sábado, 20 de abril de 2024

COMO UNA LUZ. Domingo IV Pascua

21/04/2024

Como una luz.

Domingo IV Pascua.

Hch 4, 8-12

Sal 117, 1. 8-9. 21-23. 26. 28-29

1 Jn 3, 1-2

Jn 10, 11-18

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Pedro insiste en el nombre de Jesús Nazareno. Como es sabido, el nombre indicaba a la totalidad de la persona. Es Jesús quien, a través de sus discípulos sigue obrando prodiios a través de sus discípulos. Él es el fundamento de todo; es la piedra que fue desechada, pero que se ha convertido en fundamental. Lo reconocen como único capaz de salvar; de aportar sentido a la vida del ser humano. El salmista atribuye al señor el mismo reconocimiento y la confianza de quien vive apoyado en él. Los cristianos identificaron a Jesús con esta piedra y usaron el salmo para sostener su argumentación e ilustrar la fe que les animaba. Parte importante de esa fe era su comprensión como hijos de Dios. Y nos da dos claves fundamentales. La primera de ellas es que esta realidad es desconocida para el mundo que se mueve en otras coordenadas. A las pequeñas piedras vidas que todos somos, nos ocurrirá lo mismo que a la fundamental. Seremos rechazados. La segunda clave es que somos hijos de Dios, pero aún no se ha revelado lo que seremos. Somos una realidad en evolución. No hemos llegado al final, sino que estamos siempre en proceso. Tenemos la tentación de pensarnos ya en el culmen de nuestro ser y, sin embargo, no hemos alcanzado aún nuestra plenitud.

Juan nos trae noticia de la parábola del Buen Pastor. Jesús vivió su vida en conflicto porque se enfrentó con la comprensión de Dios que tenían sus contemporáneos. Esta parábola, tantas veces dulcificada,  es ejemplo de ello. Jesús se presenta como el guía que conoce al pueblo y, a diferencia de otros, se preocupa verdaderamente por él. Está decidido a obtener su bien y sabe que, para eso, debe sacarlo del redil; de la angosta comprensión de Dios, de la religión y de la vida, que las autoridades de su tiempo imponían a la gente sencilla como pretexto para mantenerse ellos en la cumbre. Él conoce a los suyos y los suyos lo conocen a él tal como el Padre y él se conocen. Existe entre todos la misma relación; el mismo amor. Jesús se ofrece como puerta por la que abandonar dicha angostura para alcanzar la vida plena. Jesús es quien reúne a todos aquellos que han decidido abandonar el sistema que los mantiene acogotados. Esta es la vocación que ha recibido del Padre y la cumplirá hasta el extremo de dar la vida. Dar la vida es una acción. Quiero decir que no es una aceptación pasiva de los acontecimientos sino que Jesús se ha mostrado pro-existente: ha vivido para los demás y ha aceptado el desafío de colocarse al lado de las víctimas y de los explotados para sacarlos de esa situación desde ellos mismos; no como un gancho milagroso que anule su voluntad. Esa pro-existencia es la que no puede sucumbir ante la muerte. Jesús ha vivido su vida de forma desbordante, sin refrenar su empuje pensando en sí mismo, sino volcado siempre hacia los demás. Esa vida siempre pujante es la que no puede ser aniquilada por la muerte. Jesús tiene poder para recuperar su vida, porque su vida fue siempre ir más allá de sí mismo. No es que Dios le ame especialmente por eso, sino que Jesús ama como ama Dios y Dios le corresponde con ese mismo amor. Tal como ellos se aman, las ovejas aman al pastor. Tal como las ovejas se fiaban del pastor, Jesús se fió de Dios y se convirtió en luz para las mujeres y los hombres de su tiempo. También nosotros podremos ser luz para este tiempo nuestro si mantenemos la esperanza en la puerta que es Jesús y aceptamos su invitación a la pro-existencia. 

 

Como una luz

 

 


 

sábado, 13 de abril de 2024

TESTIGOS. Domingo III Pascua

14/04/2024

Testigos.

Domingo III Pascua.

