la presencia de mesías en las páginas hebreas. Estos fueron, principalmente, sacerdotes, profetas y reyes. Pero no solo ellos. Nada menos que Ciro, el emperador de los persas que liberó a los judíos de la esclavitud en Babilonia, es llamado “mi ungido”. Hacia este mesías libertador la Biblia se deshace en elogios, tal como vemos hoy en el pasaje de Isaías. Da igual que Ciro no conociese a Dios; su papel en la liberación de Israel, el gran elegido por Dios, le valió fama y victorias. Todo ello habla bien del propio Dios que es, en realidad, lo sepan ellos o no, gobernante de todos los pueblos. El salmista nos lo confirma.

Los que Dios se elige pasan a ser de su propiedad; él los cuida y vela por ellos. En realidad, cuida de aquellos que nadie más cuida. Es conocida su afición a escoger a los pequeños y débiles. Con ello muestra su poder, pues les concede descendencia abundante, les da tierras y termina haciendo de ellos un pueblo numeroso. Pero no todo es autobombo; escoge a quien no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir frente a la fuerza de los demás y en su elección se mantiene firme y fiel, aunque ese pueblo no lo merezca. Dios se elige un pueblo; su pueblo. Y cuidando de él dice a toda la humanidad que cuidará de todo aquel que no tenga nadie más que lo cuide. Dios se pone del lado de los últimos; de los pisoteados y ninguneados. Ellos son su pueblo y la vocación de este pueblo no es gozar en solitario de esa condición de favorito, sino velar por todos los demás olvidados como Dios vela por ellos. De este pueblo esforzado y entregado, presente según Pablo entre los tesalonicenses, dice él que recuerda su fe, el esfuerzo de su amor y el aguante de su esperanza en Jesucristo.

Todos aquellos que aceptan esta vocación se hacen propiedad de Dios y, según Jesús, no puede confundirse con ninguna otra. No existe moneda ni medida humana capaz de contenerla. Todo el pueblo de Dios es mesiánico. Está llamado a ofrecer su vida en favor de los demás. Esta intención introduce al pueblo en una órbita tan ajena a los intereses de este mundo como a sus expectativas. Es la imagen de Dios la que llevan impresa, no la del César. Esta nueva ciudadanía no se obtiene por genética, sino por asunción personal de esa vocación y se materializa abriéndose a la universalidad y empeñándose en lograr la salvación de todos empezando por la cola. Sin embargo, ocurre que se absolutiza y sacraliza el don de Dios convirtiéndose en amenaza para los demás; en muerte. En la jungla que ha venido a ser nuestro mundo no se trata tanto de identificar bandos o culpables, pues ya su maldad habla por ellos, sino de detener la maquinaria que produce tanto dolor a los inocentes. La llamada a la reconstrucción clama desde la ruina del mundo, pero nos interpela también a cada uno porque todos necesitamos rehacernos en un sentido u otro. Ciro actuó sin saber pero Jesús fue plenamente consciente y nos dejó clara la distinción. 

 

La propiedad de Dios

 

 

sábado, 14 de octubre de 2023

EL REINO ESTÁ EN EL CAMINO. Domingo XXVIII Ordinario

15/10/2023

El Reino está en el camino.

Domingo XXVIII Ordinario.

Is 25, 6-10a

Sal 22, 1-6

Flp 4, 12-14. 19-20

Mt 22, 1-14

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Es difícil percibir el Reino como un banquete si no estás hambriento. Todos los saciados encontrarán que esto es una ordinariez y encontrarán más provechoso emplear el tiempo en sus negocios o en el cuidado de sus tierras. Es difícil aceptar que lo que ya se posee tiene algo que ver con aquello que se desea. Infravaloramos lo que tenemos porque su uso (o abuso) no nos da la satisfacción que le suponemos a aquello que esperamos. El valor de las palabras de Isaías está precisamente en que son dirigidas a un pueblo hambriento. Precisamente cuando el pueblo necesita amparo recibe la invitación de Dios. Está preparando un festín para todos y el velo que cubre los pueblos será eliminado; ya no habrá separación alguna, la muerte será vencida y no quedará lágrima alguna. Separación, muerte, dolor… son realidades destinadas a desaparecer por la intervención de Dios en la historia. Pero Dios no interviene más que por medio de enviados. Son estos a quienes se les encarga terminar con el mal y anunciar el banquete definitivo. Somos nosotros los enviados a los cruces de los caminos.

Al ser más concurridos que los propios caminos, estos cruces no tenían nada de aburrido; se reunían en ellos pobladores de lo más variado: viajeros en tránsito, pequeños comerciantes, prostitutas, salteadores eligiendo clientes y buhoneros esperando tratos beneficiosos. Todos ellos, en realidad, estaban allí en un proceso de búsqueda, cada uno lo suyo, pero todos esperaban encontrar algo, completarse de alguna manera, saciar cualquier necesidad. Tenemos que aprender a distinguir estas búsquedas, estas hambres, de la instalación en la que viven quienes dijeron que no a la primera invitación. El rey de la parábola invita a todos, pero el mensaje solo llega a quien tiene un hueco que llenar. Es ese hueco el que permite que la llamada resuene y les haga vibrar. No son aquellos cuya saciedad les impide advertir su propia sed, sino estos otros cuya necesidad no les permite detenerse quienes se ponen en marcha. Por este motivo pueden apreciar la invitación a la boda. El salmista nos trae hoy la actitud del caminante que confía en el Señor. Esta confianza es el vestido de fiesta que el rey de la parábola echa en falta en aquel invitado que termina siendo desalojado ¿Quién va a un festín con su propia comida? ¿Quién acude para no mezclarse con los demás convidados? Es el alimento que allí se da el que debe compartirse entre todos.

Es este ajustarse a lo recibido lo que Pablo identifica como la capacidad de vivir en pobreza o abundancia. Es una actitud que se fortalece personalmente, pero los demás pueden apoyarnos cuando sea necesario; esa fue siempre el gesto de los filipenses para con Pablo. Ellos fueron, para Pablo, prueba de que la confianza que él ponía en Dios no era infundada. Somos llamados a anunciar, a convocar y a sostener. El Reino del que habla la parábola no es un destino final, sino una realidad que crece en la historia conforme nos cuidamos unos a otros. El consuelo definitivo es hacerse presente; compartir la tribulación. Isaías nos anunciaba que Dios enjugaría toda lágrima, pero su intervención se da a través nuestro. Es en ese compartir donde el otro encuentra consuelo, y allí mismo nosotros encontramos sentido, porque todos somos buscadores y en el mismo abrazo cada uno encuentra lo que busca. 


El Reino está en el camino. Cruce Shibuya (Tokio - Japón)


sábado, 7 de octubre de 2023

EL REINO Y LA RUINA. Domingo XXVII Ordinario

07/10/2023

El Reino y la ruina.

Domingo XXVII Ordinario.

Is 5, 1-7

Sal 79, 9. 12-16. 19-20

Flp 4, 6-9

Mt 21, 33-43

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En ocasiones la gente nos defrauda. Y la decepción puede ser grande. Así nos lo transmiten hoy las parábolas que cuentan Isaías y Jesús; ambas con una viña como marco. Isaías de forma más naturalista, pues la viña, aunque bien cuidada, parece producir agrazones por sí misma. En Jesús que, a diferencia e Isaías, ya tenía claro que el ser humano era guardián de la creación, se hace patente el conflicto entre el propietario y sus jornaleros. En Isaías, el señor planta la viña y espera que de fruto. En Jesús, el señor la planta igualmente pero la arrienda a unos labradores. En Isaías la viña será arrasada; en Jesús, se dará a otros trabajadores. Por si quedaba alguna duda, Isaías quiere dejar claro que esa viña se refiere a Israel, el elegido, el pueblo de Dios. El salmista lo confirma y presenta un movimiento de conversión del pueblo. Es ese pueblo el que, para Isaías, no produce fruto pese a todo lo que el Señor hizo por él, mientras que para Jesús, su improductividad se debe a quienes lo cuidan, o más bien, lo explotan, en beneficio propio. En ambos casos es el Señor quien sufre la decepción, pero en el primero todo el pueblo es culpable, mientras que en el segundo, la asamblea es víctima de la corrupción de los malos administradores.