Hch 3, 13-15. 17-19

Sal 4, 2. 4. 7. 9

1 Jn 2, 1-5a

Lc 24, 35-48

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Los discípulos no creían en la resurrección. En su tradición cultural, ésta era una fe muy reciente. Apenas 200 años antes se había empezado a hablar en serio de esta realidad pero no era una expectativa común en Judea. Quienes creían en ella la asociaban frecuentemente a la perspectiva griega que hablaba de su supervivencia del alma, pero olvidaba el cuerpo. Cuando los evangelios cuentan episodios de resurrecciones se refieren a revivificaciones. Lázaro volvió a la vida, pero moriría definitivamente más tarde. La mayoría de los judíos de la época mantenían la creencia en el Sheol, un lugar impreciso por el que los difuntos erraban o hablaban del seno de Abraham como de un espacio impreciso donde reunirse con sus antepasados. No estaba claro. Ver apariciones de algún fallecido era motivo de espanto. También lo es hoy si las despojamos de cualquier esperanza religiosa. En eso se basan tantas películas de terror. Es, pues, normal que aquellos hombres sencillos reaccionaran con miedo ante la presencia de Jesús entre ellos.

Jesús se muestra ante ellos vivo. Ni errante ni espectral. Es el mismo Jesús que ha compartido vida con ellos y al que ellos vieron morir. Así lo atestiguan sus heridas. Come con ellos como comen los vivos y, para postre, les hace comprender las Escrituras. El contacto directo con la realidad tiene este efecto. Se ven las cosas como son. Jesús les pide que sean testigos y lo son ante todo el pueblo. El temor ha desaparecido y Lucas nos cuenta como Pedro habla libremente para todos, sin ahorrar reproches pero reconociendo la ignorancia que les llevó a obrar así. Jesús ha puesto ya fin a la ignorancia pero es necesaria nuestra buena disposición. Llega el momento, dice Pedro, de convertirse; de volver los ojos hacia Dios y poner en él su esperanza tal como lo expresa el salmista. El autor de la primera carta de Juan sabe que no es sencillo y presenta a Jesús como abogado, intercesor, e insiste en la forma práctica de comprobar la veracidad de esa transformación: guardar la palabra y cumplir lo que él nos dijo; caminar como Jesús caminó, dice el versículo 6 que la liturgia hoy nos ahorra.

Así pues, tenemos que en este mundo nuestro Jesús se nos presenta como aquel que ha superado cualquier forma de mal; ha vencido a la muerte y nos revela que la vida es mucho más de lo que conocemos. Él vive verdaderamente sin dejar de ser quien sus amigos conocieron. Caminar con él y como él es situarse en la misma perspectiva que él tuvo en vida; en la perspectiva de Dios. El mundo debería construirse desde este punto de vista. Unos llegaron antes a este descubrimiento y fueron testigos de aquello que habían visto. Nos piden a nosotros que lo seamos también. Que testimoniemos aquello que descubrimos y que anima nuestra propia vida, porque todos están buscándole un sentido a esta realidad que puede ser tan desconcertante y peligrosa. Es en medio del caos donde Jesús se presenta como viviente; como el que está vivo. Esta revelación que anima nuestras vidas no es un privilegio privado, sino que está destinada a extenderse por todas partes y alcanzar a todos los seres humanos sin dejar fuera a nadie. La forma práctica puede ser muy variada pero lo fundamental es que todos se sientan aceptados, respetados, valorados y motivados: amados. No es la perfección lo que se requiere sino lo que se busca y en camino a ella estamos todos.

 

Testigos


 


 

viernes, 5 de abril de 2024

NO MI SALVACIÓN; LA DE TODOS. Domingo II Pascua - Divina Misericordia

07/04/2024

No mi salvación; la de todos.

Domingo II Pascua – Divina Misericordia.

Hch 4,32-35

Sal 117, 2-4. 16ab-18. 22-24

1 Jn 5, 1-6

Jn 20, 19-31

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Lucas nos revela en qué consistía el testimonio de la primerísima comunidad acerca de la resurrección de Jesús: “ninguno pasaba necesidad entre ellos”. Del mismo modo, en otro lugar, dice la Escritura: “mirad como se aman”. Esto no quiere decir que no predicasen y diesen testimonio. Así lo afirma el Nuevo Testamento en muchos lugares, pero lo central es esta puesta en práctica de un nuevo orden que alcanza para todos. Cierto es que en breve se estropearán las cosas, como lo manifiestan también otras páginas neotestamentarias y cierto es también que hay, entre los exégetas, quienes apuntan que esta visión es demasiado idílica. No obstante, creo, siempre nos valdrá como destino, pues a eso debe tender la comunidad; también como camino, pues no hay otra forma de lograrlo que empezar a hacerlo y, finalmente, como reto pues no puede circunscribirse a la comunidad sino que debe alcanzar a la humanidad entera. El desafío está en comenzar y la motivación en la resurrección de la que, como el salmista, somos testigos: por la misericordia del Señor la piedra rechazada es ahora la piedra fundamental. Y la salvación que esperamos pasa poner en práctica ese nuevo modo de ser y estar en el mundo.