Según Jesús esos administradores serán sustituidos por otros que no engañen ni busquen su provecho. Curiosamente, serán precisamente quienes fueron desechados por ellos. Tal como afirma el salmista en otro lugar, la piedra desechada ha pasado a ser angular; fundamental. Sobre ella se edificará el verdadero Reino de Dios; el que produce sus frutos. Precisamente serán todos esos que habían sido apartados por indignos y pecadores: publicanos, prostitutas, extranjeros… quienes lo pongan a nuestro alcance. El Reino, que no es un lugar, sino una situación, una experiencia vital en la que, como nos dice Pablo, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, es valorado venga de quien venga, crece por la acción de todos. Poco importa el contexto de la persona, sino lo que ella puede aportar para mantener la llama de una humanidad que busca imponerse sobre las circunstancias concretas de cada uno.

Sufre decepciones quien ve traicionada su confianza; quien ama y no es correspondido; quien no encuentra acogida ni eco. Es posible que ame, confíe o espere acogida de quien no está atento más que a sus propios intereses. En cualquier caso, no debe ser el juicio lo que arrebate su corazón, sino, como dice Pablo, la paz de Dios en Cristo Jesús, que se mantuvo firme, coherente y sereno frente a los sacerdotes y ancianos. En nuestras decepciones pongamos en práctica este mismo método: no juzgar y valorar cuánto cuidé a mi viña, cuánto amé, cuánto acogí, cuanto confié. Es posible que algo faltase o puede ser también que ciertamente, sea otro el lugar, los corazones, donde resida todo eso bueno y laudable que pueda poner en práctica el derecho y la justicia que Isaías reclama; donde se acoja a los buenos servidores sin animosidad. Mateo y Pablo hablan del Reino, pero ofrecen guías para construir la comunidad. El Reino no es tarea personal, sino fraternal. Se erige edificando comunidad, pero siendo consciente de que la trasciende y debe acoger a quienes una comunidad-bien no aceptaría, porque sin ellos, por bella que sea, todo es una ruina. 

 

El Reino y la ruina

 

viernes, 29 de septiembre de 2023

COMUNIDAD. Domingo XXVI Ordinario

 01/10/2023

Comunidad.

Domingo XXVI T.O.

Ez 18, 25-28

Sal 24, 4bc-5. 6-7. 8-9

Flp 2, 1-11

Mt 21, 28-32

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Encontramos hoy una importante novedad. Mateo afirma que es el hermano mayor quien comienza desobedeciendo pero termina haciendo caso al padre, mientras que el menor defrauda totalmente las expectativas puestas en él. En la tradición bíblica era una constante que el hijo menor fuese preferido sobre el mayor y terminase heredando del padre la vocación y el favor de Dios. Así ocurrió, por ejemplo, en las historias patriarcales. El propio Jesús habla siempre a favor de los pequeños. Excepto aquí. Aquí, el hermano pequeño hace presentes a quienes se creen preferidos. La imagen bíblica nos sirve para poner cara a quienes piensan estar más cerca de Dios por cualquier causa; se identifican con los hijos pequeños porque son cumplidores y guardan las formas. Sin embargo, ese afán cumplidor les aleja del verdadero mandato: “Ve a la viña, sal de casa, deja la comodidad de lo conocido; hay mucho que hacer allí afuera”. El hijo mayor no guarda las formas y es posible que su práctica cotidiana se encuentre muy alejada de lo que el padre quisiera para él, pero a la hora de la verdad le cuesta menos ponerse en camino. Su desapego de lo correcto le facilita alejarse de lo ya trillado para llegar a la viña. Son imagen de quienes públicamente incumplen la Ley y se colocan al margen de la corrección política. Pero estando allí abren el oído a las palabras del padre y se vuelven hacia los demás. Publicanos y prostitutas eran notorios pecadores y su destino estaba claro para todos. Jesús, en cambio, los coloca por delante de los demás.