El autor de la primera carta de Juan nos dirá que esa nueva relación, que es el amor a los demás, es el fundamento de toda ley. Amamos a los hijos de Dios si les tratamos según los mandamientos de Dios. Son la constatación de la asunción del anhelo que movió siempre a Jesús. La comunidad afirma que Jesús es el Cristo. Creerlo y obrar en consecuencia es comenzar a vencer al mundo y esto aunque no seas judío. Es la primera expansión.

Aunque la crítica literaria lo pone en duda, la tradición atribuye la autoría de esta carta al mismo Juan que escribiera el cuarto evangelio. Lo sea o no, el pasaje evangélico de hoy nos habla de esa aparición a los discípulos en la que Jesús les hace agentes de paz. No estaba con ellos Tomás y cuando sus compañeros le contaron lo ocurrido, no daba crédito. Juan, ambos o el único, digámoslo así, nos da testimonio de la dificultad de algunos discípulos en creer. Parece ser que no veían posible que Dios, el ser omnipotente que muchos imaginaban y que muchos siguen imaginando aún hoy, sufriese y muriese. Por eso la carta habla de la sangre. Tomás, como otros hermanos, veían a Jesús como un ser divino; su muerte era imposible. Como no lo creían un farsante, opinaban que solo fue humano en apariencia, que su muerte fue una ilusión. Juan y la comunidad insisten en lo contrario. Solo al ver a Jesús vivo de nuevo, pero con las señales de la pasión Tomás comprende que todo fue real y que Dios, pese a tanta grandeza como se le quiera atribuir, puede morir. Palpar las heridas de Jesús es palpar el sufrimiento de Dios y las heridas de la humanidad sufriente. Dios no es ajeno a ellas. Todo aquel que reconoce la presencia de Dios en el sufrimiento del ser humano ha dado un paso más; ha llegado a la segunda expansión. Ha comprendido que cumplir la ley tiene que ser bueno para los demás, no para la salvación de la propia alma. Los testigos de este modo nuevo de ver el mundo y de relacionarse con Dios y con los demás supieron poner las palabras adecuadas para expresar esta realidad de forma que no fuese solo un sueño: “Un día, los hijos e hijas de Dios exultarán de alegría al contemplar unidos el rostro de Dios”.

 

No mi salvación; la de todos.

 Para Javi, que supo poner carne, letra y música a tantos sueños y retazos de vida.

 

Javi Sánchez - I have a dream

(Pulsa para escuchar)

 

domingo, 31 de marzo de 2024

Amar, Ser, Resucitar. Domingo de Pascua

31/03/2024

Amar, Ser, Resucitar.

Domingo de Resurrección.

Hch 10, 34a.37-43

Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23

Col 3, 1-4

Secuencia

Juan 20, 1-9

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Somos amando, decíamos hace unos días y nuestra firme convicción es que mientras amemos iremos resucitando como todos aquellos y aquellas que nos precedieron. Como Jesús, que hoy ha reinventado la primavera. Sin embargo, no todos lo captan del mismo modo. Lucas nos da la pista fundamental: es necesario haber comido y bebido con él. ¿Quién puede recordar a un difunto más que aquellos que vivieron con él y lo amaron, que fueron amados por él? Ocurre aquí lo mismo ¿Quién puede percibir la resurrección de Jesús más que aquellos que han comido y bebido con él; que han compartido su vida y muerte? Solo quienes han descubierto el sinsentido que sería la idea de muerte como fin que el mundo pregona comprenden la realidad de la resurrección. La vida definitiva comienza con el ingreso en ese espacio que llamamos muerte. Más allá, ciertamente, todo nos es desconocido, pero su relación con esta realidad que conocemos se da en el amor que compartimos con quienes partieron. Ese amor es el vínculo indeleble entre ambas dimensiones.