Pablo recuerda que estamos unidos en un mismo Espíritu y que nuestra vida debería ser, como fue la de Cristo Jesús, compasiva para con todos. Él renunció a presentarse exigiendo derechos que esos hijos que se creen pequeños y favoritos le hubiesen reconocido con gusto. Se acercó a todos y a todos les dijo lo mismo. Ese Espíritu que nos une nos movilizará, si le dejamos, para inaugurar una nueva forma de relación entre todos: la compasión; la unión en un mismo amor y sentir. Si de alguno pensamos que es malvado confiemos en que puede siempre, como dice Ezequiel, volverse hacia el Señor, practicar el derecho y la justicia y vivir. Ya no existe el mérito sino la acogida. La comunidad es el lugar donde el milagro es posible porque en su seno se viven las relaciones capaces de confrontar a cada uno consigo mismo y hacerle ver su realidad. La comunidad nos hace humildes, realistas, pero no nos juzga ni condena; nos ayuda a ser en plenitud lo que somos y aún no conocemos. El padre de la parábola envía a sus hijos de uno en uno, porque las opciones son siempre personales, pero Jesús enviaba siempre en grupo, en pareja como mínimo, en comunidad. Comunidad de personas humildes, realistas y amorosas que saben rezar juntas el salmo de hoy pensando en cada una de ellas a la vez que pidiendo por todos con quienes se encuentren en el camino. En esa comunidad la primera faena no es alabar al Señor sino posibilitar que cada miembro pueda sanar de sus dolores y descubrir sus errores y superarlos para ir acercándose cada vez más al verdadero hijo menor que lleva dentro. La alabanza que surja de esa transformación es la auténtica alabanza. El trasvase de ese clima al exterior y la acogida de quienes van llegando es la labor que se le encarga a la comunidad y en esa labor se transforma a sí misma y a todo lo demás para hacer cada vez más presente al Reino de Dios.


Comunidad (Centro de acogida de menores "EL Verdader" - Valencia)


viernes, 22 de septiembre de 2023

DISTINTOS PLANES. Domingo XXV Ordinario

24/09/2024

Distintos planes.

Domingo XXV T.O.

Is 55, 6-9

Sal 144

Flp 1, 20c-24. 27a

Mt 20, 1-16

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Cuando de chicorrones hacíamos equipos en el patio del colegio para jugar a lo que fuese, lo normal era empezar eligiendo a tus amigos o a los que eran muy buenos en el juego y dejar para el final a quienes no destacaban en nada. El ranking resultante era un verdadero sociograma de la clase. De modo similar, en épocas en las que las peonadas se elegían diariamente en la plaza del pueblo (tal es el escenario de la parábola de hoy) los capataces empezaban seleccionando a los mejores trabajadores, o a quienes menos problemas daban, o a quienes no tenían tacha moral alguna… quedarse para el final no solo suponía la pérdida del jornal de ese día, sino que implicaba también quedar marcado, encasillado en un grupo u otro. Ya vimos el domingo pasado que el denario era el salario de un día de trabajo. Pero el problema aquí no es solo que se pague lo mismo a quienes han trabajado menos que nosotros, sino que se les abone la misma cantidad a quienes son no solo distintos sino, según nuestro criterio, peores.

Como nos recuerda Isaías, los caminos del Señor no son los nuestros. Su modo de hacer las cosas es distinto. Incluso sus planes son completamente diferentes. Los nuestros tienen que ver con nuestros amigos, con quienes nos son semejantes y etiquetamos como buenos. Los suyos, sin embargo, incluyen a todos; también a los manifiestamente malvados. De esos que nosotros nunca salvaríamos, siempre y cuando abandonen su camino, es decir, siempre que se arrepientan y regresen, tendrá Dios piedad. El salmista ahonda en el mismo mensaje. Pablo afina un poco más: conociendo como conocemos el secreto último de la vida sabemos que dejar este plano de realidad supondría una enorme ganancia y, sin embargo, permanecemos aquí no para nuestro bien, sino para el de los demás. Para él, el sentido de la vida es ayudar a que todos lleven una vida digna del Evangelio.

Así pues, cada vez que el mismo Jesús, el señor de la parábola, llega a la plaza encuentra, según la convención del momento, a trabajadores de peor calificación pero en todos ellos sabe ver su potencial oculto. Y a todos ellos les da un sentido para vivir enviándolos a la viña. Todos ellos, mejores o peores, han encontrado al Señor. Pero la meta real no es encontrarle, sino acercarlo a los demás; vivirlo con ellos. Existe quien creyó en Jesús desde el primer momento, pero otros tardaron más y fueron por ello postergados por los buenos. Tal vez no eran todo lo ortodoxos que cabía esperar o, simplemente, no eran de aquí; es posible que no aceptasen lo que no comprendían o que les pareciese un error no plantear dudas u objeciones; incluso es posible que no hayan renunciado a todo lo que los primeros sí abandonaron. Por todo esto y por mucho más, quedaron relegados por esos primeros, pero no por Jesús quien, finalmente, los alcanzó y les envió a la misma labor que los demás. De nuevo la objeción del hermano mayor: ¿Es posible que a este que lo ha gastado todo; que no acató, como yo, sin rechistar; que no pospuso nada sino que lo exprimió todo y disfrutó de todo le pagues lo mismo que a mí? Reclamamos la bondad de Dios para nosotros y los nuestros pero exigimos justicia para quienes no son como nosotros. El Reino no es así. Los planes de Dios son distintos. Todo va a dar un vuelco.


Distintos planes (Plaza elíptica. Madrid, 2021)


sábado, 16 de septiembre de 2023

DESPROPORCIONES. Domingo XXIV Ordinario

17/09/2023

Desproporciones.

Domingo XXIV T.O.

Si 27, 33 – 28, 9

Sal 102, 1-4. 9-12

Rm 14, 7-9

Mt 18, 21-35

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Perdonar es sencillo si tú mismo has experimentado antes el perdón de otros. Si no ha sido así, seguiremos enredados en debates acerca del amor y de la justicia. ¿Dónde empiezan? ¿Dónde acaban? ¿Por qué a mí sí, o no, y a ellos no, o sí? Todo se torna confuso cuando no podemos sentir la liberación del perdón. Aparece entonces la justicia, como guía en la penumbra. Pero eso no es lo definitivo. Entre los ascendientes de Jesús, encontramos a Lamec que, en los tiempos del Génesis, juró vengar cualquier ofensa 70 veces siete. Jesús lo toma como ejemplo pero invierte su valor. Setenta veces siete será a partir de ahora el número de veces que se debe perdonar; es decir, siempre. Adiós al equilibrio justiciero. El perdón es fruto del amor y el verdadero amor es siempre desproporcionado. Desproporcionadas eran también las deudas de los personajes de la parábola. En el Nuevo Testamento, un talento equivalía a 21,6 kg de plata, es decir, 6.000 denarios. El denario era el salario de un día completo de trabajo. El primer empleado debía 10.000 talentos, es decir, 60 millones de denarios ¡Una barbaridad! El segundo "sólo" debía 100 denarios, que tampoco está mal; 100 días de trabajo. Al primero se le perdonó mucho, pero él no lo vivió así, sino como una negociación. Al no sentirse perdonado, sino tan solo justificado, no se sintió movido a hacer lo mismo. Todavía hoy existen personas e instituciones que negocian enormes deudas y se sienten justificadas para seguir reclamando a sus deudores sin piedad alguna.

Ben Sirá nos habla hoy de la incompatibilidad entre esta exigencia de justicia y el perdón que surge del amor divino. Al no perdonar, conservamos la ira que nos impide reconocer en nuestras vidas la obra de Dios a la que canta el salmista. Así, nuestra vida pasa a ser un laberinto. Imploramos y pedimos pero el resentimiento nos impide percibir el bien que Dios nos dispensa y aprender de él. Quedamos presas del mal. La venganza divina de la que hablan Mateo y Ben Sirá es en realidad fruto de nuestra obsesión en nuestro propio concepto de justicia. Sin embargo, nos dice Pablo, tanto en la vida como en la muerte somos del Señor. En lo bueno y en lo malo, le pertenecemos; él está con nosotros y nosotros en él.

De entre todo lo malo, la muerte es el último enemigo, pero Jesús lo ha vencido ya. Y nosotros en él. Pese a todo, nos sigue dominando el dolor por la separación. En Jesús, sin embargo, es más sencillo recordar todo lo que recibimos de los que ya no están y valorarlo como el amor real que nos tuvieron. Les debemos mucho y tan desproporcionadamente como deben los personajes de la parábola, pero no es una deuda que tengamos que saldar como estos pretenden. Al contrario, el amor recibido nos capacita para reconocerlo en cualquier otra parte y nos coloca en disposición de entregarnos tal como aprendimos de quien lo volcó sobre nosotros. El amor es incontenible. Lo inexplicable del perdón es muestra de ello. Quien ha conocido la grandeza del amor que sus difuntos le transmitieron se descubre agraciado y no puede no amar; el perdón es su sello. A quien en apariencia parte, en realidad, le acogemos como la presencia, el testimonio, del amor en nosotros. Ingresar en esa vida desconocida es revelar a quienes quedan aquí un trozo de cielo: es hacer patente el amor entregado y espolearles a todos para que ese amor no se embalse en nosotros. Que fluya.