Ese mismo vínculo es el que permitió a los amigos y amigas de Jesús experimentar con certeza su resurrección. Por eso se apropiaron del mensaje lanzado siglos antes por el salmista y en esta experiencia basaron su esperanza de vida eterna. Por eso se empeñaron en dar a conocer las hazañas de la piedra angular que había sido desechada. Por fin, tras tantos días, un mensaje de renovación. Más aún, comprendieron, tal como les fue anunciado a los colosenses, que su vida anterior, en comparación a la nueva vida que se escondía en Dios, valía lo mismo que esa muerte desconocida y aterradora a la que el mundo teme: nada. Esa muerte ha mostrado su impotencia para contener a Jesús. Ni los lienzos ni el sudario fueron ataduras eficaces. La tumba amaneció vacía. Lo que podría interpretarse como un robo o como un complot truculento pasó a contemplarse como la llegada de Jesús a la vida definitiva. El amor que a todos manifestó en vida y que era el amor que recibía del Padre, produjo el doble efecto de volver a ponerlo en pie y, en segundo lugar, comunicar a todos aquellos que por él fueron amados que su lugar no estaba ya en el sepulcro.

Un tercer efecto que no ocurrió ya en él, sino en todos los demás: puesto que sigue vivo, el mismo amor que de él recibo nos comunica con los demás. El amor es incontenible; no es un patrimonio privado, sino que tiende a difundirse y a ampliar su radio de acción. La resurrección de Jesús reestrena no solo la primavera, sino el mundo entero. Inaugura un nuevo modo de relacionarse y anticipa una forma nueva de existencia. No existimos para la extinción sino para la comunión con el Dios Padre y Madre, que es fuente de todo y se manifiesta en toda la realidad. En la Pascua redescubrimos que fuimos creados en comunidad; que nadie se basta a sí mismo y que el cuidado de Dios por cada uno no es privilegio sino invitación a compartirlo con los demás; a hacer conscientes a todos de que en lo bueno de su vida Dios celebra con ellos y en lo malo, les sostiene en pie sin dejarles caer en el olvido. Así, mientras amemos, seremos verdaderamente y conforme vayamos siendo iremos resucitando: escapando a esa muerte capaz de encerrarnos en bellos panteones.


Gustavo Doré (1832-1883). La Resurrección

JESUCRISTO VIVE. Pulsa aquí




sábado, 30 de marzo de 2024

TAMBIÉN PARA MÍ. Sábado Santo

30/03/2024

También para mí.

Sábado Santo.

Los discípulos y discípulas del nazareno vivieron las horas finales de su maestro en un desconcierto absoluto. No eran capaces de llegar a entender qué había pasado. Tampoco nosotros, pese a dos mil años de historia acabamos de comprender del todo esta vida nuestra que, en ocasiones, se nos vuelve muy oscura. Tanto si repasamos nuestra propia experiencia vital como si miramos hacia los demás, encontramos una sombra que es difícilmente comprensible. Desde nuestro punto de vista la cruz de Jesús está ahora vacía, pero es precisamente esa vacante la que posibilita que cualquiera pueda volver a ocuparla. La historia está repleta de víctimas inocentes. De entre todas las cruces la de Jesús tuvo la particularidad de haber sido acogida por él como resultado de su propia vida. No fue un trance deseado, pero en su coherencia vital Jesús no pudo huir de ella.  La Iglesia propone hoy en su oficio de lectura, única actividad litúrgica del día, la reflexión del profeta Jeremías, perseguido por su fidelidad a la palabra del Señor. Podemos leerla en Jer 20, 7-18 Frente a cualquier otra consideración él es un hombre seducido por el Señor. Pero termina maldiciendo el día que nació. Su vida se ha vaciado de cualquier sentido. Su lealtad ha sido pagada con la desventura más extrema. La experiencia de Jeremías puede ser la de muchos otros que no encuentran argumentos para dar razón de su vida pues mostrándose fieles a Dios y a sí mismos no han conseguido nada más que frustración y muchos, incluso, la muerte.