Desproporciones


Para Miguel, Natalia, Raquel , Edu y familia. 


sábado, 9 de septiembre de 2023

LAZOS. Domingo XXIII Ordinario

 10/09/2023

Lazos.

Domingo XXIII T.O.

Ez 33, 7-9

Sal 94, 1-2. 6-9

Rm 13, 8-10

Mt 18, 15-20

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Un profeta, por definición, no es quien adivina el futuro sino quien transmite la palabra de Dios que él recibe en primicia. Esto es lo que hace hoy Ezequiel. De parte de Dios, se hace saber, que quien no corrija la conducta del malvado será responsable de la conducta de aquel. Es posible que él no cambie de actitud, pero antes de cometer su fechoría habrá escuchado con claridad cuál debería ser su comportamiento. Viendo como está el mundo no es un mensaje para dejar caer en el olvido. Salvar al inocente pasa por la salvación del malvado. La coacción es un dique muy débil que difícilmente contendrá la oleada. El salmista alecciona para que todos escuchemos la voz del Señor, pues él ha dado pruebas de querer nuestro bien. No tiene sentido rebelarse y  endurecer el corazón. Su palabra es una apelación a nuestra responsabilidad en la construcción de un mundo más justo. No hacer el mal, no dejar que otros lo hagan, escuchar lo que los demás nos digan…

También Jesús habla sobre esto a sus discípulos, puede ser que recordando este pasaje o recogiendo otras prácticas que ya existían en su época. Pone de relieve como solucionar conflictos; como discernir entre partes. Tanto decirle a alguien que se está equivocando como escuchar la corrección que los demás puedan hacernos son cosas difíciles. Jesús está hablando de un ambiente en el que son posibles la intimidad y la confianza. Aplica esa norma al interior de la comunidad, donde es posible tratarse como hermanos. Es una intimidad que puede ser ampliada recurriendo, si es necesario, a testigos que apoyen la iniciativa; si esto no surte efecto se da publicidad al asunto. Este paso sí que está tomado de las costumbres judías, pero Jesús no habla de tribunales, como era la práctica habitual, sino de la comunidad. Sólo la asamblea es soberana para tomar decisiones graves y el hermano que no quiere escuchar será tenido por “pagano o publicano”. Es decir, vuelven a la casilla de salida. No es que sean expulsados sin posibilidad de retorno, es que vuelven a ser aquellos preferidos a los que Jesús y sus primeros seguidores, después de él y tras un proceso de discernimiento, se dirigieron.

Es en el seno de la comunidad donde Jesús está presente. Con que haya dos, surge ya esta presencia porque, como nos dice Pablo, lo decisivo es el amor y sabemos ya que el amor necesita, al menos, de dos. Por el Espíritu, Dios habita en cada uno de nosotros, pero allí donde dos seres humanos se amen de verdad está también Jesús. El amor verdadero, que habla sin miedo y escucha sin egoísmo, crea una realidad en la que se vive como Jesús mismo vivió. Cualquier persona solitaria, que ni ama ni se deja amar es imagen de Dios gritando en el vacío. Somos libres, no marionetas. Dios no nos habita como un titiritero; sugiere e inspira, pero no obliga. El amor es lo que nos pone en manos de los otros y lo que nos lleva a buscar su bien. Lo que Jesús viene a decirnos es que  la presencia de Dios ya no se da sólo en el Templo y sólo mientras el pueblo cumpla la Ley, sino que esa presencia es real en cada uno y que se actualiza en el seno de la comunidad que crece a partir de lazos amorosos que, por buscar el bien de todos y defender sobre todo a los más pequeños, se tornan exigentes y vigilantes, pero no se pliegan nunca a intereses particulares. Estos lazos vivirán para siempre; en la tierra y en el cielo.


Lazos