Visto desde un punto de vista humano esto es un desastre, como lo fue la vida misma de Jesús. Sin embargo, dando un paso más allá de la evidencia podemos situarnos en el punto de vista de Dios, pues el periplo de Jesús nos pone en situación de afirmar que cuando parece que nada ocurre, el reino va germinando en silencio; cuando parece que todo ha terminado, está comenzando una recapitulación que se inicia con el rescate, precisamente, de quien en vida ha negado la vida plena que Jesús le ofrecía. En el segundo texto del oficio de lectura de hoy, la Iglesia propone una antigua homilía titulada Descenso del Señor a los infiernos. En ella, simbólicamente, Jesús desciende al inframundo para rescatar a Adán y Eva; a la humanidad perdida. A aquellos a los que Jesús perdona mientras le clavan; a quienes le condenaron y siguen condenando hoy a muchos inocentes; a quienes no son capaces de ver más allá de sus propios intereses.

Esta convicción no solo nos habla de la misericordia de Dios. También nos pone en situación de comprender que desde ese foco divino del que venimos hablando estos días todo cambia de color; el mundo adquiere un nuevo significado. Estamos llamados a cultivar la esperanza más allá de cualquier adversidad que pueda sobrevenirnos. Hoy es el día de la espera, pero lo es también de la confianza porque no hay espera real que sea pasiva. La verdadera espera es esperanza; es cultivo de la disposición a perdonar y a aceptar que Jesús baja a los infiernos también para mí porque yo debo aún liberarme de mucho lastre que me imposibilita resucitar definitivamente. Todos somos Adán y Eva que, pese a nuestras imperfecciones, podemos transformarnos en Jesús y en María. Es la transformación del No al Sí. Posiblemente el primer paso sea aceptar que en el silencio del sepulcro se produce la silenciosa germinación de lo nuevo; reconocer que nada es solo lo que parece y que, pacientemente, Dios obra en nuestros corazones si le dejamos hacerlo, si no nos conformamos con vivir en la periferia, sino que buceamos en nuestro interior hasta descubrir nuestra dimensión divina; el aliento de vida que nos hace vivientes.


Jaume Serra. Descenso a los infiernos (1381-1382).


viernes, 29 de marzo de 2024

ECCE HOMO. Viernes Santo

29/03/2024

He aquí al hombre.

Viernes Santo.

Is 52, 13 – 53, 12

Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25

Heb 4, 14-16; 5, 7-9

Jn 18, 1 – 19, 42

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Somos amando, decíamos. La reflexión cristiana llegó a formular que Dios era amor y que en su amar originó todo lo real. Y en todo eso que es real hay rastro suyo. Todo es manifestación de Dios. También el ser humano, claro, y en grado superlativo. Este ser es la máxima expresión del amor de Dios. Hacer de ese amor del que procedemos una experiencia consciente es tarea para toda una vida. De entre todos los seres humanos que han existido los cristianos afirmamos que Jesús de Nazaret consiguió la realización de esa dimensión divina de la forma más clara y luminosa. De hecho, él mismo llegó a manifestar su identidad con el Padre, con la fuente original. En él, Dios vivió una vida humana. Pero no fue una vida cómoda ni regalada, de serlo no habría sido una vida verdaderamente humana. La actitud de fondo de Jesús puede identificarse con las palabras del salmista. Confianza en el Padre en medio de toda adversidad. La tradición cristiana vio en las palabras de Isaías que hoy nos acompañan un anuncio de lo que había sido la pasión y muerte de Jesús. El autor de la carta a los hebreos subraya el necesario aprendizaje que, pese a todo, no pudo evitarse.

Así pues, resulta que este Dios amor que habita en el interior de la realidad encontró en Jesús un ser humano que le acogió sin reservarse nada para sí. Cuando comprendió la coexistencia de la naturaleza divina en su interior no la utilizó como seguro ni ventaja alguna, sino que aprendió, sufriendo a obedecer; a escuchar con atención. Es esta escucha la que le va marcando el camino. En Jesús, Dios terminó de comprender el corazón del ser humano y hombres y mujeres pudieron conocer el verdadero rostro de Dios. Por los trabajos de su alma verá la luz, dice Isaías, y llegará a la consumación, que no debería entenderse solo como el final, sino como el éxito definitivo. Llegará a ese final de forma plena, consciente y voluntaria; sabiendo que es la realización de su íntima verdad la que se da allí. Para esto vino al mundo; no para morir, sino para alcanzar esa plenitud que le permita ser verdaderamente. El resultado de esa sinceridad será la muerte a manos de quienes se vean perjudicados por esa verdad.

No es necesario explicar la verdad. Por eso Jesús calla ante Pilatos. “¿Qué es la verdad?” Esto que ves; no hay más. Somos verdaderos al vivir desde lo que somos. La autenticidad que el mundo busca se encuentra en la fidelidad al amor que nos originó y que nos encarga ser, de forma consciente, el amor que somos y asumir las consecuencias que eso nos traiga. Esto es vivir desde la perspectiva de Dios. El propio Pilatos se convierte en testigo de la verdad que no quiere admitir al anunciar “He aquí al hombre”. Este que veis, pese a cómo lo veis, es un ser humano cabal que vive en fidelidad a su propio ser, lo que equivale a decir que vive en fidelidad a Dios. Pese a lo que pueda parecer, el Señor promete no desampararle y asegura que conocerá su descendencia y prolongará sus años. Es la inequívoca concepción veterotestamentaria de bendición divina que en el Nuevo Testamento se convertirá en la reivindicación definitiva por parte de Dios. Nunca quedará defraudado, sino que incluso en medio del desmoronamiento más absoluto vivirá siempre en la plenitud de su propio ser, que es la plenitud misma de Dios. En gran medida, está ya resucitado, pues ha superado la muerte que es vivir de espaldas a su propio ser; al ser de Dios en él.


Antonio Ciseri (1821-1891). Ecce Homo (1871)



miércoles, 27 de marzo de 2024

LA PERSPECTIVA DE DIOS. Jueves Santo

28/03/2024

La perspectiva de Dios.

Jueves Santo.

Éx 12. 1-8. 11-14

Sal 115, 12-13. 15-16bc. 17-18

1 Cor 11, 23-26

Jn 13, 1-15

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En aquellos lejanos tiempos el Éxodo todo comenzó a cambiar. El pueblo se hizo consciente de que Dios estaba pendiente de él y fue invitado a dejar atrás todo el pasado de esclavitud. Pero no debían llevar nada con ellos y aún la cena final debía tomarse a toda prisa pues lo nuevo llegaba de inmediato. Lo nuevo era la liberación por tanto tiempo esperada y este nuevo estado de vida no admitía nada de lo anterior. Nada de lo antiguo tenía sitio en un nuevo mundo sin primogénitos; sin herederos. El orden de transmisión había sido anulado y todo comenzaba desde cero. Por eso el cordero o el cabrito debían ser consumidos por completo. Su sangre era la señal de esa consumación. En honor del libertador alza su copa el salmista que se reconoce en deuda con él; por ello le ofrecerá un sacrificio de alabanza y cumplirá sus votos en presencia de todos. De ahora en adelante, él será la única autoridad reconocida y la herencia será la misma para todos. El pueblo elegido revela al mundo el final de los privilegios. En su historia deberá poder leerse la equidad universal.

Pero tras los siglos se hará necesaria la insistencia en ésta y otras cuestiones. Jesús persiste en la necesidad de este cambio de perspectiva. El mundo debe verse según los ojos y la actitud del propio Dios. El resultado es que todo termina prácticamente al revés de lo acostumbrado, pues sin tenerle en cuenta todo se desenvuelve de forma muy diferente. Que Dios es amor ya lo hemos dicho muchas veces y el amor consiste en buscar la felicidad del otro; en servirle para que sea ella o él mismo de la mejor forma posible. Jesús nos invita a limpiarnos los pies unos a otros, es decir a limpiarnos mutuamente las impurezas que se nos pegan en el camino, de una forma amorosa y fraternal: servicial, que no servil.

Esta es la perspectiva de Dios; es la forma nueva de relacionarse y de comprender el mundo como una realidad no limitada a nuestra inmediatez, sino abierta a una transformación absoluta. En esta nueva comprensión el pan y el vino son señal de nuestra contribución personal. No existe la magia que alivie el dolor del mundo. Está en nuestra mano colocar al mundo en una posición en la que ese dolor se extinga y todos podamos alzar la copa como el salmista con la intención que Pablo les recuerda a los corintios. En la medida en que esta intención se hace real en nosotros nos acercamos a nosotros mismos. Todo esto no nos llega desde lejos. Nuestra naturaleza humana descubre que esta nueva lógica es la única capaz de calmar su sed. Somos en un permanente camino hacia lo que verdaderamente somos.

Existen, sin embargo, dolores inevitables: ausencias que desgarran el alma y a las que solo esa visión desde el ángulo de Dios puede darles sentido. Todo aquel o aquella que parte sigue morando en nosotros porque en lo que somos habita el amor con el que nos amó y el amor nunca muere. No nos queda una herida  vacía, sino el espacio en el que podemos percibir ese amor como abrazado ya a la plenitud. A esa transformación la llamamos resurrección (Anastasis) y es destino universal porque todos estamos llamados a ponerlo en práctica desde ya: amar como nos amó. El destino no es el punto final, sino la realidad que elegimos vivir alentados por la vida de quien nos amó. Somos amando. 

 

Sieger Köder (1925-2015) Lavatorio de los pies

 

 Para Toña, Carlos, Karolina y Violeta y demás familia. Un abrazo.

 

 

sábado, 23 de marzo de 2024

EL CORAZÓN Y LA PIEL. Domingo de Ramos.

24/03/2024

El corazón y la piel.

Domingo de Ramos.

Is 50, 4-7

Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

Flp 2, 6-11

Mc 15, 1-39

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Isaías no concibe la iniciación como un proceso intimista, sino que tiene que ver con estar presente para los demás. Los iniciados tienen una lengua capaz de consolar y un oído atento. Y, sin embargo, frente a esta dedicación la respuesta de otros es violenta. Al discípulo le espera lo peor y su propósito se cifra en mantenerse firme y no perder la confianza. Su labor no es sencilla pero él se sabe acompañado. Mantiene el corazón a la escucha, hace de él un lugar donde encontrarse con el Señor. Así lo expresa el salmista. Junto a esta esponjosidad interior, el discípulo endurece su rosto como el pedernal. Curte su piel para que aguante los embates que van llegando. Se ha dicho que es necesario aprender a ablandar el corazón y robustecer la piel. Normalmente, nuestra sociedad funciona al revés. Se deja llevar por la comodidad, por la facilidad y la sensiblería, pero no deja que nada penetre en su corazón; se aísla en sí misma. Abrirse a los demás requiere esta disposición de dejarse afectar por ellos en lo más hondo y mantenerse en pie ante lo que venga.

¿Por qué viene lo que viene? Por esa dureza de corazón que no permite que nadie sea crítico, que no acepta que nadie cuestione nada. Todo sistema está basado en la vivencia de las personas y en este mundo nuestro unos pocos van apoderándose de todo lo que pueden  con el resultado de privar así a las mayorías de aquello que les es necesario. No es aceptable que venga nadie a cuestionar este mecanismo y que ponga en peligro nuestra comodidad y la tranquilidad de conciencia que expresamos en delicadas formas de solidaridad mal entendida. En realidad, no es un problema de nuestra época. Ha sido así casi desde siempre. Es la forma inversa de funcionar a la que Dios tiene. Dios es amor y eso implica que es pura donación porque el amor es proyección hacia los otros. Dios se mantiene siempre atento, como pide del discípulo y consuela siempre al abatido por cualquier causa, pero sabe también ser duro y exigente con los demás. No solo eso, sino que en ese dinamismo amoroso de constante salida de sí renuncia a ser lo que los humano creemos que es, un dios grandilocuente y espectacular, para llegar a los últimos de cada momento, de cada época, cultura y religión. Así nos lo recuerda Pablo y dice expresamente que esta fue la vida de Jesús, añadiendo además la consecuencia de sus actos: una muerte de cruz.

Marcos, que en su austeridad ha renunciado incluso a las florituras literarias, nos expone los detalles de este “destino” del discípulo. Y lo entrecomilllo porque no es un designio de los hados, sino el fruto de la dureza del corazón humano, que sigue prefiriendo recrearse en amaneceres de whatsapp que permanecer vigilante a las necesidades de los demás. Quien en esto se empeña terminará como terminó Jesús. El recibimiento entre aclamaciones de aquellos que se sintieron escuchados y acogidos por él y gritaban Hossanna (“Ayúdanos”) no impidió que el orden del mundo acabara con la amenaza llamada Jesús . Este año, además, iniciamos la Semana Santa en el día en que conmemoramos a un gran discípulo, mártir como el maestro: Monseñor Romero. Dos mil años después poco han cambiado los mecanismos de exclusión, pero el Señor sigue suscitando discípulos de corazón sensible y piel encallecida que no se amilanan ante las adversidades y mantienen el oído atento y la lengua pronta. 

 

El corazón y la piel